Nadie podría pensar,
leyendo su biografía y viendo el album de fotografías de su vida,
que Daphne Du Maurier (1907-1989), una mujer culta y refinada
que provenía de una familia rica con un matrimonio feliz y que
disfrutaba de una vida familiar y una posición económica
envidiable, fuera la escritora que diera vida a las mujeres crueles y
malvadas que pueblan algunas de sus novelas, o a otras atormentadas e
insatisfechas, siempre rodeadas de hombres con cierta ambigüedad
sexual, en cierta manera débiles en contraste con ellas, o que se
convierten en marionetas en manos de esas mujeres. Todo ello rodeado
siempre en sus grandes novelas del lujo y el esplendor de las grandes
casas de la región inglesa de Cornualles. Personajes como Rebeca, un
curioso no personaje puesto que no aparece realmente en la novela, o
la prima Rachel, permanecieron en el inconsciente colectivo creando
un mito que va más allá de su novelas.
En Rebeca (1938)
son protagonistas las dos Daphne Du Maurier que existían en
realidad. Por un lado está la buena y amante esposa, mujer de la
alta sociedad, cuyo padre era Sir Gerald Du Maurier, conocido actor y
productor, y su madre la actriz Muriel Beaumont. Su abuelo fue un
conocido autor y dibujante, y ella siempre se movió entre los
mejores actores y artistas de la época. Se casó con Sir Frederick
Arthur Montague Browning, que fue héroe de guerra, y que acabó
viviendo en un gran castillo de la costa de Cornualles como las
heroínas de sus novelas, una especie de Manderlay, la fastuosa
mansión de Rebeca. Pero por otro lado, esa vida aparentemente feliz
y hogareña, de buena familia, esposo y tres hijos, tenía otra cara.
En 1989, después de su muerte, salieron a la luz las referencias a
su bisexualidad y sus relaciones con otras mujeres, e incluso en sus
memorias comentó que le hubiera gustado nacer niño. Según ella
confesó a algunos epistolarmente ella canalizaba esa contradicción
en sus novelas y cuentos.
La mansión de Manderley |
Así pues, es en esta
novela, Rebeca, en la que se
muestran esas dos mujeres opuestas. Una de ellas es la
supuesta protagonista de la novela, de la que no llegamos a saber
nunca su nombre, algo que muestra su poca importancia y personalidad.
Una chica muy joven, huérfana, sin mundo, que aspira a ser un ama de
casa y acaba convertida en “la señora” de Manderley. Algunas
veces la autora la representa de un modo que llega a ser ridículo,
siempre absorta y soñando con la escena idílica que ella nunca ha
tenido, de mujercita que está con su marido en su casa y dedicada a
las labores del hogar. Su escena ideal es la que la presenta
zurciendo o arreglando la ropa de casa mientras el esposo fuma en
pipa y lee el periódico. Al principio, ella no es más que la
acompañante de una mujer de la alta sociedad, la Sra. Van Hoopper,
una auténtica arpía, vieja rica, antipática, cotilla y
desagradable, que está de visita en Montecarlo, donde conoce nada
menos que a Maxim de Winter, un aristócrata inglés dueño de la
fastuosa mansión Manderley, el cual se enamora, de forma
inexplicable para todos, de esta chica inocente e insulsa, sumisa y
fiel, y se casa con ella. Max es viudo desde hace un año de Rebeca
de Winter, la omnipresente Rebeca y la auténtica protagonista de la
novela, una mujer espléndida, hermosa como pocas, con don de gentes,
elegante, mundana, y que deja profunda huella allá por donde pasa,
aventurera y decidida, rebelde, es decir todo lo opuesto a la nueva
esposa, pero al mismo tiempo, y eso lo sabremos hacia el final de la
novela, una mujer ambiciosa, cruel, egoísta y manipuladora, que hace
que el que teníamos como el gran hombre importante, Max de Winter, se
nos presente en realidad como un pelele, una marioneta en manos de
Rebeca, hasta el punto de que el final de Rebeca viene provocado por
ella misma, con un sádico final que atormentará a partir de su
muerte a Max. Este le dice a su nueva esposa:
“Todo era cuestión de tiempo. Rebeca ganaría al final. Que yo te encontrara a ti, eso no podía cambiar nada. Que yo te quiera...¡Qué más da! Rebeca tenía que ganar al final. Rebeca sabía que ella sería quien ganara la partida. Lo vi en su sonrisa cuando murió.”
Laurence Olivier y Joan Fontaine como la pareja protagonista |
La protagonista a veces
se nos presenta como algo más que un perro para su esposo Max, son
escenas donde ella está sentada en el suelo apoyada en el regazo de
él sentado mientras él le acaricia el cabello, como podría estar
acariciando a su fiel perro, todo reforzado porque incluso ella misma
tiene esos pensamientos. En la primera parte de la novela la autora
se esfuerza por hacernos ver el contraste entre ella y Rebeca en
todos los ámbitos, y cómo se siente inferior a Rebeca. Todos los
criados, y sobre todo el ama de llaves, la Sra. Danvers, le hacen
sentir que es una intrusa en la casa, que no es su lugar, porque es
el lugar de “la Señora” Rebeca, claro está, la cual aunque está
muerta hace un año sigue rigiendo todos los aspectos de la casa como
si estuviera.
“Frith – dije una mañana de verano, entrando en la biblioteca con los brazos llenos de lilas- Frith, ¿dónde hay un florero alto para estas flores? Los que hay en el cuarto de las flores son demasiado pequeños.
(…)
- La señora siempre usaba el jarrón de alabastro, señora.
- ¡Ah! Entonces...(…)
Y, mientras, pensaba: “Eso ya lo hizo Rebeca. Cogía las lilas como yo estoy haciendo, y las colocaba rama por rama, en el jarrón blanco. Yo no soy la primera que lo hace. Este jarrón es de Rebeca, y las lilas también.(...)
- Frith, ¿quiere hacer el favor de quitar ese estante de libros de encima de la mesa junto a la ventana? Voy a poner ahí las lilas.
- La señora siempre ponía el jarrón de alabastro en la mesita de detrás del sofá, señora.
- ¡Ah! Quizá...
Dudé con el jarrón. La cara de Frith estaba impasible. Claro que me obedecería si yo le dijera que yo prefería colocar el jarrón en la mesita de la ventana. Hubiera quitado el estante de libros inmediatamente.
- Bueno -dije-; puede que esté mejor en la mesa grande. -Y allí quedó el jarrón, como siempre, en la mesa que había detrás del sofá”.
Posiblemente esta
dicotomía entre ambas mujeres es la que ella misma sufría en su
vida personal, por un lado la mujer amable, ama de casa, con marido e
hijos, un dechado de virtud de cara a la galería, y por otro lado su
otra vida. Se ha especulado por su biógrafa Margaret Forster
sobre la homofobia interna que le impedía autoaceptar su
homosexualidad. Quizás eso le llevaba a escribir esos personajes
femeninos tan ambiguos o con doble personalidad. Desde luego es lo
que ocurre durante toda su novela La prima Rachel. Se repite
el esquema del hombre ingenuo, rico, con una gran mansión en
Cornualles, propietario rural, pero que en realidad se convierte en
un pelele en manos de una mujer como la prima Rachel, no sabiendo el
lector en ningún momento si en realidad esta es un ángel o un
demonio, intriga que la autora sabrá conservar hasta el final del
libro.
Judith Anderson como la Sra. Danvers |
La Sra. Danvers
El gran acierto de la
novela, además del personaje de Rebeca, siempre ausente porque está
muerto pero siempre presente desde el mismo título de la novela y en
todas y cada una de las páginas que se desarrollan en Manderlay, es
el del ama de llaves, la Sra. Danvers. Ella será el auténtico
tormento de la protagonista recién casada.
Desde el momento en que
la nueva Sra. de Winter entra en Manderley encuentra en la Sra.
Danvers a su auténtico tormento. La descripción de esta siempre es
escalofriante:
“De pronto oí unos pasos a mi espalda, di la vuelta rápidamente y vi a la señora Danvers. Nunca olvidaré la expresión de su cara. Triunfal, complacida, delatando una excitación malsana. Me quedé aterrada.
- ¿Sucede algo Señora? - Me dijo.
Traté de sonreírle, pero no puede. Quise decir algo.
- ¿Se encuentra mal la señora? - dijo, acercándose, hablando con tono melifluo. Me hice atrás. Creo que si se me hubiera acercado más me hubiera desmayado. Sentí su aliento sobre la cara.”
Esta sensación de
repulsión y horror llega hasta el punto de que en una conversación
con Beatrice, la hermana de Max, la protagonista le confiesa que la
Sra. Danvers le da miedo, y aquella le dice que tiene esta tiene
celos porque adoraba a Rebeca.
La Sra. Danvers muestra las pertenencias de Rebeca |
Esa adoración llega a su
culminación en el momento de la visita al ala Oeste donde están las
habitaciones de Rebeca, encontrándolas la protagonista como si
Rebeca acabara de salir momentos antes. En ese momento entra la Sra.
Danvers sorprendiéndola, mostrándole a continuación la habitación
y la ropa de Rebeca:
“Me cogió del brazo y me llevó hacia la cama. No podía resistirme. Me sentía como un animalillo indefenso. El contacto de su mano me hizo estremecer. Hablaba bajito, íntimamente, con una voz que ya me resultaba tan odiosa como terrible.
- Esta era su cama. ¡Qué bonita! ¡Qué cama más bonita! ¿Verdad? La tengo siempre con esta colcha dorada, porque es la que ella prefería. Aquí, dentro de su bolsa, está el camisón. Lo ha estado mirando, ¿no? Este fue el que se puso la última vez, la noche antes de morir. ¿Quiere tocarlo otra vez? -Sacó el camisón y me lo ofreció-. Tóquelo, cójalo, vea que suave, qué ligero es, ¿verdad? No lo he lavado desde que ella se lo puso la última vez. Lo pongo así, y la bata y las chinelas, tal como lo preparé todo aquella noche que no volvió, la noche en que se ahogó...”
Según cuenta Alberto
Mira en su Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica –
Para entendernos (1999), y
también en su libro Miradas insumisas (2008),
refiriéndose a la adaptación cinematográfica de la novela que
filmó el maestro del suspense, Sir Alfred Hitchcock, desde el
decadentismo existe toda una tradición que representa a la lesbiana
como un ser siniestro de intenciones malignas que recibe su justo
castigo cuando muere al final de la trama. Hitchcock ocultaba muchas
de las que se entendían como patologías sexuales dentro de
complejas tramas de intriga, obviamente no lo podía hacer de forma
directa dado que se tenía que cumplir el Código Hays de moralidad,
es decir que tenía que pasar la censura. Así, Rebeca constituye uno
de los mayores ejemplos de la representación homofóbica de “la
lesbiana” en el Hollywood de la época. No solo tenemos la
referencia a los celos que le hace Beatrice a la protagonista,
también la descripción de la Sra. Sanders como de luto permanente
por la muerte de Rebeca, como una mujer amargada y doliente, de
aspecto cadavérico, que solo parece viva cuando muestra a la
protagonista la habitación y las pertenencias de Rebeca. El gesto al
tocar la ropa interior de Rebeca es impagable. Es obvio que Hitchcock
no podía hacer ninguna referencia a una preferencia sexual pero
la interpretación de Judith Anderson como la Sra. Danvers deja ver
claramente este subtexto que algunas personas podían “entender”.
De hecho este personaje sugería los peores estereotipos sobre las
lesbianas: frigidez, maldad maquiavélica, lobreguez, fealdad. Y
Rebeca, la perfecta, inteligente y divertida Rebeca, en realidad es,
según Mira, otra versión de “la lesbiana” tal y como se
percibía en los años treinta, como una mujer sádica, egoísta y
posesiva que al no poder ser sometida sexualmente por el macho, era
capaz de dominarlo y humillarlo, siendo la plasmación de la paranoia
del varón heterosexual ante las lesbianas. Y por lo tanto Max de
Winter opta con su nueva esposa por una mujer sumisa, inferior, y el
triunfo al final de ella es el del heterosexismo antifeminista,
condenando la anormalidad de Danvers y Rebeca. No creo que sea
tampoco casual que los personajes de Hitchcock en los que el
subtexto gay está presente, como en La soga (The rope,
1948) o Psicosis (1960), o Rebeca (1940) los actores y
actrices que interpretan a los personajes homosexuales sean también
homosexuales en la vida real, sería demasiada casualidad, y en un
autor tan meticuloso como Hitchcock nada suele ser casual.
Esta interpretación
sobre el subtexto homosexual también se encuentra en la película
documental El celuloide oculto (The closet celuloide,
1995), en la cual se muestra estos otros niveles de lectura en clave
homosexual existentes en un largo listado de películas de la época
clásica cuando no se podía mostrar directamente ninguna referencia
homosexual a causa de la censura, desde Ben-Hur (1959) a La
gata sobre el tejado de zinc (1958), pasando por Rebelde sin
causa (1955) o Johny Guitar (1954).
En la segunda mitad de la
novela, a raíz de saber la verdad sobre la muerte de Rebeca, la
protagonista sufre una transformación psicológica dejando atrás a
la criatura frágil y asustadiza de la primera parte y asumiendo su
papel como esposa de Maximilian de Winter y de señora de Manderley.
Es decir triunfa sobre el recuerdo de Rebeca.
Incitación al suicidio por la Sra. Danvers |
Esto llega después de
la gran escena en la que la Sra. Danvers se quita la careta, ha
provocado conscientemente un desastre en la fiesta de disfraces
humillando a la nueva señora:
“ - Es inútil ¿verdad? Nunca la podrá vencer. Está muerta, pero aún manda aquí. Ella es la señora de verdad, y no usted. La sombra, el fantasma... es usted. A quien olvidan y dan de lado y rechazan... es a usted. ¿Por qué no se va de Manderley? ¿Por qué no se marcha usted?
Retrocedí hasta la ventana, mientras volvía a apoderarse de mí el antiguo miedo y horror. La señora Danvers me atenazó un brazo con sus dedos, y continuó:
- ¿Por qué no se va? Aquí nadie la quiere. El señor ni la quiere ni la ha querido nunca. No puede olvidad a mi señorita. Quiere quedarse otra vez solo en la casa, solo... con ella. La que debiera estar en el panteón es usted, no ella. Usted es la que debiera estar muerta, no la señora de Manderley.”
La señora Danvers habla también de los celos, refiriéndose a Maxim, pero también a ella misma:
“Tenía celos cuando vivía, y sigue teniéndolos ahora que está muerta -dijo la señora Danvers-. (…) Eso demuestra que no la ha olvidado. ¿Eh? Claro que tenía celos. Y yo también. Y todos los que la conocían.”
La venganza de la Sra. Danvers |
En la novela el personaje de la Sra. Danvers se difumina en la tensión del último tercio de la novela pasando a ser un personaje secundario, de una forma elíptica Du Maurier nos muestra el final de Manderley e insinúa la venganza de la Sra. Danvers, ventilándolo en apenas un par de párrafos. Sin embargo Alfred Hitchcock optó por mostrar el final centrándolo en ella, mostrando su venganza en todo su esplendor. En la novela sabemos desde el principio que Manderley ha desaparecido, comienza con una de las frases más recordadas de la literatura popular del siglo XX: "Anoche soñé que había vuelto a Manderley". Sin embargo en la película esto no lo sabemos, y Hitchcock termina la película con el final del recuerdo de Rebeca, toda la huella que podía dejar estaba en Maderley, el propio Max lo reconoce Manderley existía antes de Rebeca pero lo que era en ese momento es obra de Rebeca, por eso el fuego purificador destruye el fantasma de Rebeca, simbolizado en esa almohada con la R de los aposentos del ala Oeste, lo que significará en realidad la libertad de la pareja protagonista. Por cierto, plano final "fusilado" u homenajeado por Orson Welles en su alabada opera prima Ciudadano Kane, con la inscripción Rosebud tallada en la madera que también acaba en el fuego.
Joan Fontaine luce una rebeca |
Es curioso que una novela
y una película puedan calar tan hondo en el imaginario popular y en
la cultura y sociedad de una época. En España pasó a llamarse
“rebeca” a un tipo de chaqueta que utiliza Joan Fontaine
en la película, aunque ella no era Rebeca, y en psicología apareció
el “síndrome de Rebeca”. La persona que sufre este síndrome no
puede dejar de pensar de forma obsesiva en las anteriores relaciones
que tuvo su actual pareja. El ”fantasma” de esas relaciones
anteriores no deja que la nueva relación se equilibre y afiance
porque siempre pesa la sombra del pasado de forma obsesiva.
Rebeca fue la primera
película americana de Alfred Hitchcock ganando el Oscar a la mejor
película y a la mejor fotografía en blanco y negro en 1940, de once
nominaciones que tenía. Fue la única de sus películas en conseguir
el principal galardón.
Años más tarde, Alfred
Hitchcock también llevaría al cine otra de las obras de Du Maurier,
el relato "Los pájaros", también cargado de violencia y un ambiente
aparentemente normal pero que en realidad deviene en malsano,
opresivo y peligroso.
En algunos de sus relatos
Du Maurier se desembarazó de los elementos de cartón piedra
y ambiente gótico de sus grandes novelas para centrarse en pequeñas
historias, algunas de ellas de corte fantástico, a lo Edgar Allan
Poe, como El manzano, aunque el fondo siempre es el mismo,
en otros relatos hay mujeres asesinas, como en el relato Bésame
otra vez, forastero, o además
caprichosas y dominantes como en El joven fotógrafo.
Todos
son relatos inquietantes que prefiguran personajes y ambientes que
quizás Patricia Highsmith llevaría a su culminación. Du Maurier
fue una mujer diferente para su época y sus obras parecen haberle
servido como una forma de exorcizar sus propios demonios, y lo que es
indudable es que siguen estando tan vigentes como cuando fueron
escritas aunque ese mundo aristocrático de Cornualles haya
desaparecido.
Como siempre, Sebastián, tu artículo es prodigioso,tanto en su forma como en su contenido. Siempre añades un punto de vista alternativo; por ejemplo, todo lo relacionado con la homosexualidad, que nunca había tenido en cuenta, al menos, en la película.
ResponderEliminarReitero mis felicitaciones.
Bueno, debo reconocer que casi muero de una hemorragia de placer al ver tu entrada. Me encanta el cine, es una de mis pasiones. Del mismo modo que cuando leo un libro me gusta indagar un poco en la vida del autor, por aquello de averiguar cuánta carne ha puesto en el asador, con las películas me ocurre igual. Terminada la peli corro a curiosear todo lo que la rodea, si está basada en una novela, cuántas versiones se han hecho -entonces me las veo todas para decidir cual es la que más me gusta- y sobre todo curiosidades o anécdotas de rodaje. En esta peli tratándose del director que es hay muchísima carne suculenta, como los planos para empequeñecer a la Fontaine, el blanco en sus primeros planos para hacerla más inocente, la situación de ella, a la izquierda casi toda la peli y en el centro o a la derecha al final -esto era importante pues hablaba del avance psicológico del personaje-, o el modo en que ocnspiró con todo el elenco para que la Fontaine se sintiera poco apreciada, de este modo se fortalecía la inocencia, la insulsez, la timidez del personaje. Un personaje que no tenía nombre. En fin, es apsionante todo esto. Sí, el momento del ama de llaves con la ropa de "su adorada señora" es impagable, como el momento en que el perro la sigue esperando. Hay tanta simbologia en esta novela-peli... En cuanto a lo otro, pues ya sabemos que la escritura es una ventana por donde escapar, donde volcar esas latencias, esas cosas que no se pueden -en este caso la epoca era complicada- o no se deben decir. Muy buena entrada, Arden, perdona si este comentario no tiene orden ni concierto, pero está escrito a las prisas.
ResponderEliminarMucha gracias Aben y Berlín por los comentarios. En este caso en teoría debía comentar más acerca del libro, pero con una adaptación cinematográfica como esta no he podido resistir la tentación de comentar algunos aspectos de ella, aunque obviamente hay para escribir un libro solo respecto a la película.
ResponderEliminarBueno, por mi no te preocupes, ¡yo lo he disfrutado mucho!
ResponderEliminarSebas, me uno a los comentarios anteriores. Me lo he pasado bomba leyendo la reseña. El libro no lo he leído nunca (tendré que hacerlo), y de la película tengo sólo recuerdos vagos.
ResponderEliminarLo más prodigioso es cómo convertir a alguien que ya está muerto en el protagonista principal. Desde un punto de vista técnico, será apasionante descubrirlo en el libro.
Muchas gracias
Me alegro de que te haya gustado el artículo. Desde luego el conseguir que la protagonista, la que cuenta la historia no tenga ni nombre y tengamos un recuerdo más bien borroso de ella, y sin embargo que desde el título todo se centre en la que ausente, es para quitarse el sombrero. La muerta lo es todo en el libro, todo gira en torno a ella. Rebeca siempre Rebeca.
ResponderEliminarLa novela de Rebeca me ha intrigado siempre, y como me comentaste que ibas a escribir sobre ella, estaba esperando tu comentario. Una vez más, no me ha defraudado, aunque para mí la protagonista no es Rebeca, que es mala e infiel, y por eso ya atrae todas las miradas. Me atrae mucho más la escritora, la mosquita muerta, la que lo relata todo en primera persona, sin doblez, anticipando ya desde las primeras líneas que es ella la que ha vencido, aunque admita la monotonía y la tranquilidad en su mundo real...Real como la vida misma
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