Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand - Sebastián Fontana (Arden)







¿Quién es Edmond Rostand? En realidad un desconocido, alguien a quien las musas, el destino o los dioses eligieron para que pusiera negro sobre blanco Cyrano de Bergerac, una obra que se convirtió en un mito desde el día de su estreno. Hasta ese momento Edmond Rostand (Marsella, 1 de abril de 1868 – París, 2 de diciembre de 1918), el hijo de una familia de la alta burguesía de provincias que estudió Derecho en París, había escrito una obra de efímero éxito, Les romanesques (1894), una mezcla de Romeo y Julieta y vaudevil al decir de algunos críticos, La Princesse Lointaine (1895), que estrenó Sarah Bernhardt, la gran diva del teatro de la época y cuyo renombre llega hasta nuestros días, y con la que se estrelló perdiendo una fortuna, y La Samaritaine (1897), que fue un poco mejor. Si hubiera muerto ese día los libros de literatura francesa no le dedicarían ni dos líneas. Y, sin embargo, el 27 de diciembre de 1897 estrena en el Teatro de la Porte-Saint-Martin, una nueva obra, Cyrano de Bergerac, que sonaba como una especie de biografía de un dramaturgo del siglo XVII francés escasamente conocido por el gran público, y sin embargo, se encontraron con un drama heroico-romántico de capa y espada, que forja un mito, que representa a Francia misma, y que quedará en el subconsciente colectivo de los franceses para la eternidad.


París. 1897. La ciudad de la luz resplandece en Europa después de la grave derrota ante Alemania en 1870 que le supuso a Francia la dolorosa pérdida de las regiones de Alsacia y Lorena y el paso del Segundo Imperio a la Tercera República Francesa. En 1889 para conmemorar el centenario de la Revolución francesa, y mostrar la pujanza de la nueva República, se celebra en París la Exposición Universal, cuyo emblema sería la Torre Eiffel, que era la puerta de la Exposición, y que representaba la modernidad y los nuevos adelantos en la construcción y la industria. París se convertía en el centro de Europa, que era como decir el centro del mundo, con sus salones literarios y mundanos, que tan bien retrató Marcel Proust en su inmensa novela À la récherche du temps perdu (A la busca del tiempo perdido). La burguesía y la aristocracia francesa se daban cita en la Ópera de París, e iba a numerosos teatros donde se podía ver a la diva del teatro Sarah Bernhardt o al gran actor Coquelin, el cual ya en el ocaso de su carrera quería un broche de oro para la misma por lo que le encargó a Rostand una obra a su medida, y el autor que llevaba tiempo obsesionado con el escritor Cyrano de Bergerac y su obra, le dio forma creando el mito.




La obra tuvo problemas desde el primer momento. Coquelin quería más y más papel lo que podría hacer que la obra se desequilibrara peligrosamente, la financiación fue tan difícil que autor y actor tuvieron que poner dinero para poder llevarla a cabo. Por otro lado, el drama de capa y espada en verso y el romanticismo estaban “demodé”, pasados de moda, ya que el público y la crítica querían novedades siendo el decadentismo, el simbolismo, el realismo, el naturalismo y el modernismo los movimientos literarios más destacados en ese momento. Además, un actor como Coquelin, que iba a cumplir 57 años, podría ser demasiado mayor para el papel, y lo mismo ocurría con actrices como Sarah Bernhardt, que representaban papeles de mujeres mucho menores, sin ir más lejos fue la adolescente Juana de Arco con 53 años. Estas situaciones fueron parodiadas en su obra Colomba por el dramaturgo francés Jean Anouilh, donde actor y actriz principal siguen siendo unas estrellas a pesar de sus achaques y haciendo escenas de amor inverosímiles, con papeles románticos de jovencitos en viejas obras épico-románticas.






27 de diciembre de 1897. Théâtre Porte-Saint-Martin, sito en el 16 del Boulevard de Saint Martin de Paris, y que sigue en la actualidad en activo. El público se agolpa en la sala, está presente la flor y la nata de las sociedad parisina. El nerviosismo es tal que Rostand reune a los actores antes de salir a escena para pedirles perdón por lo arriesgado de la propuesta. Y, sin embargo, al llegar al entreacto el público aplaude de pie y al finalizar la obra los aplausos duraron 20 minutos de forma ininterrumpida. Éxito apoteósico. Diez días más tarde el Presidente de la República está en el palco de honor y a la finalización de la obra condecora con la Legión de Honor, la más alta distinción francesa, a Rostand, proclamándole salvador de las letras francesas.

Demasiada responsabilidad. Rostand se sabe con talento pero no es un genio. No obstante, intenta escribir otra obra maestra como Cyrano, pero es imposible, y escribe L'Aiglon, un drama histórico basado en el hijo de Napoleón, Napoleón II, y que representaría en 1900 en uno de sus papeles masculinos la Bernhardt, y es un gran éxito... pero no es Cyrano, y aún así se le nombra miembro de la Academia Francesa el 30 de mayo de 1901. Pero Cyrano le atormenta, todo el mundo le pide un nuevo Cyrano, y él se sabe incapaz. Intenta emprender nuevos proyectos pero inútilmente. Tan solo escribirá un nuevo drama alegórico, Chantecler, en 1910, incomprendido y que fue un fracaso, y un inconcluso Derniére nuit de Don Juan. Rostand progresivamente fue huyendo de Paris perseguido por la sombra de Cyrano y una fama que le abrumaba, llegando a decir “A mí entre la sombra de Cyrano y las limitaciones de mi talento, no me queda más solución que la muerte”, la cual le llegó un 2 de diciembre de 1918 a manos de la terrible gripe española que provocó la muerte de entre el 3 y el 6% de la población mundial, es decir entre 50 y 100 millones de personas.





Pero ¿Quién fue realmente Cyrano? Cyrano de Bergerac (1619-1655) fue un poeta, dramaturgo y pensador francés que siguió la carrera militar y se hizo célebre por sus numerosos duelos y su valentía, recibió una grave herida en el sitio de Arras lo que le hizo retirarse de la carrera militar, muriendo a la edad de 36 años a causa de las heridas que le causó una viga que le cayó encima. Como escritor fue considerado un libertino, librepensador, lo que diríamos ahora “un verso libre”, escritor satírico y panfletista que se burló del Cardenal Mazarino, que era el verdadero gobernador de Francia, con lo que se buscó muchos enemigos, y de dramas como La muerte de Agripina, y es considerado un precursor de la ciencia ficción con dos obras: Historia cómica de los Estados e imperios de la luna e Historia cómica de los Estados e imperios del sol, donde el autor describe unos viajes imaginarios a la luna y al sol retratando sus sociedades con lo que aprovecha para hacer una crítica de la sociedad, las ideas y las creencias de su época, más o menos lo que años después realizaría Jonathan Swift al escribir Los viajes de Gulliver.

Estos datos reales se reflejan en la obra. Su carácter pendenciero y su propensión al duelo sobrevuelan toda la obra, el Cardenal está presente en el duelo del primer acto, y en el segundo le ofrece que entre a su servicio a través del noble De Guiche, siendo el ofrecimiento rechazado por Cyrano porque quiere ser libre por completo y no deberle nada a nadie, el cuarto acto se desarrolla en el sitio de Arras donde recibe una herida, y en el quinto muere, no sabemos si accidentalmente, aunque por lo que parece no, por la caída de un madero desde un tejado. Y en el tercer acto, para frustrar el intento de un De Guiche enmascarado de llegar hasta Roxana para hacerla suya y propiciar la boda de esta con Cristián, tiene que distraerlo unos minutos, y para ello hace como que cae de la luna, lo que recuerda sus obras fantásticas:

Cyrano: Pero ¡qué es lo que miro! ¡Suerte avara!
¿Tenéis negra la cara?

Guiche: (Llevándose la mano al rostro) ¡Cómo!

Cyrano: (Con terror cómico) ¿Estoy en Árgel?

Guiche: Esta careta...

Cyrano: (Fingiendo tranquilizarse un poco)
¿En Venecia tal vez me encuentro?

Guiche: (Intentando pasar)
Una dama me espera...

Cyrano: (Completamente tranquilizado).
¡Oh, en tal caso,
debo hallarme en París...

Guiche: (Sonriendo a su pesar).
Tiene gracia el bribón.
(…)

Cyrano: (Radiante)
¡Como una bomba
me ha lanzado a París la última tromba!
(Satisfecho, riendo, saludando y sacudiéndose el polvo)
Del polvo de los astros desprendido
tengo llenos los ojos y el vestido
cubierto de éter; pelos de un planeta
en las espuelas traigo; y de un cometa
(como si cogiera algo de su manga)
una pluma rizada, de su cola arrancada,
en mi jubón sujeta.
(soplando para hacerla volar)

Guiche (Fuera de sí)
¡Vive Dios!

Cyrano: (En el momento de pasar, adelanta una pierna como para enseñarle una cosa, y le detiene)
Traigo acá, en mi pantorrilla
de la Osa Mayor clavado un diente;
huyendo de su horquilla,
en la Libra caí, y por el exceso
en el espacio el fiel marca mi peso.
(Impide nuevamente el paso a De Guiche, cogiéndole por un botón de la ropilla).

La obra se divide en cinco actos bien diferenciados:

El primero se desarrolla en el Teatro del Palacio de Borgoña en 1640, los espectadores van a ver a un famoso actor, Montfleury, el teatro está lleno, nobles, damas, burgueses, público de todo tipo, pequeños rateros, vendedores de comida y bebida para los espectadores, en realidad es un retrato perfecto de un teatro de la época, es decir lo que vemos es teatro dentro del teatro

Los personajes hablan de Cyrano porque ha prohibido al actor Montfleury, nadie sabe por qué, que actúe durante un mes, y sin embargo aquel va a actuar, por lo que los espectadores apuestan sobre si Cyrano aparecerá o no y sobre qué hará. Y gracias a estos personajes conocemos a Cyrano:

Cuigy: ¿Verdad que no es ningún hombre
vulgar?

Lebret: (Con tono jovial, no exento de ternura)
¡Oh! ¡El más estupendo
de los seres sublunares!

Ragueneau: ¡Y rimador!

Cuigy: ¡Pendenciero!

Brisaille: ¡Y físico!

Lebret: ¡Y hasta músico!

Ligniére: ¿Qué me decís de su aspecto?
¡Es lo más extravagante!

Ragueneau: (…)
Cyrano es tal de bizarro,
extravagante, grotesco,
galante, extremoso, pródigo
y bravo, que considero
que habría proporcionado
a Callot el más completo modelo de espadachines (…)
una nariz... Caballeros,
¡qué nariz! Es imposible
ver semejante adefesio
sin exclamar: “¡Es atroz!
¡Qué exageración!...” (…)




Y en plena obra aparece Cyrano, que acaba impidiendo a Montfleury actuar, entablando un duelo maravilloso con un marqués petimetre que ha hecho referencia a su enorme nariz, primero Cyrano se burla de él por su poco ingenio al insultar y después componiendo al mismo tiempo en que se bate con él una balada. Al finalizar ganando el duelo y terminando la balada en verso, el teatro se viene abajo en vítores, es una escena absolutamente genial. Ese es Cyrano, caballero, pendenciero, poeta, en realidad un Quijote, y así se lo dice De Guiche en el segundo acto cuando rechaza la “protección” del Cardenal, advirtiéndole que no debe luchar contra molinos de viento porque acabará en el fango.

El segundo acto transcurre en la pastelería del poeta-pastelero Ragueneau, su prima Roxana de la que está profundamente enamorado, la más hermosa mujer que se haya visto desde Elena de Troya, le ha citado para hablar a solas, él no vive pensando en esa entrevista, cree que ella por fin ha reparado en él, y que no verá su fealdad sino su amor, su valentía y su alma, pero Roxana ama a otro, el barón Cristián de Neuvillette, que acaba de ingresar en el Regimiento de Cadetes de Gascuña, el mismo donde sirve Cyrano, y lo que quiere es que Cyrano proteja a Cristián y que le haga saber que ella está enamorada de él y que le escriba. Para Cyrano es un duro golpe. El acto termina con el divertido encuentro entre Cristián y Cyrano, que parece que va a acabar en sangre y no, Cyrano ve a Cristián por primera vez, y se da cuenta de su hermosura, es la belleza masculina en persona, y es eso de lo que se ha enamorado Roxana, mientras que él es feo, monstruoso, grotesco, Cristián es bello pero sin palabras, ante Roxana sería mudo, con lo que Cyrano le propone escribir él lo que Cristián debe decir. Cristián envidia a Cyrano su labia y Cyrano a Cristián su hermosura.

“Cristián: ¡Poder hablar con discreción!...¡Qué dicha!

Cyrano: ¡Un mosquetero ser cual tú gallardo!

Cristián: Es un ángel Roxana, y a matarle sus ilusiones voy.

Cyrano: ¡Ah, yo en tu caso!...
(Aparte)
¡Si intérprete de mi alma pudiera!...

Cristián: (Con desesperación)
¡Me faltará elocuencia!

Cyrano: (Bruscamente)
¡Cesión te hago
de la mía! Tú, préstame tu hermosura,
(…) y juntos un héroe de novela a formar vamos.
¿Serás capaz de repetir las frases
que yo te enseñe?
(...)

Cristián: ¡Me das miedo!
¡Tus ojos brillan!

Cyrano: ¿Quieres que al completarme te complete?
Tú en la luz, yo entre las sombras a tu lado;
¡Tú serás mi belleza, yo tu ingenio!”




El tercer acto, se desarrolla frente a la casa de Roxane y su balcón, en cierta forma recuerda la escena del balcón de Romeo y Julieta, solo que aquí hay dos Romeos que se complementan y que no son nada el uno sin el otro. Cristián está decidido a hablar a Roxane sin la ayuda de Cyrano, pero se queda mudo frente a ella, Roxane sube a su balcón, y un Cyrano embozado, haciéndose pasar por Cristián desde abajo e impostando la voz, le declara su amor, de tal forma que Roxane está dispuesta a otorgarle un beso, recompensa que recibirá Cristián escalando por el balcón. Esta escena tiene algunos de los versos y parlamentos de amor mejor escritos jamás. Al besar Roxana a Cristián, Cyrano exclama:

“Cyrano: (Aparte)
¡Oh, corazón! ¡Cuán bárbara esta herida!...
(Oprimiéndose el pecho)
¡Beso, festín de amor del que yo ahora
vengo el Lázaro a ser!...¡Alguna parte
alcanzo a recoger aquí en la sombra!
¡Sí! ¡Yo siento que mi alma te recibe,
que al besar ella de Cristián la boca,
besa, más que sus labios, las palabras
que he pronunciado yo!...¡Que mayor gloria!”

En esos momentos aparece un monje capuchino que manda De Guiche para prepararle el terreno con Roxane porque quiere hacerla suya, pero Roxane aprovecha para casarse con Cristián mientras Cyrano entretiene a De Guiche. Su venganza será enviar a la compañía de Cristián y Cyrano a primera línea al asedio de Arras.

El cuarto acto se sitúa en el asedio de Arras, los asediantes acaban siendo los asediados, no tienen para comer, están hambrientos y desmoralizados, De Guiche les dice que les ha tendido una trampa a los españoles y que el señuelo son ellos, y que probablemente morirán todos, por lo que Cyrano escribe una última carta a Roxane en nombre de Cristián, en realidad Cyrano sin saberlo aquel ha estado arriesgando su vida dos veces al día para escribirle a Roxana. De repente llega Roxana, que ha burlado los controles de los españoles, cargada de víveres, y Cyrano se ve obligado a contarle lo de las cartas a Cristián, que se da cuenta del amor de Cyrano por Roxana, y ante lo que le dice Roxana que aunque fuera deforme o feo ella ya no ve su belleza exterior sino su alma y que lo amaría igual cree que lo honesto es que Roxane elija entre él y Cyrano, y cuando le va a contar la verdad muere en el asalto en brazos de Roxana, quien recupera esa última carta de amor con las lágrimas de Cyrano al escribirla y la sangre de Cristián al morir.

El quinto acto se desarrolla 15 años después en un convento en el que Roxana se retiró después de la muerte de Cristián. Cyrano la visita todos los sábados a la misma hora para verla y contarle los chismes de la semana mientras ella borda, como una Penélope eterna que espera sin esperanza. Roxana sigue profundamente enamorada de Cristián y guarda su carta como oro en paño. Pero ese día los enemigos de Cyrano han atentando contra su vida quedando mal herido, en realidad ha ido a morir junto a Roxana para verla por última vez, con lo que le pide leer la carta de Cristián, Roxana se la da y Cyrano empieza a leerla en voz alta, pero no hay luz apenas para leer, y Roxana se da cuenta de que la está recitando de memoria, y recuerda esa voz, la misma que le habló en el balcón. Cyrano es Cristián. Ella va a quedar viuda por segunda vez, porque se ha dado cuenta de que a quien ha amado siempre es a Cyrano, y este muere entre sus brazos.

Cyrano de Bergerac es un mito, una obra imposible de juzgar literariamente, porque va más allá de lo que es una obra literaria, como el Tenorio, el Ulises o el Quijote, crea un personaje único e irrepetible, y lo que el Quijote fue para las novelas de caballerías, Cyrano lo es para el romanticismo del que fue el mejor epitafio posible.




Como obra atemporal y universal, han sido docenas las traducciones y numerosas las adaptaciones a otros medios artísticos: un ballet, una adaptación para comedia musical en Broadway y para la televisión, y hasta 4 versiones operísticas diferentes, y sobre todo es recordado por las adaptaciones cinematográficas, las más conocidas la protagonizada por José Ferrer en 1951, que le valió un Oscar al mejor actor de la Academia de las Artes y las Ciencias cinematográficas de los EE.UU., que aunque correcta es excesivamente teatral, y sobre todo la dirigida por Jean-Paul Rappeneau en 1990, protagonizada por un inmenso Gerard Depardieu, posiblemente el mejor Cyrano que pueda existir. La película ganó 10 premios César, incluido el de mejor película e intérprete principal masculino, y es una de las dos películas que ha ganado el César de Césares, además de estar nominada a cinco Oscar, de los cuales ganó, incomprensiblemente, tan solo uno de ellos. A destacar, además de la interpretación, la ambientación y el vestuario, la excelente banda sonora original de Jean-Claude Petit y el magnífico guión adaptado en verso de Jean-Claude Carrière y Jean Paul Rappeneau.


3 comentarios:

  1. Impresionante artículo, Arden. Felicidades. Has hecho un brillante y exhaustivo recorrido por uno de los personajes inolvidables de la literatura con mayúsculas. Ahora solo me falta leer la pieza.

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  2. Magnífico artículo.

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  3. Oscarvillarreal02@hotmail.com16 de julio de 2015, 16:44

    C'est magnifique. Desconocia el vacío que le queda al autor después de escribir Cyrano, muy interesante Arden

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