Siete buenas razones para leer teatro - M. Corleone

¡LEE TEATRO, COBARDE!


Te llamo cobarde, así, sin muchos miramientos. Porque seguro que formas parte de esa legión de personas entre las que yo mismo me encontraba hasta hace unos meses: la masa silenciosa de los que nunca leen teatro. Sí, ya sé que vas de vez en cuando al teatro. Al fin y al cabo, usas gafas de pasta y eres asiduo lector de un foro sobre libros. Me dirás, un respeto, que no está usted hablando con cualquiera: somos la élite intelectual de este país. El caso es que tengo razón. No, no lees teatro. Nunca. Así de simple. Yo mismo, sin ir más lejos, llegué a los 38 años sin haber leído ni una sola obra de teatro. Ninguna. Ninguna, al menos, si descontamos un intento de abordar “Hamlet” que murió en la página 5 (el intento, no el príncipe danés) y el par de obras de teatro que representamos en el colegio. Ay, esos leotardos. Ay, esa elección de los textos. ¿Qué mejor forma de aficionar al teatro a niños de 11 años que representando “Las alegres aventuras de Till Eulenspiegel”? No tendrían a mano algo más moderno, así era la pedagogía de los años ‘80…

Pero no nos vayamos por las ramas, y evitemos así que me ponga tontorrón y autobiográfico. Porque no vengo a contaros que yo fui a EGB, sino a lanzaros, así a bocajarro, una serie de argumentos de peso en favor de la lectura de teatro que he contrastado previamente en mis propias carnes a lo largo del pasado año, periodo durante el que me administré una terapia de choque contra mi ignorancia: leí, entre novela y novela, una decena de obras de teatro, un pequeño primer paso hacia la cima de la cultura. Así pues, agárrense al teclado, que aquí llegan mis SIETE BUENAS RAZONES PARA LEER TEATRO:

El teatro es breve. Parece un argumento pueril, pero vamos a ver: tienes pensado hincarle el diente a un mamotreto ruso, pongamos que a “Crimen y castigo” de Dostoievski, y luego vas a pasar a el último tocho de James Ellroy, para rematar la maratón con algún clásico de ciencia ficción que supera las mil páginas. ¿No te apetece, entre estas tareas titánicas, intercalar una historia cortita que pueda devorarse en hora y cuarto? Pues el teatro es perfecto para eso. Pensemos que está pensado para representarse en noventa minutos en un teatro: en un viaje de ida y vuelta al trabajo te has leído “Muerte de un viajante” de Arthur Miller. Pildoritas de historias, no por cortas menos intensas. 

Diálogos, diálogos, diálogos. Venga, no lo niegues. Ya, ya sabemos que te gusta decir que pirras por los párrafos eternos, sin puntos ni comas, plagados de sesudas reflexiones filosóficas, apuntes autobiográficos y digresiones que relacionan el arte sumerio con la hermenéutica, pero no nos mientas: prefieres el diálogo. El diálogo nos gusta. El diálogo mola. El diálogo hace avanzar muy rápido la acción, el diálogo perfila a los personajes muy rápido. Entretiene. No requiere mucha atención. Gente que habla: es imposible no quedar atrapado. En “La gata sobre el tejado de zinc caliente” de Tennessee Williams, ella le dice a él: “Yo no estoy viviendo contigo, ocupamos los dos la misma jaula y nada más”. Ya está, nos acabamos de ahorrar 50 páginas de Javier Marías

La acción avanza a toda pastilla. Cuestión claramente derivada de los dos puntos anteriores: en hora y cuarto, y usando sólo diálogos, la historia corre que se las pela, el teatro es como un caballo desbocado: no sabes si te va a gustar el viajecito, pero sabes que será rápido y dejará huella. Y si no la deja, al menos no habrás tirado a la basura dos semanas de tu vida lectora. Que los libros que te vas a leer antes de morir son finitos, te lo digo yo. Al menos antes de palmarla dedícale un rato a “Muerte accidental de un anarquista” de Dario Fo

No hay grandes descripciones. Ya, ya sé que ya sabes que en teatro el autor hace acotaciones, que viene a ser -para nosotros los profanos- todo lo que no es diálogo en la obra. Pero esas acotaciones suelen ser muy breves y concretas: “Al fondo de la cocina hay un vano de puerta con una cortina que da a la sala de estar”, nos dice Arthur Miller en la anteriormente citada “Muerte de un viajante”. Conciso, lo justo para que te ubiques. Ah, vale, que he hecho trampas: hay anotaciones más complejas, anotaciones que tienen que ver con sentimientos, gestos, atrezo, iluminación, música… Pero nada que ver con eternas descripciones. Si quieren descripciones detalladas lean al novelista noruego Karl Ove Knausgard: el tipo necesita cuarenta páginas para explicarte cómo quita la cáscara a un huevo cocido. 

No hace falta leer a Shakespeare. Vamos a ver, criatura, te has decidido a leer teatro. Andas entre los veinte y los cuarenta años. Habitas en el siglo XXI. Tienes la voluntad, ahora sólo te toca escoger bien: no empieces por Shakespeare, como intenté hacer yo en mi adolescencia. No porque tenga nada en contra de este señor inglés tan famoso, sino porque ¿no será más fácil engancharte al género primero con algo más actual y ligero? Para eso está nuestro amigo Google, los foros (este foro) y los libreros (si es que aún queda alguno): empieza con algo divertido, ligero, adictivo. Y luego ya pasarás al teatro japonés del siglo XIV. No tengas prisa, primero disfruta, ya habrá tiempo de meterse en el barro. 

Ese lenguaje técnico, no me digáis que no es genial: nada de autor, “dramaturgo” es mucho mejor. Nada de descripciones, “acotaciones”, que queda como más técnico. Nada del decorado y los muebles, no señor, el atrezo. Ah, el atrezo, la palabra se desliza por la lengua con suavidad, está diseñada para ser dicha acodado a una barandilla dorada en una escalinata alfombrada. 

Finalmente, para rematar la faena, podrás presumir ante tus amigos de nuevas cotas intelectuales. Porque de repente, en la cola del cine, ves que proyectan la última de Meryl Streep, y se llama “Agosto”. Tu cabeza hace clic, los engranajes se ponen en funcionamiento: “Un momento, ésta la he leído, es de Tracy Letts”. Es tu momento. Para esto te has estado entrenando, leyendo teatro en lugar de estar con el último de Zafón. Tanto sudor, tanto esfuerzo, aquí llega el gran salto mortal. Y lo dices: “Lo siento, pero yo no quiero ver esa peli, porque he leído la obra de teatro”. Leído. Y lo dejas claro. No, no es que la hayas ido a ver al teatro con tu novia, no, la has leído. Tú solo, en la quietud del olor a axila de tu trayecto diario en metro, camino del trabajo. Esa sensación de victoria intelectual. La mirada por encima del hombro. Está hecho: has subido de mi mano al Olimpo Lector.

8 comentarios:

  1. Me ha gustado tu artículo Corleone, dice grandes verdades con sentido del humor :)

    El teatro leído puede ser fuente de gran satisfacción. Yo había leído poco hasta que me di cuenta de que era corto y resulta que de repente podía leer grandes obras maestras de la literatura, incluso mejores que muchísimas novelas, en poco tiempo y saboreando grandes autores, personajes y tramas, eso hizo que fuera leyendo más y más y más, que después supiera apreciar más el teatro cuando iba a verlo representado, y me abrió un mundo insospechado.

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  2. Felicidades Corleone por este artículo ameno, divertido y que anima a leer teatro siempre.

    Gracias por el humor que le pones. ;)

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  3. Si es que, en el fondo, eres un blando, y un Miller-Williams cualquiera te lleva a su terreno en un par de tardes tontas. Me gusta cómo cuentas las cosas, que leer teatro es tan adictivo como una de esas serie de tv súper de moda últimamente. Y más corto ;)

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  4. ¡Me encantóooo! Ya estoy pensando en cuáles ir leyendo. :)

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  5. ¡Excelente artículo! Muy motivador para los no iniciados :lol:

    Verósmosis

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  6. Gracias por los comentarios, gente lectora de mi articulillo, ligera isla pasarratos en este mar de sapiencia que son este foro y esta revista.

    M. Corleone

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  7. Me has convencido, voy a leer uno, el primero....¿y cúal en tu dusta sapiencia me recomiendas?. Piénsate la respuesta pues está cargada de responsabilidad cultural.....jeje

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  8. Mmmmh, no te conozco, así que no sé si te gusta más el humor o el drama... Así que te voy a recomendar empezar por "Muerte de un viajante" de Arthur Miller, por la única razón de que fue la primera obra que leí yo. Es un dramón, pero es buenísima. ¡Y a ver si acierto! M. Corleone

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