Peter Mikael Englund (Boden, Suecia, 4 de abril de 1957), Secretario permanente de la Academia Sueca, cuya divisa “Talento y gusto” cumple a la perfección. Historiador y escritor, nos presenta en este magnífico libro una visión caleidoscópica de la sociedad y la vida en el frente y en la retaguardia durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y del desarrollo de la misma. Diecinueve historias personales a través de 227 fragmentos que desde las trincheras del frente occidental francés hasta las abrasadoras arenas de Mesopotamía o Palestina, y del París de la retaguardia a las montañas de Armenia contienen la intrahistoria de esta pavorosa guerra que cambió el mundo tal y como era concebido.
1914. Stephan Zweig
rememora con nostalgia en su obra “El mundo de ayer” el mundo
perdido por la Gran Guerra. Las principales potencias europeas (Gran
Bretaña, Francia, el Imperio Austro-húngaro, Alemania y Rusia,
principalmente) se repartían el mundo conocido y competían entre
sí. Tan solo los Estados Unidos, y por extensión Latinoamérica, y
Japón, escapaban a este dominio europeo. Zweig rememora el ideal del
progreso indefinido y la fe en el ser humano, los cuales se abrían
paso en la civilización occidental con la cultura, la ciencia y el
progreso como base. Los parisinos acudían a los teatros, Freud tenía
su consulta abierta en Viena, la corte del Zar Alejandro vivía en el
lujo ostentoso, Londres era la gran metrópoli desde la que se
controlaba un Imperio que abarcaba medio mundo, los automóviles se
estaban haciendo los dueños de las ciudades, se hacían grandes
progresos en la medicina y la ciencia y se vivía por parte de la
clase alta una vida acomodada.
Pero, de repente, un
incidente, la muerte del Archiduque Carlos de Austria, heredero de la
Corona austro-húngara, y su esposa en Sarajevo fue la chispa que
encendió la mecha de la guerra, y llevó a que el Imperio
austro-húngaro le declarara la guerra a la pequeña pero belicosa
Serbia, y que entrara un mecanismo automático de apoyos, de Rusia a
Serbia, de Alemania a Austria-Hungria, de Francia a Rusia, y después
al invadir Alemania a la pequeña Bélgica, de Gran Bretaña a
Francia y Rusia, que dividirían a los contendientes en dos grandes
bloques, a los que después se irían añadiendo el Imperio Otomano y
Bulgaria a favor de Alemania y Austria-Hungria e Italia en su contra,
arrastrando a todas sus colonias, y por último a los EE.UU a favor
de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Italia, Rusia).
El libro de Englund sigue
a 19 personas, a través de sus memorias y diarios, que estuvieron en
los distintos países y frentes militares. Van desde la niña
Elfriede de 12 años en Alemania al aventurero venezolano Rafael de
Nogales, y vemos la progresión de la guerra desde la euforia inicial
hasta el desencanto y la rebelión en los ejércitos y de la
población civil en algunos países al final, el impacto de las
nuevas tecnologías dentro de la guerra, el sentimiento en la
retaguardia, la muerte o la caída como prisioneros o como heridos de
varios de ellos, con los que sentimos cómo pasa el tiempo y cómo la
guerra se hace más y más larga con el sufrimiento que ello
conlleva, hasta llegar al final, por agotamiento, de la misma a
través del derrumbe de Alemania y sus aliados.
El libro está
distribuido por años, y nos va presentando a los distintos
personajes, y vamos viendo no solo su evolución sino también la de
las sociedades, regímenes políticos y ejércitos donde viven o
sirven.
Pál Kelemen, húngaro,
oficial del ejército de Austria-Hungría, 20 años, perteneciente al
regimiento de húsares del Imperio austro-húngaro, la joya de la
corona de su ejército, con sus vistosos uniformes, sus preciosos
caballos, su porte altivo. Solo participaron en una carga directa,
los barrieron con las ametralladoras, y a partir de ese momento se
dedicaron a tareas secundarias como el abastecimiento, y observamos a
través de él la descomposición de un ejército compuesto de
nacionalidades de todo tipo que apenas sostenían un Imperio
multinacional, multiétnico y multirreligioso que no tardaría en
necesitar ayuda de Alemania y que acabaría disolviéndose como el azúcar en el agua.
Rafael de Nogales, un
aventurero venezolano de 35 años, que intentó sin éxito alistarse
en los ejércitos belga, francés, búlgaro, ruso, sucesivamente, y
que por fin fue aceptado por el Imperio Otomano. Como testigo de la
masacre, el exterminio y el auténtico genocidio del pueblo armenio,
murieron, se calcula, entre 1'5 y 2 millones de armenios; nos cuenta
como se arrasaban pueblos y ciudades enteras, matando hombres,
mujeres, niños, ancianos, en general a todos los armenios que se
pudiera, temiendo incluso por su vida como cristiano que era. Lo
vemos después en Mesopotamia contra los ingleses y en Palestina en
el asalto a Gaza de los ingleses y la caída de Jerusalén, y nos
cuenta la corrupción, el nepotismo y la crueldad que reinaban en el
ejército turco.
Florence Farmborough,
inglesa afincada en Rusia, que se presentó como voluntaria para
ejercer de enfermera y nunca había visto a un muerto, y Sophie
Bocharski, una joven rusa de clase alta de 20 años, que se quedó
sorprendida el primer día cuando le dicen que friegue el suelo ya
que nunca lo había hecho; y cómo a partir de ahí los heridos
llegan a miles, ven que se envía a miles y miles de chicos jóvenes
a cargar no teniendo ni un fusil para cada uno, mientras asisten
después a fiestas donde los generales se ufanan de haber perdido
6.000 bayonetas en un día, ambas asisten después, atónitas, al
hundimiento del Imperio Ruso, la Revolución bolchevique, y el cambio
total de circunstancias, con el ejército amotinado, ven como el
Palacio en el que recibieron su distintivo como enfermeras con el
Pope ortodoxo y el Zar de todas las Rusias, ahora no es más que un
estercolero, lleno de basura y miseria, y como Rusia se ha convertido
en un país inseguro donde te pueden pegar un tiro en cualquier
momento por nada.
Combatientes de ambos
bandos, como Herbert Sulzbach, un artillero alemán de 20 años,
Alfred Pollard, infante del ejército inglés de 20 años, Paolo
Monelli, cazador de montaña italiano de 23 años, René Artaud,
infante del ejército francés de 21 años, o el malogrado William
Henry Dawkins, ingeniero australiano de 21 años, muerto en el
desastre de Gallipoli en las costas de Turquía, entre otros, nos
cuentan cómo inicialmente todos entendieron la guerra como una
aventura, no se sabía muy bien por qué había guerra, declaraciones
pomposas en las que la culpa siempre la tenía el otro bando. La
guerra era un paréntesis en sus vidas que no se querían perder para
poder “hacerse hombres”, poder contar a sus hijos que estuvieron
allí. Nos cuentan cómo la gente les vitoreaba en grandes desfiles,
y los hombres corrían a miles a alistarse, engañando en la edad o
en su estado físico, porque la guerra iba a acabarse en Navidad y no
les daría tiempo a participar. No tenían miedo, eran como niños
con juguetes nuevos.
Pero la guerra no era
como imaginaban. Los generales y jerifaltes de turno en todos los
ejércitos concebían la guerra de una forma antigua sin tener en
cuenta el nuevo armamento, lo que provocó millones de muertos. Los
uniformes eran vistosos, más propios para desfiles que para
combatir, no llevaban cascos con los que las heridas en la cabeza, y
por consiguiente la mortalidad en estos casos era altísima, se
cargaba con bayoneta a través de alambradas bajo el fuego artillero
de granadas y frente a posiciones fortificadas de ametralladoras, lo
que hacía que en un solo día murieran miles y miles de soldados. La
guerra se estancó en las posiciones de las trincheras, entrando en
una guerra de desgaste que ninguna ofensiva por ninguno de los dos
bandos consiguió sobrepasar, excepto, obviamente, la última y
definitiva contra los alemanes ya totalmente agotados y sin recursos,
y que sin embargo estuvieron a un paso de ganar la guerra.
Los testimonios de los
soldados hablan de cómo les enviaban a una posición donde debían
estar cinco días de combate en primera línea, y de cada cien
hombres volvían tan solo un tercio, sustituidos por otros cien
hombres de refresco. Y ¿para qué? Se preguntan. Se toma una
posición para después abandonarla, grandes ofensivas con cientos de
miles de muertos para ganar unos kms de terreno desolado, destruido
por el fuego y las explosiones. Enfermedades como la neurosis de
guerra, con la que hombres totalmente destrozados psicológicamente
eran devueltos hechos una piltrafa humana, las amputaciones de
miembros, o el pie de trinchera, eran comunes. Y al final de la
guerra la aparición de la llamada gripe española, que hizo
estragos, más de 20 millones de muertos, a los que sumar a otros
tantos producidos por la guerra, y que acabaría de dar la puntilla
al ejército alemán.
Englund nos trae el
testimonio de Michel Corday, un pacifista funcionario francés de 45
años, que ve como su sueño de una Europa pacífica, tranquila y
donde el progreso económico, social y científico fuera la meta, se
desvanece, y que apunta a la gran hipocresía de mucha gente, sobre
todo la más adinerada y a los políticos de todas las tendencias,
que jalean la guerra haciendo grandes negocios con ella. El ejército
necesita de todo, uniformes, armas, comida, transportes, y todo ello
significa negocio. Cuando la guerra se alarga está prohibido hablar
de paz, no hay otro camino para terminar la guerra que la victoria
total, cueste lo que cueste, y sueñan con una guerra infinita. Sin
embargo, en las últimas ofensivas de la primavera de 1918, Alemania
llega a las puertas de París y bombardean la capital francesa, y
todos estos “valientes” que jalean la guerra y que consideran un
deshonor cualquier armisticio, de repente no es que huyan, es que
sienten una necesidad extrema de tomar las aguas en el balneario de
Vichy o de visitar a unos parientes que viven en la Provenza, bien al
Sur.
En Alemania la situación
se convierte en catastrófica. Asfixiada por el bloqueo naval inglés,
vive inviernos de colinabos. En Alemania 762.000 civiles murieron de
desnutrición, y en Viena el peso medio de los niños de 9 años baja
de 30 kg a 22'8, de los 900.000 litros de leche al día que consumía
Viena se pasa a 70.000. Elfriede Kuhr utiliza la palabra “Ersatz”,
sucedáneo, para definir en lo que se ha convertido Alemania: tela
hecha a base de fibra de ortigas y celulosa, pan hecho de cereales
mezclados con patatas, alubias, guisantes, alforfón y castaña de
indias que no se vuelve plenamente comestible hasta pasados unos días
después de ser horneados, cacao hecho de guisantes tostados y
centeno con aditivos químicos que dan sabor, carne hecha de arroz
prensado y cocido en sebo de cordero. Existían 837 sucedáneos de
café registrados, “y el mundo de 1914 ha sido sustituido por el de
1918, donde todo es un poco más delgado, más hueco, más flojo.
Ersatz: productos de mentira para un mundo de mentira.”
La narración magistral
de Englund hace que podamos oler la muerte en las trincheras, que
vivamos la euforia del inicio de la guerra, el miedo de los soldados,
la resignación y el aburrimiento de los prisioneros, la indignación
ante tanta muerte inútil, la rebelión, la transformación de un
mundo en otro, y la caída de grandes Imperios como el ruso, el
alemán, el otomano y el austro-húngaro. El mundo ya no podía ser
lo que era y los cambios en muchos casos eran irreversibles, como el
del papel de la mujer en la sociedad, entre muchos otros.
Dentro de los grandes
discursos grandilocuentes de los dirigentes franceses, cuando las
fuerzas flaqueaban y las soflamas patrióticas ya no funcionaban, uno
que destacó sobremanera fue el que remarcaba que esta guerra había
que ganarla porque era la guerra con la que se acabarían todas las
guerras.
Irónicamente, Englund
después de un capítulo final en el que nos cuenta un poco aquello
de “qué fue de...”, nos presenta un último testimonio de
alguien que no conocíamos hasta ese momento, y que después de recibir
la noticia de la rendición de Alemania, dice:
“Lo que siguió fueron
días de horrible incertidumbre y noches peores todavía; sabía que
estaba todo perdido. Confiar en la generosidad del enemigo podía ser
solo cosa de locos o bien de embusteros o criminales. Durante
aquellas vigilias germinó en mí el odio, el odio contra los
promotores del desastre. En los días siguientes tuve conciencia de
mi Destino. [...]"
Guillermo II fue el
primer emperador alemán que tendió la mano conciliadora a los
dirigentes del marxismo, sin darse cuenta de que los villanos no
saben del honor. Mientras en su diestra tenían la mano del emperador
con la izquierda buscaban el puñal.
"Con los judíos no caben
compromisos; para tratar con ellos no hay sino un “sí” o un “no”
rotundos.
¡Había decidido
dedicarme a la política!"
Un final magistral y
escalofriante, que nos lleva directos a la reflexión de las causas
del mayor desastre de la Historia: la Segunda Guerra Mundial.
Me ha gustado muchísimo, Arden.
ResponderEliminarDe nuevo y afortunadamente, podemos ver la historia desde la intrahistoria. Relatos de personas variopintas que nos ayudan a comprender un poco mejor uno de los mayores desastres del pasado siglo y que, desgraciadamente, sólo sirvió, entre otras razones, para llevarnos a otro desastre apenas sólo veinte años después.
Muchas gracias por este ejercicio de minucioso análisis de un ensayo que debe ser denso, pero también lírico a su manera. Por supuesto que me lo apunto.
Gracias por estar en el Foro de esta manera tan elegante.
Muchas gracias por tu comentario Aben, tan generoso como siempre. En realidad el libro no es nada denso porque son 227 fragmentos, con lo que vemos como fogonazos aquí y allá de los 19 personajes que componen esta visión caleidoscópica de la Gran Guerra y sus consecuencias, con lo que más que un análisis a posteriori vemos lo que sienten "durante" cada una de las etapas de la guerra estas personas de a pie.
EliminarExcelente artículo Arden, como siempre, para que te lo vamos a negar, xd. Coincidimos en muchas apreciaciones, por ejemplo un dato curioso y que me hizo incluso reír dentro de toda esa barbarie; el tema de los colinabos. También en citar al comienzo a Zweig y al final a Hitler, desde luego que esta recopilación de Englund es tan buena no solo por esos personajes "anónimos" sino por añadir detalles como esos, te añado alguno más que me encantaron y supongo recordarás; el hermoso poema En los campos de Flandes, con el simbolismo de la amapola que me dejó algo impactado o citar otro dato en cuanto a lo importante y poco conocido como el caballo en la primera guerra mundial.
EliminarUn libro muy recomendable, además si lo has elegido por algo será, xd.
Un saludo.
Aben este libro de no ficción para nada es denso, diría que todo lo contrario, si es largo y que con tanto personaje las primeras 100 páginas se te hacen algo confusa y tienes que ir al glosario de personajes a ver quien es quien. Pero una vez los identificas todo va como la seda, además son capítulos muy cortitos ideales para simultanear con otras lecturas facilonas.
EliminarParece que no es tan denso, según los comentarios que habéis hecho. Tenía la impresión de que podía serlo. La mejor manera de aclararme es leerlo, sin duda alguna.
EliminarUn saludo,
Muy interesante el artículo. No conocía el libro de manera que otro que me apunto. Me atrae que la lectura esté distribuida en fragmentos tan cortos que aportan por lo que leo a Arden, frescura y diversos puntos de vista.
ResponderEliminarVeo que en general os gusta la intrahistoria del conflicto, imagino que habréis visto la película "Feliz Navidad" que describe unos hechos históricos fielmente. Os la recomiendo.
Una excelente recomendación porque es una muy buena película. Me alegro de que te haya gustado el artículo.
EliminarExcelente artículo. Como siempre, Arden ;)
ResponderEliminarEl libro lo tengo pendiente desde hace tiempo y ahora ya no tengo excusa, tu análisis incita a leer estas historias y avanzar a través de ellas por la Gran Guerra.
Muchas gracias por el comentario Eyre. Me alegro de que te gustara. Anímate con el libro porque vale la pena.
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