La literatura de humor suele implicar una
buena dosis de ironía, sarcasmo y mordacidad por parte del autor. Pocos son los libros de humor fresco
e inocente, respetuosos de la integridad moral de los personajes a ojos del
lector y en los que el autor no se sitúe a una altura moral superior a la de su
materia literaria y desde ahí la juzgue y la condene un ridículo en mayor o
menor medida devastador. Pero ese no es el caso de este libro.
Douglas
Adams consigue no solamente entretener al lector con las aventuras disparatadas
del pobre Arthur Dent, salvado en el último momento de la destrucción del
planeta Tierra por su vecino Ford Prefect que resultó no ser un actor en paro
sino un extraterrestre redactor de la Guía del Autoestopista Galáctico, el
libro fundamental para todos los viajeros galácticos de bajo coste. Es que
mientras Arthur y Ford van pasando de una nave a otra y viajando por los
planetas del universo, todos los personajes que van a ir haciendo su aparición
van a tener paradójicamente en común su gran humanidad. La ambición, la
envidia, la cordialidad, la compasión, el desprecio… estos sentimientos que tan
fácilmente calificamos de “universales” van a estar literalmente presentes en
todo el universo, sin importar que el portador de esta personalidad sea un
androide paranoide, un reptil amante de la poesía o un pirata esquizofrénico de
dos cabezas.
La ubicación de situaciones cotidianas y
altamente reconocibles en los escenarios más aberrantes va a ser ya por sí
misma una fuente constante de comicidad en la trama. Pero es que además Douglas
Adams tiene un sentido del humor amable, travieso y enormemente británico, que
hace que su forma de narrar y presentar los hechos vaya a provocar la carcajada
del lector desprevenido en los momentos más inesperados.
La Enciclopedia Galáctica define
a un robot como un aparato mecánico creado para realizar el trabajo del hombre.
El departamento comercial de la Compañía Cibernética Sirius define a un robot
como «Su amigo de plástico con quien le gustará estar».
La Guía del autoestopista
galáctico define al departamento comercial de la Compañía Cibernética Sirius
como un «hatajo de pelmazos y estúpidos que serán los primeros en ir al paredón
cuando llegue la revolución»; hay una nota a pie de página al efecto, que dice
que los editores recibirán con agrado solicitudes de cualquiera que esté
interesado en ocupar el puesto de corresponsal en robótica.
Curiosamente, hay una edición de
la Enciclopedia Galáctica que tuvo la buena fortuna de caer en la urdimbre del
tiempo a mil años en el futuro, y que define al departamento comercial de la
Compañía Cibernética Sirius como «un hatajo de pelmazos estúpidos que fueron
los primeros en ir al paredón cuando llegó la revolución».
Otras veces el humor vendrá en forma de
sonrisa melancólica, de suspiro divertido o de cabeceo de reconocimiento. En ningún momento en cambio vamos a
encontrar sarcasmo, mordacidad, golpes bajos o ataques desprevenidos a víctimas
fáciles. Con la excepción quizás de las guías de viaje tipo Lonely Planet, que
la Guía del Autoestopista Galáctico parodia de manera divertidísima y tan
implacable, que el lector no será capaz de volver a tomarse completamente en
serio ninguna guía de viajes. Porque el de Douglas Adams es un humor fresco,
sin complejos pero de ninguna manera gratuito o vacío de contenido. Quien deje
de lado este libro por prejuicios de género se va a perder una sátira
inigualable de nuestra sociedad y unas risas que en muy pocas otras obras va a
poder encontrar.
Un magnífico artículo. No soy muy de leer novelas de género pero esta la voy a poner en lista.
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