En 1963 Mario
Vargas Llosa ganó el premio Biblioteca Breve con La ciudad y los perros. Tenía
entonces veintisiete años. Tres años
después, en 1967, La casa verde
obtuvo el premio Rómulo Gallegos. Había
empezado lo que se dio por llamar el boom de la novela latinoamericana, que
contra los pronósticos más pesimistas no sería ni mucho menos una moda
pasajera.
En 1986 el autor recibió el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1993 Lituma en los Andes ganó el premio Planeta y en 2010 le fue concedido el Nobel de Literatura.
En 1986 el autor recibió el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1993 Lituma en los Andes ganó el premio Planeta y en 2010 le fue concedido el Nobel de Literatura.
En 1972, cuando esta impresionante
trayectoria no había hecho más que empezar, se publicó el libro El buitre y el ave fénix, conversaciones con
Mario Vargas Llosa donde Ricardo Cano Gaviria y Vargas Llosa hablan sobre
literatura, marxismo, compromiso político, la situación de Latinoamérica y cómo
no, Flaubert. Es sorprendente comprobar
cuarenta años después cómo esta conversación perfila de manera inequívoca la
que habría de ser la filosofía creativa y vital del peruano, que demuestra
haber sido capaz de permanecer consecuente a sus ideas literarias durante más
de cuatro decenios.
Flaubert es su
gran maestro, su modelo literario y vital.
Para Flaubert escribir era su manera de vivir, un modo de asumir la
vocación de manera exclusiva y excluyente.
El talento se forja a base de voluntad y perseverancia y convierte al
autor en una especie de buitre carroñero que devora la experiencia propia y la
ajena para servirse de ellas en sus realidades ficticias. Es famosa su frase al respecto: «Los
novelistas son como los buitres: se
alimentan de carroña; es un hecho que éste es el alimento que más les
conviene. Todas las grandes épocas de la
novela han precedido, muy de cerca, algún apocapipsis social». El novelista se nutre de la realidad, incluso
la literatura fantástica es para Vargas Llosa el reflejo literario de la fantasía
y de los sueños del autor, que son también planos de la realidad distintos del
plano histórico o social pero no por ello irreales. Incluso las novelas más “realistas”
sustituyen los acontecimientos históricos por una realidad verbal propia del
autor, que no dará testimonio en su novela de estos acontecimientos sino que
creará una nueva realidad fictiva que modifica y corrige estos
acontecimientos. La novela no es nunca
crónica, solamente testifica sobre la realidad interior del autor que debe de
poseer el talento necesario para convertir esa experiencia individual en una experiencia
colectiva de significado universal, en la que los lectores sean capaces de
reconocerse:
«Yo creo que una de las características de la literatura es no sólo la de transformar una experiencia individual en una experiencia colectiva, sino también una experiencia fugaz en una experiencia permanente. […] Una obra es literaria cuando las experiencias que consigue apresar con palabras y según un orden dado, a más de tener un valor colectivo, expresan dentro de determinadas circunstancias sociales e históricas lo humano, algo mucho más permanente que lo social e histórico a secas».
«Yo creo que una de las características de la literatura es no sólo la de transformar una experiencia individual en una experiencia colectiva, sino también una experiencia fugaz en una experiencia permanente. […] Una obra es literaria cuando las experiencias que consigue apresar con palabras y según un orden dado, a más de tener un valor colectivo, expresan dentro de determinadas circunstancias sociales e históricas lo humano, algo mucho más permanente que lo social e histórico a secas».
A principios de los años setenta, en pleno auge del arte comprometido y
militante, poner la importancia del autor por encima de la importancia social o
histórica de una obra literaria era poco menos que una declaración de
guerra. A día de hoy sin embargo y
después de que el postmodernismo acabara con todos los sueños de transcendencia
del compromiso artístico, la creación literariua ha regresado a lo que Vargas
Llosa (y Flaubert antes que él) anunciara ya entonces ser su esencia: el autor y su punto de vista.
Un punto de vista
personal que Vargas Llosa no solamente defiende para el proceso creativo sino
también para la crítica literaria.
Reivindica con ello lo que Eliot llamó el crítico practicante, que
también ejerce la creación literaria y basa sus críticas en su concepto
personal de la literatura. Es un crítico
fundamentalmente subjetivo que asume plenamente su falta de objetividad y juzga
las obras literarias desde la perspectiva de lo que él hace o quiere hacer. Una buena muestra de crítica practicante nos
la dejó Vargas Llosa en su libro La
verdad de las mentiras: ensayos sobre la
novela moderna (1990), recopilación de artículos en los que supuestamente analiza sus novelas
preferidas del siglo XX, pero en los que en realidad pasa estas obras por el
filtro de su propias visión sobre la literatura y se despacha a gusto contra
todas las ideas que no comparte. En
cualquier caso, si hacemos abstracción de las (des)calificaciones que Vargas
Llosa da sobre las obras leídas, nos encontramos con una visión de conjunto de
la narrativa del siglo XX que el autor nos presenta desde un profundo y
auténtico amor por la literatura y con un entusiasmo que resulta realmente
contagioso.
Curiosamente, el Vargas Llosa del año 72
ve en esta vocación literaria plena un impedimento a la hora de asumir un
puesto participativo en la vida política:
«Cuando un hombre se elige escritor, se desdobla; de un lado el ciudadano […] que profesa determinadas ideas acerca de la marcha de su país y de la forma ideal de gobierno que ha de asumir el mismo, comprometiéndose en consecuencia en una acción determinada, que esté de acuerdo con sus ideas. Del otro lado, está el escritor propiamente dicho, el hombre que va a servirse en todos los instantes de su vida, para escribir, de todo lo que le ocurra y de todo lo que ocurra en torno suyo, sin discriminación alguna […]. Si esto hace de él, desde un punto de vista social, un hombre muy especial, desde el punto de vista político lo hace un hombre sospechoso, porque todos sus compromisos con los demás y con la sociedad estarán siempre mediatizados por ese otro que hay en él, ese hombre flaubertiano envenenado por sus propias obsesiones, por sus propios demonios […]. Todo esto es lo que hace tan difícil la militancia política de un escritor. Y no sólo su militancia política sino también, mirado desde otro plano, todos los aspectos de su vida institucional».
«Cuando un hombre se elige escritor, se desdobla; de un lado el ciudadano […] que profesa determinadas ideas acerca de la marcha de su país y de la forma ideal de gobierno que ha de asumir el mismo, comprometiéndose en consecuencia en una acción determinada, que esté de acuerdo con sus ideas. Del otro lado, está el escritor propiamente dicho, el hombre que va a servirse en todos los instantes de su vida, para escribir, de todo lo que le ocurra y de todo lo que ocurra en torno suyo, sin discriminación alguna […]. Si esto hace de él, desde un punto de vista social, un hombre muy especial, desde el punto de vista político lo hace un hombre sospechoso, porque todos sus compromisos con los demás y con la sociedad estarán siempre mediatizados por ese otro que hay en él, ese hombre flaubertiano envenenado por sus propias obsesiones, por sus propios demonios […]. Todo esto es lo que hace tan difícil la militancia política de un escritor. Y no sólo su militancia política sino también, mirado desde otro plano, todos los aspectos de su vida institucional».
Estas ideas no le impidieron participar muy activamente en la política peruana
en los años 80, periodo que culminó con su candidatura a la presidencia de la
República por el Frente Democrático.
Tras perder las elecciones después de dos vueltas muy reñidas, se
estableció en España obteniendo la nacionalidad española y dedicándose de lleno
a la literatura y el periodismo. ¿Habría
obtenido el Premio Nobel de haber ganado las elecciones presidenciales? Probablemente no, su vocaciónn literaria absoluta no le habría
permitido ser un literato de a ratos libres.
Tampoco habríamos tenido La fiesta
del chivo, considerada con razón como una de sus mejores novelas. Nunca sabremos si Perú perdió un buen
presidente, lo que es seguro es que sus lectores salimos ganando.
Grande Mario Vargas Llosa y muy trabajado el artículo de Carmen. A mi Mario Vargas Llosa siempre me pareció uno de los mejores escritores vivos, así que esta vez sí acertaron en la concesión del Nobel. Es un escritor de una lucidez extraordinaria y de gran sentido común, aparte de su "españolismo" tan raro entre los hispanoamericanos, donde se está cultivando un antiespañolismo absurdo. Podemos estar orgullosos de considerarlo, como a Saramago, otro español más, pese a sus ideas políticas tan alejadas.
ResponderEliminarMuy interesante artículo. Sobre todo el punto de vista del ciudadano político frente a ciudadano escritor.
ResponderEliminarFabuloso articulo!! tienes toda la razón en decir que los lectores salimos ganando cuando perdió las elecciones como presidente.
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