En una carta a su amigo Paul Auster, J.M Coetzee le comentaba acerca de su última lectura de Philip Roth: Esta mañana he terminado de leer Sale el espectro de Philip Roth y esta tarde he visto Le temps qui reste de François Ozon. Un motivo en común: el cáncer. Sale el espectro, está protagonizada por un septuagenario, que, impotente después de una prostatectomía, se enamora perdidamente de una jovencita.
La película trata de un joven más bien vanidoso y egoísta que descubre que tiene cáncer terminal y en el curso de sus últimos días se convierte en lo que solo podemos llamar una mejor persona. (…) Se trata de una película perfecta a su manera, que capta muy bien la soledad del que está muriéndose y la mezcla de compasión, indiferencia y nervios con que los demás lo tratamos.
La película trata de un joven más bien vanidoso y egoísta que descubre que tiene cáncer terminal y en el curso de sus últimos días se convierte en lo que solo podemos llamar una mejor persona. (…) Se trata de una película perfecta a su manera, que capta muy bien la soledad del que está muriéndose y la mezcla de compasión, indiferencia y nervios con que los demás lo tratamos.
Quizá parezca gratuita la cita. Pero esas mismas reglas se pueden aplicar, amoldadas a su propio estilo, a toda la literatura de Coetzee. Sin desdeñar la cruel ironía de todo, que no por cruel menos verdadera: mientras que en la película que tanto adora, el escritor, su personaje cambia y logra alcanzar su propósito antes de morir, siendo casi una, aunque muy dura, película cristiana, a los irredentos personajes del escritor africano nadie los salva, están permanentemente perdidos en si mismos, alienados, condenados por su imposibilidad de poner en práctica lo que ellos mismos creen que podría hacerlos felices. Y las pocas veces que pretenden rebelarse contra la sociedad que los oprime, terminan dándose cuenta, ya con la moral totalmente destrozada y la más horrenda de las impotencias, que realmente nada pueden hacer, que nada ni nadie son para detener el curso de la historia, de sus historias, de la historia de su país, de la historia de las personas en general. De la historia del Odio.
Como mucho encuentran de vez en cuando una persona con la cual compartir su soledad, su angustia, su apatía. Pero incluso esas relaciones siempre terminan mal, al ser tratadas como personas tóxicas que se envenenan mutuamente de dolor autocomplacido de sí mismo. Al final solo queda el asco. La náusea.
Nadie como él para recrear una hiperrealista sociedad que supuestamente se va deshumanizando, una sociedad que en el fondo no está más que profundamente decepcionada de sí misma, y de su incapacidad para afrontar el mundo y los sentimientos.
Punto aparte merece su estilo: su forma tan nítida y clara de manejar la prosa que ya me gustaría a mí para escribir este artículo. Su frialdad. Su helado pesimismo, que milagrosamente no cae jamás en el inútil nihilismo gratuito y sí contrasta estupendamente con su chejoviana y camuflada compasión ajena a todo tipo de concesión, mirada optimista (al menos que resulte creíble) y salidas fáciles para contentar al público masivo. Nos transmite su desasosegante mundo con un sentido de la moral muy oscuro y honesto, que guarda un profundo desprecio por las moralinas.
Y así, Coetzee, ese ser ambiguo que parece escribir desde un trono por encima del bien y del mal, nos narra todo, desde una conversación entre amantes hasta la más horrenda de las torturas, con el mismo tono monocorde, frío, apasionante, impasible, neutral, plagado de mensajes ocultos y esquivas metáforas.
Todo suena muy contradictorio. Lo es. Coetzee es un maestro de las contradicciones, dando la sensación de que cada una de sus suaves, secas, adictivas y pesadillescas páginas están ahí para refutar y contradecir todo lo anteriormente narrado. ¿Pero hay alguna verdad realmente? Sus novelas están llenas de preguntas (literalmente, en casi todas las páginas hay una sarta de preguntas) dolorosas, absurdas, desesperadas, resignadas. Pero nunca hay respuestas para éstas.
Sus personajes ya están en el infierno.
En el infierno de la incomunicación.
De la soledad.
De la autocompasión más gratuita ¿Quizá inevitable?
Del rechazo.
De no tener escapatoria.
Y, llegando al final de sus vidas en páginas, tampoco parece importarles.
Por citar algunas de sus obvias influencias:
- Emparentado con Defoe en el tratamiento de la soledad, aunque sus personajes no necesitan ser náufragos para sentirse solos y terriblemente acompañados.
- Con los cuentos y poesía de Sam Beckett se relaciona en el tratamiento de las miserias humanas y el extraño y seco lirismo que puede extraer de las más horrendas situaciones y verdades.
- El sentido de las atmósferas opresivas y abstractas (de forma más simbólica que absurda) que haría las envidias de Kafka o el Dostoevsky más oscuro. Pareciendo, a simple vista, el menos psicológico de los escritores, Coetzee siempre tuvo un sentido penetrante de las obscenas interioridades del poder. Pero es cierto que puede entenderse de otro modo…
- Y, de nuevo, la ambigüedad y escalofriante neutralidad de los cuentos de Hemingway, que también se encuentra en su formidable Fiesta.
- Por no nombrar ciertos aromas casi bíblicos de los que de vez en cuando hace gala. O su forma tan particular de ver el crimen social, lleno de desorden y futura e inevitable alienación con personajes que tratan, inútilmente, de buscar un modo de rectificar esta situación (y esta búsqueda supone una estupenda fuente de conflicto y de tensión que coge del estomago al lector y lo sacude con vehemencia). Algo a lo que parece apuntar el estupendo, y también sudafricano, Deon Meyer a través del Hard-Boiled y la novela más negra.
Algunos de sus libros:
Esperando a los bárbaros: posiblemente su mejor novela. Obra Maestra absoluta. Sugerente y brutal como ella sola. Pocos libros te afectan de la misma manera. Alterna capítulos que inspiran y emocionan por la sencillez y la elegancia de la prosa, con otros que te horrorizan retratando sin tapujos torturas y demás actos abominables, que por estar precisamente justificados, te duele como si lo estuvieras viviendo tú. La civilización, los bárbaros, la crueldad, el amor, la impotencia, la moral, todo esto se da de la mano en esta novela imprescindible.
La edad de hierro: novela elegiaca, depresiva y purificante. En la que mejor podemos notar que, aparte de escritor, es, aunque él lo niegue, un pensador. Polémica con justificación, social sin dar la paliza de forma fácil. Como la mujer vieja y moribunda que la protagoniza, el país es "Un perro cansado y enojado que, mientras dormitaba en la puerta de la casa, aprovechaba el tiempo para morir". Como la anciana, el país se convierta en humo y cenizas.
El Maestro de Petersburgo: espléndida. Protagonizada por Dostoevsky. Parte novela negra, parte meditación sobre la vida y el arte, este libro invita al lector a entregarse completamente a él, regalándonos varios de los personajes más complejos de la literatura moderna, aunque ellos precisamente no pertenezcan a la ficción… Y no cuento más. Hay que leerla.
Desgracia: ¿qué más se puede decir de este libro? Quizá la más fácil de leer y una de las más complejas, áridas, bíblicas. Lurie nos confiesa que ve el inglés como una lengua muerta, donde las palabras han perdido su poder místico, y ya no puede dar voz a ninguna verdad espiritual...
Elizabeth Costello: por novelas como esta Coetzee tiene ganado el título, no del todo falso pero tampoco del todo cierto, de escritor para escritores. Llega a apasionar aunque uno no comparta muchas de las polémicas ideas que salen de la boca/pluma de Elizabeth/Coetzee. En esta novela es donde se metió en broncas con Vargas Llosa y su Fiesta del Chivo, llamándola, si mal no recuerdo, novela inmoral y peligrosa. A lo que el escritor peruano le respondió con un artículo/elogio/autodefensa llamado Cuidado con Elizabeth Costello.
No cabe duda de que el personaje, que también aparece en otros de sus libros, es una de las mayores creaciones del autor, que sabe humanizar y hacer creíble desde niños a mujeres, desde viejos a jóvenes.
Verano: maravilla metaficcional. Mucho más cercana en su espíritu a libros falsamente autobiográficos como Operación Shylock de Philip Roth que a sus otras novelas propiamente biográficas (como Infancia o Juventud). Nunca llegamos a saber qué es mentira, qué es verdad, y Coetzee se divierte confundiéndonos, provocándonos vergüenza ajena, conmoviéndonos o irritándonos. Autodestrucción, soledad y risas heladas de terror por igual, todo en uno. El espectáculo está servido.
Y así, gracias a su estilo, nos sumerge de lleno en la nueva sociedad, nos habla de un país que aparentemente no cambió, que lo que antes era violencia política ahora es, simplemente, crimen llevado al paroxismo.
Nos habla de los famosos nuevos grados de libertad.
De la democracia
Del bienestar económico. ¿Mejor que antes?
Mientras gran parte de la población desea, de un modo para nada racional, recuperar el poder. El business. La pérdida los llevó a un grado de frustración traumática que se refleja de forma brutal en actos físicos. Nada saben acerca de pecados o sus consecuencias, ya que el castigo supremo es una existencia cuya única salida es pecar, y se retuerce hasta los días de las eternas tragedias griegas.
El escritor parece decirnos que da igual la raza. Incluso, con menor o mayor grado de apariencia, da igual el país, da igual el continente… Hay tiros para todos.
Me encantaría pensar que este profesional del No-Future se redime a sí mismo al mostrarnos a unos seres humanos, desde muchos puntos de vista, desgraciados. A través de la creación luminosa, empantanada, oscura y realista de estos universos mutilados, infectados, destripados. Pero la verdad es que su redención literaria no es más que una condena. Porque como los mejores escritores, nos demuestra que la mejor literatura es aquella que nos ilumina, que trata de desinfectar, así no lo consiga, las heridas. Heridas que posiblemente no podrán cerrarse nunca.
Para todo esto y todo lo demás, – y muchísimo más – ahí están las novelas de Coetzee.
Esperándonos.
Para iluminarnos.
Para condenarnos.
Para redimirnos.
Pasen y lean.
Como mucho encuentran de vez en cuando una persona con la cual compartir su soledad, su angustia, su apatía. Pero incluso esas relaciones siempre terminan mal, al ser tratadas como personas tóxicas que se envenenan mutuamente de dolor autocomplacido de sí mismo. Al final solo queda el asco. La náusea.
Nadie como él para recrear una hiperrealista sociedad que supuestamente se va deshumanizando, una sociedad que en el fondo no está más que profundamente decepcionada de sí misma, y de su incapacidad para afrontar el mundo y los sentimientos.
Punto aparte merece su estilo: su forma tan nítida y clara de manejar la prosa que ya me gustaría a mí para escribir este artículo. Su frialdad. Su helado pesimismo, que milagrosamente no cae jamás en el inútil nihilismo gratuito y sí contrasta estupendamente con su chejoviana y camuflada compasión ajena a todo tipo de concesión, mirada optimista (al menos que resulte creíble) y salidas fáciles para contentar al público masivo. Nos transmite su desasosegante mundo con un sentido de la moral muy oscuro y honesto, que guarda un profundo desprecio por las moralinas.
Y así, Coetzee, ese ser ambiguo que parece escribir desde un trono por encima del bien y del mal, nos narra todo, desde una conversación entre amantes hasta la más horrenda de las torturas, con el mismo tono monocorde, frío, apasionante, impasible, neutral, plagado de mensajes ocultos y esquivas metáforas.
Todo suena muy contradictorio. Lo es. Coetzee es un maestro de las contradicciones, dando la sensación de que cada una de sus suaves, secas, adictivas y pesadillescas páginas están ahí para refutar y contradecir todo lo anteriormente narrado. ¿Pero hay alguna verdad realmente? Sus novelas están llenas de preguntas (literalmente, en casi todas las páginas hay una sarta de preguntas) dolorosas, absurdas, desesperadas, resignadas. Pero nunca hay respuestas para éstas.
Sus personajes ya están en el infierno.
En el infierno de la incomunicación.
De la soledad.
De la autocompasión más gratuita ¿Quizá inevitable?
Del rechazo.
De no tener escapatoria.
Y, llegando al final de sus vidas en páginas, tampoco parece importarles.
Por citar algunas de sus obvias influencias:
- Emparentado con Defoe en el tratamiento de la soledad, aunque sus personajes no necesitan ser náufragos para sentirse solos y terriblemente acompañados.
- Con los cuentos y poesía de Sam Beckett se relaciona en el tratamiento de las miserias humanas y el extraño y seco lirismo que puede extraer de las más horrendas situaciones y verdades.
- El sentido de las atmósferas opresivas y abstractas (de forma más simbólica que absurda) que haría las envidias de Kafka o el Dostoevsky más oscuro. Pareciendo, a simple vista, el menos psicológico de los escritores, Coetzee siempre tuvo un sentido penetrante de las obscenas interioridades del poder. Pero es cierto que puede entenderse de otro modo…
- Y, de nuevo, la ambigüedad y escalofriante neutralidad de los cuentos de Hemingway, que también se encuentra en su formidable Fiesta.
- Por no nombrar ciertos aromas casi bíblicos de los que de vez en cuando hace gala. O su forma tan particular de ver el crimen social, lleno de desorden y futura e inevitable alienación con personajes que tratan, inútilmente, de buscar un modo de rectificar esta situación (y esta búsqueda supone una estupenda fuente de conflicto y de tensión que coge del estomago al lector y lo sacude con vehemencia). Algo a lo que parece apuntar el estupendo, y también sudafricano, Deon Meyer a través del Hard-Boiled y la novela más negra.
Algunos de sus libros:
Esperando a los bárbaros: posiblemente su mejor novela. Obra Maestra absoluta. Sugerente y brutal como ella sola. Pocos libros te afectan de la misma manera. Alterna capítulos que inspiran y emocionan por la sencillez y la elegancia de la prosa, con otros que te horrorizan retratando sin tapujos torturas y demás actos abominables, que por estar precisamente justificados, te duele como si lo estuvieras viviendo tú. La civilización, los bárbaros, la crueldad, el amor, la impotencia, la moral, todo esto se da de la mano en esta novela imprescindible.
La edad de hierro: novela elegiaca, depresiva y purificante. En la que mejor podemos notar que, aparte de escritor, es, aunque él lo niegue, un pensador. Polémica con justificación, social sin dar la paliza de forma fácil. Como la mujer vieja y moribunda que la protagoniza, el país es "Un perro cansado y enojado que, mientras dormitaba en la puerta de la casa, aprovechaba el tiempo para morir". Como la anciana, el país se convierta en humo y cenizas.
El Maestro de Petersburgo: espléndida. Protagonizada por Dostoevsky. Parte novela negra, parte meditación sobre la vida y el arte, este libro invita al lector a entregarse completamente a él, regalándonos varios de los personajes más complejos de la literatura moderna, aunque ellos precisamente no pertenezcan a la ficción… Y no cuento más. Hay que leerla.
Desgracia: ¿qué más se puede decir de este libro? Quizá la más fácil de leer y una de las más complejas, áridas, bíblicas. Lurie nos confiesa que ve el inglés como una lengua muerta, donde las palabras han perdido su poder místico, y ya no puede dar voz a ninguna verdad espiritual...
Elizabeth Costello: por novelas como esta Coetzee tiene ganado el título, no del todo falso pero tampoco del todo cierto, de escritor para escritores. Llega a apasionar aunque uno no comparta muchas de las polémicas ideas que salen de la boca/pluma de Elizabeth/Coetzee. En esta novela es donde se metió en broncas con Vargas Llosa y su Fiesta del Chivo, llamándola, si mal no recuerdo, novela inmoral y peligrosa. A lo que el escritor peruano le respondió con un artículo/elogio/autodefensa llamado Cuidado con Elizabeth Costello.
No cabe duda de que el personaje, que también aparece en otros de sus libros, es una de las mayores creaciones del autor, que sabe humanizar y hacer creíble desde niños a mujeres, desde viejos a jóvenes.
Verano: maravilla metaficcional. Mucho más cercana en su espíritu a libros falsamente autobiográficos como Operación Shylock de Philip Roth que a sus otras novelas propiamente biográficas (como Infancia o Juventud). Nunca llegamos a saber qué es mentira, qué es verdad, y Coetzee se divierte confundiéndonos, provocándonos vergüenza ajena, conmoviéndonos o irritándonos. Autodestrucción, soledad y risas heladas de terror por igual, todo en uno. El espectáculo está servido.
Y así, gracias a su estilo, nos sumerge de lleno en la nueva sociedad, nos habla de un país que aparentemente no cambió, que lo que antes era violencia política ahora es, simplemente, crimen llevado al paroxismo.
Nos habla de los famosos nuevos grados de libertad.
De la democracia
Del bienestar económico. ¿Mejor que antes?
Mientras gran parte de la población desea, de un modo para nada racional, recuperar el poder. El business. La pérdida los llevó a un grado de frustración traumática que se refleja de forma brutal en actos físicos. Nada saben acerca de pecados o sus consecuencias, ya que el castigo supremo es una existencia cuya única salida es pecar, y se retuerce hasta los días de las eternas tragedias griegas.
El escritor parece decirnos que da igual la raza. Incluso, con menor o mayor grado de apariencia, da igual el país, da igual el continente… Hay tiros para todos.
Me encantaría pensar que este profesional del No-Future se redime a sí mismo al mostrarnos a unos seres humanos, desde muchos puntos de vista, desgraciados. A través de la creación luminosa, empantanada, oscura y realista de estos universos mutilados, infectados, destripados. Pero la verdad es que su redención literaria no es más que una condena. Porque como los mejores escritores, nos demuestra que la mejor literatura es aquella que nos ilumina, que trata de desinfectar, así no lo consiga, las heridas. Heridas que posiblemente no podrán cerrarse nunca.
Para todo esto y todo lo demás, – y muchísimo más – ahí están las novelas de Coetzee.
Esperándonos.
Para iluminarnos.
Para condenarnos.
Para redimirnos.
Pasen y lean.
Un artículo magnífico y muy completo.
ResponderEliminarGracias, Mick :)
Me ha gustado mucho el artículo. Salgo cargada de pendientes: algunas obras de Coetzee, Operación Shylock y la peli de Ozon.
ResponderEliminarAli
Me ha encantado el artículo a pesar que no soy muy amiga de este autor. Enhorabuena, Micka
ResponderEliminarMagnífico articulo Mick. No es que sea un autor de los que a mi me gustan, pero no quita para que tu comentario sea espléndido.
ResponderEliminarCaro
Me gustó mucho, Micka.
ResponderEliminar"Como mucho encuentran de vez en cuando una persona con la cual compartir su soledad, su angustia, su apatía. Pero incluso esas relaciones siempre terminan mal, al ser tratadas como personas tóxicas que se envenenan mutuamente de dolor autocomplacido de sí mismo. Al final solo queda el asco. La náusea."
Me llegó bastante ese párrafo, solo he leído Juventud (creo que ya lo había dicho en el foro), pero con este artículo quiero ir a buscar algo de él a la librería.
Gracias, escribes muy bien :)
El primer libro que leí de este autor fue Desgracia, recuerdo que me impactó muchísimo su lectura y días después aun le daba vueltas en la cabeza a la historia. Luego leí La edad de hierro y con esa historia ya me conquistó para siempre. Ahora estoy con El maestro de Petesburgo y ya os contaré.
ResponderEliminarMuy buen artículo.
Muchas gracias Ángela ¿Berlin verdad?, tristecomoella, Caro, Leonita, Meli y Eyre!!!
ResponderEliminarY también gracias a Ashling y otras moderadoras que hicieron que el articulo se vea mucho mejor de lo que en realidad era.
Soy Mickastrup. A ver si como anónimo me acepta el comentario.
Gracias a ti por el excelente artículo, Micka. Hace unas semanas leí "Desgracia" y quedé encantada y con ganas de más.
ResponderEliminarY ya sabes que eres bienvenido a volver a escribir para la revista.