“Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho.” 1984, George Orwell
Las distopías están teniendo una segunda edad de oro, un resurgimiento de sus críticas, debido principalmente a la situación política-económica que nos envuelve y al carácter visionario que tuvieron y aún conservan. De esta forma, las citas a las obras de autores como Bradbury, Orwell o Huxley, por citar a los más famosos, ocupan un lugar importante en los artículos periodísticos de cada día, ya sean literarios, políticos o económicos. Lo mismo sucede en las redes sociales, que se han convertido en un hervidero de ideas revolucionarias, una especie de “quinto poder”, por lo que las menciones a 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451 son siempre tan bienvenidas como necesarias e ilustrativas.
Hay, sin embargo, algo en este género que no deja de ser curioso y es que, si empezamos a atesorar relatos leídos considerados como distopías, podemos observar que la mujer cumple un papel tan esencial que sin ella tendrían el mismo contenido. A lo largo de los siglos, la mujer ha tenido, en la religión, en el mito, e incluso en la vida política, la clave para desencadenar una rebelión contra el sistema establecido. Lo fue Pandora, lo fue Eva y aquí también hará acto de presencia. Pero, en este caso, la mujer no es portadora del mal (como ha sido el papel tradicional que se le ha dado en la religión y el mito), sino, acaso, simboliza el resto que queda de una sociedad que era humana y ahora no lo es, de una sociedad que intentaba cultivar la razón, la libertad y el amor para llegar a la felicidad y que ahora es arrasada por el pensamiento único, la razón objetiva y aséptica, la prohibición y el placer, fin último y que se convierte en una obligación social, todo está orientado a conseguir un bienestar superficial, eliminando el pensamiento crítico y la dicrepancia. Es la tesis del final, una felicidad obligada.
Para afrontar este tema, habría que remontarse a Nosotros (Мы) de Evgueni Ivánovich Zamiátin, una de las novelas que hicieron germinar la distopía y que sentó las bases de este tipo de relatos tal y como hoy los conocemos. Si leemos esta y luego leemos, por ejemplo, 1984, y viceversa, veremos que las semejanzas son muy notables. En efecto, sin la existencia de esta obra rusa (era casi obligatorio que este género naciera en Rusia, pues era donde el comunismo estaba en auge y sobre todas estas obras sobrevolaba la sombra de su modelo de sociedad para bien o para mal), 1984 no habría sido concebida como la leemos hoy. Zamiátin fue para Orwell igual que Homero fue para Virgilio.
El ruso plantea una sociedad reducida a un conjunto de números y que se ha decantado por los sentimientos programados (como ocurriría años después en Un mundo feliz de Huxley) para que la vida sea “matemáticamente perfecta”. Los nombres no existen, han sido sustituidos por números y una letra del alfabeto que indica las características del “portador” de esta “ecuación”. Todo está basado en las matemáticas, deshumanizadas y frías, e imperan dos máximas: “el poder por el poder” y la “felicidad matemáticamente infalible”.
Tenemos aquí un triángulo “sentimental”: D-503 (el protagonista principal), I-330 (la mujer protagonista) y O-90 (una especie de amante de D-503, similar, solo en principio, a la Lenina de Huxley). En el momento en que I-330 se interesa por D-503, este empieza a cuestionarse el sistema establecido, un sistema que parecía perfecto y que ahora ya no lo es tanto. En un principio, la chica lo lleva a una habitación en la que ve objetos de la anterior sociedad, de nuestra sociedad, algo que le repudia, pero que le despertará curiosidad. Precisamente la curiosidad es una cualidad que se manifiesta de manera más evidente en las mujeres que en los hombres, ¿puede ser uno de los motivos por lo que la mujer es un pilar básico en los relatos distópicos? La mujer, a través de la seducción, ya sea a través de las palabras o de su físico, despierta la curiosidad masculina, y ésta será crucial para el “renacimiento” del protagonista.
El protagonista empieza a descubrir los sueños, el amor “furtivo”, los sentimientos que “llegan sin previo aviso, sin estar previstos”, y el pensamiento, mediante una especie de diálogos platónicos con el lector que, como estos, pretenden cuestionar su sociedad y buscar alternativas. Empieza, ciertamente, a descubrir el mundo √−1 , el mundo de lo imaginario, un mundo que intenta recordar lo que fue en un tiempo el ser humano.
Con los sucesivos encuentros, descubrirá y se enfrentará a los antiguos placeres, como el alcohol, y el odio a estos se tornará en anhelo, es entonces cuando recobra su identidad como individuo, se aleja de esa colectividad llamada Estado Único que prohibía los antiguos valores y sentimientos. Es entonces cuando los deseos afloran, la razón vuelve y el amor lo arropa y conduce hacia la libertad considerada salvaje, hacia el reencuentro con la antigua sociedad. En definitiva, el amor le reconstruirá el alma humana, algo “incurable”, como apunta el ingenioso autor ruso.
O, al contrario que I, es el prototipo de mujer obediente, sumisa, firme ante las leyes, es como una especie de antítesis de I, conformando un atractivo juego y choque de puntos de vista. Pero O, como personaje redondo y no plano, valga la redundancia si tenemos en cuenta su letra, experimentará también un cambio de actitud, pues se dará cuenta que ama a D, e incluso siente deseos de maternidad, con lo cual tenemos a otra “iniciada” en los sentimientos del “antiguo régimen”.
El final truncará estas ansias de libertad, pero, ¡ay de mí si comentara más allá de esto y le estropeara a alguien la lectura de la novela!
Vista la pionera de las distopías, vayamos a otras, pero vayamos primeramente a Un mundo feliz (una traducción poco feliz del título Brave New World ), publicada unos años después que la traducción inglesa de Nosotros (1924 frente a 1932) y que tiene como autor a Aldous Huxley.
Un mundo feliz es, quizás, una de las más alejadas de la influencia de Nosotros, pero no por ello deja de compartir semejanzas, que son, por otra parte, dignas de otro artículo. Centrémonos pues en el personaje femenino que diseñó Huxley para Bernard Marx, el siguiente protagonista. Lenina, tal es el nombre que lleva la que acompañará a Bernard a encontrar la libertad, hastiado ya de una sociedad alimentada en el aspecto, el sexo y las drogas y en la que le es difícil integrarse. El caso de esta novela es casi tan “raro” como su “protagonista”, no sigue el mismo guión que las otras, pues no será Lenina la que anime a Bernard a abandonar la sociedad, sino todo lo contrario. Lenina, es decir, la mujer, en este caso, solo sirve de paradigma de la sociedad que se nos presenta, de modo que su función es la de repetir y aceptar los dogmas impuestos por la hipnopedia, algo que, junto a la producción de seres humanos en masa y por tipos, despertará en los lectores bastante sorpresa.
La siguiente parada tiene lugar en 1949, en la obra de George Orwell, 1984 (Nineteen Eighty-Four), la más conocida de las distopías por el gran público, la que aún de vez en cuando aparece en la lista de las obras más vendidas. Orwell, que ya casi apuntaba a esta obra con Rebelión en la granja (Animal farm), crea un planteamiento muy similar al Nosotros de Zamiátin, pero con mayor carga política, y añade un protagonista con más iniciativa propia, Winston Smith, cuyo trabajo es el de falsear la historia. Tal labor se verá cuestionada por Julia, pues el amor que siente por ella cambiará su forma de concebir la vida a medida que se va enamorando. Julia es una mujer de marcado carácter político, con un gran poder de seducción, lo cual hace que junto al amor fluyan las ideas. En la sociedad planteada en la novela, el sexo como placer estaba prohibido, con lo cual Winston alquila una habitación en el barrio proletario, un barrio de “salvajes”, donde aún se vive con algo de libertad y aparentemente fuera de toda vigilancia. La estancia, llena de objetos y sabores antiguos,
no solo permite tener grandes momentos de pasión a los dos, sino también de anhelo por los viejos tiempos. Esto desata la chispa revolucionaria del protagonista, el amor por Julia le infunde valentía y lo hace capaz de enfrentarse al Gran Hermano.
La última de lo que se puede llamar la triada distópica ( 1984, Un mundo feliz, Fahrenheit 451) es, en efecto, la obra que Ray Bradbury publicó en 1953 y que porta como nombre la temperatura en la cual el papel no es más que cenizas. El bombero Montag tiene como misión quemar libros, los cuales han sembrado la infelicidad desde tiempos inmemoriales, pero de nuevo una mujer hará que nuestro protagonista se replantee tal inquisitiva acción. En primer lugar es una adorable joven llamada Clarisse quien, motivada por la curiosidad, le empieza a preguntar a Montag acerca de su trabajo e incluso por su vida. El devenir de preguntas y respuestas no le sienta bien a Montag, pero siembra en su pensamiento algo de esta curiosidad. Tal curiosidad crecerá y llegará a preguntarse por qué hay gente que muere por defender y evitar de la quema sus libros. Fue precisamente una anciana, después de las conversaciones con la joven, quien causó un gran impacto en Montag, pues murió junto a sus queridos libros, prefería morir a vivir en un mundo de ignorancia. Montag, entonces, empezará a leer alguno de estos libros y se dará cuenta de las miles de historias y vidas que está consumiendo a base de llameante fuego. Esto derivará en la rebelión nuevamente del personaje. Su mujer, en cambio, pues es la viva imagen de la ignorancia, lo tomará por loco y seguirá formando parte de la sociedad creada por el Estado.
En otras distopías menores, como podría ser Himno (Anthem) de Ayn Rand, la historia sigue el mismo hilo, aunque en este caso es el hombre quien toma sus decisiones y su huida contra el Estado no es precisamente por amor sino por el progreso (tenemos que tener en cuenta la filosofía de Ayn Rand, esta obra no es más que un preludio de lo que será sus dos grandes obras, a saber, El Manantial (The Fountainhead) y La rebelión de Atlas (Atlas Shrugged). En su huida le acompañará una mujer y juntos descubrirán el mundo de lo individual.
En El Talón de Hierro (The Iron Heel) del prolífico Jack London, preludiará el género distópico, sí, pero aún conserva muchos rasgos de utopía y utiliza el socialismo como medio para ello, con lo cual el rasgo distópico es anecdótico. El papel de la mujer es poco más que testimonial.
En el cine, las distopías distan poco de lo visto aquí, y podemos ver que en películas como Metrópolis (1927), THX 1138 (1971), La fuga de Logan, basada en una novela de 1967 escrita por William F. Nolan y George C. Johnson (1976, Logan's Run), Brazil (1985), Gattaca (1997), el papel de la mujer es de una importancia inmensa, y en algunos momentos (en Metrópolis por ejemplo) parece que el protagonismo pasa a ella para darle un mayor dramatismo e intensidad a la obra.
En las distopías, donde este tipo de ficciones, la felicidad se convierte en una obligación y no es una opción, existe un instinto reprimido de curiosidad, instinto que en la mayoría de casos despierta las mujeres por medio de la seducción. En las distopías, el hombre intenta crear un mundo perfecto, que parece ser sinónimo de un mundo feliz, pero nada más lejos de la realidad, no lo crea, sino lo destruye, y es en ese momento cuando surge la mujer, que es quien intenta devolver lo que le fué robado al género humano. La felicidad con libertad o la libertad sin (o con) felicidad, como apunta Zamiátin.
Juan Francisco Reyes Montero (jft92).
BIBLIOGRAFÍA:
BRADBURY, Ray: Fahrenheit 451. Barcelona: Debolsillo, 2010 (3ª edición).
HUXLEY, Aldous: Un mundo feliz. Barcelona: Debolsillo, 2009 (4ª edición).
IVÁNOVICH ZAMIÁTIN, Evgueni: Nosotros. Madrid: Akal, 2008.
LONDON, Jack: El Talón de Hierro. Madrid: Akal, 2011.
ORWELL, George: 1984. Barcelona: Destino, 2009.
RAND, Ayn: Himno. Buenos Aires: Grito Sagrado, 2009.
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