El Mundo de Robertson Davies: Trilogia de Deptford - Ariodante




La Trilogía de Deptford está compuesta por El quinto en discordia (Fifth Bussiness, 1970), Mantícora ( The Manticore,1972) y El mundo de los prodigios (World of Wonders,1975); en las tres novelas se entremezclan las historias y los personajes, aunque puedan ser leídas independientemente, pero si se leen en conjunto, crean un mundo especial al interrelacionar las tramas, ese universo propio que todo buen escritor tiene como sello personal. Las reflexiones de Davies están impregnadas de un humor muy sutil, así como una visión de la vida en general y de su propia vida en concreto, que le da un tono muy peculiar. Este humor le imprime un sello personal, le da una calidad al texto que lo agranda con múltiples connotaciones y sugerencias. En suma, la obra de Davies nos ofrece una profundidad inusual en la literatura contemporánea.

El primer volumen está protagonizado por Dunstan Ramsay, que podríamos considerar como el personaje que más se acerca al propio autor, y que deambula por la trilogía, apareciendo periódicamente, como buen ejemplo de ese personaje impar, el comodín teatral. La segunda, cuyo eje es David Staunton, (hijo de Boy), rememora la historia familiar ante una psiquiatra de Zurich, Johanna. En la tercera y última parte es Paul Dempster en su identidad del mago Magnus Eisengrim, el que lleva la batuta y organiza la representación de su vida real, no la ficticia, a la que ha dedicado años de imaginación. Existe una invisible urdimbre que une a los tres personajes, amigos de la infancia, los tres originarios de Deptford, un pueblito canadiense de la región de Ontario, aunque la más evidente es la relativa al hecho ―que deviene en leyenda― de la  bola de nieve que origina el parto de la señora Dempster y el nacimiento de Paul. El papel de Ramsay es el de nexo que une a Paul y Boy. 


El quinto en discordia  es un concepto extraído de la terminología teatral ―actividad a la que el autor se dedicó por completo algunos años, en Londres―, y que presupone un personaje impar, es como esos elementos químicos, los catalizadores, que son imprescindibles para que una mezcla se produzca, aunque no participen de ella. Ramsay es, por descontado, ese elemento. La novela  toma la forma de las memorias de un viejo solterón, el profesor y erudito Dunstan Ramsay, nacido en un pequeño pueblo canadiense, como hemos visto. Pero en ellas no sólo nos narra su vida, traumas infantiles y obsesiones de adulto, sino que creciendo a la par que él, desarrollan su vida dos personajes que han tenido desde la infancia, un grandísimo ascendiente sobre Ramsay: Boy Staunton, el chico perfecto, el gran hombre, el magnate. Y Paul Dempster, personaje indescriptible y mágico, que aparece y desaparece de su vida y con el que en algún momento se sintió responsable de su origen. Ramsay es en la primera parte el absoluto protagonista, sumergiéndonos en un mundo muy particular, el de un niño obsesionado por la culpa y la visión de una santa demente ―la señora Dempster―, obsesiones que derivan a otras en su madurez, la pasión por los santos; no es una pasión religiosa propiamente, aunque desde luego es una pasión, casi de coleccionista. 


En Mantícora, segunda parte de la trilogía, la narración en primera persona es asumida por el eminente abogado David Staunton, hijo del famoso empresario y político Boy Staunton, que sobrelleva su papel de hijo de celebridad con ayuda del alcohol y una castidad que roza el ascetismo monacal. Tras la accidentada muerte del padre, David recurre a un tratamiento psicoanalítico. Y por esa vía transcurre la novela, una indagación de la infancia, la relación con la familia (padre, madre, hermana y madrastra, así como la vieja ama de llaves) y con los profesores que ejercen de segundos padres, entre ellos, Dunstan Ramsay, que entra y sale, deambulando por las páginas de esta novela.


Ramsay es el narrador de El mundo de los prodigios, tercera y última parte de la trilogía; pero a su vez, recoge el relato autobiográfico de Dempster/Eisengrim, que oficia como segundo narrador.  Un equipo cinematográfico va a rodar un filme sobre Robert Houdin, con Eisengrim en el papel del famoso mago. Ante la propuesta de que narre su vida real como subtexto de la película, Eisengrim parece encontrar la ocasión de su vida, lanzándose a una prolija y detallada explicación de los años pasados en el infierno. Infierno en más de un sentido: físico, mental, emocional. Infancia problemática, diez años fuera de la circulación, enclaustrado en el interior de un autómata, símil del claustro materno. En una troupe de feria ambulante, pasa los años de infancia y adolescencia: sufrimientos, de humillaciones sexuales, ausencia casi absoluta de calor humano, aunque al mismo tiempo realiza un aprendizaje diverso, vital: tanto aprende de ilusionismo, magia y mecanismos de relojería, como desarrolla una fuerte vida interior, propia de todo marginado.  Cumplida su segunda década, se instala con otro nombre en un teatro inglés, y años más tarde, resurgiendo de sus cenizas cual ave fénix, cambia una vez más de nombre y aparece en Suiza, convertido en un mago, de la mano de Liesl Naegeli, rica heredera, de físico deforme pero mente clara. Al final no sólo interviene Eisengrim en el relato de su vida, sino tanto Liesl como Ramsay, que participan como narradores en las partes que amplían la visión de los hechos con un ángulo diferente.

Nabokov decía que el don más importante de un escritor es «la cualidad del encantador». Esa habilidad no puede ser enseñada. Davies la tiene, desde luego. En esta trilogía, Robertson Davies desarrolla, efectivamente, varios temas recurrentes e interrelacionados. Como sustento de todos ellos, hay una profunda influencia de la teoría psicoanalítica jungiana. En este punto he de dar la razón a Valentí Puig en el prólogo a uno de los libros, cuando cita la «complicidad constante con el mundo de Jung» como inspirador del universo de Robertson Davies. No sólo por la atención que dedica a motivos relacionados con ella de un modo u otro, sino porque incluso consagra un libro (Mantícora) al tema de la terapia psicoanalítica,  de modo que la propia narración consiste, principalmente, en una serie de sesiones en las que el autor ejemplifica, por boca del protagonista y de la doctora que le dirige el análisis, cómo funciona esa terapia, y de ese modo resuelve cómo contar la historia base de la novela. Analizando la vida del protagonista llegamos a la vida del padre, que es en realidad la clave. El motivo de la enfermedad mental  (toda la obsesión de Ramsay con la señora Dempster), es otro eco psicoanalítico, que desarrolla en El quinto en discordia. En otros casos, simplemente el hecho de interesarse ―de la mano de uno de los tres protagonistas― por la religiosidad en el aspecto más general; el tema de los santos, no desde el punto de vista del creyente, sino del mitólogo; todo ello ya es una muestra ejemplar del «inconsciente colectivo de la humanidad» jungiano. En El quinto en discordia rastreamos esa noción de inconsciente, cuando el protagonista trata del estudio de los santos, como modo de acceder a nuestras mitologías y entender nuestros fantasmas. En Mantícora sería más bien una reflexión sobre el arquetipo de los héroes (Parsifal), o la figura del padre como héroe.

La otra cuestión a la que el autor dedica gran atención es al tema del ilusionismo, concretamente a la figura del mago, muy ligada al teatro ―otro ámbito que le es muy entrañable a Davies, por su trayectoria vital―, así como a los autómatas y el mundo de los sueños, tan querido no sólo por Jung sino, en primer lugar, por Freud. Todos estos aspectos tratados no sólo se encuentran en esta trilogía sino que podemos rastrearlos a lo largo de la obra daviesiana. Unido al interés por los autómatas está la figura simbólica del relojero,  que manipula la maquinaria que da vida a los muñecos; símbolo inevitable y universal de Dios y del Tiempo: Cronos, por expresarlo unificado como en la mitología griega.

La insistencia en el ilusionismo y la magia nos lleva a los mundos imaginarios y a los sueños, como aquellos espacios virtuales que manifiestan no sólo nuestros deseos, miedos, represiones, poblando nuestro inconsciente de una serie de imágenes ―los arquetipos jungianos― que interfieren en nuestra vida y que de algún modo pugnan por salir, por brotar.  Por otra parte, en lo que respecta al teatro, despliega Davies toda una parafernalia que además le relaciona con el mundo onírico y del ilusionismo: los conceptos de Máscara, Persona, Ánima, etc., el juego de la proyección del inconsciente, todo ello está contenido en la teoría de Jung y usado por el escritor canadiense como trasfondo, como subtexto en estas obras. La línea de demarcación entre realidad y ficción, trabajada en el ilusionismo ―el ilusionista como encantador, que decíamos al principio― del mismo modo que en el teatro también se juega con la interpretación, el simulacro, el otro yo, esa excelente posibilidad que proporciona el escenario para, por medio del trabajo interpretativo, encarnar ―a veces como terapia― nuestros diferentes yoes (selfs)  o fantasmas, aunque a la vez haga falta marcar ciertos límites. Todo ello da mucho juego y Davies lo aprovecha muy bien. Notamos que es un tema que ha vivido y que le atrae profundamente. 

La introversión adulta y extroversión infantil de Dunstan, recuperada en su vejez; el hermafroditismo del personaje de Liesl; la figura del héroe (el padre de David, en Mantícora); el principio entrópico por el que los opuestos se atraen...Toda la historia personal de Dunstan Ramsay está impactada por un hecho acaecido en la infancia y rememorado en la imagen surgida durante una heroica acción de guerra y que determina búsquedas posteriores. La historia de los otros dos personajes, Boy/David y Paul, arraiga asimismo en el pasado y determina el futuro de ambos. 

Robertson Davies (Thomasville, 1913 ― Orangeville, 1995) es uno de los autores canadienses más importantes. Nacido en la región de Ontario, se educó en distintas instituciones de su país y Europa, estando siempre desde muy niño rodeado de libros y literatura. Su padre fue el Senador William Rupert Davies, dueño de un periódico y con una presencia importante en la política y la cultura canadienses. Estudió seis años en Toronto y tres años más en Kingston (Ontario). Dejó Canadá y se graduó en el Balliol College de Oxford en  1938. En 1940 regresa a Canadá para dedicarse con éxito al periodismo y a escribir comedias; una década más tarde publica la primera de sus once novelas, organizadas en trilogías, que lo harían mundialmente famoso: la Trilogía de Salterton, la Trilogía de Deptford, la Trilogía de Cornish y la inacabada Trilogía de Toronto. Además de novelas, Davies es autor de una treintena de libros entre cuentos, obras de teatro, crítica literaria y recopilaciones de artículos.


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