La tormenta de hielo, la novela más popular del norteamericano Rick Moody, ofrece un lúcido retrato de las dificultades de la clase media estadounidense para adaptarse a los cambios introducidos por la revolución sexual. En sus páginas, adultos hipócritas y adolescentes desorientados se encuentran con la familia de superhéroes más famosa del mundo del cómic.
A principios de los años 60 y tras un par de décadas en las que las preferencias del público estadounidense se habían decantado hacia géneros como el terror, el western o el romance, los tebeos de superhéroes pasaban a gozar de nuevo del favor de los lectores. Ante el éxito de las colecciones de equipo, especialmente de la Liga de la Justicia de DC Cómics, la editorial Marvel Cómics encomendó en 1961 al escritor y editor Stan Lee la creación de una nueva cabecera que debería estar protagonizada por un grupo de superhéroes. Fruto de este encargo vería la luz, con fecha de portada de noviembre de 1961, el primer número de Los 4 Fantásticos, escrito por el propio Lee y dibujado por Jack Kirby. El cuarteto protagonista recibía un baño de radiación cósmica al probar precipitadamente un cohete experimental, lo que les otorgaba una serie de facultades extraordinarias que decidían utilizar en beneficio de la humanidad. Los componentes del grupo eran Reed Richards (Míster Fantástico), pareja y futuro marido de Sue Storm (la Mujer Invisible), hermana de Johnny Storm (la Antorcha Humana); el cuarto en discordia sería Ben Grimm (la Cosa), el mejor amigo de Richards. Pese a participar de los rasgos propios del género de los superhéroes, la cabecera mostró desde sus primeras entregas una dinámica propia, derivada de la existencia de vínculos familiares entre los personajes protagonistas. Para los 4 Fantásticos, ninguna amenaza sería tan peligrosa como aquella que pudiera destruirlos como familia.
El escritor norteamericano Rick Moody (1961) demuestra conocer bien las peculiaridades de esta serie al incorporarla al paisaje que dibuja en su novela La tormenta de hielo (1994), obra magníficamente acogida por la crítica en su día y que situó a su autor entre las figuras más prometedoras de su generación. La acción tiene lugar en el año 1973, momento en el que comenzaban a consolidarse en Estados Unidos los cambios introducidos por la denominada revolución sexual. Bajo este rótulo suele designarse a la puesta en cuestión de la moral sexual tradicional, la única que hasta aquel momento se presentaba como legítima, por la convergencia, entre los años 60 y 80, de una serie de corrientes de distinta naturaleza: movimientos sociales (el feminismo, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o de formas de sexualidad alternativas); avances científicos y médicos relacionados con la sexualidad (el desarrollo de la píldora anticonceptiva); la difusión masiva de informes, ensayos y literatura de divulgación sobre sexualidad, auténticos best-sellers durante años; e incluso cambios legales (despenalización del aborto). El resultado fue una lenta pero imparable transformación social centrada en la forma de vivir la sexualidad que, inevitablemente, terminaría por afectar el modelo de relaciones afectivas y familiares vigentes hasta el momento.
Los protagonistas de La tormenta de hielo pertenecen a dos familias, los Hood y los Williams, que viven en un barrio residencial de New Canaan (Conneticut). Tanto ellos como el círculo de relaciones que frecuentan pertenecen a un estrato social que, por formación y posición económica, debería estar preparado para asimilar los cambios que sobrevienen. Sin embargo, lo que Moody pretende mostrarnos es precisamente lo contrario, la inseguridad, el desconcierto, las contradicciones e incluso el temor de estos personajes ante el proceso de cambios al que deben enfrentarse.
En la novela encontramos a una comunidad que, lejos de sumarse a la ola de cambio y vivir sus relaciones de una forma más abierta y sincera, añade nuevas capas de hipocresía y fingimiento a su conducta. El hecho de que varios personajes mantengan relaciones extramatrimoniales no sólo demostraría una insatisfacción con la vida que llevan, sino también su incapacidad para afrontarlo y obrar en consecuencia. La nueva moral sexual pasa a ser la coartada que se dan a sí mismos para justificar la mentira y la ocultación. Además, en el entorno de los protagonistas comienzan a popularizarse las reuniones de matrimonios que terminan con un juego de intercambio de parejas, un simple divertimento burgués o quizá el ensayo de un nuevo modelo de relación de pareja. Alguno de los personajes ve en ello una ocasión para cumplir sus fantasías, otros sienten un rechazo instintivo, pero ninguno de ellos expresa claramente lo que piensa. La presión del grupo y el deseo de no aparentar puritanismo les lleva a ajustar su comportamiento no a sus propios deseos y convicciones, sino a lo que se espera de ellos.
Pero probablemente sea la incomunicación entre generaciones lo que mejor ilustre el cinismo y la falta de sinceridad de los personajes. Tanto los Hood como los Williams tienen hijos adolescentes que se encuentran en pleno proceso de construcción de su propia identidad. Frente a la liberación sexual que reclaman para sí mismos, sus padres son incapaces de transmitirles una moral sexual distinta a la que ellos mismos heredaron. La liberación de los viejos corsés es algo que la generación de los adultos reserva para sí, pero que se cuida de transmitir a sus hijos.
Paul, el hijo de los Hood, atraviesa la crisis de identidad propia de su condición adolescente. A las dudas e inseguridades propias de su edad se suman los habituales problemas de comunicación con sus padres. Ávido lector de Los 4 Fantásticos, Paul proyecta en los cómics sus expectativas y frustraciones e identifica las disfunciones de su propia vida familiar con las constantes amenazas a las que se ve sometido el grupo de superhéroes. Mostrando un profundo conocimiento de la historia de la primera familia Marvel, Moody trae a colación los números 140 y 141 de la cabecera original, publicados precisamente a finales de 1973. En ellos tiene lugar uno de los acontecimientos clave para el devenir familiar del grupo, el bloqueo por Reed Richards de la mente de su hijo Franklin hasta dejarlo en un estado comatoso, que conduciría a una crisis conyugal y a la efectista (y efímera) disolución del cuarteto. “Cuando Paul llegó a las viñetas de la mitad de debajo de la página treinta y uno [de número 141], fue como si todo el día, incluso todas las vacaciones, llevaran a un solo momento. Estaba seguro de que Stan Lee mantenía alguna comunicación con el universo (…) y que por medio de la visión espiritualmente avanzada de Lee, el propio destino de Paul estaba atrapado en las aventuras mensuales de aquellos superhéroes tan kitsch”. Como curiosidad, señalar que Moody atribuye el guión de esta historia a Stan Lee, cuando el autor del mismo es Gerry Conway.
Tal vez pueda reprochársele a Moody un exceso de transparencia en sus propósitos. Sus personajes resultan en ocasiones un tanto unidimensionales, caracterizados sólo por aquello que nos permite constatar el fracaso de su proyecto familiar. Algo similar puede decirse de la “tormenta de hielo”, el gran evento exterior que funciona como muy obvia metáfora del trance emocional al que se verán sometidos los protagonistas de la novela. Sin embargo, gracias sobre todo al hábil manejo de diferentes voces narrativas, el autor es capaz de construir un relato sólido y convincente, capaz de transmitir una imagen poco tranquilizadora de las relaciones familiares.
Finalmente, en La tormenta de hielo encontramos un discurso ambivalente muy propio de las ficciones familiares contemporáneas. Frente a la complacencia con que la institución familiar era retratada por los medios de masas hasta aproximadamente los años 80 (recordemos a los Brady, los Bradford, los Huxtable), las fotos de familia del siglo XXI suelen incorporar un cierto grado de disfuncionalidad (pensemos en los Simpson, los Fisher, los Tenenbaum). Sin embargo, en contra de lo que pudiera parecer, no es difícil encontrar, bajo una superficie aparentemente crítica, un discurso legitimador que no conduciría al derribo de la institución familiar, ni siquiera a una revisión profunda, sino simplemente a aceptarla con sus imperfecciones. Entendiendo que Moody participa de esta idea comprenderemos mejor la escena final de su novela, en la que uno de los personajes cree ver en el cielo la imagen de un cuatro en llamas, el Fantasti-Flare, la bengala que los 4 Fantásticos utilizan para llamarse entre sí y enfrentarse a una nueva amenaza hombro con hombro, como una familia.
Moody, Rick (1999): La tormenta de hielo. RBA, Barcelona.
Que interesante, no sabía que la película estuviera basada en un libro, y me gusta mucho, así que el libro estará mejor :).
ResponderEliminarLa película me encanta. El artículo me ha recordado que cuando la vi en el cine me hice la promesa de leer la novela, de la que hubo excelentes críticas. Me apetece un montón.
ResponderEliminarTambién yo leía los 4F en aquella época -la de Buscema- y te marcaba. Lo que rezaba en la portada "The world´s greatest comic magazine", no eran palabras vanas. Palabra.
Hasta donde yo sé, el libro es bastante difícil de encontrar. Lo sacó Debate hace años pero creo que esa edición está descatalogada. Yo lo leí gracias a un préstamo interbibliotecario en una edición de RBA que me tiene toda la pinta de pertenecer a una colección de kiosco (apuesta: novelas adaptadas al cine o algo así).
ResponderEliminarCierto Eduardo, incluso me cuesta encontrarla para el libro electrónico. A ver si tengo suerte en la biblioteca pública.
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