"...De aquélla nos consuela y cura ésta". Galdós y los Episodios Nacionales - Raoul



Su amigo, ¿desde cuándo lo fuiste?
¿Tenías once, diez años al descubrir sus libros?
Niño eras cuando un día
en el estante de los libros paternos
hallaste aquéllos. Abriste uno
y las estampas tu atención fijaron;
las páginas a leer comenzaste
curioso de la historia así ilustrada.

Y cruzaste el umbral de un mundo mágico,
la otra realidad que está tras ésta:
Gabriel, Inés, Amaranta,
Soledad, Salvador, Genara,
con tantos personajes creados para siempre
por su genio generoso y poderoso.
Que otra España componen,
entraron en tu vida
para no salir de ella ya sino contigo.
Díptico español. II
Luis Cernuda

El poeta Amós de Escalante fue introductor y testigo de la escena. De un lado un joven que aún no había cumplido los treinta, alto, desgarbado, de cabeza quizás demasiado pequeña sobre los hombros algo flacos; de otro, un viejo que pasaba de los ochenta, diminuto y extraño, con chistera, chalina y levita fuera de la última, penúltima y aun antepenúltima moda. El verano iba por su justo medio, la antigua ciudad portuaria resplandecía y en la Plaza de Pombo las diestras de los dos hombres se estrecharon. A los pocos minutos, bajo la mirada amable y atenta de su interlocutor, era el anciano, nervioso y jovial, quien llevaba el peso de la conversación. La historia no guarda memoria de sus palabras. Pero acaso, sobre el oleaje de fondo, el joven tuvo una visión. En un instante el Cantábrico se transformaba en el lejano mar de Trafalgar, el rostro del viejo retrocedía casi setenta años en el tiempo y sobre la cubierta del Santísima Trinidad se recibía el primer disparo. Máquinas de guerra se buscaban en medio de un infierno desatado, caían hombres y arboladuras, se oían imprecaciones en tres idiomas y el agua se teñía de sangre y se poblaba de ahogados y de despojos. Gabriel Araceli, un mozalbete de catorce años, conocía que el heroísmo es casi siempre una forma de pundonor mientras recorría de proa a popa la embarcación, sobre cadáveres horrosamente mutilados, acercando mechas de fuego a la boca de los cañones y ayudando a transportar heridos a la enfermería. Ya Nelson agonizaba con una bala incrustada en la columna vertebral y ya Churruca, con la pierna casi seccionada por completo a la altura del muslo, impartía las órdenes postreras. Un viento negro traía el olor de la derrota y los pabellones ingleses se alzaban en los mástiles de los navíos apresados.

Al día siguiente, el viejecito pudo volver a encontrarse con el señor de Escalante paseando por las calles de Santander. Le detuvo y, acariciándose la barbilla, le miró con una chispa de picardía en los ojos. “Entonces dice usted que ese amigo suyo periodista, ese Benito Pérez de ayer, quiere escribir un libro”. Escalante le respondió con una sonrisa abierta y un guiño cómplice. “Una novela, don Pedro, una novela. Sobre la batalla. Sobre su batalla. Y ya la está escribiendo”.

Pero el poeta se equivocaba o conscientemente no era exacto al ofrecer el dato. Galdós no había empezado propiamente a escribir, aunque la idea de Trafalgar hacía meses que le rondaba el cerebro, cuando la casualidad le puso delante la posibilidad de entrevistarse con el que quizás era el último superviviente del célebre combate. Armado de testimonios de primera o segunda mano, de lecturas de la biblioteca del Ateneo madrileño y de su propia intuición, comienza su nueva novela el día de Reyes de 1873. Antes de que acabe febrero ya está el libro en los escaparates con un título (La batalla de Trafalgar) distinto al que luego sería definitivo y, desde luego, sin su divisa de “Episodio Nacional”. El éxito, inmediato y espectacular, sorprende a Galdós trabajando en una continuación, La corte de Carlos IV, que finaliza en mayo. La buena acogida se repite y es entonces cuando el escritor, hasta ese momento titubeante y sin una idea clara sobre el desarrollo y extensión de su obra, se detiene a reflexionar y trazar un plan completo. En cierto modo, pudo pasarle como a Cervantes –y nunca estará de más sacar a colación a Cervantes si hablamos de Galdós, más aún de los Episodios, porque Cervantes se encuentra en todas estas páginas presente en estilo, en espíritu y hasta en carne y hueso; puede decirse que en el campo de las Letras la alta figura de Galdós avanza con la sombra del manco de Lepanto proyectada delante-. Al igual que su maestro, hubo de pararle los pies a una criatura que se le iba de las manos y fijarle unidad, sentido y objetivo. Hecho esto, y establecidas las dos primeras novelas como prólogo sustancioso y necesario, asentada la fórmula autobiográfica del narrador anciano –contemporáneo de los lectores- que rememora sus años de juventud, restaba la tarea de seleccionar acciones y escenarios. Y encerrarse a escribir.

Y así, entre julio de 1873 y marzo de 1875, y a lo largo de ocho novelas más, los españoles de entonces tuvieron la oportunidad de seguir el tortuoso destino de su compatriota de principios de siglo Gabriel Araceli, un galopín gaditano de la clase más humilde, ligado al destino trágico de una España invadida y desgarrada. El motín de Aranjuez y el levantamiento del 2 de mayo, la batalla de Bailén, la defensa de Madrid, el segundo sitio de Zaragoza, el asedio de Gerona, el proceso constitucional de Cádiz, la acción de las guerrillas del Empecinado y el decisivo enfrentamiento en los Arapiles iban sucediéndose ante sus ojos mientras Gabriel peleaba por su existencia, por la libertad de su patria y por el amor de su novia. Más de dos mil páginas escritas a un ritmo asombroso y con una regularidad de almanaque. Más de dos mil páginas cuidadosamente revisadas y corregidas. Más de dos mil páginas consagradas a recrear el período reciente más dramático y el surgimiento de España como nación moderna. Más de dos mil páginas de una extraordinaria viveza, con una información política, social y cultural de primer orden.


Pero la cosa no iba a finalizar aquí; en realidad sólo había empezado. Galdós entendía que la historia resultaba demasiado grande y quedaba demasiado coja, desparejada, si tras ocuparse de la guerra contra el francés no se explicaban los decisivos acontecimientos posteriores, porque, como escribiría en 1885, con ocasión del prólogo a la segunda edición ilustrada de los Episodios,

el furor de los guerreros de 1808 sólo había cambiado de lugar y de forma y continuaba en el campo de las conciencias y de las ideas. Esta segunda guerra, más ardiente tal vez aunque menos brillante que la anterior, pareciome buen asunto para otras narraciones, consagradas a la política, a los partidos, y a las luchas entre la tradición y la libertad, soldado veterano la primera, soldado bisoño la segunda; pero ambos tan frenéticos y encarnizados, que aun en nuestros días y cuando los dos van para viejos no se nota en sus acometidas síntoma alguno de cansancio”.

Parémonos un momento en la última frase. Apreciemos que Galdós, narrador histórico, escribía sobre sucesos acontecidos cincuenta o sesenta años atrás pero siempre desde la perspectiva de medio siglo después; esto es, que se dirigía a sus contemporáneos y que, voluntaria o involuntariamente, existe en estas novelas un propósito didáctico, un prurito de enseñar, fundado en la seguridad de que la España del tercio final del XIX resulta incomprensible sin el conocimiento del devenir de todo el siglo. Por estos barros hemos venido a estos lodos. “Todos los disparates que hacemos hoy los hemos hecho antes en mayor grado”. Pero en nosotros también laten las fuerzas con las que podemos salir de los pantanos en que nos hemos metido. “Y si parece que faltan ahora los grandes impulsos que en otro tiempo determinaron hechos inmortales es porque no se producen las circunstancias que los estimulan”.

A partir de 1875, sólo tres meses después de rematar la primera, se aplica Galdós a esta segunda serie de sus novelas históricas, que ya nacen bajo la rúbrica de Episodios Nacionales en atención a la sugerencia de su amigo y director José Luis Albareda. Por ella discurrirá la vida de España entre 1813 y 1834. Ni en interés ni en calidad cede esta serie a la precedente. Abandonada la idea inicial de seguir con Gabriel como protagonista -recurso sin duda atractivo pero que la experiencia también había revelado como una servidumbre por momentos insostenible- una variedad de narradores, de personajes y de situaciones dan cuenta de la lucha enconada de liberales y absolutistas, de la propia y paulatina división de bandos, de revoluciones y pronunciamientos, de conspiraciones y masonerías, de glorias y de fracasos, de reformas y frustraciones. En diciembre de 1879, con una matanza de frailes, Galdós pone un “basta ya” en el último capítulo de la décima novela, la vigésima del total. Era una declaración de intenciones, un adiós que pensaba entonces definitivo, y que desde luego no obedecía a un hastío de los lectores. El autor justificó su decisión de considerar acabado su proyecto en la creencia de que los acontecimientos siguientes quedaban demasiado próximos, los protagonistas aún estaban demasiado vivos y la perspectiva resultaba todavía insuficiente.

A estas razones, se podrían tal vez añadir un comprensible agotamiento personal y un deseo por parte de Galdós de centrarse en otras andaduras artísticas ya iniciadas; un viraje del punto de mira desde el “de dónde venimos” hasta el “cómo somos”. Porque a esta última tarea, a explicar la sociedad española de su tiempo, la sociedad de la Restauración borbónica, iba a entregarse en cuerpo y alma a partir de entonces para dar a la imprenta el imponente conjunto de novelas que cimentan su talla de novelista gigantesco, a la altura de los más grandes creadores europeos del XIX.

Por eso, casi veinte años después la noticia fue recibida con cierta sorpresa. Galdós, aceptando la insistente petición de su público, emprendía una tercera serie de Episodios dedicada a la primera guerra carlista, a las regencias de María Cristina y de Espartero, a los primeros gobiernos liberales, a los primeros brotes progresistas. Y poco después acometía una cuarta colección consagrada a desmenuzar el largo reinado de Isabel II. Entre 1898 y 1907 se levantaron estas nuevas veinte novelas. Ciertas irregularidades e inevitables decaimientos no pueden esconder la multitud de páginas admirables que se contienen en ellas, y que llenan de argumentos a quienes sostienen que estas dos series, menos populares que sus hermanas mayores, ofrecen sobrados argumentos para negar una presunta condición inferior.

Es evidente que las fuentes y la forma de documentación de don Benito han ido cambiando, ajustándose a las posibilidades. A partir de las novelas sobre la guerra de la Independencia la mayor abundancia de manuales, memorias y de prensa escrita, la mejor oportunidad de recabar testimonios orales, las aportaciones de los costumbristas – en especial de Mesonero Romanos- y de otras referencias literarias hacen la labor más fácil y, al tiempo, más compleja. Incluso el público, que toma los Episodios como una cuestión nacional, aporta su granito de arena a este goteo incesante de información. No son pocas las cartas que llegan al domicilio del escritor para ofrecerle una puntual colaboración en algún asunto o que le rectifican en algún dato o en alguna fecha. Galdós aseguraría después que, de haber hecho caso a todo lo que le decían, se hubiera vuelto loco.

Porque los Episodios son Historia, novelas que intentan “presentar en forma agradable los principales hechos militares y políticos del siglo”, pero también, y sobre todo, eso…novelas. Novelas que aspiran a reflejar “el vivir, el sentir y el respirar de la gente”. La fantasía y la realidad se enlazan íntimamente en la obra para ofrecer los anhelos, las preocupaciones cotidianas y los ideales de una muchedumbre humana. Y las vidas ficticias pero verdaderas de Gabriel, Inés, Amaranta, Santorcaz, Salvador, Solita, Calpena, Gracia, Halconero, Lucinda, Santiago Ibero, Domiciana… comparten tiempo y espacio con las de Carlos IV, Juan Martín, Mendizábal, Zumalacárregui, Fernando VII, Carlos María Isidro, Narváez, Cabrera, Prim, O’Donnell, sor Patrocinio, Maroto… para conformar todas un mundo vastísimo y maravilloso que se desenvuelve en calles, teatros, palacios, casas de vecindad, asambleas, cafés, tugurios, caminos, murallas, playas, mares… “Ars, natura, veritas”, lema y espíritu de los Episodios.

Todavía Galdós se sentiría con ánimo y fuerzas para lanzarse a una quinta serie, situada en el sexenio democrático y que pensaba conducir hasta la boda de Alfonso XII. Pero si no le falló lo primero sí le traicionaron las segundas. Los graves problemas de salud, operaciones en ambos ojos incluidas, le obligaron a tener que dictar a partir del quinto volumen. Ya sólo podría concluir la admirable Cánovas. En agosto de 1912, aún sin saberlo, Galdós ordenaba poner, treinta y nueve años y cuarenta y cinco Episodios después de Trafalgar, el punto final a su magna obra, la empresa literaria de mayores proporciones acometida jamás por un solo hombre. Sólo Balzac, con su también inconclusa Comedia Humana, puede disputarle tal honor.

Comenzaban años tristes, pero al viejo escritor le quedaba por vivir alguno de sus días más emocionantes. El 20 de enero de 1919, con enormes dificultades, asistió a la inauguración de su estatua en la rosaleda del Retiro. Don Benito, tímido pero sensible al homenaje, había seguido con sumo interés los avances del artista; incluso había manifestado su ilusión –un republicano como él- de que acudiera el rey. Días antes de ese acto oficial del descubrimiento, insistió en “verla”, en “verse”, a pesar de que ya estaba totalmente ciego. Víctor Macho, el escultor, le condujo con cuidado y colocó sus manos sobre la piedra. “Magnífico, amigo Macho. ¡Y cómo se parece a mí!” –exclamó Galdós mientras acariciaba sus rasgos, sus propios rasgos. Quizás alguien, con voz emocionada, le advirtió entonces que en la parte derecha del pedestal aparecía cincelado el nombre de Episodios Nacionales. Sonreía el anciano, subido sobre sí mismo y absorto en unos pensamientos que nadie podía conocer. Quién sabe si Galdós, al borde del fin, no se acordaba en ese momento y hacía suya la despedida de su héroe para convertirla en una despedida a aquella España a la que tanto amó y de la que irremediablemente se alejaba; a aquella España noble, consuelo de sí misma, en sus libros siempre viva:
Adiós, mis queridos amigos. No me atrevo a deciros que me imitéis, porque sería inmodestia; pero si sois jóvenes, si os halláis postergados por la fortuna, si encontráis ante vuestros ojos montañas escarpadas, inaccesibles alturas, y no tenéis escalas ni cuerdas, pero sí manos vigorosas; si os halláis imposibilitados para realizar en el mundo los generosos impulsos del pensamiento y las leyes del corazón, acordaos de Gabriel Araceli, que nació sin nada y lo tuvo todo.

13 comentarios:

  1. Hace tiempo que quería empezar con los Episodios Naciones(que los tengo todos), pero después de leer tu magnífico artículo, ya me he propuesto el 2012 para empezar ya. Muchas gracias, Raoul.

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  2. Estupendo artículo.

    Ahora va a parecer que copio a Ashling pero yo también tengo como propósito lector de 2012 (y siguientes) recuperar las obras de este autor.
    Sora.

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  3. Jaja, Sora, pues ojalá coindidamos en algún Episodio, me encantaría. ;)

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  4. Pues muchas gracias a las dos. Y pido perdón por los errores que el artículo pudiera contener.

    No creo que los Episodios sean una lectura particularmente fácil. Creo que el mejor Galdós está en las novelas contemporáneas. Pero las dos primeras series, las más emocionantes y movidas por cuestiones de argumento,son fantásticas casi de principio a fin.

    Espero que las disfrutéis. Igual en alguna lectura nos encontramos.

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  5. Siempre es un placer leerte Raoul, también en los artículos. Pintas muy bien a Galdos y sus Episodios, aunque a mi personalmente siempre me han dado un poco de pereza y no me acabo de atrever a ponerme con ellos. Me gustaría resaltar cuando dices y copio : "Novelas que aspiran a reflejar “el vivir, el sentir y el respirar de la gente" . Una función importante de este tipo de novelas, es ese; rellenar el hueco que la historia académica suele olvidar muchas veces.

    un saludo

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  6. Un saludo y gracias, imation.

    Lo de reflejar el vivir y el respirar de la gente son palabras del propio Galdós, claro.
    Bueno, es como todo. No puedes empezar pensando que son 46 novelas y que es obra de romanos leerlas todas. Pero teniendo en cuenta que no son largas puedes proponerte la lectura de "Trafalgar" y ver si te llama o no te llama seguir con las aventuras de Gabriel.
    Y es estupendo "respirar" el ambiente previo al combate y "vivir" el mismo, como es estupendo en "La corte de Carlos IV" entrar con Gabriel en un teatro y asistir al estreno de "El sí de las niñas", por ejemplo.

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  7. Hola Raoul.

    Magnífico artículo sobre los Episodios Nacionales. Has conseguido sintetizar en un breve espacio la esencia de un autor y la ambición de esta vasta obra que constituyen loe Episodios Nacionales.
    Gracias por tu aportación para ayudarnos a entender las pretensiones de Galdós y esta su visión sobre su historia contemporanea.
    Un saludo, Cape.

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  8. Raoul, sin duda es un articulo TUYO, tiene tooooda tu impronta (bueno, menos ese sentido del humor tuyo que aqui, pues, vaya, no era el caso ponerlo a todo trapo...) Me ha encantado!!!!

    Me pillas a punto de acabar la primera serie y, despues del articulo,con más ánimos para iniciar la segunda (la tercera y la cuarta... parece no te convencen tanto...)

    Si algún día las acabo todas daré una fiesta de la que serás invitado principal!!!

    Juan Miguel (bueno... "clark")

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  9. Muchas gracias, Cape y Juan Miguel Kent.
    Bueno, en el texto hay algún error. Por ejemplo, la inauguración del monumento no fue el día 20 sino el 19. Y queda mucho en el tintero, cosas que además son dificiles de saber porque Galdós era una persona muy pero que muy reservada para lo suyo.
    Ah, y la tercera y cuarta series no es que sean peores (creo que la calidad de toda la obra es bastante homogénea);simplemente son menos épicas. Y la quinta, de la que llevo leída la mitad, también me está gustando.

    ¡Viva Galdós!

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  10. ¡¡No sé qué decir!! Me ha encantado el artículo, no solo por el contenido, que es como asistir a una amena clase de literatura, sino también por cómo está escrito, ¡¡qué envidia de pluma!!

    Galdós siempre me ha gustado mucho, y los Episodios Nacionales, desde que en el colegio y la universidad leíamos fragmentos, son algo que no dejo de pensar que tengo que leer, sino en su totalidad, almenos alguno. Aunque todavía no me he atrevido (tengo miedo de no ser capaz), siempre es un placer recibir una clasecita sobre esta obra que tanto me llama la atención.
    Enhorabuena por el artículo!

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  11. Buena síntesis y gracias por la foto de la inauguración en el Retiro;no la conocía.Si tus seguidores se van a atrever con Galdós,van a aprender Historia y van a entrar en un mundo paralelo de una sensibilidad pasmosa.Con 30 años nos ilustras de cómo inicia lo que serían los E.Nacionales y con 24 había publicado a expensas de su cuñada Magdalena " La fontana de oro", novela ambientada en el trienio liberal(1820-23).Y concuerdo contigo en que mejor aún son las novelas ambientadas en su mundo contemporaneo.Hay que leer por supuesto Fortunata Y Jacinta pero cuando la escribe -1886-ya ha creado una pléyade de personajes recurrentes que vas encontrando aquí y alli,dando cierta unidad a novelas totalmente independientes y más faciles de leer que 10 tomos de Episodios N. a quien le asusten.

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  12. Hola Roaul, es la primera vez que leo algo tuyo, pero esta tarde buscando algo de información sobre esta obra maestra me tropece con tu artículo que me ha sido de gran ayuda.
    Llevo justamente hoy leyendo los episodios 1 mes y voy por zaragoza. Es impresionante la narración de los lugares, el sentimiento de nuestros patriotas, la simbiosis entre la novela y la historia....
    Soy licenciado en historia pero ejerzo otra profesión,y con esta novela histórica me refresca la memoria de lo estudiado, además de ayudarme a entender infinidad de cosas que desconocía.
    Lo cierto es que en mis lecturas me pregunto como se documento Galdos con tanto detalle de algunos acontecimientos dada la complejidad de los mismos. Un ejemplo de ello es Bailén, la realidad conque describe algunos accidentes geograficos como curvas de los rios, bados, lomas, pequeños pasos...
    Un saludo y enhorabuena

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  13. Tatiasha, ya sé que has empezado con los Episodios y que te ha gustado Trafalgar. Pues bien que me alegro y espero que sigas con La corte de Carlos IV, que allí te aguardan Inesilla, Amaranta, Maiquez y tantos otros...

    Luis, gracias. Sí, no cito "La fontana de oro" que, como "El audaz", es novela histórica y un claro pre-episodio nacional. Y también una novela magnífica, a mi juicio. Aunque, efectivamente, pienso que el mejor Galdós está en las novelas contemporáneas (Fortunata, Tormento, Miau, Misericordia, etcétera, etcétera)

    Y gracias a ti también, José. A mí me hubiera gustado dedicar el artículo al análisis del proceso de documentación de Galdós, pero no encontré demasiado datos. Bueno, sé que hizo viajes(muchos de incógnito), que, por ejemplo escritores como Mesoneros, al que cito, le ayudaron mucho; existen cartas dirigidas por Galdós a Menoneros, que era una enciclopedia en la España de la primera mitad del XIX, pidiéndole datos o información sobre la fisonomía y características de tal o cual personaje (creo que Mesonero acabó con algún resquemor hacia Galdós por el "saqueo" que hacía éste de sus conocimientos). Y la prensa, para penetrar en cada época de la que escribía y aspirar su ambiente, debió de ser fundamental también.

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