Nacido a finales del siglo XIX, el escritor Ryunosuke Akutagawa destacó sobre todo como autor de literatura breve, aunque también fue abundante y valiosa su producción ensayística. Escrito en los años 20, En el bosque es uno de sus relatos más populares y una buena muestra de su singular talento. Ambientada en el Japón feudal, la historia plantea una singular vuelta de tuerca a las convenciones del género policíaco.
Todo relato criminal puede entenderse también como un problema narrativo. El lector sabe que han tenido lugar una serie de hechos (por lo general, uno o varios crímenes) pero carece de la información imprescindible para reconstruir un relato coherente y completo acerca de los mismos. La figura del investigador desempeña dos funciones que discurren en paralelo, la de esclarecer los hechos y la de posibilitar con ello que la historia sea contada. Cuando, gracias a la investigación, resulta posible formular el relato de los acontecimientos de manera lineal y completa es cuando la narración puede concluir.
Podemos encuadrar En el bosque dentro del género criminal, en tanto que su argumento gira en torno a la investigación de una muerte violenta. Sin embargo, la arquitectura del relato, concienzudamente diseñada por su autor, lo aleja decididamente de las convenciones que acabamos de describir.
Sabemos que ha muerto un hombre, un funcionario que viajaba con su mujer, y que los hechos están siendo investigados por la autoridad. Asistimos a las declaraciones de distintas personas involucradas en lo sucedido. Eso es todo cuanto se pone a nuestra disposición: ni las impresiones que los testimonios provocan en el investigador, ni ninguna otra actividad desarrollada por éste. Tan sólo declaraciones de sujetos con distintos grados de implicación en los hechos. Huelga decir que sus testimonios son contradictorios y que es en las cuestiones relevantes donde sus relatos resultan más claramente incompatibles.
Concediendo la palabra sucesivamente a distintos personajes y reduciendo la figura del investigador a una presencia casi fantasmagórica, Ryunosuke Akutagawa consigue que ninguno de los aspectos controvertidos de los hechos pueda darse por establecido definitivamente. Cada testigo aporta una visión, cada testimonio cuestiona el anterior. El lector debe enfrentarse a un coro de voces discrepantes sin que la mirada escéptica, intuitiva y experta del investigador guíe su aproximación. Desarticulada la función narrativa de éste, la información se transforma en ruido.
Tal vez, lo que Akutagawa espera del lector es que desmenuce los datos que se ponen a su disposición, que busque la lógica interna de cada testimonio, identifique las contradicciones, calibre la confianza que le inspira cada testigo, analice los intereses en juego y alcance alguna conclusión. Forzando la suplantación del investigador por el lector se enfatiza la posición de éste como co-creador del relato: el texto se reescribe cada vez que alguien lo interpreta. O quizá la pretensión del autor es otra más simple, la de invitar al lector a una reflexión acerca de la carga de subjetividad que acompaña a toda vivencia, presentando una realidad que tiene tantas caras como actores, poliédrica, escurridiza.
Sea cual sea la intención del lector, cualquier aproximación al texto debe tomar en consideración el estatus social de cada uno de los personajes y las relaciones de poder que se tejen entre ellos y frente a la autoridad. Especialmente si consideramos que son varios los que confiesan ser autores del crimen, lo cual nos lleva a concluir que o algunos de ellos mienten o todos lo hacen. Sentimiento de culpa, salvaguarda del propio honor, fanfarronería, encubrimiento… los motivos que explicarían una confesión en falso varían de un personaje a otro y están directamente relacionados con la posición que cada uno de ellos ocupa en el entramado social: funcionario, bandido, mujer… Pese a la sencillez de la forma, el texto despliega todo su contenido en la medida en que el lector esté dispuesto a tirar de los hilos que se ponen a su alcance.
En la década de 1920 a 1930, Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y los autores de la llamada Edad Dorada de la ficción detectivesca, en su mayoría anglosajones, fijaron los lugares comunes de un género literario que exaltaba la capacidad racional del ser humano. Ryunosuke Akutagawa muestra en En el bosque, escrito entre 1921 y 1922, una sensibilidad distinta, que prefiere el problema a la solución y hace imprescindible la reflexión sobre lo leído, defraudando las expectativas del lector perezoso.
Bibliografía
- Bioy Casares, Adolfo y Borges, Jorge Luis (1983): Los mejores cuentos policiales. Alianza Editorial. Madrid. Traducción de Ana Arias.
Todo relato criminal puede entenderse también como un problema narrativo. El lector sabe que han tenido lugar una serie de hechos (por lo general, uno o varios crímenes) pero carece de la información imprescindible para reconstruir un relato coherente y completo acerca de los mismos. La figura del investigador desempeña dos funciones que discurren en paralelo, la de esclarecer los hechos y la de posibilitar con ello que la historia sea contada. Cuando, gracias a la investigación, resulta posible formular el relato de los acontecimientos de manera lineal y completa es cuando la narración puede concluir.
Podemos encuadrar En el bosque dentro del género criminal, en tanto que su argumento gira en torno a la investigación de una muerte violenta. Sin embargo, la arquitectura del relato, concienzudamente diseñada por su autor, lo aleja decididamente de las convenciones que acabamos de describir.
Sabemos que ha muerto un hombre, un funcionario que viajaba con su mujer, y que los hechos están siendo investigados por la autoridad. Asistimos a las declaraciones de distintas personas involucradas en lo sucedido. Eso es todo cuanto se pone a nuestra disposición: ni las impresiones que los testimonios provocan en el investigador, ni ninguna otra actividad desarrollada por éste. Tan sólo declaraciones de sujetos con distintos grados de implicación en los hechos. Huelga decir que sus testimonios son contradictorios y que es en las cuestiones relevantes donde sus relatos resultan más claramente incompatibles.
Concediendo la palabra sucesivamente a distintos personajes y reduciendo la figura del investigador a una presencia casi fantasmagórica, Ryunosuke Akutagawa consigue que ninguno de los aspectos controvertidos de los hechos pueda darse por establecido definitivamente. Cada testigo aporta una visión, cada testimonio cuestiona el anterior. El lector debe enfrentarse a un coro de voces discrepantes sin que la mirada escéptica, intuitiva y experta del investigador guíe su aproximación. Desarticulada la función narrativa de éste, la información se transforma en ruido.
Tal vez, lo que Akutagawa espera del lector es que desmenuce los datos que se ponen a su disposición, que busque la lógica interna de cada testimonio, identifique las contradicciones, calibre la confianza que le inspira cada testigo, analice los intereses en juego y alcance alguna conclusión. Forzando la suplantación del investigador por el lector se enfatiza la posición de éste como co-creador del relato: el texto se reescribe cada vez que alguien lo interpreta. O quizá la pretensión del autor es otra más simple, la de invitar al lector a una reflexión acerca de la carga de subjetividad que acompaña a toda vivencia, presentando una realidad que tiene tantas caras como actores, poliédrica, escurridiza.
Sea cual sea la intención del lector, cualquier aproximación al texto debe tomar en consideración el estatus social de cada uno de los personajes y las relaciones de poder que se tejen entre ellos y frente a la autoridad. Especialmente si consideramos que son varios los que confiesan ser autores del crimen, lo cual nos lleva a concluir que o algunos de ellos mienten o todos lo hacen. Sentimiento de culpa, salvaguarda del propio honor, fanfarronería, encubrimiento… los motivos que explicarían una confesión en falso varían de un personaje a otro y están directamente relacionados con la posición que cada uno de ellos ocupa en el entramado social: funcionario, bandido, mujer… Pese a la sencillez de la forma, el texto despliega todo su contenido en la medida en que el lector esté dispuesto a tirar de los hilos que se ponen a su alcance.
En la década de 1920 a 1930, Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y los autores de la llamada Edad Dorada de la ficción detectivesca, en su mayoría anglosajones, fijaron los lugares comunes de un género literario que exaltaba la capacidad racional del ser humano. Ryunosuke Akutagawa muestra en En el bosque, escrito entre 1921 y 1922, una sensibilidad distinta, que prefiere el problema a la solución y hace imprescindible la reflexión sobre lo leído, defraudando las expectativas del lector perezoso.
Bibliografía
- Bioy Casares, Adolfo y Borges, Jorge Luis (1983): Los mejores cuentos policiales. Alianza Editorial. Madrid. Traducción de Ana Arias.
He disfrutado mucho con tu reseña, leí este cuento recientemente y me parece que lo diseccionas estupendamente.
ResponderEliminar¿Has visto Rashomon, de Kurosawa? Está basada principalmente en este relato (y en menor medida en el relato homónimo).
Hola Andrómeda, sí he visto Rashomon, sensacional película. Preferí obviar cualquier comentario al respecto porque me parecía que el relato merece una aproximación autónoma. Muchas gracias por tus elogios.
ResponderEliminares tajomaru
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