Los anticuarios viven escondidos, rodeados siempre por objetos del pasado, en viejas librerías o en casas de antigüedades. No soportan los cambios ni el presente, son coleccionistas. Tienen la capacidad de evocar en los demás el rostro o los gestos de personas que han muerto. Han aprendido a controlar la sed primordial. Pero cuando se sienten atacados, vuelve el antiguo apetito.
A partir de un incidente, Santiago Lebrón quedará contaminado, convertido en un anticuario más, y mientras descubre los secretos de esa antigua tradición, conocerá el amor extraño, poderoso y perturbador que produce la sed de sangre. También deberá descubrir las estrategias para sobrevivir en un mundo hostil. Entre ellas, la obligación de acabar con la vida de aquellos que cedan a la sed, para que la tradición pueda continuar en las sombras. Pablo De Santis nos vuelve a deslumbrar, esta vez con una notable novela de vampiros ambientada en la Buenos Aires de los años cincuenta.
Una nueva y diferente recreación del mito del vampiro que son presentados esta vez como seres melancólicos, habitantes de espacios repletos de recuerdos nostálgicos e inservibles del pasado.
Es un relato iniciático, avanzado a modo de premonición en el capitulo prólogo, por una gotita de sangre que invita a ser lamida.
La vida transcurrirá para Santiago Lebron, entre objetos viejos desde el principio, esas maquinas de escribir que comienza a arreglar cuando llega a la ciudad de Buenos Aires a vivir con su tío, que podría haber sido otro de esos personajes malditos que coleccionan y arreglan sus objetos del pasado. Es sin embargo la otra cara de estos seres, la realidad que, en el fondo, no es tan distinta de la parte mas onírica que nos presentara la trama novelesca.
Lo veremos poco más tarde entre los redactores y las rotativas de un periódico, como colaborador e investigador de un oscuro departamento oficial de los de que se crean con los fondos de reptiles en todos los gobiernos.
La vida transcurrirá para Santiago Lebron, entre objetos viejos desde el principio, esas maquinas de escribir que comienza a arreglar cuando llega a la ciudad de Buenos Aires a vivir con su tío, que podría haber sido otro de esos personajes malditos que coleccionan y arreglan sus objetos del pasado. Es sin embargo la otra cara de estos seres, la realidad que, en el fondo, no es tan distinta de la parte mas onírica que nos presentara la trama novelesca.
Lo veremos poco más tarde entre los redactores y las rotativas de un periódico, como colaborador e investigador de un oscuro departamento oficial de los de que se crean con los fondos de reptiles en todos los gobiernos.
Los personajes viven obsesionados por preservar sus secretos, sus vidas solitarias de la curiosidad, y controlar su sed, huyendo del ansia depredadora de unos científicos obsesivos y criminales. asociados al gobierno. Es una historia de evocación de recuerdos ( dueños de los de los recuerdos de los demás también son los Anticuarios), que comienza y acaba en el mismo sitio, ante una maquina de escribir en una espera inacabable a la que le ha conducido por casualidad una aventura que termina en la soledad y avanza a la desesperación del futuro.
La melancolía es la esencia de Los Anticuarios, la falta de amor y su necesidad de vivir en soledad. aunque alguno de ellos haya intentado buscar un amor convencional . Esta soledad los convierte en seres tristes y apagados. Hasta sus apariencias lo son, personajes ajados, algo que la sed o el carmen les imprime en el alma, porque viven de atesorar tesoros polvorientos. No sabemos de donde vienen, ni que los ha colocado en las situaciones en la están son seres grises, apenas percibidos por los demás, seres oscuros, tampoco sabemos porque en su búsqueda del anonimato y en el autocontrol obsesivo de sus pulsiones más intimas, son buscados con inquina. Ni el amor , ni la obsesión por sus queridos trastos viejos, les salva. Mas bien son objetos que los mantienen anclados a los lugares que habitan, mas bien esos objetos de coleccionistas los esclavizan Tampoco es seguro la cualidad de lo que lo les domina, lo que les hace inmortales mientras nadie les encuentre. Si están malditos es una bendición lo que poseen.
Es en todo caso una novela que entra dulce, lánguida en una tarde gris, que puede leerse de tirón, casi sin darse cuenta. El horror de los crímenes que dibuja es supervivencia y están trazados de forma que los adivinamos mas que conocemos, como a través de una gasa sin que la sangre nos salpique.
Creo que es un combinado justo de tonos de nostalgia sepia, de violencia necesaria y acotada, de surrealismo, aderezado con mucho amor a los libros, libros como objetos vivos, con alma y vividos. Porque la novela también habla de libros y de la fiebre del coleccionista avaricioso. Todo ello con lenguaje poético, que consigue hacernos caminar entre las situaciones escabrosas como espectadores pasando de puntillas, apenas esbozando ramalazos de crueldad y de violencia, con imágenes bellísimas y frases para recordar.
Humm, a mí las novelas de vampiros me han dejado hartita, pero he leído cosas de Pablo de Santis y es muy bueno.
ResponderEliminarInteresante reseña :D
Tal y como lo explicas, Julia... ¡hay que leerlo! Y después de haberlo leído, seguro que veré con otros ojos las tiendas de antigüedades que tanto me gustan.
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