Un mundo que agoniza: Curzio Malaparte y Kaputt




El período de entreguerras es en nuestro entorno cultural una época de desconciertos ideológicos. Son frecuentes los intelectuales que oscilaron de unas posturas a otras y de alguna forma eso los mantuvo vigentes o los estigmatizó para la posteridad.

Las vanguardias supusieron una revolución, pero a la par hubo una crisis de identidad, una fuerte oleada de movimientos sociales en torno a las consecuencias de la primera guerra mundial y esa crisis económica que le siguió pocos años después.

Surgen los nacionalismos y esos fascismos, de base socialista a veces, teñidos de totalitarismo aprovechados por las burguesías aterradas por lo que el comunismo estaba cimentando en Rusia con la caída de los zares y la posibilidad de la Revolución total. Y en épocas de crisis ya se sabe, los extremos se acentúan y se buscan culpables, se radicalizan los egoísmos de clase y toda la apertura ideológica y social vuelve la espalda a los logros y a los valores universales que en tiempos de bonanza respiran aires de libertad y de una tolerancia permisiva con las pequeñas decadencias. Casi, como lo que hoy mismo podemos observar en nuestra Europa, en una suerte de paralelismo, aunque tal vez sea que los ciclos en las sociedades son como las mareas que van y vienen y nunca terminan por cambiar del todo.

El pensamiento europeo estaba también teñido de un nihilismo desesperanzado, de escritores abocados, tras las experiencias traumáticas de la primera guerra mundial, al desengaño y a un giro brusco en sus planteamientos. Tal vez Céline sea el más representativo, aún no se le ha perdonado su apoyo al nazismo, pero fueron muchos los que oscilaron de un punto al contrario. Este es el caso de Curzio Malaparte.

Se llamaba, Kurt Erich Suckert, nació en 1898 y era hijo de padre alemán y madre italiana. El mundo lo conoce como Curzio Malaparte y es el autor de dos de las novelas más impactantes y sobrecogedoras del siglo XX: La piel y Kaputt.

Dicen que un día Mussolini le pregunto el por qué de su pseudónimo, y él contesto: “Napoleón se llamaba Bonaparte y terminó mal, yo me llamo Malaparte y terminaré bien".

Excombatiente condecorado de la Gran Guerra, ferozmente independiente, apoyó la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922 cuando el fascismo estaba próximo a sus orígenes socialistas, pero enseguida fué crítico con los totalitarismos y le valió varios encarcelamientos y alejamientos de la escena política, aunque su amistad con el yerno de Mussolini, Galeazo Ciano, de alguna manera le protegió pese a sus arrebatos de enfant terrible, y su testimonio  de tantas atrocidades.

Ya en 1931 en su Técnica del colpo di Stato, criticó a Hitler y a Mussolini, lo que le valió ser expulsado del Partido Nacional Fascista y exiliado a la isla de Lipari. Entró y salió varias veces de la prisión de Regina Coelli por sus crísticas. Era una especie de conciencia incomoda y provocadora.

Cubrió la Segunda guerra mundial desde el frente ruso, para el Corriere de la Sera, aunque muchos de sus artículos eran censurados o provocaban protestas diplomáticas. Una recopilación apareció en 1943 con el título de Il Volga nasce in Europa, germen de esas dos inmensas novelas que recorren una Europa desbastada y sin esperanza y una Italia convertida en un burdel para los soldados aliados que la ocupan.

De giros ideológicos, aparentemente bruscos pero eticamente coherentes, Malaparte se declaró maoísta al final de su vida en 1956 y se convirtió al catolicismo en las puertas de su muerte a causa del cáncer. Algo difícil de conciliar en este momento, cuando la cara del maoísmo ha dejado de ser un mito romántico y se ha descubierto como una inmensa maquinaria represiva.

Fue periodista, diplomático, dramaturgo y hasta notable director de cine. Su casa en Capri, también fruto de su creatividad, es considerada un ejemplo de arquitectura racionalista digna de admiración por su equilibrio con el paisaje y sus planteamientos estéticos. Pese a estar atribuída a Adalberto Libera, fué en realidad el mismo Malaparte quien la ideo y dirigió. Es una referencia inexcusable en los tratados de arquitectura.

Malaparte tiene dos novelas que son clave en la historia de la literatura del siglo XX: Kaputt y La piel, que tuvieron una amplia difusión en su época y que poco a poco fueron cayendo en el olvido fuera de Italia. En este momento acaban de ser las dos reeditadas con una nueva traducción por la Galaxia de Gutenberg, acercando los textos al nuevo lector, aunque los que la leímos hace años, nos sintamos cómodos con esos viejos libros que se nos deshacen en las manos. De estas dos novelas dice Kundera:

Su escalofrío de terror lúcido y de ironía alucinada no ha perdido nada de su belleza, y ha ganado en verdad.


Fue crítico con todos, con un ego enorme, según dicen, pero sus novelas son la conciencia desgarrada de toda esa generación que rompió con una etapa de la historia convertida en escombros por la intolerancia y el miedo, por el terror, que se desató cuando se descubrió la realidad de lo que significó los campos de exterminio, el punto de inflexión para una civilización asolada por unas guerras y unos fanatismos aún no superados.



Cuando leí Kaputt de adolescente me dejó una impresión que me ha acompañado siempre. Fué para mí uno de esos libros de recuerdos recurrentes y que a veces crees magnificado por la distancia. Por primera vez tuve un acercamiento a la guerra vivida, desde el sentimiento, una explicación personalísima de algunos acontecimientos que tocaban directamente el corazón, porque no eran batallas, ni heroicidades, eran derrotas y desiertos morales. No es tanto lo cuenta, es el cómo, el punto al que dirige la atención, el foco que ilumina la escena.

No puede calificarse Kaputt de una novela, ni de unas memorias, ni de un libro de crónicas periodísticas. Es más bien una sucesión de cuadros o escenas impresionistas en las que cobran una enorme fuerza en los contrastes. La evocación de un cuadro terrible desde la calidez de un lugar cómodo y acogedor, escenario para la narración de esos cuentos o escenas o anécdotas enlazadas solo por la unidad que aporta la voz de narrador-escritor en primera persona. Casi podrían calificarse de poemas dramáticos.


Malaparte usa la palabra para pintar unas escenas simbólicas, casi surrealistas a veces, pero que consiguen transmitir con más fuerza que un relato detallista y pormenorizado, el horror y la miseria moral de los poderosos que al final se convierten en los débiles, en los que tienen miedo y se sienten amenazados por los indefensos, que simplemente soportan sus abusos, sus crueldades, su perversidad, casi calificable, de ingenua reacción al miedo.

Siempre crítico, no hay ira en el narrador, solo tristeza y sentimientos de desolación, de pena, de dolor y vergüenza. Una asimilación sumisa y resignada de los cuadros de crueldad que presencia, algún intento de superarlos o de conseguir consuelo o cambiar las cosas. Tal vez sean solo escusas como he podido leer en alguna crítica norteamericana, que me ha parecido demasiado simple: acusaban a nuestro autor de no sentir compasión o piedad por los judíos más que de forma fingida. 

Es algo que personalmente no me importa, porque el libro no habla de eso, y hay además un cierto distanciamiento en lo que cuenta, un querer narrar pese a que duela a quien lo escucha y a quien lo narra-.

Habla de la obscenidad de un oficial alemán que se cree la reencarnación del rey de Polonia y que se evade en la música sublime que arranca a un piano, en un desdoblamiento entre la más pura maldad y su aspiración al arte angelical (un arte vulgar y ostentoso paraíso al que huye, como vulgar convierten todo lo que tocan él y su corte). Mientras, los habitantes del gueto de Varsovia desnudan a los cadáveres para defenderse del frío con unas ropas, casi jirones que no sirven de nada a los muertos. Habla de los caballos congelados en el lago Lagoda, cuando llega el deshielo, de la inquina de un ejército invasor que persigue con furor a unos perros famélicos y enflaquecidos que les aterrorizan, de los embrutecidos soldados rumanos, de la fina crueldad civilizada de las damas alemanas orgullosas de los sacrificios del pueblo alemán, sacrificios que a ellas apenas les roza. Habla del olor de los girasoles mezclados con el de la carroña, de ese paso que convierte en  monstruo al afectuoso padre de familia.

Hay un gran lirismo en las descripciones, una distorsión en los hechos relatados que son presentados a través del filtro de un espíritu libre y culto, refinado y complejo. La selección de los personajes o de las escenas no siguen ningún criterio, ni siquiera lo pretenden. Nos susurran solo soledades y muerte. Son los detalles los que conducen al todo: el olor a descomposición de un caballo muerto unido al de la tormenta, la desesperación del potrillo que no se aleja del cadáver de la yegua que es su madre, de la sonrisa derrotada de un príncipe italiano, de la lágrima que se escapa a un soldado alemán con corazón cuando recuerda que hay horrores indescriptibles, de la indiferencia ante la muerte del débil y del miedo que en el fondo subyace en ella. Y de la dignidad de los vencidos.

Desfilan por sus páginas un montón de personajes que eran la jet set de su momento, deportistas populares, intelectuales, arribistas sociales, oficiales alemanes, campesinos rumanos que son soldados de ocupación, obreros convertidos en soldados. Hay historias reelaboradas de otras procedencias, las hay tan irreales que parecen inventadas, aunque los testimonios de terceros las avalen como ciertas. Son como las pinceladas de un cuadro, los detalles que construyen un retrato.

Si un compañero de viaje tiene nuestro protagonista, ese es su alma gemela nuestro Agustín de Foxá, de espíritu casi tan cínico y desesperanzado como él, camarada de borracheras y de aventuras, con quien conversa con frecuencia en frances, que completa su visión del alma y de la hipocresía de la diplomacia, cargado de ironía e irreverencia   y un punto de superstición.

No encontramos con mucha denuncia, pero es la insistencia en el sentimiento de vergüenza y de piedad, de humillación, por lo que está pasando, por consentirlo, por no poder hacer nada, simplemente por vivir lo que domina. Hay mucho dolor por estar vivos, y una sensación de fatalidad que no le abandona, porque es, salvo pequeñas excepciones un espectador con una mínima intervención real en los acontecimientos.

Formalmente, el libro se estructura en seis partes, seis nombres de animales: Los caballos, Los perros, Los ratones, Los pájaros, Los renos y Las moscas. Las metáforas en cada parte giran en torno al título que les da entrada, y que de alguna manera también los cierra. Conviven con metáforas y presencias recurrentes: la luz los países nórdicos, los girasoles de ojos negros y rubias pestañas. Las descripciones casi caricaturescas y los contrastes, siempre los contrastes: una y otra vez como recurso de clarooscuro: el contraste de un retrato duro y unas intenciones benévolas que se transforman en una crueldad inimaginable: impresionante la gradación de los rasgos físicos y personalidad en el retrato del dictador croata Ante Pavelic.  Estremecedora también la descripción de la hija de Mussolini. 

Las escenas reflejan situaciones cotidianas en la vida durante la guerra, los banquetes dan pie a contar esos cuentos enlazados, las aventuras que vive (o le cuentan o toma prestados), en primera persona. No es el momento de la batalla ni el de la violencia más aguda: es el café con una princesa alemana apartada por los nuevos aristócratas del régimen y obligada a vivir en un rincón con una dignidad de noble en medio de la miseria mientras contemplan a los soldados ciegos, sin parpados del frente ruso, la evocación un prisionero ruso, la del sueño entre los girasoles, el miedo de un perro de un cónsul italiano a la ruptura de su mundo y al que le atribuye los sentimientos humanos que provoca el horror a tener que sobrevivir bajo ruido de los cañones y las bombas, la ceremonia impecable en la embajada sin apenas nada en los platos.

No podemos dejar de destacar la gran cantidad de frases en otras lenguas: rumano, italiano, francés, finés, ruso, muchas veces ni siquiera bien transcritas.... hay, como dice el traductor de la nueva edición, David Paradela López, un poliglotismo muy especial que da al texto un significado de pluralidad, de visión calidoscópica de la vivencia que transmite el relato. En esta nueva traducción, el autor ha optado por no traducir en notas a pie de página las conversaciones en otras lenguas. Personalmente creo que la parte de los diálogos en francés si ayudarían bastantes, no así las pocas palabras en otras lenguas intercaladas. En todo caso me consta que es un tendencia, como también José María Faraldo y Pilar Adón, comentaron en la mesa de traducción de las III Jornadas del Foro ¡¡Ábrete Libro!!, al comentar La montaña Mágica de Thomas Mann y su utilización del francés también en parrafos insertados en el texto.

Nos tropezamos con una enorme cantidad de alusiones culturales de todo tipo: pintura, arquitectura, música, religión, costumbres, arte cotidiano y arte para intelectuales. Toda esta mezcla es difícil de contrastar, pero creo que tampoco importa, cada una de ellas es una pincelada más, un punto de luz o de sombra en el conjunto.

Malaparte tiene un estilo muy descriptivo, repite mucho las ideas y las sensaciones que quiere transmitir a través de estructuras paralelas en las que insiste en los conceptos. Se hace a veces algo reiterativo. Es sin embargo un libro para leer a pequeños sorbos, sin prisas, no hay acción, solo recuerdos, deformados o poetizados. Creo que ese tempo lento de lectura no es desmerecido por estas reiteraciones. Es un libro inmenso en el que no creo que sea tan importante las historias por separado como su conjunto y las emociones y reacciones que transmiten: las de una generación moribunda que deberá renacer de sus cenizas.

Creo que mi amor por el, que dormía temeroso en el recuerdo, se ha acrecentado.

5 comentarios:

  1. Julia, me ha encantado!! No solo las cosillas que he descubierto del autor, sino sobre todo, cómo hablas de Kaputt, si yo no la hubiera leído, ten por seguro que, solo con lo que has escrito, tendría que salir corriendo a hacerme con él :)
    Tati

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  2. Gran texto, Julia.

    Compartimos mesa en una comida durante las últimas jornadas y casualmente hablamos de Kaputt.

    Sigo sin tener claro cuánto hay de experiencia personal cierta en el libro. Desde que leí hace tiempo que la mayor parte es inventado, guardo una cierta distancia con este autor. Relatar como cierto algo inventado me descuadra bastante, máxime con sucesos tan dramáticos como los de la Segunda Guerra Mundial.

    El que Malaparte tuviera unas ideas políticas y religiosas tan mutables acrecientan más mis dudas sobre su testimonio. No sé, de verdad que me gustaría tener garantías de que todo lo narrado es cierto. Así en mi fuero interno consideraría Kaputt un gran libro en lugar de tener tantas dudas.

    La casa de Capri, de escándalo.

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  3. Muchas gracias.

    Te recomiendo el blog del traductor de La Galaxia de Gutemberg, se llama Malapartiana, ahi hay podras informarte de alguno de esos detalles tambien.

    Lo que narra es real, alguna de esas anécdotas estan literaturizadas partiendo de la experiencia de otras personas y el se mete en ellas como espectador, como la del cementerio de Madrid con Agustín de Foxá, digamos que la vive por delegación, porque conoce a varios de los protagonistas, otras es una anécdota que se cuenta de la primera guerra mundial, pero lo que cuenta, esas matanzas, esas conversaciones con Frank el gobernador de Polonia, los fusilamientos de los soldados, los soldados muertos congelados,usados como señales en el caminos, los caballos convertidos en esculturas de hielo en plena deseperación en su huida en medio del lago Lagoda, ... es real, Como lo son los retratos de los personajes que desfilan por sus páginas, con la visión de los mismos distorsiadas por la personalidad que los retrata, pero ¿no es lo que pasa siempre cuando alguien transmite la impresión que otra persona le ha provocado?.

    Por lo que he podido leer, he visto también que ese otro libro de sus crónicas de guerra, El Volga nace en Europa están en una linea muy similar.

    Creo que en este caso literatura y ficción esta muy cerca, muy cerca de la experiencia personal vivida por el autor, muy cerca del horror sin límites de una guerra total en la que los hombres son capaces de convivir al ser humano anodino y al monstruo que es el criminal de guerra en una misma personalidad.

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  4. En cuanto a las ideas políticas, a mi no me parecen que tengan un recorrido tan extraño, el fascismo italiano parte de una base socialista para luego convertirse en otra cosa, Malaparte se desprendio pronto de él, Supongo que experiencias tan fuertes hacen que los recorridos ideologicos den giros, y en lo que se refiere a volver al catolicismo, la idea de morir es que asusta mucho. A mejor tan solo fue el acercamiento a una persona amable que le reconfortó en su final vital.
    Creo que en el fondo no importa, lo importante es el mensaje que el libro transmite y este cala hondo.

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  5. Saludos. Casi he concluido la lectura de Kaputt y me ha podido la curiosidad de conocer algo más la figura de Malaparte. Todo un personaje. Gracias por el texto.

    Javier

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