Bolaño y los zombis
Eduardo M.
Ficción, realidad y cine en El hijo del coronel de Roberto Bolaño.
El hijo del coronel es, con toda probabilidad, uno de los relatos más desconcertantes del escritor chileno Roberto Bolaño. Buena parte de los interrogantes que suscita derivan de su carácter póstumo, de modo que, al igual que los demás textos que el editor Ignacio Echevarría incluyó en El secreto del mal[1], cabe mantener reservas acerca de si el propio autor los consideraría acabados y aptos para su publicación. La otra gran peculiaridad de la narración es que se trata, en esencia, de algo tan insospechado como una historia de zombis o, para ser más exactos, de una película de zombis.
El relato arranca con un narrador que confiesa haber reconocido su vida en una película que acaba de ver:
”No os lo vais a creer, pero ayer por la noche, a eso de las cuatro de la madrugada, vi en la tele una película que era mi biografía o mi autobiografía o un resumen de mis días en el puto planeta Tierra”[2].
De ahí parte la descripción parsimoniosa y detallada de una película que contiene los elementos típicos del género zombi: muertos que vuelven a la vida y que se alimentan de otros seres vivos o los transforman en zombis al morderlos. No obstante, reducido a sus ideas básicas, el relato se revela como algo sutilmente distinto. Los protagonistas son dos jóvenes que se aman y que se ven obligados a huir debido a la condición zombi de ella. Sus perseguidores son, por una parte, el padre de él, militar de profesión (el coronel al que se refiere el título), y por otra, una pandilla de jóvenes chicanos con los que la novia cadáver ha tenido un enfrentamiento. Nos hallamos, así pues, ante un melodrama romántico (un amor al que se oponen barreras familiares y sociales) revisado en clave zombi. A pesar de que se suceden los episodios sangrientos, el relato no se desvía en ningún momento de su matriz sentimental y lo mismo puede decirse de su conclusión, canónicamente romántica. Dicho de otro modo, la película que se nos describe es un pastiche que combina sin complejos romanticismo y zombis.
Todo lector que se aproxime a este relato se planteará, en un momento u otro, el mismo interrogante. ¿Existe esa película que se nos describe tan exhaustivamente? Su planteamiento puede parecer delirante y los pormenores del relato no lo son menos, pero ¿debemos asumir por ello que se trata de una invención de Bolaño? ¿No se ajusta a los parámetros de muchas producciones de serie B y películas de bajo presupuesto? Hubo un tiempo, probablemente el tiempo en que Bolaño escribió este texto, en el que era fácil toparse con obras de esta factura en la programación televisiva de madrugada. ¿Asistimos a la descripción caligráfica de una de aquellas cintas o, por el contrario, estamos ante una fabulación hiperrealista?
Es frecuente que Bolaño incluya alusiones cinematográficas en sus textos. En ocasiones, se refiere a películas reales, como en Los detectives salvajes, donde se habla de El resplandor[3], o 2666, donde se alude (sin mencionar el título) a Ringu[4], película japonesa no tan popular en Occidente como su remake norteamericano, The ring. En otras ocasiones, no está tan claro que las películas mencionadas existan realmente. Es el caso de la supuesta ópera prima de Robert Rodríguez a la que se alude en 2666[5], una película pornográfica extravagante pero que no llega a alcanzar el simbolismo absurdo de las cuatro cintas del mismo género que se refieren en Prefiguración de Lalo Cura[6]. Una de las escenas finales de Monsieur Pain transcurre en un cine en el que se proyecta un críptico melodrama titulado Actualidad[7] cuyos fotogramas se entreveran con la narración principal. Y luego están personajes como Joanna Silvestri, que aparece en Estrella distante[8] y en Llamadas telefónicas[9], o el Franco Bruno de Una novelita lumpen[10]. Ella es una actriz porno retirada, él un ex-actor que en su día interpretó a Maciste, personaje totémico del cine peplum.
Películas acartonadas, cine de consumo, actores crepusculares. ¿Existen, han existido? ¿Tienen al menos algún referente real? Desde la eclosión de Internet, la gran cantidad de información acumulada en la red y su accesibilidad permiten despejar, en ocasiones con demasiada facilidad, gran parte de los enigmas literarios que tejía el escritor chileno.
Así pues, ¿existe la película que Bolaño desgrana minuciosamente en El hijo del coronel?
Todo parece indicar que sí.
El argumento que se nos narra en El hijo del coronel coincide punto por punto con el de El regreso de los muertos vivientes 3, película dirigida por Brian Yuzna en el año 1993 y de la que apenas se guarda memoria. Un visionado de la misma muestra una coincidencia con el relato de Bolaño prácticamente absoluta, con escasas e irrelevantes desviaciones que pueden interpretarse como efecto de la mala memoria o como simples licencias que el autor se toma. También permite confirmar la impresión que provoca el texto: se trata de una película tosca, generosa en estereotipos, delirante por momentos y sin otro destinatario aparente que los más recalcitrantes aficionados al terror explícito. Sin embargo, lo desfasado de su estética, la pobreza de sus efectos especiales y la franqueza un tanto ingenua de sus pretensiones permiten contemplarla con simpatía, a lo que también contribuye el hecho de haberla descubierto por boca de Bolaño.
Pero volviendo al relato, debemos preguntarnos de dónde surge la identificación del narrador con una película como la que hemos descrito. Parece obvio que no puede ser por la cuestión zombi. ¿Se debe entonces a la historia de amor, a la presión familiar, a la incomprensión social? Si nos atenemos a las razones que el propio narrador ofrece, poco sacaremos en limpio:
“(…) hacía tiempo que no veía una peli verdaderamente democrática, es decir, verdaderamente revolucionaria, no lo digo porque la peli en sí revolucionara nada, ni de lejos, más bien estaba, pobrecita, llena de tics, llena de lugres comunes, de prejuicios y personajes caricaturescos, pero al mismo tiempo cada fotograma respiraba y exhalaba un aire en el que se intuía la revolución, no la revolución completa, para que me entendáis, sino un trozo más bien minúsculo, microscópico, de la revolución, como si vierais, por ejemplo, Parque Jurásico y no apareciera ningún dinosaurio por ninguna parte, vaya, como si en Parque Jurásico nadie mencionara ni una sola vez a un jodido reptil, pero la presencia de éstos fuera omnipresente e insoportable”[11].
Por si este galimatías fuera poco, más adelante apostilla:
“(…) en cierto modo, [la película es] un homenaje a [George] Romero y a sus dos grandes películas de zombis. Pero el trasfondo político de Romero es Karl Marx, mientras el trasfondo político de la película de anoche era Arthur Rimbaud y Alfred Jarry. Pura locura francesa”[12].
La afirmación relativa a Romero aún sonando pintoresca, alude al conocido subtexto anticonsumista de El amanecer de los muertos, pero ¿dónde están Rimbaud y Jarry en El regreso de los muertos vivientes 3? Locura la hay y a raudales, pero ¿francesa?
El tono hiperbólico de la voz narrativa y sus disparatadas razones nos hacen pensar que estamos ante un bromazo de Bolaño, un puro juego literario en el que no hay punto de destino, sólo un trayecto vertiginoso en el que la promesa de una explicación es el señuelo que anima al lector a seguir avanzando. Sin embargo, persiste la duda acerca de los motivos que llevaron al escritor chileno a construir un relato precisamente a partir de esta película. ¿Es fruto del azar o también él percibió algún tipo de atractivo en la cinta? La narración concluye abruptamente con el final de la película, ¿daba Bolaño el texto por acabado o estaba en algún punto intermedio de elaboración? ¿Lo consideraba apto para ser publicado? ¿Lo había elaborado como relato independiente o pensaba intercalarlo en alguna de sus novelas? Ni hay ni habrá respuesta para todos estos interrogantes. Bolaño, de cuyo sentido del humor hay abundantes pruebas, parece habernos gastado la broma definitiva.
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