En medio de una epopeya romántica como se hallan escrito pocas, García Márquez no renuncia a narrar la crónica de las historias de cama de los protagonistas de su obra El Amor en los Tiempos del Cólera, Florentino Ariza y Fermina Daza, siempre desde un punto de vista muy particular y contextualizado en él un mar de sentimientos encontrados.
En un primer momento, cuando se conocen y se enamoran, la atracción que sienten uno por el otro es de amor puro, carente por completo de un deseo carnal. La imagen de Fermina, a estas alturas de la novela es plenamente virginal, y de una integridad absoluta en hechos y pensamientos.
A la vuelta del exilio forzado por su padre Fermina pone punto final a la relación con Florentino, tras la visión de un hombre consumido de amor que le hace dudar de sus sentimientos. Se abren caminos separados en la vida de cada uno, y al cabo de un tiempo se abrirán las puertas del sexo para ambos. Para Florentino va a representar una liberación a su sufrimiento por el amor ya no correspondido, y desde aquel momento en que es asaltado en la travesía del vapor por una desconocida que le viola literalmente, llega al convencimiento de que manteniendo el mayor número posible de relaciones íntimas con mujeres va a aliviar su pena, aunque siempre Fermina estará en el centro de su pensamiento y obsesiones.
Consciente del cambio habido en su hijo, después de haber sufrido en su compañía el dolor insoportable del corazón roto, Tránsito Ariza, propicia el acercamiento de su hijo a un objetivo fácil: una joven viuda, afligida por al muerte reciente del marido, necesitada de muchísima comprensión y consuelo. En la confidencia prestada, Florentino se encuentra con un corazón abierto que en agradecimiento le va a complacer sexualmente, pero siempre, aún en esos momentos de placer, con la imagen del marido presente.
Desde este momento, Florentino inicia un maratón sexual con cientos de mujeres y recoge sus contactos en una especie de diario de un amante compulsivo, que hace el amor para olvidar.
Por su parte, Fermina tiene una concepción del sexo y de su propio cuerpo como algo tabú, y se siente incómoda cuando se habla de asuntos carnales. Se escandaliza con las insinuaciones del Doctor Urbino cuando empieza a pretenderla, como en aquella ocasión en que monta con su prima Hildebranda en el coche de caballos del Doctor. A solas con su prima, que fue muy complaciente con las indirectas lanzadas por Juvenal, y ésta continúa fantaseando con la situación vivida unas horas antes, la llama puta, aunque de una manera cariñosa.
En su carrera de goce, Florentino cada vez es más desinhibido, y a pesar de su timidez y su aspecto lúgubre, consigue atraer a las mujeres, que inicialmente ven en él a un ser inofensivo y digno de lástima. Florentino no sólo guarda silencio respecto a los rumores que le tildan de homosexual, sino que haría lo posible por acrecentarlos, pues le permiten acercarse inocentemente a las mujeres que luego caerán en sus brazos, y no levantar sospechas que minen su reputación y puedan llegar a oídos de Fermina. Se atreve incluso a seducir a mujeres casadas.
Aunque él no lo quiera reconocer en su conciencia, pues sigue toda su vida obsesionado por el amor que siente por Fermina, establecerá lazos afectivos con varias de sus amantes, que van más allá del los sentidos. Se sintió muy apenado cuando fallece La Palomera a manos de un marido despechado. Sólo cuando las pierde, se da cuenta de todo los que las quería, aunque su obnubilación por Fermina puede con todo.
Hay una cita en la novela que resume muy bien los sentimientos de Florentino, tras la ruptura con Ángeles Alfaro, la violonchelista:
“... Con ella aprendió Florentino Ariza lo que ya había padecido muchas veces sin saberlo: que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna. Solitario entre la muchedumbre del muelle, se había dicho con un golpe de rabia: `El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas´. Estaba bañado en lágrimas por el dolor de los adioses. Sin embargo, no bien había desaparecido el barco en la línea del horizonte, cuando ya el recuerdo de Fermina Daza había vuelto a ocupar su espacio total."
En la novela de García Márquez, sin duda la sensualidad se superpone a la sexualidad. Cuando Fermina pierde su virginidad, toda la escena que nos describe el autor se rodea de una sensualidad inocente, todo se describe con tanta naturalidad que las relaciones con Juvenal se convierten en algo muy plástico y hermoso.
Como en otras tantas historias que nos han llegado al corazón, también aquí se encienden pasiones de infidelidad. La más destacable es la que se establece entre el Doctor Urbino y Bárbara Lynch. La pasión que siente Juvenal por la negra es tan grande que descuida la posibilidad de que se manche su reputación de marido perfecto, ante las continuas visitas a la casa de Bárbara. Hombre de profundas convicciones cristianas, siente que su alma está manchada por el pecado. Su falta de comunión en fechas muy señaladas terminan de encender las sospechas de su mujer, y al final se viene abajo, confesando su culpa, con grandísimo pesar por tener que abandonar a Bárbara. Fermina, para más tranquilidad de su conciencia, hubiera preferido que lo negara todo, pues estaba dispuesta a autoengañarse para que no se produjera el distanciamiento obligado por la revelación de la infidelidad. A partir de entonces, inevitablemente se inicia un período de separación y de abstinencia en la pareja. A pesar de todo, demuestran que no pueden vivir el uno sin el otro, pues durante toda su vida se han complementado perfectamente hasta incluso el grado de compartir pensamientos simultáneos.
La novela también da cabida a las relaciones de un Florentino viejo con una lolita adolescente, ahijada suya, América Vicuña. La niña siente admiración por su padrino, y se enamora profundamente de él. Como en su última obra, Memoria de mis Putas Tristes, García Márquez toca un tema polémico, en el filo mismo de la moralidad. Florentino la inicia en el sexo a través de juegos disfrazados de inocencia, en busca de sus encantos púberes, que América le cede sin condiciones. Continúan viéndose todos los domingos, hasta que Florentino le anuncia su decisión de casarse con Fermina. La ruptura unilateral impacta de manera tan fuerte a la joven, que no soporta vivir sin el cariño de Florentino, y se quita la vida, en silencio, sin cartas de despedida. Nuevamente, cuando la ha perdido para siempre, Florentino se da cuenta de lo mucho que la amaba, pero Fermina, siempre causa de la congoja de sus sentimientos, también le alivia de estos otros pesares.
Merece un punto de análisis independiente el sentido de la fidelidad del amor de Florentino por Fermina. Lo va a dejar muy claro en aquella ocasión en que distingue entre dos tipos de amor: "amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo".
Sin duda, en cuanto a la primera acepción, Florentino le es fiel a Fermina toda su vida. Y cuando tras cincuenta y tantos años están juntos en la cama por primera vez, no llega a mentirle del todo cuando le dice que durante todo ese tiempo, se ha conservado virgen para ella. Desde luego, sí que lo estuvo en espíritu.
Tras la muerte de Juvenal, Florentino reinicia su acercamiento a Fermina. Inicialmente es rechazado, por su declaración de intenciones cuando aún el cadáver del ilustre Doctor todavía estaba caliente. Florentino reinicia la relación epistolar con Fermina. Al principio esto incrementa la rabia que siente hacia él, por su falta de respeto, pero con el tiempo se reavivan unos rescoldos de amor que nunca quedaron del todo extinguidos, gracias a la perseverancia de las cartas de Florentino, siempre intencionadas pero mucho menos directas y más comprensivas. Terminan por aliviar la soledad y el dolor de Fermina, que se sentía a la deriva en la soledad de su mundo.
Cuando le abre las puertas de su casa, en los hijos de Fermina se producen dos reacciones frontalmente opuestas. Por un lado, Marco Aurelio comprende perfectamente la situación, aunque entendiéndola sólo como una mera relación de amistad. Por el otro, su hija Ofelia se opone radicalmente, pues entiende que aquello va a derivar en un vínculo de amor entre personas mayores, que le parece algo repugnante e inverosímil.
García Márquez se complace presentando, en esa última travesía circular del barco y de la vida, que el sexo todavía es posible a partir de la senectud, y que, aunque con mucha menos pasión, puede encenderse el deseo entre dos cuerpos marchitos por la vida y el paso inexorable de los años.
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