Los muertos vivientes, de Robert Kirkman - Eduardo Maroño


Como en cualquier otro medio, un cómic superventas es aquel que vende un número de ejemplares significativamente superior a la media, pero ¿de qué volumen de ventas estamos hablando? En el mercado norteamericano, uno de los principales del mundo, los cómics que encabezan las listas de ventas suelen rondar las 150.000 copias vendidas en el mercado directo, una cantidad ridícula para un país con más de 300 millones de habitantes y muy lejana de las siete cifras que alcanzaban los blockbusters de los años 90. Pese a la escasa información que proporcionan las editoriales que operan en España, nuestro mercado no es menos deprimente, con tiradas medias que rara vez alcanzan los 2.000 ejemplares. Lo primero que nos lleva a pensar esta realidad es que hace ya un par de décadas que el cómic no es aquel medio de masas que Umberto Eco analizaba en Apocalípticos e integrados y, como decía Marshall McLuhan, los medios de masas que dejan de serlo o se convierten en arte o están abocados a desaparecer. Lo segundo es que resulta prácticamente imposible convertirse en millonario vendiendo cómics. A no ser...

A no ser que contemplemos la rentabilidad de los cómics más allá de su exiguo mercado. Puede parecer una paradoja, pero a medida que el volumen de lectores de cómic se contraía, la presencia de los personajes de tebeo en el mundo del entretenimiento crecía exponencialmente. El cine, la televisión y los videojuegos, medios auténticamente masivos en la actualidad, han encontrado en el cómic un filón al que han sabido sacar mucho partido: personajes icónicos y más conocidos que leídos, un interminable granero de historias, un pretexto para explotar al máximo los avances de la tecnología audiovisual y mimetizar el material original con un grado de perfección que hasta hace poco resultaba imposible. Con el cambio de siglo llegó una nueva forma de reflejar a los superhéroes (X-Men, Spiderman, Batman begins) y otras ficciones de cómic (Sin City, 300, Las aventuras de Tintín) en la pantalla grande. En apenas unos años el cambio se trasladó a la pequeña pantalla, coincidiendo con el auge creativo de las ficciones televisivas. Una vez ganadas esas plazas, el merchandising y los productos derivados se vuelven omnipresentes. La máquina de hacer dinero se pone a funcionar.

La mayoría de los personajes de cómic que han protagonizado este proceso de popularización en otros medios pertenecen a grandes corporaciones (Marvel-Disney, DC-Warner, Moulinsart…) cuya actividad principal no es tanto creativa como económica. Producir cómics, películas, series de TV o videojuegos es sólo una vía de explotación que discurre en paralelo con otras como la comercialización de juguetes, ropa o accesorios de todo tipo. Hablamos de gigantes empresariales con una enorme capacidad de inversión y que, por tanto, aspiran a amasar beneficios millonarios. Para un autor de cómic, venderles una idea y pasar a formar parte de esa maquinaria se traduce en un salto cualitativo tanto económicamente como en términos de popularidad que resulta inalcanzable moviéndose únicamente en las fronteras del mercado editorial.

Buen ejemplo de ello es Robert Kirkman, creador de Los muertos vivientes, un cómic de terror y aventura ambientado en un mundo post-apocalíptico en el que la humanidad se encuentra asediada por una plaga de zombies. El cómic comenzaba su andadura en 2003 llevando en la portada el sello de Image Comics, una editorial que se dirige al mismo perfil de lector que Marvel o DC Comics pero que, al contrario que aquellas, permite que los autores conserven la propiedad sobre sus creaciones. Tanto la acogida crítica como la respuesta del público fueron positivas desde el primer momento. Kirkman se sumaba con inteligencia al revival zombie que siguió al éxito de la película 28 días después (2002), creando un escenario lleno de posibilidades y articulando una trama repleta de tensión y giros argumentales.

Rick Grimes, el protagonista del relato, es un policía que despierta de un coma y descubre que una plaga de zombies ha acabado con el mundo que conocía. Tras vagar por un entorno infestado de muertos vivientes encuentra a otros humanos que han logrado sobrevivir y juntos emprenden la búsqueda de un lugar seguro en el que establecerse. Quien quiera adivinar referencias al mito fundacional norteamericano o incluso al Antiguo Testamento probablemente estará en lo cierto. Sea como sea, a pesar de valerse de muchos de los lugares comunes de los relatos terroríficos, Los muertos vivientes es ante todo una historia acerca de la restauración de los vínculos sociales una vez que la civilización ha sido liquidada y la humanidad superviviente ha vuelto al estado de naturaleza. No estamos ante una historia de humanos contra zombies sino de humanos contra humanos. Los muertos vivientes carecen de un protagonismo auténtico, encarnan el exterminio irreversible del orden social, pero forman parte del paisaje. Una decisión inteligente dada la falta de interés como antagonistas de unas criaturas sin cerebro. El papel de villano le encaja mucho mejor a determinados especímenes de la raza humana.

Aunque la serie tiene un inicio titubeante no tarda en alcanzar su tono y comienza a consolidarse a partir del primer año. Tras el número 7, el británico Charlie Adlard sustituye a Tony Moore como dibujante de la serie. Su estilo sombrío encaja mucho mejor con el enfoque de la cabecera y supone el complemento idóneo para los guiones de un Kirkman que va perfilando la personalidad de sus personajes principales y enriqueciendo la trama con la entrada de nuevos secundarios. La popularidad de la serie va en aumento y comienza a consolidarse como el único título capaz de disputarle los puestos más altos de las listas de ventas a los tebeos de superhéroes editados por Marvel y DC.

Pero el auténtico salto de popularidad llegaría en 2010, cuando la cadena AMC estrenó la adaptación televisiva del cómic. El éxito casi instantáneo de los primeros capítulos llevó a la producción inmediata de una segunda temporada, operación que se fue repitiendo hasta la actualidad, con el estreno de la séptima entrega previsto para octubre de este año. Como es de imaginar, el volumen de espectadores que alcanza un producto de esta naturaleza no admite comparación con el número de lectores del cómic original, por exitoso que haya sido. Prueba de ello es que la aparición de nuevos productos derivados, como los videojuegos The walking dead: The game o The walking dead: All out war, o la línea de novelas escritas por Jay Bonansinga, son posteriores al estreno televisivo. Y no sólo eso, la popularización de la serie televisiva termina retroalimentando al producto original, incrementando el volumen de lectores del cómic. Así, los números 100 y 115 de la cabecera fueron los comic-books (tebeos en grapa) más vendidos de 2012 y 2013 en Estados Unidos, todo un hito para un cómic propiedad de su creador, mientras que las recopilaciones en distintos formatos (tapa blanda o ediciones de lujo) alcanzan los puestos más altos en los rankings de venta de productos de la misma gama. Además de como best-seller, las sucesivas reediciones confirman a la serie como long-seller.

No hay que ser muy perspicaz para suponer cómo ha afectado todo ello a Robert Kirkman y, más concretamente, a su cuenta corriente. Pero lo interesante no es el desahogo económico de Kirkman sino la interpretación que éste ha hecho de su propio éxito, vinculándolo no tanto a su inspiración como creador cuanto a su posición respecto a los derechos de autor. Hay que recordar que Kirkman proviene del ámbito de la autoedición y que, aunque puntualmente ha prestado servicios para Marvel Comics, la parte más significativa de su obra son trabajos sobre los que conserva la propiedad intelectual, con lo que ello implica tanto desde el punto de vista del control creativo como de la explotación económica. Kirkman ha señalado en diversas ocasiones que rechazó varias propuestas de adaptación de Los muertos vivientes hasta dar con aquella que le concedía el control creativo que deseaba, y esa capacidad de decisión sólo fue posible porque era él quien poseía todos los derechos sobre la obra.

Quizá se trate de una lectura ventajista posibilitada por el éxito, pero no es menos cierto que Los muertos vivientes representa la versión más afortunada de una tendencia que viene consolidándose desde hace años en el mercado norteamericano: títulos a mitad de camino entre el cómic de autor y el tebeo comercial, generalmente cómics de género (superhéroes, terror, fantasía, negro…), editados en el formato propio del cómic mainstream (grapas de 24 páginas) y cuyos autores suelen trabajar también para las grandes compañías. La mayor libertad creativa de la que gozan al ser los dueños de sus propios proyectos les permite ser más arriesgados e innovadores, produciendo trabajos más personales. No es de extrañar que muchos de ellos resulten fácilmente adaptables al cine o la televisión. De forma más o menos deliberada, los autores desarrollan sus proyectos con un ojo puesto en el audiovisual, conscientes de que la rentabilidad del producto se dispara si consiguen dar el salto a las pantallas. A pesar de que Marvel o DC siguen mandando en las ventas, el liderazgo creativo se ha trasladado a editoriales como Image, Dark Horse, IDW o Boom!, cuyo rasgo diferencial es que garantizan la propiedad intelectual de los autores. Una muestra inequívoca del empuje de esta tendencia es que Marvel Comics creó en 2004 el sello Icon para acoger títulos creator-owned, mientras DC reformulaba en 2010 DC su sello Vertigo, claro precursor de esta forma de hacer cómic, reintegrando en la línea generalista a todos los personajes titularidad de la compañía y reservando este sello editorial para títulos propiedad de sus autores.

Los ejecutivos de las grandes compañías que operan en el mercado del cómic detestan las cabeceras longevas, prefieren poner el contador a cero una y otra vez, con la esperanza de que un enorme número 1 en la portada atraiga a nuevos lectores. También en esto Los muertos vivientes supone una desacomplejada excepción. La serie ha superado ya los 150 capítulos y sigue apareciendo mensualmente con el mismo equipo creativo al frente, un Robert Kirkman que se resiste a abandonar a su criatura y un Charlie Adlard que ha sabido hacer imprescindible su interpretación gráfica. Por el momento, los números siguen acompañando y, en cualquier caso, lo conseguido será igualmente meritorio cuando dejen de hacerlo.

1 comentario:

  1. No soy muy aficionado al comic, aunque sí me gustaron películas como Sin City. Yo creo qeu volvevos a ver en este artículo el alto vínculo entre best-seller y medios audiovisuales, en el que los segundos van por delante de los primeros, en muchas de las ocasiones, en cuanto a éxito de público.

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