Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell - Sebastián Fontana (Arden)




Gerald Durrell (Jashedpur, India, 7 de enero de 1925 - Saint Helier, UK, 30 de enero de 1995), fue un apasionado de la naturaleza desde su más tierna infancia. Zoólogo, naturalista, conservacionista y escritor, una biografía al uso destacaría que recibió de Su Majestad una de las más altas condecoraciones nombrándolo Caballero de la Orden del Imperio Británico, que creó el Zoológico de Jersey en la isla del mismo nombre, y también la fundación Durrell  Wildlife Conservation Trust, desde la que ejerció una gran labor por la conservación de la naturaleza. Pero todas estas observaciones suenan demasiado serias y no harían justicia al excelente humor que destilan sus obras y por las que le recordarán grandes y pequeños lectores y los amantes de la naturaleza.


Gerald Durrell escribió numerosos libros autobiográficos sobre sus viajes alrededor del mundo, expediciones que hizo de adulto a Camerún, a lo que era la Guayana británica (ahora Guyana), a la Patagonia argentina, Australia, Malasia, y Nueva Zelanda, y muchos otros, y prácticamente de cada uno de ellos escribió un libro donde contaba sus peripecias con sus observaciones sobre la fauna local. Libros como El arca sobrecargada (1953), La selva borracha (1954), Tres billetes hacia la aventura (1954), Un zoo en mi equipaje (1960), etc..., dan testimonio de su pasión por los animales y sus expediciones.


Seguramente sería un escritor que habría caído en el olvido, a excepción posiblemente de los grandes apasionados de la naturaleza, de no ser por la llamada Trilogía de Corfú, que conforman los libros Mi familia y otros animales (1956), Bichos y demás parientes (1969) y El jardín de los dioses (1978). En especial el primero de ellos, que fue de los libros más vendidos en Gran Bretaña en su momento, y que se ha convertido en una especie de long seller que ha hecho reír a millones de personas en todo el mundo.

Mi familia y otros animales narra en clave de humor las experiencias del autor y su familia en la isla de Corfú (Grecia) durante sus cinco años de estancia, desde 1935 a 1939, a la que llegan cuando Durrell tenía tan solo 10 años y era un niño fascinado por animales de todo tipo y la naturaleza en general.

¿A quién teniendo 10 años no le gustaría vivir en un perpetuo verano? Teniendo tan solo que seguir algunas clases dadas por excéntricos amigos de su hermano mayor el resto del tiempo solo tiene que ir con su perro a buscar aventuras por la isla, encontrar tortugas, serpientes, lagartos, y toda clase de insectos, y observarlos, cazarlos, etc..., navegar en su bote, y merendar con sus amigos griegos, los cuales le tratan como a un pequeño lord.


                                  


La familia la formaban: la madre, Louise Florence Durrell, que era viuda ya en ese momento, y sus cuatro hijos, el mayor Lawrence, el famoso escritor autor del conocidísimo Cuarteto de Alejandría que tenía 23 años en ese momento, Leslie de 19 años de edad, Margo de 18, y Gerald de 10 años, acompañado inseparablemente de su perro Roger.

Desde un primer momento el autor dibuja perfectamente la personalidad de cada uno de los personajes: Larry, el mayor, de 23 años de edad, es un aspirante a escritor, repelente y pedante, que siempre tiene razón, teórica claro, de todo sabe y todo para él es fácil de hacer, aunque él no lo haga nunca; Leslie solo tiene un interés en la vida, la caza y las armas; Margo es una joven que se preocupa únicamente por telas y tomar baños de sol, escandalizando a los griegos de la isla con sus bañadores, y Gerald (Gerry), el más pequeño, cuyo único interés son los bichos y animales de todo tipo; y, por encima de todos, la madre, que soporta estoicamente las excentricidades de sus hijos y cuyo principal interés son la botánica y la cocina.


                                                

El libro comienza en verano en Inglaterra, con todos los miembros de la familia resfriados o con afecciones diversas e insoportables, y encerrados en casa con un tiempo horroroso, provocando que Larry haga una proposición que les cambiará la vida a todos:

"Fue Larry, por supuesto, quien empezó la cosa. Los demás estábamos demasiado desmadejados para pensar en algo que no fueran nuestros males respectivos, pero a Larry la Providencia le había destinado a pasar por la vida como un pequeño cohete rubio, haciendo explorar ideas en las mentes ajenas para después enroscarse con untuosidad gatuna y negar toda responsabilidad de las consecuencias. (...)

- ¿Por qué aguantamos este maldito clima? - preguntó de improviso, señalando a la ventana distorsionada por la lluvia - ¡Contemplad! O, si vamos a eso contemplaos mútuamente...Margo, inflada como un plato de porridge encarnado...Leslie, penando por el mundo con treinta metros de algodón en cada oreja...Gerry suena como si tuviera el paladar hendido de nacimiento...Y anda que tú: cada día que pasa parece más decrépita y torturada.
(...)
- Lo que nos hace falta es sol - continuó Larry -; ¿no estás de acuerdo, Les? ...Les...¡Les!

Leslie se desenredó una maraña de algodón de la oreja.
-¿Qué decías? - preguntó.
- ¡Ahí tienes! - dijo Larry, volviéndose triunfalmente a Mamá -, mantener una conversación con él es como poner una pica en Flandes. ¡Esto es un numerito! Un hermano que no oye nada, y al otro no hay quien le entienda. Realmente, ya es hora de hacer algo. No puede uno escribir prosa inmortal en una atmósfera de lamentaciones y eucalipto.
(...) ¿Por qué no hacemos las maletas y nos vamos a Grecia?
(...) Exageras, Larry - dijo Mamá en tono ofendido .; de cualquier forma, yo no me puedo ir así como así. Hay cosas que hacer en esta casa.
- ¿Cosas? ¿Qué cosas, diablos? Véndela.
- Pero hijo, no puedo - dijo Mamá escandalizada.
- ¿Por qué no?
- Porque acabo de comprarla.
- Mejor: así la vendes a estrenar.
- No seas ridículo, querido - dijo Mamá con firmeza-; eso ni pensarlo, sería una locura.
De modo que vendimos la casa y huimos del triste verano inglés, como una bandada de golondrinas migratorias."

Y, como tantos ingleses en esa época que se convertían en viajeros por el Mediterráneo atraídos por otras culturas, la clásica de Grecia y Roma, pero también la renacentista y barroca italiana, la egipcia o el Oriente Medio, la familia se dirigió a la isla de Corfú en Grecia, frente a las costas de Albania.

                                      

Corfú era lo más parecido al paraíso perdido. Una isla mediterránea con buen clima, cuajada de olivos y viñas, con un estilo de vida calmado y amparada por San Spiridion, y una población de campesinos y artesanos, que darán mucho juego a lo largo de la novela, además de otros viajeros extranjeros, no solo ingleses, tan excéntricos o más que la familia Durrell. 

Como dice Teodoro: "Aquí en Corfú, todo es posible", lo que se refleja en las numerosas anécdotas sobre la isla: el día del santo, la representación de teatro ante el Rey, el parque de bomberos,..., y a cada cual más desternillante.

Y allí que llega la familia para instalarse primero en un hotel, donde Margo descubrirá horrorizada que lo que ella entendía era un cubo que contenía papel para limpiarse después de hacer sus necesidades era el cubo donde se echa el papel después de hacerlas, y después de varios malentendidos similares deciden instalarse en una villa, la que conoceremos como Villa Fresa, para lo que tienen la ayuda inestimada de Spiro, un griego que emigró a América y volvió a Corfú con un coche americano, que se convertirá en un miembro más de la familia solucionando todos los problemas prácticos que se les presentan. Spiro es un gran personaje, un griego típico en su aspecto, moreno, peludo, y en sus actos, chanchullero, que habla un inglés muy particular y divertido terminando todas sus palabras con la letra "s", y que es todo corazón.

A lo largo del libro, y entre descripciones de los bichos y su hábitat que se va encontrando Gerald en sus paseos por la isla, vamos conociendo a los demás personajes de la isla, pasando de anécdota en anécdota a cada cual más divertida. Están por un lado los campesinos griegos, para los que todos los ingleses son lores, lo cual no es de extrañar porque la familia se dedica a sus aficiones en unas perpetuas vacaciones griegas, por lo que Gerald es el pequeño lord. El protagonista nos va presentado a diversos nativos de la isla que va conociendo en sus paseos, y que le dan de merendar cuando va por ahí cazando bichos, y por otro diversos amigos de Larry que sirven de preceptores del niño, porque a sus 10 años no va a ningún colegio y la familia teme que sea un ignorante. El problema es que a Gerald no le interesa nada que no sean los animales por lo que los maestros solo podrán hacer que se interese por las materias que tengan que ver con la naturaleza. 

Y así vamos conociendo al excéntrico escritor George, amigo de Larry, que da las clases mientras practica danzas griegas y florete a la vez:

"(...)- Si dos orugas tardan una semana en comerse ocho hojas, ¿cuánto tardarán cuatro orugas en comerse la misma cantidad. Hale, aplícate a eso.
Mientras yo guerreaba con el problema aparentemente insoluble del apetito de las orugas, George se ocupaba de otras cosas. Era floretista experto, y en aquella época estaba aprendiendo algunas danzas folklóricas locales, tema por el que sentía una auténtica pasión,. Así mientras esperaba que yo acabase la cuenta, deambulaba por la habitación en penumbra, practicando lances de esgrima o complicados pasos de baile, costumbre que yo encontraba desconcertante, como poco y a la que siempre atribuiré mi incapacidad para las matemáticas. 
- Dam-di-dam-di-dam... triro triro liro lí...cruzar la pierna izquierda...tres pasos a la derecha...dam-di-dam-di-dam-di-dam-di-pam... atrás, vuelta, arriba y abajo... triro liro liro lí...-zumbaba, saltando y pirueteando como una grulla desmadejada. De pronto cesaba el tarareo: un brillo acerado despuntaba en sus ojos, y se lanzaba a una postura defensiva, apuntando un florete imaginario a un imaginario enemigo. (...)"

Después conocemos a Teodoro, un amigo de George, alto, delgado y barbudo, con un peculiar sentido del humor, naturalista, igual de fanático que Gerald por los bichos, y que lo tratará como a un adulto ganándose su respeto y confianza con su inagotable sapiencia, entrando dentro del círculo de amistades de la familia.

La primera parte termina con el cambio de villa porque Villa fresa se les ha quedado pequeña tras invitar Larry a "unos cuantos amigos", pasando a la villa color narciso, "una mansión de tipo veneciano alta y cuadrada, con los muros color narciso pálido." Donde conocemos a Lugaretzia, una anciana griega que les hará de sirviente, una mujer hipocondríaca:

"Solo había una cosa capaz de despertar una sonrisa en el rostro macilento de Lugaretzia, un destello en su mirada perruna, y ello era la discusión de su achaques. Mientras la mayoría de la gente practica la hipocondría a ratos libres, Lugaretzia había hecho de ella su ocupación intensiva. Cuando nos fuimos a vivir allí lo que la preocupaba era el estómago. Los boletines sobre el estado del mismo salían a partir de las siete de la mañana, hora en que servía el té. Deambulaba de una habitación a otra con las bandejas dándonos a cada uno un informe golpe a golpe a golpe de su nocturno combate con su físico. Era maestra e nel arte de la descripción gráfica: gemía, boqueaba, se retorcía agónicamente, pataleaba por las habitaciones mostrándonos un cuadro tan realista de sus sufrimientos que, al poco, nuestros propios estómagos dolían por solidaridad."

En la segunda parte se cuenta la llegada y estancia de los invitados de Larry, unos pretenciosos "artistas" cuyos diálogos y temas de conversación ridiculiza Durrell con un estilo que Evelyn Waugh aprobaría, la construcción por Leslie de una barca para Gerald, desastrosa y muy divertida, y otras muchas anécdotas. No obstante, al recibir la amenaza de una tía pesadísima de ir a quedarse a vivir con ellos porque viven en una villa muy grande, se vuelven a mudar a otra mucho más pequeña: La villa blanca.



En esta tercera parte conocemos a su nuevo preceptor: Kralefsky, un hombrecillo ornitólogo que va a conectar muy bien con el protagonista, y que protagonizará multitud de anécdotas. Kralefsky le decía a Gerry que iba a ver cómo estaba su madre, pensando el niño que era una forma eufemística de decir que iba al aseo, un día le entraron a él ganas de ir y le pidió ir a ver a su madre, ante el desconcierto de Kralefsky.

"- ¿A mi madre? - repitió atónito.- ¿Visitar a mi madre? ¿Ahora?
Como yo no veía motivo de extrañeza, me limité a asentir.
-Bueno - dijo un tanto indeciso -, estoy seguro de que le agradará mucho conocerte, calro, pero será mejor que me acerque antes a ver si es oportuno.
Salió de la habitación, todavía ligeramente desconcertado, y regresó a los pocos minutos.
- A mi madre le encantará verte - anunció -, pero dice que si no te importará encontrarla un poco desaliñada.
Me pareció que hablar de un cuarto de baño como si fuera un ser humano era ya excesivo melindre, pero visto que Kralefsky tenía esa pequeña manía por el tema, mejor sería seguirle la corriente. Dije que no me importaba en absoluto que su madre estuviera hecha un desastre, porque la nuestra solía estarlo.(...)"

El episodio de la madre de Kralefsky es estupendo, una señora que ya es tan anciana que todo pasa despacio ante ella y puedo oír susurrar a las flores de la habitación. Muy poético y realmente emocionante.

                                            
                                                             Gerry y Roger

Además de los personajes humanos, el libro está lleno de "otros" personajes, los animales, no solo los desconocidos, sino los que se van incorporando a la familia: además de Roger, se incorporan dos cachorros más, Puke y Widdle, después aparece también una perra, Dodo, alargada y fea, que considera que la madre es propiedad suya lo que da lugar a las mejores y más divertidas anécdotas del libro, provocando más de una carcajada, la gaviota Alecko, las inigualables Gurracas, que son dos urracas muy guasonas que realizan los mayores desmanes en cuanto se descuidan, el mochuelo Ulises, la salamanquesa Gerónimo, que protagoniza un trepidante y emocionante duelo a muerte con una mantis religiosa, el palomo Quasimodo, una tortuga, y dos culebras de agua, y todos ellos parten con la familia cuando Gerald ya es muy mayor para seguir sin estudios con lo que deciden volver a Inglaterra.

Sin lugar a dudas, Mi familia y otros animales es, además de un gran libro divulgativo, un libro de humor "british" inolvidable, entrañable y evocador que hace que deseemos convertir nuestra vida en unas eternas vacaciones griegas instalándonos en esa Corfú que, por desgracia, como ocurre con todo lo que dejamos atrás en la infancia, ha dejado de existir, de ahí el acento nostálgico y melancólico del paraíso perdido que tiene en algunos momentos, y que marca al comienzo del libro la cita del Acto IV de Como gustéis de Shakespeare:

"Es mi propia melancolía, compuesta de todos los ingredientes, extraídos de múltiples objetos.  Es una tristeza caprichosa que me embarga cuando medito en todo lo que me ha acontecido en mis muchos viajes.

(La cita no proviene de incluida en la edición española de Mi familia y otros animales de Alianza editorial sino de la traducción de Manuel Ángel Conejero en la edición de 1990 de Cómo gustéis de Cátedra).



En 1987 se convirtió en serie para la televisión y en 2005 la BBC realizó un película bastante buena adaptando en la medida de lo posible el libro. 



3 comentarios:

  1. Sé quién lo ha escrito por el foro, pero no veo la firma. nosequé

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  2. Gracias por el comentario, que comparto por completo.

    Devoré este libro y sus secuelas, que también recomiendo. Son un viaje a la infancia perfecta en el paraíso perfecto, a través de la risa y la ternura.

    Quería compartir una reflexión más profunda que me ha suscitado tu texto. Estoy de acuerdo que ese Corfú ya no existe; como tantos otros lugares de ensueño, ha quedado sepultado bajo un grueso estrato geológico de turismo de masa. Pero sigue siendo una joya mediterranea que, sin duda alguna, merece la pena visitar. Como lo siguen siendo tantos otros lugares de nuestra infancia u otros períodos de nuestras vidas, que, cuando los visitamos, nos parecen desangelados, tristes e incluso, a veces, profanados. Sin darnos cuenta de que no es tanto (o no sólo) lo que le ocurrido al lugar, sino el hecho de que lo que buscamos en él (las personas que conocimos, los sentimientos que experimentamos, a nuestro proprio yo) ya no habitan allí.

    Nostalgias aparte: lean ustedes los libros de Durrel, disfrútenlos, ríanse y viajen a Corfú y a otros sitios de Grecia - el carácter griego, la belleza de sus paisajes y la claridad del Jónico y el Egeo les depararán similares experiencias a las que inspiraron a Durell.

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  3. Qué nostalgia de cuando lo leí en la preadolescencia... Muy buen artículo. M. Corleone

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