Cuando Rudyard Kipling escribió Ellos acababa de pasar por una de las experiencias más dolorosas de su vida, la muerte de su hija Josephine. Con frecuencia este relato es malinterpretado y se le atribuyen elementos de misterio y sentimentalismo. Kipling introdujo en él un código elaborado con una precisión asombrosa que lo aleja por completo de estos calificativos y nos acerca, sin embargo, hacia un conocimiento profundo del hombre que se encuentra detrás del escritor.
Ellos fue escrito por Rudyard Kipling tras asentarse en Inglaterra, en la etapa narrativa comprendida entre 1890 y 1910, y se publicó por primera vez en 1904 en un volumen titulado Traffics and Discoveries. En este periodo Kipling se mueve entre Inglaterra y Estados Unidos. En Inglaterra alcanza fama como escritor, al tiempo que publica nuevas obras. En Estados Unidos estuvo desde el verano de 1892, con algunos interludios, hasta 1896. En este país se encontraba asentada la familia de su mujer, y fue aquí donde nacieron sus dos hijas: Josephine y Elsie. Su hijo menor, John nacería en Inglaterra.
El escritor W. Somerset Maugham aprendiz y gran conocedor de la obra de Kipling reunió, hace ahora más de cincuenta años, una exquisita selección de los mejores relatos de su maestro. En el ensayo que escribió en 1952, para presentar esta selección, al referirse a Ellos expone algunos datos biográficos de primera mano:
“En 1899, Kipling fue con su esposa e hijos a Nueva York, y su hija mayor y él mismo contrajeron un resfriado que dio lugar a una neumonía de consideración. Los que tenemos edad suficiente aún recordaremos la preocupación que se sembró por todo el planeta cuando los telegramas y noticias de última hora anunciaban que Kipling se encontraba en puertas de la muerte. Él se restableció, pero su hija mayor falleció. No es posible dudar que Ellos está inspirado en la pena inmensa que le causó la pérdida”.Atravesar un periodo de duelo supone un gran impacto emocional, y fue esa sucesión de sentimientos lo que dio a su invención el material necesario para construir un relato con una estructura y una disposición perfectas. Son los sentimientos de Kipling los que se imprimen en este relato, una identificación en la pérdida de los demás es lo que le lleva a reconocerse y aceptarse en la suya propia. “A partir de mis grandes pesares confecciono estas pequeñas canciones”, dijo Heine.
En el referido ensayo, Somerset Maugham desmonta de manera tajante algunos calificativos que se le puedan atribuir:
“A algunos les ha resultado oscuro, a otros sentimental. Uno de los riesgos que afronta el escritor de ficciones es el peligro de deslizarse desde el sentimiento hasta la sentimentalidad. La diferencia entre lo uno y lo otro es sutil…”
“No hay nada oscuro en Ellos. A mi entender no hay nada siquiera sentimental”.
Una cualidad común a los relatos de Kipling es su solidez estructural, en este caso se trata de la descripción de un proceso de duelo. Con una técnica exhaustiva al tiempo que ágil, encontramos descripciones amplias y dotadas de movimiento, consiguiendo un efecto casi cinematográfico, recurso con el que transmite una evolución progresiva por las fases del duelo.
El relato comienza en movimiento. Se trata de un viaje interior. El narrador se encuentra recorriendo una geografía, desorientado y perdido.
Es primavera, el paisaje corre bajo las ruedas del automóvil. Él tan sólo se deja llevar. Enormes figuras de tejo recortado y la lanza verde de un jinete lo inmovilizan en el jardín de una antigua y bella mansión. Aparecen de golpe ocupando todo el espacio. Su pensamiento conecta con el mundo infantil, ha llegado al lugar donde habitan sus recuerdos, y allí en una pequeña ventana de la primera planta se asoma la cabecita de un niño.
Hace su aparición la dueña de la casa, una mujer bella y de dulce voz, que posee una característica peculiar, la ceguera. Sin embargo esta mujer ciega le servirá de guía en ese mundo habitado que se halla en el interior de la gran mansión.
En verano, transcurrido un mes de la primera visita, regresa de nuevo. Por primera vez intenta atraer la atención de los niños, y allí sentado al lado de la mujer ciega, mientras los esperan, ella le explica que percibe a través de los colores que imagina los sentimientos que él experimenta, y de esta forma se nos muestran los sentimientos del protagonista. En esos momentos él se encuentra en la etapa del duelo donde la ira y el enfado son las emociones predominantes.
Él reconoce que todavía no comprende el secreto que Ellos guardan y sabe que, más adelante, llegado el momento lo entenderá, pero ese momento ha de llegar siguiendo su curso natural.
Se van sucediendo las distintas etapas que componen el periodo de duelo: tras la inicial desorientación con que llega al lugar, y tras ese acercamiento a Ellos, aparecen episodios de enojo, de incomprensión; y la tristeza, de forma progresiva, comienza a inundarlo todo.
En otoño sucede la tercera visita. El azul del Canal de la Mancha cambia en una secuencia preciosa de tonos – plata bruñida, acero batido, peltre apagado –. La evolución temporal de las estaciones y esa secuencia cambiante del color azul recrean un proceso dinámico sincronizado, en perfecta armonía con la naturaleza, con la evolución progresiva por las distintas fases que componen un proceso de duelo.
Y es en otoño, cuando el saúco y el rosal silvestre dieron fruto, cuando asistimos a la resolución final del proceso.
Hay dos alusiones directas que nos indican una identificación en la pérdida de los demás y un reconocimiento de la suya propia. La primera está descrita cuando en el bosque encuentra a una mujer que pasea de la mano con un niño. Reconoce a esa madre, sabe que perdió a su hijo. La segunda referencia se encuentra en la canción que escucha a la mujer ciega:
Es primavera, el paisaje corre bajo las ruedas del automóvil. Él tan sólo se deja llevar. Enormes figuras de tejo recortado y la lanza verde de un jinete lo inmovilizan en el jardín de una antigua y bella mansión. Aparecen de golpe ocupando todo el espacio. Su pensamiento conecta con el mundo infantil, ha llegado al lugar donde habitan sus recuerdos, y allí en una pequeña ventana de la primera planta se asoma la cabecita de un niño.
Hace su aparición la dueña de la casa, una mujer bella y de dulce voz, que posee una característica peculiar, la ceguera. Sin embargo esta mujer ciega le servirá de guía en ese mundo habitado que se halla en el interior de la gran mansión.
En verano, transcurrido un mes de la primera visita, regresa de nuevo. Por primera vez intenta atraer la atención de los niños, y allí sentado al lado de la mujer ciega, mientras los esperan, ella le explica que percibe a través de los colores que imagina los sentimientos que él experimenta, y de esta forma se nos muestran los sentimientos del protagonista. En esos momentos él se encuentra en la etapa del duelo donde la ira y el enfado son las emociones predominantes.
Él reconoce que todavía no comprende el secreto que Ellos guardan y sabe que, más adelante, llegado el momento lo entenderá, pero ese momento ha de llegar siguiendo su curso natural.
Se van sucediendo las distintas etapas que componen el periodo de duelo: tras la inicial desorientación con que llega al lugar, y tras ese acercamiento a Ellos, aparecen episodios de enojo, de incomprensión; y la tristeza, de forma progresiva, comienza a inundarlo todo.
En otoño sucede la tercera visita. El azul del Canal de la Mancha cambia en una secuencia preciosa de tonos – plata bruñida, acero batido, peltre apagado –. La evolución temporal de las estaciones y esa secuencia cambiante del color azul recrean un proceso dinámico sincronizado, en perfecta armonía con la naturaleza, con la evolución progresiva por las distintas fases que componen un proceso de duelo.
Y es en otoño, cuando el saúco y el rosal silvestre dieron fruto, cuando asistimos a la resolución final del proceso.
Hay dos alusiones directas que nos indican una identificación en la pérdida de los demás y un reconocimiento de la suya propia. La primera está descrita cuando en el bosque encuentra a una mujer que pasea de la mano con un niño. Reconoce a esa madre, sabe que perdió a su hijo. La segunda referencia se encuentra en la canción que escucha a la mujer ciega:
“Pero así quiera Dios bendecir nuestras pérdidas, que a nuestro ser mejor se ajustan.”
El verso final lo lleva a mirar hacia su propia pérdida: acaba de entrar en el interior de la gran mansión. Es ese interior se respira una gran paz. Comienza a oír los pasos de los niños, capta su risa ahogada, ve la silueta de un vestido de niña pasar delante de una ventana, con el crepúsculo; pero jubilosos y divertidos juegan al escondite con él.
Él opta por entrar en ese juego. Descubre las siluetas formando un corrillo tras un biombo y decide hacerles creer que los ignora para, de ese modo, obligarles a salir a campo abierto. A lo largo de la narración se suceden las conexiones con el mundo infantil, lo que indica una gran familiaridad con el mismo.
En esta parte final se introduce un nuevo personaje: el señor Turpin. Un arrendatario que acude a la casa tras ponerse el sol, señal de su codicia. Turpin es presa del pánico porque oculta un engaño y sabe que va a ser descubierto.
En estos momentos hay dos juegos en escena con un único objetivo, distraer nuestra atención: el narrador arrastra su sillón cerca del biombo, al alcance de la mano, para poder tamborilear en el cuero, pero por un instante distrae su atención atraído por la estratagema del codicioso arrendatario. Y entonces ocurre:
Él opta por entrar en ese juego. Descubre las siluetas formando un corrillo tras un biombo y decide hacerles creer que los ignora para, de ese modo, obligarles a salir a campo abierto. A lo largo de la narración se suceden las conexiones con el mundo infantil, lo que indica una gran familiaridad con el mismo.
En esta parte final se introduce un nuevo personaje: el señor Turpin. Un arrendatario que acude a la casa tras ponerse el sol, señal de su codicia. Turpin es presa del pánico porque oculta un engaño y sabe que va a ser descubierto.
En estos momentos hay dos juegos en escena con un único objetivo, distraer nuestra atención: el narrador arrastra su sillón cerca del biombo, al alcance de la mano, para poder tamborilear en el cuero, pero por un instante distrae su atención atraído por la estratagema del codicioso arrendatario. Y entonces ocurre:
“…Y de pronto noté que a mi pesar, mi mano relajada era tomada con suavidad entre las suaves manos de un niño…el beso cayó en el centro de la palma de mi mano, como una dádiva sobre la cual se contaba con que los dedos se cerrasen…”
La descripción del suceso es una manifestación del amor hacia el mundo infantil, que sólo se explica a través de un conocimiento profundo, lleno de ternura y adoración. Emociona cómo Kipling es capaz de transmitir este sentimiento haciéndonos partícipes de un sencillo juego de niños, al tiempo que logra conjugar en su máxima expresión sensibilidad y técnica narrativa.
Y entonces lo entendemos:
Y entonces lo entendemos:
“Entonces lo entendí. Y fue como si lo hubiera sabido desde el primer día en que miré a través del ancho césped la alta ventana geminada”.
Era necesario llegar hasta Ellos para entender que ya no estaban. Lo sabíamos desde el principio pero no lo habíamos entendido. Su guía, esa mujer ciega, le conduce a reconciliarse con su dolor. Debe aceptar que ha perdido, no debe volver en su busca. El narrador entra así en la resolución de su duelo que llega con la aceptación de la pérdida.
Kipling perdió a su hija Josephine y aceptó la pérdida. Escribió este conmovedor relato tras ese viaje interior en el que sólo los ven quienes han perdido. No queda nada más que leer y disfrutar con esta historia, tal como Kipling quería.
BIBLIOGRAFÍA:
Kipling, Rudyard. El mejor relato del mundo y otros no menos buenos. Selección y presentación de W. Somerset Maugham. Sexto Piso, 2009.
Kipling, Rudyard. El libro de la jungla. Edición de José Manuel González. Akal, 2003.
Kipling, Rudyard. Sólo cuentos (para niños). Anaya, 1988. Al que pertenece la imagen Retrato de Josephine.
Gilmour, David. La vida imperial de Rudyard Kipling. Seix Barral, 2003.
Ellos. Rudyard Kipling. Traducido por Miguel Martínez-Lage. Publicado en El mejor relato del mundo y otros no menos buenos. Editorial Sexto Piso, 2009.
Triste inspiración para un relato que por lo que cuentas debe ser estupendo.
ResponderEliminar¡Me encantó la reseña!
Cuando se publique el relato, y lo leas, te darás cuenta que sin embargo no es un relato triste, es sencillamente todo lo que cuento. Pero tienes que leer la traducción que se va a publicar, merece la pena esperar. Andromeda, Gracias por todo
ResponderEliminar¡Gracias a tí, Diana!
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Muy buena reseña. Felicidades.
ResponderEliminarJV
Gracias, con una sonrisa, Juan
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo. Tengo que descubrir a este autor, y en casa tengo varios de sus libros.
ResponderEliminarMuchas gracias, Diana,
Bravo, Diana. Certero análisis y magnífico comentario.
ResponderEliminarAshling, este relato de Kipling ha supuesto para mí todo un descubrimiento y además es un regalo de Miguel Martínez-Lage a la Revista. Lo tenemos aquí para eso, adelante con Kipling, Ashling! y muchísimas gracias a ti :)
ResponderEliminarSue, para mí era necesario e importante retomar el artículo, que por cierto ha sido una emocionante aventura, mi querida Sue :) gracias miles
ResponderEliminarEs probablemente el mejor relato escrito en lengua inglesa.
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