Un café con Esther Tusquets



Tras una proposición tan atrayente como esta, se esconde toda una aventura literaria.
La tarde anterior me comunican que hay la posibilidad de ir a la presentación del nuevo libro de Esther Tusquets, Pequeños delitos abominables, y yo, a pesar de que apenas conozco a la escritora, con un poco de miedo y de vergüenza, me organizo con tal de poder asistir, sintiéndome tranquila, porque siempre puedo sentarme atrás de todo de la sala, y no tengo por qué intervenir en las cuestiones que se vayan a comentar...
El día en cuestión, 17 de noviembre, me encuentro con la famosa huelga de los Ferrocarriles de la Generalitat, y muevo cielo y tierra para poder llegar a la hora a la cita, desplazándome finalmente en coche. Pero llego demasiado temprano, faltan todavía veinte minutos para las cinco, y claro, a estos sitios no es cuestión ni de llegar muy temprano, ni de llegar tarde, sino justo cinco minutitos antes para que tengas tiempo de ubicarte un poco antes de empezar con el evento. Así que, como acababa de tomarme un té en casa, y no me apetecía nada meterme en un bar, me pongo a dar vueltas a una de esas manzanas del Eixample… Una vuelta, faltan quince minutos… Dos vueltas, tres vueltas, faltan diez minutos… Cuatro, cinco, seis vueltas,… Me siento terriblemente tonta, así que cruzo a la manzana siguiente, subo por la calle de arriba, rodeo la nueva manzana, y cuando faltan siete minutos vuelvo hacia el edificio donde se encuentran las oficinas de Ediciones B.
Entro, me presento en el tablero de información, y la chica, muy amable y con una sonrisa en los labios (así da gusto que te atiendan) me comenta que ya me esperaban, y me pide que espere unos segundos para que pueda darme la acreditación. Mientras, oigo que a mi lado, la otra chica que atiende en el tablero, le pregunta a alguien si viene también a ver a Esther Tusquets, a lo que la persona en cuestión le responde: “No, yo soy Esther Tusquets…”. Me giro para observar a la mujer de mi lado, una “vieja dama indigna”, como ella misma se definía en sus memorias, que contempla medio divertida y medio intrigada a la joven del tablero. Mientras, la que me atiende, me da la acreditación y me pide que vaya hasta el puesto de seguridad para que la validen. “¡Suerte que llegué cinco minutos antes!”, pienso. Y oigo que le piden a la señora Tusquets que espere a que yo esté lista para subir juntas. Nos dirigimos, pues, a los ascensores, observándonos la una a la otra de reojo, sin decir nada. “Deberías decir algo… Algo inteligente, simpático, cordial,…”, pero a pesar de esos pensamientos, no se me ocurre para qué abrir la boca, así que la mantengo cerrado. Nos indican mal la planta y nos encontramos en un despacho donde nadie nos hace el menor caso, nos miran y se van, y las dos Esthers nos miramos interrogativamente, sin saber si esa falta de seriedad es habitual o no. Por fin, una chica nos pregunta si esperamos a alguien, a lo que la escritora responde que más bien a las que nos esperan es a nosotras, pero la mujer que nos ha preguntado no tiene ni idea de quienes somos, y nos informa de que deberíamos dirigirnos a la planta superior. Justo al salir nos encontramos a dos encantadoras jóvenes que bajan por las escaleras, y que rápidamente nos saludan.
Tras las presentaciones de rigor, entramos en una bonita sala, ocupado por una mesa ovalada, con un par de bandejas con pastas en el centro. Nos sirven un café, tomamos asiento, e Ilu, la chica de la editorial que nos invitó al evento, se dispone a dar inicio a la charla. En ese preciso instante me doy cuenta de que eso no es una presentación de un libro, sino una tertulia con la autora, totalmente sola ante el peligro. Así que, para no hacer el ridículo ya de entrada, roja como un pimiento, decido descubrir mis cartas: les confieso humilde y sinceramente que claro que sé quién es, y que me he informado un poco también antes de acudir a la cita, pero que no he leído aún nada suyo, y que por tanto no la conozco como escritora. Ilu ríe ante mi confesión, y Tusquets me mira entre incrédula y sorprendida. Pero, después de advertirlo, me siento más ligera, y damos inicio a ese tête-à-tête, en el que hablamos de todo lo divino y lo humano, empezando por su libro, y acabando por la situación política del país.
De modo que, tras esta larga introducción, voy a entrar en materia, diseccionándoos un poco esa interesantísima conversación:
Pequeños delitos abominables:
Este último libro es distinto a todos los que ha escrito hasta ahora, comenta la autora. Son 50 casos que la irritan profundamente de las maneras de la gente, todos expuestos desde una visión muy personal, algunos más grotescos, otros más serios, y lo ejemplifica contando con mucha gracia algún caso, que nos arranca más de una risa a las dos oyentes que estamos allí sentadas. Nos explica que lo que busca con esta nueva obra es divertir al lector, que puede ser muy amplio, pero a la vez hacerle pensar un poco sobre todos estos casos, e incluso animarle a proponer casos que puedan irritarle a él. Y con este título tan curioso quiere marcar esa contradicción que hay entre la palabra pequeños y la palabra abominables, dotar a estos delitos que no se castigan por su “pequeñez” de una dimensión más categórica, más grave, usando ese adjetivo tan contundente: abominable. Al preguntarle por el inicio de esta idea, nos confiesa que fue una propuesta de su editor, y que a ella le pareció divertida, y se metió en el proyecto. Al principio, nos dice, los capítulos eran muy cortos, “pero le estoy muy agradecida a mi editor de que insistiera en que debían ser más largos, porque fue una observación muy acertada, ha quedado mejor”. Y al hacer esta referencia a la intervención editorial es casi inevitable pensar en sus 40 años como directora de Lumen, y preguntarle un poco por esa etapa tan importante de su vida…
Los años como editora:
Lumen fue toda una experiencia editorial y literaria que ocupó buena parte de su vida. Nos comenta, fascinándose aún, después de tantos años, de los recuerdos que nos relata, que era una editorial donde editaban por capricho, pero sin ser suficientemente ricos como para permitírselo. Nos pone el ejemplo de una colección que editaban que no tenía éxito alguno, y de la que ella ordenó la suspensión. A los pocos días, su padre se presentó en su despacho para pedirle explicaciones de esa cancelación editorial, y ella le contestó que eran mayores los gastos que las ganancias, a lo que su padre protestó que si aquel era el único motivo, ya se podía seguir editando. Por tanto, nos muestra la imagen de una editorial que va más allá del interés económico, y que busca el interés cultural, literario, el dar a conocer las obras, los autores, luchar por una cultura de las letras, independientemente de los beneficios que saquen con ello. Aun así, y a pesar de sus momentos de crisis, está claro que Lumen ha sido solvente, si se ha mantenido a flote a pesar de los pequeños “derroches” que se han permitido a veces.
Nos explica que siempre ha intentado editar obras diferentes, que no tenían por qué ser muy buenas, pero que al leerlas fuera algo que sólo el autor pudiera haber escrito, y no una novela prototípica más. En eso quizás reside la diferencia de Esther Tusquets respecto al mundo editorial con el que se encuentra actualmente, un sector en el que, dice, no se interesan por el autor, sino por los títulos. Un sector que no tiene ningún tipo de escrúpulos a la hora de destruir una obra, descatalogarla, hacerla desaparecer por el simple hecho de que ya no se vende, aunque no haga ni dos años que fue publicada, e independientemente de la frustración e indignación que provoca eso al autor que quiere comprar su propia obra y se encuentra con que no está ya ni en los catálogos de la editorial que se la publicó.
Esther Tusquets, escritora
Pero a pesar de esa experiencia que ha ocupado nada menos que cuarenta años de su vida, desde pequeña, lo que siempre quiso fue ser escritora, o, en su defecto, actriz. Al oírle decir eso me sonrío, puesto que lo primero que me ha pasado por la cabeza al inicio de esta tertulia-entrevista, cuando nos ha contado algunos de los casos del nuevo libro, ha sido que se desenvolvía muy bien en eso de la interpretación, que tenía mucha gracia para contar las cosas, y, como ella misma reconoce, no hace más que decir grandes verdades, pero, siempre que comenta algo, la gente se ríe y a menudo no logra entender el por qué. Y yo juraría que se debe más al cómo que al qué de lo que explica.
Así pues, nos confiesa que ella, a pesar de los años como editora, siempre se ha sentido escritora, siempre ha querido escribir. Y que cuando a sus 49 años decide publicarse su primera novela, para no poner en ningún compromiso a cualquier amigo de otra editorial, el éxito de su opera prima le es totalmente inesperado. El mismo mar de todos los veranos nos plantea un tema que, aunque ahora esté ya muy manido, cuando se publicó la obra resultaba innovador y transgresor, y por eso se habló mucho de esa novela. En sus obras, igual que en las que editó, siempre busca darles ese toque personal, suyo, característico, independientemente del nivel literario que tengan, de si están peor o si están mejor, deben tener algo que sólo pueda haberlo puesto ella, por ser Esther Tusquets, algo que nadie más podría haber escrito de esa forma. Pero reconoce que es más fácil el trabajo de editora que el de escritora, porque no es lo mismo fracasar en un trabajo, que fracasar en un sueño. El nivel de exigencia cuando se hace aquello que siempre se ha querido hacer es mucho mayor, y por tanto la dificultad también aumenta. Y, como todos los trabajos, tiene partes buenas y partes malas. “No hay nada mejor que esos ataques de inspiración que llegan muy de vez en cuando y te hacen escribir a chorro, como inducida por una extraña locura, o una placentera borrachera, y te permiten pasarte horas delante del ordenador sin dejar de teclear”, nos confiesa con una sonrisa muy amplia en los labios. Claro que, una vez escrito el libro, los actos promocionales son lo que más le cansa. No le gusta hablar de sus libros, porque nunca puede ser sincera. “Independientemente de que lo crea o no, ¿qué pasaría si yo ahora te digo que este nuevo libro lo considero una obra menor? No estoy diciendo que lo sea, pero si lo pensara de verdad no podría decirlo cuando me preguntaran por él, y a mí me han enseñado siempre a decir la verdad…”. Como curiosidad, de todos sus libros, el que ella misma me recomienda es Correspondencia privada. También les tiene un cariño especial a sus memorias, aunque reconoce que son quizás los libros menos literarios de todos. Y para ir creándonos el gusanillo de la curiosidad, nos adelanta que su nuevo proyecto consiste en una novela a cuatro manos junto a su hermano, el arquitecto y pintor Oriol Tusquets.
Esther Tusquets, la vieja dama indigna
Tras conocer un poco mejor a la editora y a la escritora, es inevitable que necesite saciar mi interés por la persona que hay detrás de ambas, puesto que a lo largo de tiempo que hemos ido hablando, se ha podido apreciar a una persona muy inquieta, comprometida, coherente. Y, efectivamente, ella misma lo confirma al preguntarle su mayor virtud y su mayor defecto. Para la virtud escoge la coherencia que siempre ha intentado que predominara su vida, el ser coherente con sus pensamientos, sus actos y sus palabras, y dice haberlo logrado bastante. Y para el defecto elige la dureza, explicando que hay quien la acusa de ser muy dura con la gente con la que trata, y con una mueca de desagrado añade que de ser realmente así no le gustaría demasiado. En cuanto a gustos literarios del panorama actual, dice no poder opinar mucho, puesto que leyó locamente durante cincuenta años, devorando centenares de libros, pero reconoce que ahora lee muy poco. Con la vejez, – esa etapa siniestra que confiesa que llegado el momento intentará ponerle fin de la forma más tranquila posible –, una etapa en donde los intereses disminuyen de forma acentuada, y las conversaciones entre los amigos se reducen a la salud, el dinero, y los que se han ido, reconoce que ha despertado en ella cierto sentimiento “patriótico” que nunca había sentido hasta entonces. Nunca se había sentido de ningún lado, y últimamente se siente más catalana, aunque lo catalán siempre ha ejercido una influencia en todas sus obras. Se confiesa a favor de las nuevas tecnologías, a pesar de no manejarlas, y defiende una vez más su amor por los animales, incluso aquellos que no le gustan, pero que, como todos, tienen unos derechos que hay que respetar.
Esther Tusquets, pues, no sólo es una figura importante dentro de las letras hispánicas de la segunda mitad del siglo XX, sino una mujer crítica, coherente, inteligente, aguda, y capaz de hacer un catálogo irreverente de buenos modales con el que sin duda te arrancará más de una sonrisa. Así que yo, personalmente, tras haberlo leído, no sólo recomiendo este nuevo libro sobre los buenos modales, donde se nos presenta a una autora involucrada directamente en el texto, contándonos sus casos propios, sus manías, acercándonos a la figura de la vieja dama, sino que os animo, como he hecho yo también, a que la conozcáis como escritora literaria con cualquiera de sus novelas o relatos, porque la exquisitez de su narración no tiene desperdicio.

Chubbchubb

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