¿Conoces el país…? Dos miradas: de Thomas Mann a Goethe - Eliena



Dos grandes de la literatura alemana y un mismo destino: Italia. La Venecia decadente de Thomas Mann, frente a la luminosa Italia de Goethe. Ambos escritores tuvieron en común una curiosa fascinación por lo latino, aunque como buenos burgueses, y además alemanes, detestaran dejarse llevar por los arrebatos del corazón. Así para Aschenbach, personaje de La muerte en Venecia, el viaje a Italia que le lleva inexorablemente hacia la muerte; a Goethe en cambio, Italia le supone un renacimiento y un volver a encontrarse. Dos viajes, pues, y dos miradas: del Thomas Mann que quiso ser un nuevo Goethe, y del Goethe que quiso ser un Homero o un Shakespeare.


La Venecia de Thomas Mann.

"Ésa era Venecia, la bella equívoca y lisonjera, la ciudad mitad fábula y mitad trampa de forasteros, cuya admósfera corrupta fue testigo, en otros tiempos, de una lujiriante floración artística, e inspiró a más de un compositor de melodias lascivamente arrulladoras."

Si Goethe tuvo su Werther, esa excelsa novelita donde los arrebatos de la pasión inundan al desprevenido lector, Mann no pudo ser menos y creó La muerte en Venecia. Lo cierto es que siempre he encontrado cierto paralelismo entre las dos novelas, la una me lleva a la otra y la otra a la una. Quizá haya quien piense que no tienen nada en común, quizá sea un desvarío mio. La cosa es que en el puesto de Charlotte, la abnegada huérfana modelo de belleza y bondad que cautivó a Goethe, tendríamos a Tadzio, el adolescente polaco que Mann nos describe como a una prístina estatua griega, ideal de belleza, tan sublime como letal. Y aun siendo los argumentos de las dos novelas muy diferentes, existe algo en ambas que me induce siempre a evocarlas recíprocamente. Puede que sea porque tanto Werther, como Aschenbach, inician un viaje sin retorno hacia los abismos de la pasión, entre fiebres y delirios, para finalmente, y como no podía ser de otra forma, terminar cayendo por el precipicio hasta hallar la muerte. O quizá porque ambas tengan en común y bajo mi punto de vista, una rotundidad inapelable, o ese brillo propio de la genialidad.


La Venecia de Mann, como todo en la novela, se nos presenta con una dualidad que va desde la belleza más absoluta, hasta la más oscura podredumbre. Lo uno contiene a lo otro y viceversa. Aschenbach elige deliberadamente esta ciudad para sucumbir a su destino. El hombre sobrio, dueño de sí mismo, de reputación intachable; de repente siente la llamada de las tierras del sur, del calor, de la luz, de la alegría y la despreocupación. Allí acude pues, a la Venecia que será tanto su dicha como su perdición.

Las señales que se van sucediendo durante su viaje a la ciudad no son precisamente halagüeñas. Señales fantasmales casi oníricas, que inquietan tanto a Aschenbach como al lector. Comenzando por el vejestorio petimetre y ebrio, que finge estar en la flor de la juventud; hasta la misma góndola que le lleva a la ciudad, que Aschenbach, estremecido, compara con un féretro y su consiguiente viaje final. Todo parece indicar fatalidad, incluso el mal tiempo juega en su contra. Pero en Venecia le espera Tadzio, la belleza espontánea que embriagará al escritor hasta extraviarlo completamente y llevarlo hacia los límites, nunca concebidos, de la indignidad, como en un triunfo de la belleza sobre la razón.

"Reposar en la perfección es el anhelo de todo el que se esfuerza por alcanzar lo sublime; y ¿no es acaso la nada una forma de perfección?"

La lectura de La muerte en Venecia supone todo un encuentro con un cúmulo de sensaciones encontradas. Sus páginas contienen miles de recovecos en las que uno bien podría perderse, como en esas callejuelas de la ciudad italiana. Donde el tiempo, en un pulso loco, parece acelerarse para mostrarnos la finitud de las cosas, sean vivas o inertes. Thomas Mann, en su anhelo por alcanzar lo inconmensurable, nos lleva hasta las puertas de lo ignoto, hacia los abismos del creador. Invitándonos a rozar, con la punta de los dedos, la misma perfección.



La Italia de Goethe.

"Pienso que no existe nada comparable a la nueva vida de la contemplación que un país desconocido proporciona a un hombre reflexivo. Aunque sigo siendo el mismo, tengo la impresión de que he cambiado hasta los tuétanos."

Goethe comienza su periplo italiano un tres de septiembre de 1786. Partió a hurtadillas de sus conocidos, porque como explica en su libro, Viaje a Italia, de otro modo no me hubiesen dejado partir. Llevaba entonces diez años en Weimar, ejerciendo de ministro a las órdenes del príncipe heredero Carlos Augusto y teniendo prácticamente abandonada la literatura. En esos momentos, el poeta, era únicamente conocido como el autor del Werther. Aunque ya había escrito algún boceto de Fausto, que pocas personas conocían.

Goethe en la campiña romana, durante su viaje a Italia.
Autor: Johann Heinrich Wilhelm Tischbein.

Este viaje a Italia le supuso un reencuentro con su verdadera vocación: la literatura y el arte. No en vano, tras su regreso a Alemania, se iniciaría en Goethe una provechosa etapa de creatividad y actividad literaria. Dicen sus biógrafos que si en algún lugar fue feliz, sin duda fue en Italia; y eso es precisamente lo que destilan las páginas de su Viaje a Italia: entusiasmo, fascinación, alegría. Como un volver al hogar o un volver a reencontrarse con la esencia de uno mismo.

"Ahora sólo me importan las sensaciones, que ningún libro o imagen puede recoger. Lo que cuenta es que el mundo me interesa de nuevo, que pongo a prueba mi espíritu de observación y examino los límites de mi sabiduría y mis conocimientos, si la luz de mis ojos es pura y clara, cuánto soy capaz de observar viajando a esa velocidad y si todavía es posible eliminar las arrugas que se han grabado en mi alma".

Realmente fue un viaje provechoso el suyo. Goethe, como buen amante del arte y del clasicismo, tuvo ocasión de contemplar en primera persona, todas esas obras imperecederas de las que tanto había oído hablar; y como buen coleccionista, también tuvo ocasión de llevarse un buen pedazo de Italia a casa. Allí Goethe se dedica a explayarse completamente en sus inquietudes intelectuales y artísticas. Una de esas inquietudes era el estudio del medio natural. Su gran sueño: encontrar La planta primigenia, planta que él concebía como la que debía de contener la clave de todas las plantas conocidas, e incluso de las que aún estaban por existir. Goethe no se contenta con visitar ruinas y grandes obras clásicas. Hace excursiones; trepa montañas e incluso volcanes; visita pueblos perdidos y se aloja en todo tipo de lugares. Cultiva su técnica del dibujo, lee a Homero, y en definitiva, se dedica a todo aquello que le apasiona.



Lo fantástico perece, la natural perdura.

A Goethe, la contemplación de toda esa grandeza artística de las obras clásicas en Roma, le supone varias cosas: en primer lugar la duda o el desaliento del que de repente se siente empequeñecido al contemplar una obra maestra, y en este caso el que la contempla es un artista con ambiciones propias. En segundo lugar el convencimiento de que sólo estos artistas clásicos contaban con una auténtica comprensión de la naturaleza, y por ende de la armonía, por la cual, y a través del arte, tenían en su mano la capacidad para llegar a mostrar todo lo bello y lo noble. Esas impresiones serian determinantes en sus creaciones posteriores.

Y para terminar, un pequeño apunte sobre Mignon, personaje que aparece en el Wilhelm Meister y del que, según cuentan, estaría inspirado en una saltimbanqui que conoció durante su viaje a Italia. Lo cierto es que es que en su libro de viaje aparece una niña que bien podría ser ella… me pregunto si lo será… Goethe confesó en una ocasión que habría escrito todo el Wilhelm Meister únicamente por ella. No le faltaba razón, es un personaje adorable.

Mignon es una pequeña bailarina, casi una gitanilla, que deambula con una compañía de saltimbanquis, sufriendo malos tratos por parte del tirano director de la misma. La niña es de origen italiano y fue arrancada de su patria por causas ajenas a su voluntad. Wilhelm la rescatará de esa vida indigna, para agradecimiento eterno de Mignon. Aunque el protagonista indiscutible de la novela de Goethe sea Wilhelm, fue Mignon la que inspiró a los compositores que musicalizaron su historia o sus canciones: Shubert, Listz o Beethoven, entre otros. En el precioso poema, Kennst du das Land, que aparece en la novela, la pequeña se refiere a Wilhelm primero como su amado, luego cambia a protector, para finalmente llamarlo padre. En él, Mignon, evoca su hogar perdido y se lamenta por la añoranza que siente por su querida Italia.

"¿Conoces el país donde florecen los limoneros,
las doradas naranjas relucen entre sombrías hojas,
donde una suave brisa sopla bajo el cielo azul,
y se encuentra el silencioso mirto y el frondoso laurel?
¿Lo conoces acaso?
¡Hacia allí, hacia allí
quisiera andar junto a ti, amado mío!
¿Conoces la casa? Sobre columnas descansa su techo,
la sala resplandece, el aposento brilla
y los bustos de mármol me miran y preguntan:
¿Qué te han hecho, pobre criatura?
¿La conoces acaso?
¡Hacia allí, hacia allí
quisiera andar junto a ti, mi protector!
¿Conoces la montaña y su sendero entre las nubes?
La mula busca el camino a través de la niebla;
en cavernas habita la antigua raza de los dragones;
¡al abismo se arroja la roca y sobre ella el torrente!
¿La conoces acaso?
¡Hacia allí, hacia allí
se dirige nuestra senda! ¡Oh, padre, vayamos!
La niña comenzaba cada verso con aire solemne y suntuoso, como si quisiera llamar la atención sobre algo prodigioso y muy importante. Al llegar al tercer verso de cada estrofa, el canto se hacía más grave y sombrío; luego pronunciaba “¿Lo conoces acaso?” con aire de misterio y tono quedo; en el “¡Hacia allí, hacia allí!” había mucha nostalgia contenida; sin embargo el “¡Oh, padre, vayamos!” final era pronunciado de manera diversa cada vez que repetía la canción: unas veces el tono era de súplica apremiante, otras apasionado y lleno de esperanza…”




7 comentarios:

  1. Maravilloso artículo, Eliena, se nota el mimo que le has puesto y el delicado lirismo con que lo has redactado. Logras transmitir todas las sensaciones que impregnan las obras de Mann y de Goethe. Y ese cierre es realmente conmovedor.

    Excelente.

    Un abrazo.

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  2. Genial artículo, Eliena. Nos introduces de lleno en la atmósfera italiana. Desconocía el estímulo tan importante que fue Italia para Goethe, qué bello. Gracias.

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  3. Muchas gracias, Eyre, me ha llegado tu comentario. Que mejor cierre puede haber que un poema.. y de Goethe!

    Gracias a ti, hierbamora, me alegro mucho de que te haya gustado.

    Deseando leer las siguientes entregas de esa fabulosa Italia. Un abrazo a las dos. Soy Eliena.

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  4. Gracias Eliena. Es muy interesante y me ha hecho replantearme dos cosas: de un lado leer a Goethe y de otro releer La muerte en Venecia.
    Hala, ya tengo tarea. XD Un abrazo.

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  5. Hola, Babel. Qué buenos replanteamientos los tuyos. La muerte en Venecia tiene tantas lecturas...y Goethe es Goethe, un imprescindible. Muchas gracias y un abrazo. Eliena.

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  6. Un artículo muy interesante Eliena. Enhorabuena!

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  7. Muchas gracias, Ginger.
    Eliena.

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