"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él". Jonathan Swift
Todo lo que envuelve a esta obra es extraordinario, empezando por la corta vida de su autor. John Kennedy Toole la escribió a principios de los años 60 y al no conseguir que se editara, creyéndose un escritor frustrado, se suicidó en 1969, a los 32 años. Una vez desaparecido el autor, su madre encontró la novela y trató de que la publicaran. Le insistió denodamente al novelista Walter Percy. éste se negó en repetidas ocasiones, pero la madre de Toole continuó acosándolo hasta que no le quedó más remedio que leerla con la esperanza de poder decirle que la novela era impublicable.
Walter Percy |
Según el relato del propio Percy, se llevó una gran sorpresa porque la novela era muy buena. Gracias a Percy, La conjura de los necios fue publicada en 1980 en una editorial universitaria de Luisiana. Un año después ganó el Pulitzer y obtuvo numerosos reconocimientos internacionales, por ejemplo, ser premiado como el mejor libro extranjero en Francia. Como consecuencia de estos reconocimientos le vino un enorme éxito editorial que aún perdura. Tristemente esta fama de la novela llegó cuando hacía mucho que su creador ya no estaba para disfrutar de su éxito, por lo que la posibilidad de continuación que el final invita al lector ya no existe. Aunque hay que señalar que Toole escribió otra obra antes de La conjura de los necios llamada La Biblia de neón, de la que los críticos destacan su gran calidad y más teniendo en cuenta que su autor la escribió en su adolescencia.
A Toole se le califica como hombre serio y reservado. Algunos críticos creen que esta forma de ser fue consecuencia de la férrea protección que le dió su madre por ser hijo único. Este carácter va muy bien con su primera obra, La Biblia de neón, que retrata la solitaria y triste vida de un niño hasta llegar a la adolescencia, pero no cuadra en lo más mínimo con su superventas, que es una novela tragicómica.
Resulta ardua tarea hacer una sinopsis de la trama picaresca y siempre sorprendente de esta obra, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos. Su protagonista es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana, tal vez mundial: Ignatius Reilly, un tipo de unos treinta años, despreciable, egoísta, misógino, adiposo, sucio, haragán, homófobo, onanita, asocial, vago, tacaño, mal educado, y, por qué no decirlo, un tanto desequilibrado mentalmente, que vive en un barrio de Nueva Orleans con su madre viuda, y alcohólica. Ignatius apenas sale de su habitación, donde pasa el tiempo escribiendo ideas en cuadernos que tiene esparcidos por todos los lugares, y aliviando la presión de un hombre adulto sin pareja contra las sábanas de su cama. Sin embargo, en una de las pocas ocasiones en que abandona la protección de su cueva para salir con su madre, se ven envueltos en una absurda situación que da pie al inicio de la novela, y a la presentación, majestuosa, de todos los personajes.
A partir de un accidente de coche provocado por su madre borracha, la familia contrae una deuda que la minúscula pensión de la viuda no puede asumir y obliga a Ignatius a salir al mundo real a buscar trabajo. Pero en esta primera escena, de por sí surrealista, no sólo es el inicio a la novela, sino la presentación de la mayoría de los personajes, todos ellos sin un nexo de unión que aparezca a primera vista, ni atisbo que el lector que se los vuelva a encontrar. Pero ese es uno de los atractivos de esta novela, la conjugación de una red de personajes que no tienen ninguna posible relación entre ellos, y que sin embargo forman la maquinaria perfecta de esta novela. En lo que casi podría considerarse un ensayo sobre el efecto mariposa, cada movimiento del “gran” Ignatius arroja ondas, aún no calificadas por la ciencia, que degeneran en situaciones esperpénticas para al resto de personajes.
La conjura de los necios es una novela en la que apenas aparecen quince personajes cuyas vidas tienen dos ejes convergentes: la absurdidad e Ignatius. Los personajes secundarios son tan exóticos (y neuróticos) como los de una película de los Hermanos Marx: Darlene la striper; Burma Jones, el quisquilloso portero negro de cabaret, regentado por la ávara Lana Lee, quien completa sus ingresos como modelo de fotos porno; el patrullero Mancuso, una verdadera desgracia para el cuerpo de policía de Nueva Orleans, que se dedica a disfrazarse para perseguir a los delincuentes, la madre de Ignatius, la señora Reilly, que tiene una clara debilidad por el moscatel, un vendedor de perritos calientes frustrado; Myrna Minkoff, la estudiante antisistema, amiga de Ignatius; Dorian Greene, un líder de la comunidad gay; la desternillante octogenaria Miss Trixie, siempre enfurecida porque no le dan la jubilación y un trío de lesbianas agresivas, por citar sólo algunos. Todos inclasificables, como el propio libro, pero igualmente inolvidables.
En esta novela se combina las facetas más despiadada, triste, disparatada y ácida de la sociedad de su tiempo. Kennedy mientras nos hace reír, critica la sociedad estadounidense, tratando temas como la homosexualidad de ambos sexos, la minoría afroamericana, la explotación laboral y, en general, la particularidad de tener, en un país tan conservador, una ciudad que tiene como adalid la laxitud moral de sus costumbres.
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