Cuando George Orwell escribió 1984 supongo que no era consciente de que se estaba aproximando a la realidad de principios del siglo XXI con asombrosa precisión, que aquellos presagios tomarían cuerpo y forma 60 años más tarde de que su imaginación de forma más o menos consciente se los dictara ―la novela se escribió entre 1947 y 1948―.
Y es que, si nos fijamos bien y diseccionamos su historia con cierto sentido común, muchas de los aspectos que mostraba en la vida de aquel imaginario 1984 son palpables o se pueden percibir hoy en día. En cualquier caso, lo que expongo a continuación es una visión muy personal de la novela y su posible correspondencia con la actualidad. No pretende ser un estudio dogmático, ni mucho menos sentar cátedra.
Comienzo abordando la archiconocida figura del Gran Hermano, ese personaje o ente, o institución, algo o alguien que todo lo sabe, que todo lo ve, que vela por sus ciudadanos, les otorga bienes y les aparta de todo mal. Para mí, Gran Hermano no es otra cosa que una muestra de la manipulación que los regímenes totalitarios utilizan en la actualidad, regímenes que, más o menos apoyados en la tecnología, tratan de teledirigir a la gente. Podría citar algunos como el cubano, el venezolano, el implantado en Guinea Ecuatorial o en varios países del Oriente Próximo. Estados cuya tecnología no es puntera pero sí les permiten hacer que los ciudadanos piensen de una manera predeterminada o les ofrezcan información sesgada, muchas veces falsa, inventada, en definitiva, manipulada. También es cierto que cualquier tipo de régimen político, incluso los llamados democráticos, pueden aplicar una estrategia con sus ciudadanos al estilo de Gran Hermano. De hecho, mucha gente en España, en cualquier país de la Unión Europea, o Estados Unidos…, piensa que ya estamos dirigidos y coaccionados de forma pasiva por medios de comunicación o grupos de poder. Pudiera ser que, en mayor o menor medida, pero si bien en Occidente (por llamarlo de alguna manera) hay mecanismos de control para tratar de evitar estos problemas, en los regímenes totalitarios no los hay. De ahí que me centre en ello. Lo que tenemos que tener bien claro es que en el siglo XXI, sea donde sea que vivamos, estamos ligeramente o en gran medida controlados por un Gran Hermano (nos guste o no).
La telepantalla es otra de esas cosas que, caminando por cualquier lugar, tenemos a la vista. Cámaras de televisión vigilan nuestros movimientos en las calles, los aparcamientos, las oficinas, los supermercados… La Ley de Protección de Datos, el derecho a la intimidad, etc…, parecen protegernos pero, ¿lo estamos realmente?
Un ejemplo: en mi último viaje a Cuba me percaté que en los barrios de La Habana Vieja y en Centro Habana ya no se acercaba nadie pidiéndome dinero, jabón o algo de ropa. La presencia policial era similar, incluso menor que hacía cuatro años, pero después advertí que en cada esquina había una cámara de televisión, de tal forma que a las autoridades ya no les hacía falta cazar in fraganti al pedigüeño. Podían hacerlo a posteriori visionando las imágenes. Y lo peor, es que podían hacerlo en centros de control o desde teléfonos móviles. Las pantallas nos sirven parta comunicarnos pero también para acusarnos.
Ahora todos tenemos Internet en casa, y muchos de nosotros tenemos una pequeña cámara para hablar con seres queridos o para trabajar. ¿Quién nos dice que esas cámaras ―como se ha comprobado, de hecho― pueden conectarse a demanda por quién sea, por un hacker, por la policía, por servicios de inteligencia, y de esa manera ver qué hacemos en nuestra propia casa sin que nosotros nos demos cuenta? Eso le pasaba a Winston en la novela, que se ponía a fumar o beber ginebra en su apartamento delante de todos, pero también debía esconderse para escribir o verse con Julia en el piso alquilado. Pudiera ser que estemos viviendo una época donde, quizá, las telepantallas de Orwell nos vean y nos juzguen sin nosotros saberlo.
Y si hacemos algo que no es correcto…, ¿nos juzgará entonces el Ministerio de la Verdad? Una policía política, una policía que descubre qué piensas y te denuncia por ello, no está ahora ya tan lejos de la realidad de Orwell, porque todo lo que escribimos en la Red queda reflejado, y no sólo texto, sino fotos, enlaces URL… La policía ya tiene brigadas tecnológicas que nos defienden de pederastas, terroristas, piratas… pero también nos investigan, nos vigilan…
Otro aspecto muy interesante es el de la neolengua. Parto de la base que, desde la aparición de la telefonía móvil y los SMS, la lengua ha sufrido un revolcón importante. Ahora podemos comunicarnos con 140 caracteres utilizando palabras truncadas, rotas, con faltas de ortografía, pero también con significados distintos a los que estábamos acostumbrados a usar. No sería difícil recibir un mensaje con estas característica: toy chinao. XD. Qdmos a las 7. Xfa, trae libro xra tuto. Wapa! Tqm. :-), lo que traducido sería más o menos: “Estoy enfadado. No es verdad. Estoy sonriendo mucho. Quedamos a las 7. Por favor, trae el libro para el instituto. Eres muy guapa. Te quiero mucho y estoy feliz”. Y me quedo corto con este ejemplo. La cuestión es que el alfabeto ha cambiado y el significado de algunas palabras también, contando que hay otras que son nuevas o cobran nuevos sentidos como “rayao” o “chinao” (enfadado, obsesionado…). Daría para escribir un tratado.
También hay cierta relación entre el entorno de 1984 y el actual universo político y mundial en el que nos desenvolvemos. Orwell plasmó tres corrientes políticas que pertenecían a otros tantos bloques: Oceanía era una coalición entre el Reino Unido, América y Australia (se me quedan algunos países más en el tintero) que practicaba una especie de socialismo a la americana. Luego estaba Eurasia, un comunismo como el de la antigua URSS, un territorio que comprendía también a también toda Europa. Y por último Estasia, un comunismo feroz como el actual que hay implantado en Corea del Norte, donde lo que importa es borrar el yo, borrar la identidad. En la novela, aquello representaba la lucha del fascismo y el comunismo, tan extremos entonces que se tocaban entre sí utilizando los mismos métodos.
Actualmente, tendríamos no tres sino cuatro bloques que se disputan un lugar predominante en el mundo, a saber: Europa y Estados Unidos como símbolo del capitalismo y la libertad; los países emergentes como figura de aquellos Estados que luchan por sacar la cabeza (incluyendo a los bloques totalitarios de cualquier signo, un conglomerado que se une como lo están haciendo ahora Cuba, Venezuela, Bolivia, Argentina, Irán…); y una última división que serían los países del tercer mundo, que ni pinchan ni cortan y siguen bajo el yugo de los otros tres bloques. Aunque no hay una guerra mundial abierta, la verdad es que, tal y como ocurre en 1984, la lucha es de todos contra todos, con sus alianzas y sus cambios de bando según obedezca a un determinado objetivo. Porque, no nos confundamos, todos somos capaces de aliarnos con quien sea para mantener a la población controlada a base de pan, circo y noticias en forma de cortinas de humo. Y para eso utilizamos lo antes explicado sobre la tecnología y los medios de comunicación controlados por grupos de poder y gobiernos.
Por ello, Orwell anticipó un futuro que imaginó a 40 años vista y que ha tardado un poco más en llegar, pero que ya está aquí. No es tan tétrico ni oscuro como el que nos dio a conocer, pero si está tan manipulado y controlado como describió. De todas formas, no hay que ser pesimista. Internet puede ser como un arma ―de hecho lo es― a favor de la libertad, aunque siempre depende del dedo que apriete el gatillo. De momento, nos sirve para ser libres, tener acceso a la información (¡cuidado, que ésta puede estar ya manipulada!), pero sobre todo nos deja expresarnos libremente. En 2013 no somos ni Winston ni Julia, pero si no nos ponemos manos a la obra, quizá un día lleguemos a serlo, y lo peor, sin darnos cuenta.
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