Ray Douglas Bradbury (Waukegan,
Illinois, 22 de agosto de 1920-Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012) era
un enamorado de los libros y de las bibliotecas, quizás porque desde pequeño
vivió la Gran Depresión de los años 30, teniendo sus padres que cambiar
residencia continuamente lo que ocasionó varias mudanzas y que el pequeño Ray
encontrara un seguro refugio en los libros y en sus queridas bibliotecas.
Bradbury contaba la anécdota de que lo primero que buscaba cuando llegaba a un
nuevo pueblo era la biblioteca, para así poder coger un libro detrás de otro
devorándolos, de hecho comentó en numerosas ocasiones que casi toda las
personas que habían tenido importancia en su vida tenían relación con las
librerías o las bibliotecas, incluyendo a su esposa a la que conoció en una
librería, con lo que no es de extrañar que su novela más conocida sea
Fahrenheit 451, una novela sobre la pasión de conocer y de pensar a través de
la lectura y la destrucción del saber a través de la destrucción de los libros
y su prohibición.
Bradbury se consideraba a sí
mismo un “narrador de cuentos con propósitos morales”, de hecho aunque sus
obras son de misterio, del género fantástico, terror o ciencia ficción, en
ellas siempre late una enseñanza moral, de ahí su atemporalidad, su
pervivencia. Estamos ante una historia que nos habla del aquí y el ahora, y por
eso resulta tan interesante. Obviamente no estamos en el mismo mundo que en la
novela pero sí podemos reconocer numerosos rasgos de su mundo en el nuestro, la
banalización de la cultura, el intento de anestesiar a la población mediante el
“panem et circenses” de los romanos, traducido en la actualidad en la
sobreexposición de la población al circo rosa, deportivo, musical,..., es decir
a la extirpación de lo que de subversivo puedan tener las artes.
Fahrenheit 451, cuyo título hace
referencia a la temperatura a la que arden los libros, fue la primera novela de
Ray Bradbury. Hasta ese momento solo había escrito cuentos que le habían estado
publicando en diversas revistas y con las que iba saliendo adelante, hasta el
punto de que la novela fue escrita en un período febril de nueve días
utilizando las máquinas de escribir de alquiler con monedas del sótano de una
biblioteca pública, al no disponer ni siquiera de una oficina para poder
hacerlo. Así que, armado de sacos de monedas escribía frenéticamente, teniendo
que subir y bajar las escaleras corriendo para consultar las abundantes citas
que aparecen en la novela. Y de esos cuentos escritos anteriormente, cinco de
ellos concretamente, es de donde surgió la idea de la novela.
El autor había escrito varios
cuentos cortos que fueron como los escalones para lanzarse a escribir, por fin,
una novela, y en ellos se encuentran varios de los elementos que integran
Fahrenheit 451: La censura por parte de los “patriotas” en Bright Phoenix,
los pensamientos de una persona sobre el arte el día antes del fin del mundo en
Bonfire, los personajes novelescos que se extinguen cuando en la Tierra
desaparecen quemados los últimos libros en The Exiles, los incendiarios de
libros en Usher II, y un cuento, El peatón, que está basado en una anécdota
personal sobre un hombre que es detenido simplemente por ir paseando a pie,
algo que ya es sospechoso en sí en determinados lugares de una ciudad como Los
Ángeles. Todo eso dió lugar al gérmen de una pequeña novela que tituló The Fireman, pero que fué rechazada por muchas revistas, dado el clima de miedo
que el macarthismo había creado y la similitud que la censura propugnada por el
senador MacArthur y la caza de brujas desatada tenía con lo expuesto en el
libro, por lo que acabó convirtiéndola en una auténtica novela, en Fahrenheit
451, siendo un joven y desconocido nuevo editor en una revista nueva, nada menos
que el ahora mundialmente conocido Hugh Hefner en Playboy, el que se atrevió a
publicarla en varias entregas. Bradbury escribía con tal entusiasmo que
posteriormente contó: “No podía detenerme. Yo no escribí Fahrenheit 451. Él me
escribió a mí.”
Su inspiración, como él mismo
cuenta, fueron no solo las quemas de libros por los nazis en Alemania en 1934,
algo que debió horrorizarle e impresionar terriblemente puesto que era un niño
que amaba los libros, o las noticias sobre los “cerilleros o yesqueros” de
Stalin, sino más aún los incendios de la fabulosa Biblioteca de Alejandría, la
más importante de la Antigüedad, que se quemó hasta 3 veces, 2 de forma
accidental, pero la tercera fue intencionada, y le impactó tanto cuando lo supo
con 9 años que se puso a llorar, lo cual no me extraña ya que yo tuve la misma
reacción cuando vi en las noticias durante la guerra de Bosnia cómo se quemaba
la Biblioteca de Sarajevo, no podía dejar de llorar, era como una pérdida
irreparable como si me arrancaran algo de mí mismo. Me imagino que Bradbury
leyó posteriormente el episodio de la quema por los cristianos de la Biblioteca
de Alejandría instalada en el templo de Serapis, narrado por el historiador
inglés Edward Gibbon en su ya clásica obra “Decadencia y caída del Imperio
Romano”, capítulo 28 (Volumen I, Capítulo 28, Páginas 1.156-1.161, Edición
Atalanta, 2012), y que reflejó hace unos años el director Alejandro Amenábar en
la película “Ágora”.
La novela propone una distopía o
antiutopía, estamos ante “un mundo feliz” futuro controlado por el Estado, por
utilizar una definición que nos lleva a otra de las más conocidas novelas
distópicas, o por lo menos es de lo que se trata, de que la gente sea feliz, a
cualquier precio, incluido el de perder la identidad como personas, porque para
ser humanos se necesita toda la gama de emociones humanas, y eso incluye no
solo la felicidad sino también la tristeza. Así, la gente no siente nada,
mueren los maridos pero hay otros que los sustituyen, la familia también ha
sido sustituida por personajes que salen en las horrorosas pantallas que ocupan
enteramente las paredes, siendo el ideal tener una habitación con 4 paredes
sustituidas por pantallas, en las cuales solo salen imágenes banales y conversaciones
superfluas, la nada más absoluta. No estamos hablando de T5 ni de los programas
basura actuales, pero se le parece bastante, todo para idiotizar a la gente y
que no piense, en nada, en absoluto, solo en vivir y trabajar, y en “ser
felices” teniendo por felicidad una vida totalmente anodina, desprovista de
sentimientos y por lo tanto “no humana”.
Siempre se ha dicho que la ignorancia
da la felicidad y que los niños son felices precisamente por su ignorancia, sin
embargo en la novela se refleja que la ignorancia tan solo nos hace lo suficientemente estúpidos como para
no poder ver lo infelices que realmente somos. Cuando Bradbury escribió el
libro la “caja tonta” empezaba a reinar en las vidas de la gente,
entretenimiento sin fin que mataba la lectura, la conversación de las familias,
etc..., en este libro profetizaba precisamente la idiotización de la sociedad a
través de la televisión, y una realidad a la que nos estamos acercando a sus
predicciones con la proliferación de reality shows de contenidos simplones y telediarios cada vez más espectáculo y
menos políticos, que es lo que conviene al que ostenta el poder.
En esa sociedad antiutopía futura
existe una profesión que el lector conoce muy bien pero que tiene un
significado distinto y paradójico, como es la del bombero. Este no es una
persona que apaga el fuego, desde que los edificios son ignífugos ya no son
necesarios en ese aspecto, sino que por el contrario lo provocan, quemando los
libros que aún se conservan por gente subversiva y peligrosa para el Estado. Libros
que siembran la duda, que contienen contradicciones, que no dan una respuesta
rápida y concisa a los problemas, que hacen, en definitiva, infeliz a la gente
ante las contradicciones que contienen. Pero de esto no es consciente la gente,
todo el mundo cree, incluso los propios bomberos, que siempre ha sido así. La
Historia se ha manipulado para hacerles creer que los bomberos siempre han quemado libros en
vez de apagar fuegos.
El problema no proviene solamente de la quema de
libros, viene de la misma población que pide cada vez más y más entretenimiento
pueril, grandes atracciones y espectáculos, resúmenes de libros cada vez más simples,
y coches más veloces que nos y que la velocidad sustituya al pensar. Las elecciones a Presidente se
convierten en una pantomima donde la gente vota al candidato telegénico y
feliz, sin saber nada de él en realidad porque no existe ningún programa
político, simplemente porque el opositor tiene una imagen peor. Se perpetúa así una democracia aparente que en
realidad esconde una dictadura, que hace todo lo posible para conseguir esa felicidad impuesta y que no
sea necesario pensar de forma autónoma, convirtiendo al que no acata este
“pensamiento único” en un ser asocial destinado a ser eliminado para no
comprometer al sistema.
“Ahora, consideramos las minorías en
nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay
que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos,
abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de
segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de
Oregón o de México. En este libro, en esta obra, en este serial de Televisión
la gente no quiere representar a ningún pintor, cartógrafo o mecánico que
exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer
frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus
ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos
pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se
convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los
críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de
venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería,
permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas
eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una
imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura,
no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías
produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno
puede ser feliz continuamente, se les permite leer historietas o periódicos
profesionales.”
-
El Capitán Beatty a Guy Montag (Fahrenheit 451)
El
personaje del Capitán Beatty representa la voz del Gobierno. Él sabe en
realidad la verdad, sabe lo que ocurrió y ha podido disfrutar de los libros. Es
una persona que intenta hacer ver a Montag que ya pasó por lo mismo que está
pasando, y que llegó a la conclusión de que las personas son más felices siendo
estúpidas y de que esa felicidad bovina, es lo mejor que les puede pasar, y los libros
solo consiguen la infelicidad de las personas al hacerles ver su vida solo
dedicada al hedonismo puro como un sinsentido miserable y sin sentimientos reales. .
Una de
las escenas más impactantes de la novela es la que cuenta el duelo intelectual
entre el capitán de bomberos y él mismo como si fueran dos personalidades en
una, ante un Montag, el protagonista, callado y atónito, exponiéndole los
argumentos en pro y en contra de los libros y las palabras, sacados de citas de
escritores como Alexander Pope o el Dr. Johnson, anticipándose a cualquier
pregunta o cita que pudiera usar Montag, para así demostrarle la inutilidad de
los libros al contener falsedades por poder decir una opinión y la contraria lo
que ocasiona confusión e infelicidad.
“Bueno – dijo Beatty –, la crisis ha
pasado y todo está bien; la oveja vuelve al rebaño. Todos somos ovejas que
alguna vez se descarrían. La verdad es la verdad, y no cambia, hemos dicho.
Nunca está solo quien va acompañado por nobles pensamientos, nos hemos gritado.
“El dulce alimento de la sabiduría, dulcemente expresada” dijo sir Phillip
Sidney. Pero, del otro lado: “las palabras son como hojas, y donde ellas
abundan suelen faltar los frutos del sentido común.” Alexander Pope. ¿Qué te
parece eso, Montag?
-
No sé.
-
Cuidado – Murmuró Faber, desde otro mundo, muy
lejos.
-
¿Y esto? “Un poco de conocimiento es peligroso.
Bebe mucho, o no pruebes la fuente primaria. Unos pocos sorbos intoxican el cerebro,
pero si sigues bebiendo recobras la sobriedad”. Pope. El mismo ensayo. ¿Qué
efecto le causa?
Montag
se mordió los labios.
-
Te lo diré – dijo Beatty, sonriéndole a sus
naipes-. Esto te emborracha un poco. Lee unas líneas y te tirarás de cabeza al abismo.
Estás dispuesto a volar el mundo, arrancar cabezas, golpear a niños y mujeres,
destruir la autoridad. Conozco el asunto. He pasado por eso.”
Y así
continúa martilleando a Montag con sus citas y sus dudas. Es muy inteligente
por parte del autor introducir a un personaje que hace de abogado del diablo
para sembrar la semilla de la duda en él.
Pero la rebelión existe, de una forma
modesta, a través del recurso de la utilización de las personas-libro, que
memorizan capítulos o libros enteros y se convierten así en libros humanos, que
hacen que sea frágil la conservación de los objetos malditos, pero que deja abierta
la puerta a la esperanza. En realidad no se trata tan solo de que haya libros
sino de que la gente quiera leerlos y utilizar su conocimiento, y para eso hace
falta que cuando llegue el momento ellos estén allí, y el autor solventa muy
inteligentemente ese momento en la escena final.
La novela es uno de esos clásicos que
siempre ha disfrutado de gran popularidad, no solo por su gran calidad, sino
también por la adaptación cinematográfica que el gran director francés François
Truffaut realizó en 1966, protagonizada por una estupenda Julie Christie en el
doble papel de Clarisse y de Linda, la esposa de Montag, con nominación a los
premios Bafta británicos incluida, y Oskar Werner como el atormentado Montag.
La película refleja de una forma muy fiel
la novela, ese mundo desolado en
el que viven en una ciega y feliz irrealidad. Consigue plasmar de forma muy convincente las dudas y la
transformación de Montag en un ser pensante que le lleva a rebelarse contra el
sistema.
Excelente novela, y análisis sobre la misma. Muy conveniente leerla hoy, ante la controversia de si el libro morirá o no...una historia distópica nada lejos de la realidad que nos rodea, pero con un final grandioso y emotivo...Saludos!
ResponderEliminarEn el libro "Homenaje", de Domingo Santos, hay un relato en honor de Farenheit 451, "El lector de libros". Merece la pena.
ResponderEliminarEnhorabuena por el comentario