Uno fantasea con las lejanas tierras japonesas de una manera mágica y exótica. Tierras que están tan alejadas de nuestros cercanos y conocidos paisajes europeos que, a través de las páginas de la literatura occidental, las recreamos con hermosos templos, bellos jardines, apacibles lagos y morados por personajes con honor. Además, nos imaginamos que aquél mundo lo hallaremos aún más bello entre las páginas de la literatura japonesa. Sin embargo, tal fantasía se desvanece al comprobar que sus autores nos desvelan los miedos de sus conciudadanos, ambientados en grotescos escenarios tan alejados de nuestra lírica visión. Hirai Taro (1894-1965), más conocido por su seudónimo Edogawa Rampo, es uno de estos autores.
Sepultar a la persona, encumbra al escritor.
En cierto modo, para conocer los mundos narrativos de los escritores tenemos que ahondar en sus biografías, pues, sus vivencias e inquietudes, son lo que forja sus escritos. Hirai Taro, no es una excepción.
El autor japonés nació en Narabi, prefectura de Mie, cuna de los muy conocidos Ninjas, guerreros de honor cuestionable y duchos en el arte del asesinato, espionaje, sabotaje y guerra de guerrillas. Por esta razón, no nos podemos extrañar que el joven Hirai Taro le fascinara las novelas detectivescas de Arthur Conan Doyle, padre del conocido Sherlock Holmes, y, por tanto, se alejara de los relatos de las tribulaciones de los honorables samuráis y de los tradicionales mitos y leyendas de su país. Claro está que desde pequeño su madre le leía novelas de detectives, por lo que pudiera ser que la atracción hacía estos derroteros fuera más bien una influencia maternal y no tanto ambiental. En todo caso, sus primeros escritos buceaban en la resolución lógica de un crimen, al estilo de Doyle. Relatos que, a pesar de la palpable influencia que ejercieron sobre él sus escritores occidentales predilectos, se alejaban de la lógica occidental, utilizando el autor elementos propios de su cultura para resolver los crímenes; notable diferencia respecto a los escritores japoneses de misterio de le precedieron. Por otro parte, la gran admiración por la obra de Edgar Allan Poe —autor que idolatraba profundamente—, le llevó a introducir lo extraño y sobrenatural en su productivo universo del misterio; en consecuencia, la fórmula que le encumbró a la esfera de la élite literaria japonesa fue la coalición de su imaginación y el misterio a lo extraño y sobrenatural.
Todo comenzó en 1923, el año en el que la revista de corte juvenil Seinen Shin edita por primera vez un relato de Hirai Taro, La moneda de cobre de don sen, mostrando al lector su interés por los criptogramas y lo extraordinario. Lo llamativo de este relato son las herramientas utilizadas para resolver el misterio: un canto budista y el brailler japonés. Estos elementos llaman tanto la atención de los críticos literarios como de los lectores. ¡Por fin!, debieron decir, al comprobar que un autor nacional creaba un mundo narrativo de misterio más cercano a su cotidiano mundo. En definitiva, se puede decir que aquél relato sepultó a Hari Taro, la persona, y encumbró a Edogawa Rampo, el escritor.
Su producción narrativa fue frenética desde finales de la década de los 20 hasta principios de los 30 del siglo pasado. Una época de libertad de expresión en la que los autores japoneses crearon una literatura reivindicativa, exponiendo las duras condiciones de los trabajadores, los campesinos y las mujeres. Rampo, naturalmente, sigue esta tendencia, y escribe sobre el velo de desprecio y soledad que aporta el honor y la gloria, sobre la no aceptación de los convencionalismos sociales, sobre el deseo de transformarse uno mismo… Si, por otro lado, nos centramos en la narrativa de misterio e imaginación de aquella década era exclusivamente influenciada por occidente, por lo que es obvio que, en los cuentos del autor, se advierta las huellas literarias de Poe, Doyle, Dostoievski, Stevenson o Wilde, entre otros. Además, en aquella época el ero-guru (erótico-grotesco) estaba en alza; evidentemente, el autor introdujo esta tendencia en sus obras. Su extraño y sobrenatural universo narrativo de misterio viró hacía historias mucho más eróticas, absurdas y grotescas. Este hecho, encumbró aún más su popularidad y le consagró como el autor más reconocido del momento. Años después, el autor recopilaría toda esta frenética producción en diversas antologías. Volúmenes que, sucesivamente, en su país natal, han sido reditadas con una gran aceptación por parte de los lectores.
Cuando una antología crea culto, eleva a mito al autor.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1948, Charles E. Tuttle, americano e hijo de una familia tradicionalmente vinculada al mundillo de la publicación literaria, funda en Tokio su propia casa editorial con la idea de crear un puente intelectual entre oriente y occidente. Tres años después, Edogawa Rampo realiza una selección de sus cuentos escritos desde 1925 a 1930, y, junto a la Charles E. Tuttle Company, comienza un arduo trabajo de traducción para la difusión de su obra entre los países de habla inglesa. En 1956, se publica Japanese Tales of Mystery and Imagination, alcanzando gran notoriedad. Además, en occidente, la antología crea culto entre cierto público anglosajón, elevando al autor a mito de la literatura japonesa de misterio.
En nuestro país, naturalmente, sólo era conocido por un público minoritario: lectores bilingües, asiduos al género de misterio y de tendencias mitómanas. Sin embargo, en el 2006, cincuenta años después del lanzamiento de su antología en el mundo anglosajón, aparece su traducción al castellano, Relatos Japoneses de Misterio e Imaginación, en las estanterías de las librerías españolas. De este modo, se consigue ampliar el reconocimiento del autor entre aficionados al género de misterio, amantes del relato corto y lectores eclécticos.
El relato que apertura esta antología es La Butaca Humana (1925). En el trascurrir de su lectura uno se siente preso de la prosa de Rampo al igual que su personaje se siente atrapado en el interior de la butaca. Frase a frase percibes que la facultad de ver se pierde: ¡ya no lees las palabras!, las acaricias. Las yemas de los dedos se deslizan por las palabras mientras hueles los aromas que desprenden los personajes.
«Lo cierto es que tenía la impresión de haberme enterrado en una tumba solitaria. Tras reflexionar durante unos momentos llegué a la conclusión de que realmente se trataba de una tumba. En cuanto me vi dentro de la butaca me sumí en una completa oscuridad, ¡y había dejado de existir para el resto de los mortales!»
Al avanzar la lectura del
libro nos topamos con otro de los cuentos más aplaudidos: La Oruga (1929). Al
leerlo, mientras los ojos se mueven por su interior, nos apodera el
desasosiego. La misma inquietud que tutela a la protagonista del cuento.
«Tokiko no dejaba de contemplarlo y era incapaz de controlar sus temblores que le ocasionaba el terror. Aquella “cosa” que yacía ante ella era, no cabía duda, una criatura viva. Tenía pulmones, estómago y corazón. Sin embargo, no veía, no oía, no hablaba, y carecía de brazos y piernas. Su mundo era un insondable pozo de silencio perpetuo y de oscuridad sin límites.»
Los efectos ópticos fueron un tema muy recurrente para el autor, por esta razón el argumento de El infierno de los espejos (1926) lo construye un científico loco con cimientos de imágenes y lentes.
Bibliografía:
Relatos Japoneses de Misterio e Imaginación - Edogawa Rampo. Ediciones Jaguar, 2006
Páginas Web consultada:
Aunque no soy un asiduo lector de misterio y, por ello, es normal que no conociera a este autor, Topito ha sabido despertarme el interés de este libro. De modo que le haré caso y lo leeré. Muy buen artículo.
ResponderEliminarbuenísimoooooooooo. pf. de letras y aprovecho para felicitar con un 20 puntos a google....excelente grafía.
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