Retorno a casa es un relato incluido en los escritos publicados tras la muerte de Franz Kafka. Es uno de los últimos textos de un «cuaderno escolar de color azul con etiqueta blanca que contiene 16 hojas no pautadas de un papel basto» (Llovet, 2004: 820). La fecha de su escritura parece clara: «Por diversos indicios, las entradas contenidas en el cuaderno pueden ser fechadas durante los meses de la estancia de Kafka en Berlín (de otoño de 1923 a invierno de 1923-1924)» (2004: 820). Es, por tanto, un texto tardío, realizado lejos de Praga, su ciudad natal, pocos meses antes de su muerte.
Ese alejamiento de Praga no es un tema menor. Define el estado emocional de Kafka, quien buscó en Berlín una forma de escapar de una ciudad que le oprimía, y explica, en definitiva, el significado profundo de Retorno a casa. Porque fue una huida frustrada y porque siempre la vivió de forma incompleta e incómoda. El pequeño relato se encuentra perfectamente encuadrado en el centro de ese malestar, escrito al final de los cuadernos de ese tiempo, en la etapa final de su huida berlinesa: «Alejarse de Praga... Ésta fue [...] la gran conquista de su vida, sin la cual, en cierto modo, no tenía ningún derecho a morir. La vuelta al hogar paterno significaba para él la vuelta al diletantismo vital. Eso era lo que más torturaba a Kafka» (Diamant, 2009; 234). Nunca logró liberarse de Praga ni de las angustias que le hicieron abandonarla: «Una y otra vez decía: “¡Me gustaría saber si me he liberado de los fantasmas!”. Bajo esa denominación incluía todo lo que le había atormentado antes de su venida a Berlín» (Diamant, 2009; 229). Un escenario anómalo y no resuelto, un conflicto que afectaba profundamente a Kafka, pero que el escritor revistió de literatura a modo de catarsis personal, echando mano de uno de los motivos más antiguos de su cultura: la parábola del hijo pródigo.
En Retorno a casa, el personaje (significativamente solitario) vuelve al hogar paterno después de un pasado que no conocemos. En todo momento, las diferencias respecto a la parábola - varios personajes frente a un personaje único; todos los detalles de la historia bien señalados frente a una historia entre brumas - perfilan la desviación kafkiana. Como buen judío, Kafka sabe que toda parábola lleva irremediablemente a un desenlace moralizante. Sin embargo, aquí lo manipula desde su misma esencia, dejando un final abierto, incómodo, desasosegante. Mientras la parábola sirve para escenificar la importancia del perdón, en Kafka eso no existe, o mejor dicho, no se espera. Todo queda envuelto por la inseguridad y el desconcierto. Por ello, y a la luz de esa reelaboración, resulta esclarecedor este final incierto, difuso, angustioso; un final que nos lleva inevitablemente a la coyuntura de las relaciones insatisfactorias de Kafka con su padre.
Más allá de la parábola, Kafka lanza una sentencia distinta: «Cuanto más tiempo vacila un hombre delante de la puerta, más extraño resulta.»; una nueva lectura, opuesta quizás, seguramente avanzada, de la sentencia bíblica del hijo pródigo que habla del perdón y la misericordia del padre. En Kafka, una acusada conciencia de culpa le impide cerrar de forma tan previsible la parábola, porque no puede sacudirse «la convicción de que el mundo y el hombre son imperfectos, una imperfección frente a la que el ser humano se echa la culpa a sí mismo» (Wolfenstein, 2009: 202) .
Conflicto definitivo, creativo en cualquier caso, pero también peculiar, pues si «una de las obsesiones más permanentes y determinantes en la vida de Franz Kafka [...] fue, sin duda alguna, su padre» (Llovet, 1999: 7), por otro lado, una perspectiva crítica distinta rebaja su importancia: «Por lo que sabemos a través de otras fuentes, documentales y biográficas [...] el padre del escritor no presentaba aspectos tan singulares, tan bárbaros o tan distintos de los que pudiera caracterizar a cualquier cabeza de familia durante los primeros decenios del siglo» (Llovet, 1999: 8). Un detalle que empuja a completar la interpretación de la desazón endémica de Kafka como parte del malestar del siglo, que enraíza profundamente con los problemas de la existencia del hombre moderno.
Comparte muchas cosas con La metamorfosis: la incomunicación, la situación absurda que empuja al sujeto a ser incapaz de dar el paso, a cruzar la puerta y llegar al otro lado, donde su propia familia aparece ahora como gente extrañísima. Nada es normal, cuando en realidad debería serlo. Es un ejercicio que en definitiva delata la facilidad de Kafka por girarlo todo hacia el ámbito de la frustración y la pesadilla.
El recurso de emplear mayoritariamente el presente y el pretérito indefinido, y al final el condicional, siempre en primera persona, no hace más que reafirmarnos en que estamos delante de un texto muy íntimo. Oraciones principalmente compuestas por coordinación y yuxtaposición facilitan la comprensión de un relato que ya de por sí presenta una temática compleja. Hay predominio de adjetivos, lo que facilita el conocimiento tanto de lo que el narrador ve como de lo que siente, enriqueciendo las descripciones. Por ello, el lector se siente tan cercano a esas palabras, viviendo una experiencia empática que potencia el dramatismo de la narración.
Pasan solo unos minutos en los que el tiempo narrado corre en paralelo al tiempo de la narración; y, con todo, al lector le queda una sensación de lentitud al unirse contemplación y reflexión. En cambio, hay un detalle que evoca el tiempo pasado; una pequeña referencia a la infancia - «siento sólo una vaga campanada de reloj procedente de los días de la infancia» [...] - que amplía la referencia temporal con esa imagen sonora tan evocadora.
Estamos, como decimos, ante un breve texto narrativo en primera persona, un monólogo a través del cual el narrador (y protagonista) describe una realidad inmediata. Sin embargo, pese a la prontitud de sus descripciones y la claridad de sus sensaciones, tan cercanas, tan reales, tenemos en todo momento la impresión de movernos en el territorio de un sueño.
OBRAS CITADAS:
DIAMANT, Dora (2009): «Mi vida con Franz Kafka», en KOCH, Hans-Gerd (ed.), (2009); Cuando Kafka vino hacia mí..., Barcelona, El Acantilado.
KAFKA, Franz, (2004): Obras completas, vol. II, Barcelona, RBA.
KOCH, Hans-Gerd (ed.), (2009): Cuando Kafka vino hacia mí..., Barcelona, El Acantilado.
LLOVET, Jordi (1999): «Prólogo», en KAFKA, Franz, Padres e hijos, Barcelona, Anagrama.
(2004). «Notas a Escritos y fragmentos póstumos», en KAFKA, Franz, Obras completas, vol. II, Barcelona, RBA.
WOLFENSTEIN, Alfred (2009): «Último encuentro con Franz Kafka», en KOCH, Hans-Gerd (ed.), (2009): Cuando Kafka vino hacia mí..., Barcelona, El Acantilado.
No sabía que Franz Kafka también había escrito relatos. Como casi todos los estudiantes de mi generación leí "La metamorfosis" en el colegio y eso me llevó años después a probar con "El proceso" pero fracasé antes de llegar a las 100 páginas.
ResponderEliminarEste artículo me ha traido a la cabeza la frase de que "La única patria es la infancia" en la cual la patria sería sustituible por hogar. Así se crearía la doble paradoja de que es imposible huir de él (porque lo llevamos a cuestas) pero tampoco podemos regresar (ya que nunca nos fuimos). Creo que el protagonista se debe mover entre estas dos situaciones.
Sora
Muchas gracias por tu comentario, Sora. Me encanta lo que dices sobre la infancia, porque creo que es muy cierto.
ResponderEliminarKafka tiene muchos relatos muy breves y muy interesantes. Recuerdo uno que habla de un cuervo que ataca y mata al narrador (en primera persona), pero al mismo tiempo el cuervo muere ahogado por la sangre. La primera vez que supe de él no fue leyéndolo, sino en una obra de teatro sobre Kafka en la que el actor que interpretaba al escritor lo leía. Me puso los vellos de punta.