Una de las características de la literatura de viajes, desde que esta existe, es tal vez la interpretación de aquellos rasgos de la cultura ajena que más chocantes resultan al viajero. Y, a consecuencia de esto, las más que curiosas interpretaciones de estos aspectos. Julio Camba, sin duda, utiliza esto con un sentido del humor magistral no exento de juicio crítico a la hora de crear la colección de textos que componen La ciudad automática.
Cuando Julio Camba escribe los artículos reunidos de La ciudad automática, no es un periodista bisoño que se sorprende ante las maravillas que encuentra en la gran urbe de Nueva York y que manda sus crónicas fascinado por los profundos contrastes que detecta entre los EE.UU. y Europa. Julio Camba ya tenía mucho oficio a sus espaldas cuando realiza esta visita a la ciudad de Nueva York. Y mucho mundo. No en vano su primer viaje importante lo realiza desde su Pontevedra natal a Buenos Aires a los once años, y nada menos que embarcándose como polizón en un barco. Su segundo gran viaje, probablemente fue el viaje de vuelta a España, a bordo de otro barco pero esta vez deportado por sus actividades anarquistas en Argentina, basadas fundamentalmente en la escritura de panfletos y proclamas, a los que muchos años más tarde se referiría así:
“Yo no me avergüenzo de haber escrito aquellos manifiestos, y hasta me gustaría tener aquí alguno para reproducirlo en estas páginas. Hay quien opina que en arte únicamente se debe hablar de las rosas, pero las rosas, que siempre son poéticas, no son oportunas en toda ocasión.” (*)
"Yo me dedicaba a escribir manifiestos [...]. Aquellos manifiestos tenían por objeto enardecer el espíritu de las multitudes y yo mismo fui adquiriendo cierto ardor bélico a medida que los escribía. Seguramente no faltarán amigos que me desprecien al saber que yo cultive ese género de literatura. Sin embargo, cada una de aquellas páginas, que se imprimían en hojas sueltas y que se fijaban clandestinamente en las paredes de los edificios, tenían más emoción y más intensidad que muchas de las cosas que escribí después, de conformidad con los tratados de estética. [...] Aquel entusiasmo sería ridículo en cualquier otra circunstancia, pero allí no." (**)
Sus afinidades anarquistas no sólo llegaron a afectar su vida personal al ser llamado a declarar por el atentado que Mateo Morral cometió contra el rey Alfonso XIII, debido a las relaciones que mantenía con el terrorista, sobre el que comentó:
“Se me hizo muy simpático y en seguida trabamos amistad. [...] Yo ignoraba que aquella mano que Morral me tendía y que yo estrechaba cordialmente, había de teñirse un día en la sangre de tantas víctimas”. (*)
“Yo recuerdo a Mateo Morral,[...] a quien conocí dos años antes del atentado de la calle Mayor, y al que no le hubiera gastado ninguna broma si supiese que tomaba las cosas tan en serio como resulta que las tomaba.” (*)
Tras leer La ciudad automática uno tiene que creerse, aunque sea en parte, estas últimas palabras, ya que el libro rezuma ironía y sentido del humor, salpicado de ácidas críticas zumbonas al sistema capitalista y comunista, que sólo pueden nacer de aquél cierto impulso ácrata juvenil.
“No hay más que un obstáculo que pueda oponerse a la americanización del mundo: Rusia. Si el mundo logra librarse de la dominación capistalista americana será para caer fatalmente balo la dominación comunista rusa y viceversa. Detroit o Moscú. ¿Qué prefieren ustedes?
Por mi parte confesaré que me da lo mismo, porque no veo ninguna diferencia esencial entre una y otra. Ambas representan la máquina contra el hombre, la estandardización contra la diferenciación, la masa contra el individuo, la cantidad contra la calidad, el automatismo contra la inteligencia. Hombres eugenésicos y gallinas de incubadora. Una Humanidad de serie opinando en serie y divirtiéndose en serie.”
Posteriormente, Julio Camba realizaría otros viajes, ocupándose de diferentes corresponsalías en Londres, Turquía, Suiza... Amén de otra visita anterior a esta segunda que nos ocupa a la ciudad de Nueva York, con lo cual no es difícil suponer que la presunta ingenuidad de alguno de sus artículos no es más que un agudo sentido del humor y una fina ironía.
El punto de partida de su segunda estancia en los EE.UU., que originaría esta colección de artículos, es un viaje financiado por la Fundación Carnegie, en el que Camba integra una expedición formada por doce representantes de otros tantos países europeos, el autor resalta las diferencias entre los EE.UU. y Europa, cuyas vicisitudes comenta en dos artículos realmente divertidos, en los que destaca ya no el estupor que la cultura estadounidense despierta en él y sus compañeros de viaje, sino la fascinación antropológica que ellos despiertan entre los nativos norteamericanos:
“Poco a poco comenzamos a sospechar que, so pretexto de hacernos ver los Estados Unidos, lo que realmente se pretendía con el viaje […] era que los Estados Unidos nos vieran a nosotros[...].”
Entonces ¿cuál es el origen de la supuesta ingenuidad de los artículos que integran La ciudad automática? Sin duda algo tan gallego como la retranca: ese peculiar sentido del humor que parte tantas veces de un desconocimiento fingido. De hacerse pasar por tontos, para entendernos. De no dar a entender claramente si se sube o si se baja, por hacer bueno el tópico del gallego en la escalera. Pero quizás tras esa ironía también se oculte el desencanto. De su primera visita a Nueva York, Camba vuelve totalmente decepcionado. Sus tendencias ácratas (quizás también tan gallegas) se vieron frustradas ante lo que esperaba y lo que encontró. Buscando el progreso, encontró el capitalismo y la alienación de sus sistemas de producción. Su segunda visita no es, por tanto, la visita de la ingenuidad. Es la visita de la revancha. Apelando a la ironía y a la retranca, Julio Camba no deja títere con cabeza: el crack del 29, la cadena de producción, la literatura, el gangsterismo, los aspectos pueriles de la sociedad norteamericana, la comida rápida... Todo es raro, todo es criticable, todo es tan diferente a Europa... Al menos lo era. Camba arremete contra la uniformidad yanki, contra el sistema de producción llevado a todos los ámbitos de la vida.
Mauricio Wiesenthal viene a decir en El esnobismo de las golondrinas que una de las diferencias entre Europa y los Estados Unidos es que en allí no distinguen entre pobreza y miseria, y por tanto no saben ver la dignidad que puede esconder la primera. Los artículos de Julio Camba parecen querer resaltar esta diferencia, comparando enormes fortunas norteamericanas con la necesidad que personas de valía pasan en España. El autor critica que todo en EE.UU. Llega a fabricarse en serie: la literatura, los trajes, el humor... Y se burla de la puerilidad norteamericana y su desconocimiento de Europa. Ironiza sobre el puritanismo yanki y arremete sin pudor contra el sistema capitalista y, de paso, el comunista, evidenciando así el poso anarquista de sus años mozos.
Sin embargo, la crítica de Julio Camba es amable, a pesar de su acidez, nos mueve a la sonrisa. La aparente ingenuidad desde la que ataca los tópicos consigue hacernos reír con frecuencia, para posteriormente dejarnos pensativos. Su gusto por la paradoja y los contrastes son de un gran efecto cómico pero nos llevan a reflexionar sobre esos aspectos que critica.
Resultan destacables sus agudos análisis del crack del '29, que tan fácilmente podríamos comparar con los momentos actuales y su profundo humanismo, por más que muchos de sus comentarios resulten políticamente incorrectos en estos tiempos, sobre todo aquellos que respectan a la mujer y a las diferencias étnicas. Sin embargo, estos no deberían de resultar agresivos para ningún lector desprejuiciado que se acerque a esta obra y que sea consciente del momento histórico en que fue escrita, así como del carácter humorístico de los artículos que la componen. Un humor que sin embargo a duras penas oculta la amargura.
“Yo paso casi todos los días por delante del Ritz Tower, y al contemplar su alta y orgullosa estructura, me acuerdo siempre de la casa de Luis Bello, porque, como la casa de Luis Bello, es propiedad de un periodista. No hay más diferencia sino que la casa de Luis Bello tiene dos pisos, que rentarían sus buenas quinientas pesetas al mes, y el Ritz Tower, con sus cuarenta, no rentará menos de seis o siete millones, y que mientras el Ritz Tower, adquirido a toca teja por su dueño, demuestra todo el dinero que puede ganar un periodista en América, la casa de Luis Bello, costeada por suscripción pública, demuestra tan sólo una parte del que no podrá ganar nunca en España.”
(*) Cita e información extraídas de Periodismo y literatura en la obra de Julio Camba. Almudena Revilla Guijarro. Diputación Provincial de Pontevedra. 2002).
(**) Cita extraída de Julio Camba, el Brillat-Savarin español).
¡Vaya! Qué interesante este autor. No le he leído aunque sí me suena de oídas, y por tus palabras se ve que es un punto de vista a tener en cuenta. Buena reseña. Gracias, Gabo. ;)
ResponderEliminarVaya forma tan crítica de viajar, Gabo, su visión corrosiva incluso me recordó, por momentos, a la de Henry Miller.
ResponderEliminarCoincido con Babel, tu reseña es excelente.
Es una lectura divertida, amena y muy ilustrativa. Realmente vale la pena acercarse a los artículos periodísticos de este autor.
ResponderEliminarMil gracias por vuestros comentarios, Babel y Andromeda. Se hace lo que se puede, que no siempre es mucho. Besos para las dos ;)