La vida artificial o el mito de Frankenstein - Conchi Sarmiento

La vida artificial o el mito de Frankenstein




Conchi Sarmiento





La más conocida criatura creada artificialmente fue ideada en la mente de una jovencísima muchacha inglesa a orillas del lago Leman durante el verano de 1816. En aquellos días la imaginación de esta muchacha -que no contaba más de 19 años y que respondía al nombre de Mary Wollstonecraft Godwin (más tarde, Mary Shelley)- estaba fuertemente exaltada ante los avances científicos de los italianos Luigi Galvani y Alessandro Volta, amén de Darwin, y por los fascinantes autómatas cuyo espectáculo ella y su grupo de amigos habían disfrutado poco tiempo atrás.

Aquel verano compartía la Villa Diodati con lord Byron, Percy B. Shelley, John W. Polidori y Claire Clairmont. Durante días una tormenta les impidió cualquier actividad al aire libre, por lo que se vieron obligados a permanecer en la casa. Byron, que había dedicado la velada a leerles a sus amigos, propuso como forma de entretenimiento que cada uno escribiera un relato de terror. Mary lo recodaba en el prólogo a una edición del Frankenstein de 1831 que:

Unos volúmenes de historias de fantasmas, traducidos del alemán al francés, cayeron en nuestras manos. (...) No he vuelto a leer aquellas historias desde entonces, pero permanecen frescas en mi mente, como si las hubiese leído ayer. ‘Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas’, dijo Lord Byron, y su propuesta fue aceptada.”

Y lo que fue más: Mary se la tomó en serio. Se pasó casi toda la noche escribiendo su relato, dando vida a unos personajes que con el tiempo la catapultarían a la universalidad de la gloria literaria: creó a Víctor Frankenstein quien a su vez creó, mediante la fuerza del rayo y la electricidad, a una gigantesca criatura de dos metros y medio, constituida en su totalidad con partes de cadáveres de tumbas saqueadas. Una criatura sin nombre, pero que “haciendo suya la metonimia habitual que confunde al creador con su creación” recibió el mismo nombre que su padre: Frankenstein. 1 El creador-padre bien pudo hacer suyas las palabras de Borges: “(…) aquel hijo, pensado entraña por entraña, y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas”.2 Dos años después de aquel verano de creación, en 1818, Mary Shelley publicaría su obra maestra bajo el título Frankenstein o el moderno Prometeo.

El hombre siempre ha creído ser capaz de crear vida sin la intervención de la mujer, es decir, una creación de vida en la que exclusivamente interviniera el hombre, y esto es algo muy presente en la tradición sobre este mito. Por lo tanto, el sueño de la creación de una criatura no natural semejante al hombre sin intervención divina es tan antiguo como la literatura: ya Homero habla en la Ilíada3 de las Κουραι Χρυσεαι (“doncellas doradas”) dos autómatas fabricadas en oro y que tenían la apariencia de jóvenes mujeres vivas.

Se decía de ellas que poseían inteligencia, la capacidad de moverse a voluntad y el don del habla.

Existe una evolución evidente en la creación literaria de vida artificial. En un principio, son los dioses quienes crean esa pseudovida, sea ésta orgánica o inorgánica: Las autómatas de Hefesto, Talos de Creta (un gigantesco autómata de bronce que defiende las costas de Creta, creado según unos autores por Hefesto, según otros por Dédalo), Pandora, la estatua de marfil de Pigmalión que cobra vida gracias a Afrodita… Pero después es el hombre quien crea vida artificial, ya sea con ayuda divina o sin ella, mediante la magia oscura o mediante la alquimia y, a medida que avanzan los siglos, la ciencia y la tecnología o por simple y puro artificio literario.

Según la tradición es posible que la primera criatura artificial creada por el hombre fuera el Golem. Este término hebreo significa “masa informe” e indica que el Golem no fue creado con la precisión que cabe esperar de la creación divina. Cuenta una vieja leyenda judía que el Golem fue creado en el siglo XVI (c. 1580) por el rabino Löw ben Bezubel. Era una enorme figura compuesta de arcilla que carecía de voz y que servía al rabino Löw en la sinagoga del gueto judío de Praga. Un mal día esta criatura enloqueció y el rabino se vio obligado a destruirlo. Curiosamente el Golem perdió el control cuando su creador olvidó asignarle una tarea y le dejó ocioso. También el monstruo de Frankenstein se desespera por no tener ningún acometido en su vida, por carecer de una ocupación, algo o alguien a quien dedicarse… Sentía que su vida carecía de significado. Un creador no puede abandonar a su criatura, tiene que guiarla tanto en su aprendizaje como en su evolución (si es que tiene tal capacidad y no es mero sirviente). La creación de vida, sea orgánica o no, implica una educación para que ese ser nuevo pueda desenvolverse en el medio social en el que existe.

No obstante fue también en la Edad Media (siglo XIII) cuando el intrépido Alberto Magno, al parecer, se atrevió a más y trató de promover a alquimistas para que crearan vida sin ninguna clase de ayuda divina. Hubiera sido el primer intento, el primer paso que el hombre daba dejando la ayuda de Dios para la creación de vida artificial. El siguiente paso significativo lo representa el monstruo de Frankenstein, pues supondría un salto en la evolución del mito: se pasa del hecho fantástico, inalcanzable, inexplicable y mágico a la creación de vida no natural a través de la ciencia, gracias al notable avance de las disciplinas científicas de finales del XVIII y principios del XIX. La criatura creada por Víctor Frankenstein no cobra vida por arte de magia ni por inspiración divina, sino que vive por obra y gracia de las ciencias médica y física y la biología.

El Dios Todopoderoso creador del Cielo y de la Tierra cede su lugar al “dios” de la Ciencia.

En un sucinto repaso por la historia de la literatura puede verse cómo las criaturas artificiales han sido constituidas por diversos materiales: desde el uso de elementos primigenios como el polvo, el agua, el fuego y el aire (Golem) hasta el metal (robots) o la pseudocarne, que en obras como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick o Quizás el viento nos lleve al infinito (1984) de Gonzalo Torrente Ballester hacen imposible la diferenciación entre máquinas y humanos. Podría plantearse una lista sobre estas criaturas partiendo de la materia en la que han sido creados:
  • Un Adán de arcilla: El Golem del rabino Löw.
  • Un Adán de carne revivida: El monstruo creado por Víctor Frankenstein. También los vampiros, por ejemplo. O los zombies…
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  • Un Adán de madera: Pinocho4, la marioneta de madera creada por Gepetto que cobravida gracias a un hada madrina.
  • Un Adán de sueño: Podría ser cualquier personaje ficcional, en tanto que un autor es el demiurgo que imagina un hombre, de da vida a través del artificio de la literatura y éste crece hasta que se independiza de su autor. Decimos que hay personajes que salen de las páginas de los libros y que se convierten en criaturas independientes de sus creadores, como el Quijote. No obstante, algunos claros ejemplos metaliterarios son Augusto Pérez, el personaje de Unamuno que cobra vida hasta el punto de que escapa de la voluntad de su autor (Niebla, 1914), o el hombre soñado del cuento de Las ruinas circulares de J. L. Borges (en Ficciones, 1944).
  • Un Adán de metal: Los autómatas, los robots y los androides. Están formados enteramente de metal. Este término, que procede de la palabra checa «robota» (“trabajo, tarea, servidumbre”), lo introdujo Karel Čapek en su obra de teatro R. U. R. (Robots Universales Rossum) (1920). Con el tiempo, los robots hasta llegaron a tener sus propias leyes5.
    Tanto los robots como los androides están fabricados de metal, sin embargo los androides siempre tienen forma humana y muchos de sus movimientos son a imitación de los humanos. Algunos de los androides más famosos son R. Daneel Olivaw, R. Giskard Reventlov o Andrew Martin6, todos ellos creados en las novelas de Isaac Asimov; R2D2 o C-3PO de la Guerra de las galaxias (George Lucas) o las ideales María, de Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Hadaly o La Eva Futura (Villiers de L´Isle Adam, 1886) y la bellísima Olimpia, por quien Nataniel se suicidó al descubrir su verdadera naturaleza en El Hombre de Arena (1817) de E.T.A. Hoffmann.
    Por otro lado, en este grupo no podríamos olvidar a los ciborgs. Esta palabra procede del acrónimo inglés Cyborg, compuesta por las palabras “cibernético” y “organismo”: un Cyborg, por tanto, es un “organismo cibernético”, es decir, una criatura creada a partir de elementos orgánicos y dispositivos mecánicos de tecnología artificial que mejoran las capacidades de la parte orgánica. Robocop, por ejemplo, era un ciborg.
  • Un Adán de cuasicarne o pseudocarne: los “Androides Orgánicos”, “andrillos” o los Nexus-6 de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de P. K. Dick, a quienes hay que someter a tests de empatía para poder dilucidar si son o no humanos (la empatía es lo único que marca la diferencia), porque están creados con una sustancia orgánica que les hacer ser físicamente indiferenciables de los humanos, pues les aporta la apariencia externa de la carne (y hasta de la sangre). Incluso el contacto de su piel es cálido.
  • Un Adán de carne: Como por ejemplo, aquellas inquietantes criaturas hibridas de humano y animal creadas por el Dr. Moreau en La isla del doctor Moreau (1896) de H. G. Wells ; la humanoide Alraune o La Mandrágora de Hanns Heinz Ewers (1911), los clones de Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley...
    Este mismo año 2009 saltaba la noticia de que el Craig Venter Institute (San Diego, California) había conseguido crear el primer genoma artificial de la historia. Este genoma es el de una bacteria sintética que ha recibo el nombre de Mycroplasma Laboratorium. Con este paso se cumplía el segundo de los tres que son precisos para crear, realmente, el primer organismo sintético… La vida artificial.
Víctor Frankenstein llegó a una clara conclusión: «cuidado con el conocimiento que puede volverse contra uno mismo»… ¿Llegará el instante, en un futuro tal vez no muy lejano, en el que el hombre padezca el “complejo de Frankenstein”, es decir, en el que el hombre como creador de vida artificial acabará temiendo a sus artificiales criaturas creadas mediante la ciencia y la tecnología?


1 SHELLEY, Mary.: Frankenstein o el moderno Prometeo. Ed. Mondadori, Barcelona, 2006. Prólogo de Alberto Manguel, págs. 11 – 71.
2 BORGES, J. L.: “Las ruinas circulares”, Ficciones. Ed. Destino, Madrid, 2004.
3 Ilíada, XVIII, 136.
4 Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi (1882-1883).
5 Las leyes de la robótica fueron dadas a conocer por I. Asimov. Son las siguientes:
  • Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
  • Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
6 R. Daneel Olivaw y R. Giskard Reventlov aparecen en las sagas de Robots y de Fundación; Andrew Martin en El hombre bicentenario (1976).

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