Cuando empecé a leer Cien años de soledad creí que debería aplicarme en memorizar todos aquellos nombres, e hilvanarlos con las historias de cada personaje para comprender al final del libro, seguramente, el desenlace de cada una de sus vidas.
Antes de la mitad de mi lectura comprendí que el orden del árbol genealógico no iba a tener ni la más mínima trascendencia, ya que el autor me hacía reparar, con la repetición de los nombres, en ese empeño que tenemos por dejar un legado; crear una consecución que se edifica como lámina sobre lámina, eslabón con eslabón... una semilla que seguirá creciendo aún cuando no existamos, y un camino trazado, con una meta, que queremos creer que otros recorrerán en lo que nosotros no pudimos terminarlo. Así que, convencida de esa intención del autor, dejo de esforzarme con los nombres que, sin embargo, descubro a lo largo del libro tenerlos correctamente ubicados.
Desde el mensaje que empiezo a recibir, y que conservaré ya hasta el final del libro, asisto al sinfín de idas y venidas: la casa se abre... la casa se cierra... se plantan geranios, se mueren las begonias... Hago mías las penas y las alegrías, los amores y desamores, riego las flores con Úrsula, ayudo a Aureliano con las papeletas de la rifa, echo cal en los huecos de las paredes... En quince días vivo la vida de cinco generaciones. ¡Al mismísimo patriarca me lo tienen atado a un castaño! ¿Quién no ha conocido nunca una habitación donde siempre fuera lunes?... La mezcla de realidad y fantasía no es sino un cóctel que plasma el espesor en sí de la vida percibida al completo, puesto que la fantasía, junto con los desvaríos, forman parte de la realidad que vivimos, en un mismo plano.
Para entonces empiezo a dolerme, desde hace ya muchas páginas, de lo que me está diciendo el autor desde el principio del relato. Mi inquebrantable Úrsula, timón y mástil de la estirpe, termina siendo una "anciana recién nacida", y antes del desenlace ya tengo claro el recuerdo que me va a dejar este libro: tantas idas y venidas... un día de gloria que antecede a uno de pena y éste a otro de gloria, y así sucesivamente... el castillo de naipes que ahora se alza, mañana se cae...
La obra emula el viaje de un boomerang: tan rápido, tan fuerte y decidido, para volver al mismo sitio y quedar quieto, caído en el suelo, sin más; como si nunca se hubiera ido a ninguna parte. La historia de los Buendía recuerda la provisionalidad de la vida y, finalmente, lo estéril de nuestros empeños aún encadenando, hasta con nuestros nombres, un futuro del que queremos ser partícipes y que nunca sabrá de nosotros.
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