“Cuarenta años en el Círculo Polar” recoge una serie de cartas escritas por el padre Segundo Llorente sobre su labor en Alaska y que aparecieron en diversas publicaciones de nuestro país, a lo largo de varios años; en concreto su origen sería: “A Orillas del Kusko”, “De la desembocadura del Yukon”, “En el país de los eternos hielos”, “En las costas del mar de Bering”, “Trineos y esquimales”, “28 años en Alaska”, “Crónicas akulurakeñas”, “Así son los esquimales”.
De origen leonés, Segundo Llorente manifestó desde muy joven su deseo de ser sacerdote y posteriormente dedicarse a las misiones en Alaska. Si bien los jesuitas tenían misiones en China él continuó fiel a su idea escribiendo año tras año al Padre general y no desanimándose por sus respuestas “ ¿qué pinta usted en Alaska? (…) siga estudiando latín y griego”. La llamada fue más fuerte que el Padre general y a los 23 años parte para estudiar teología en Kansas City, ordenándose sacerdote en 1935 y partiendo finalmente para Alaska con 28 años.
El padre Llorente se encuentra con dos tipos de comunidades: los esquimales que se extienden a lo largo del estrecho de Bering y por el Círculo Polar llegando hasta Labrador y Groenlandia, y el indio que habita en el interior de Alaska hasta el Canadá. Su objetivo es la Alaska boreal, el área más dura tanto por sus condiciones ambientales como por el habitat disperso (yo diría más bien atomizado) de su población; como él decía la verdadera Alaska comenzaba a las veinticuatro horas de salir de Fairbanks hacía el oeste a orillas del Yukón.
“De pronto se vió un monte de hielo macizo, o sea, el glaciar Columbia. El barco se acercó cauteloso y, por fin, se paró a corta distancia. Las sirenas rugieron tremebundas; el glaciar repetía los ecos ; las paredes, batidas por las olas y por la vibración del sonido, se rajan con el retumbar de los truenos de verano y columnas gigantescas de hielo se desploman sobre el agua y alteran la marea”
Pronto se encuentra adaptándose a las nuevas condiciones físicas, previamente antes de partir ha pasado un chequeo médico, su juventud y fortaleza lo hacen apto. No obstante todo es nuevo, la manera de vestirse, el idioma. Tiene que ir acostumbrando su oído a nuevos sonidos, no solo para entender a sus queridos esquimales sino a la misma naturaleza salvaje, a los perros, único medio de transporte en unas distancias impresionantes que tantas veces habrá de cruzar, jugándose la vida, para recoger un huérfano, o para dar el viático. Un esquimal con conocimientos de inglés le ayuda. En sus cartas todos estos detalles son expresados de una forma tan alegre (no sabía que los leoneses tuviesen tanto sentido del humor) que crean una especie de adicción.
“la soledad de la campiña gravita sobre el alma de modo abrumador. Se siente uno algo así como impotente. No hay abrigo, ni refugio, ni comodidad. Los perros alternan trotando y galopando. Una brisa persistente de 20º bajo cero le envuelve a uno como el agua a uno que se ahoga. El aliento cálido se pega a las cerdas de la capucha que envuelve el rostro, y cada cerda es un carámbano, formando todo el conjunto un bloque de hielo que azota el rostro e impresiona mucho la primera vez. Las cejas también son un amasijo de carámbanos diminutos. Hay que refregar continuamente con un pañuelo los pómulos y la nariz. Si se hielan, se los resucita restregándolos bien con la nieve hasta que queden en carne viva o despellejados. Las ventanas de la nariz destilan sin cesar, y el pañuelo que las seca queda tieso como un vidrio apenas se saca del bolsillo media docena de veces”
Son muchas las situaciones que el padre Llorente nos muestra, alguna de ellas peligrosas en el ejercicio de sus funciones pastorales. Todas las épocas del año pasan a través de su pluma, si la del invierno polar es peligrosa, la del verano es peor que dos inviernos juntos, ya que no se puede transitar a través de esas carreteras heladas que son los rios invernales y la tierra se convierte en un cenagal, por si fuera poco los mosquitos son enormes, voraces y repulsivos, el esquimal utiliza humo para ahuyentarlos. Asistimos con él a la pesca del salmón (salmón argentino y el salmón regio para exportación a Estados Unidos) en la que participa con sus feligreses ya que en muy poco tiempo tienen que hacer un autentico acopio de provisiones para ellos mismos y para conseguir recursos económicos.
Ni que decir tiene que las economías son precarias y pobrísimas. La apertura de una escuela-residencia en Alakanuk, pequeña pero dotada de lo esencial acoge a los huérfanos; pero el padre Llorente hace más: en sus vistas revisa las condiciones de muchas de aquellas familias; y, cuando el invierno aprieta y los alimentos empiezan a escasear, previa conversación con la familia, se lleva a la residencia a una o dos bocas que aligeran la carga familiar hasta la llegada de la primavera. Muchos de esos niños al ser visitados son dejados en Alakanuk hasta completar una formación básica variada entre la que está el conocimiento del inglés además de una formación católica. Él nos enumera a aquellos niños y niñas, nos cuenta sus historias y su desarrollo posterior. El lector conoce el final de muchas de esas historias.
Desde 1912 Alaska estaba organizada políticamente en forma de territorio con voz pero sin voto en el Congreso de Estados Unidos. Alaska tenía su propia legislatura pero las leyes necesitaban la aprobación de Washington. Además el gobernador de Alaska era designado por el presidente de los Estados Unidos. Muchas de las ayudas que llegaban contaban con un inconveniente: la falta de un censo fiable de población y el hecho de que la mayoría fuera analfabeta y por tanto incapaz de rellenar los formularios necesarios para optar a subvenciones, ayudas, auxilios o pensión de vejez. Esta fue otra de las actividades de los misioneros en estas tierras. El padre Llorente transcribe alguna de las largas conversaciones con los esquimales para tratar de deducir la edad, el lugar de nacimiento, el lugar de residencia, los hijos a cargo o bien las enfermedades que padecían:
“Hay que llenar la friolera de doce páginas atiborradas de preguntas en cada solicitud al gobierno para la benéfica pensión. Como esta gente no sabe ni lo que es gobierno, ni solicitud, ni distingue el inglés del chino, ni han tocado jamás con los dedos una hoja impresa, tengo que hacerlo todo yo, y lo hago con una paciencia que espero me libre del purgatorio”
“Chicos y chicas de nuestras escuelas olvidan a la media hora la fecha de nacimiento. Yo tengo cuadros en la pared con los nombres, fecha y lugar de nacimiento, edad actual, peso y estatura; a ver si a fuerza de mirarlo lo absorben y retienen y se familiarizan con la idea de que hoy día conviene poseer esos conocimientos elementales si han de participar de los privilegios de la civilización”
El 3 de enero de 1959 se convirtió en el 49 estado de la Unión y su territorio se dividió en distritos electorales donde todos los nativos podían ir a votar. En otoño de 1960 Alaska se prepara para elegir los candidatos al congreso estatal.
El distrito 24 de Wade Hamton (de 16000 millas cuadradas y un 90% de población esquimal) se pone de acuerdo y elige al padre Llorente sin consultarlo con él previamente, en principio el obispo no se opone pues está convencido de que no hay ninguna posibilidad. Sin embargo el resultado dice lo contrario, se trataba del primer caso de sacerdote católico elegido para una legislatura norteamericana con voz y voto. La revista Time manda un corresponsal para cubrir la noticia. Y fue así como el obispo tuvo que decidir. Consultada la nunciatura ésta se manifestó en contra, nadie había oído jamás que un cura hubiera sido elegido para un puesto como éste. Se solicita del padre Llorente que renuncie. Y él, en voto de obediencia, lo hace enviándola a su obispo pero pidiéndole que se le traslade a otro lugar de Alaska pues su gente no lo iba a entender. La renuncia nunca llegó a ser tramitada.
No desvelaré la actividad de la legislatura (invito a leer el libro). Sólo diré que si bien toda experiencia de la vida enseña, el padre Llorente añoró a sus esquimales y sobre todo sufrió por la actitud de pánico de su propio obispo quien le instó a que no fuera visto por la catedral, a no ser visto junto a otros sacerdotes ni a comer con ellos, no podía confesar, no podía dar charlas en el colegio parroquial, no podía dar misas (de hecho celebraba misa en una capilla vacía). Nada que pudiera relacionarle con ser católico. Conforme se fue desarrollando su vida política las aguas volvieron a su cauce y el obispo fue el primero en felicitarle. Sin embargo dejaré aquí unas reflexiones suyas sobre el sacerdocio y la política:
“Si el sacerdote que se mete en política no es un santo, puede hacer más daño que bien entre los políticos. Pronto se vuelve mundano; su lenguaje se deteriora; su misma apariencia cobra cierta arrogancia; comenzará a ir de fiesta en fiesta incluyendo las mixtas y ruidosas que terminan después de la media noche, pobre preparación para la misa y el breviario y el rosario, si es que todavía cree en todo eso. Debe ser leal a ciertos intereses y comienza a caminar por una cuerda floja, temeroso de enfrentarse con algunos y dispuesto a prestar ayuda para derrotar la oposición a las cosas que le gustan, aunque sean objetivamente buenas. Algunos se escandalizarán de que un sacerdote vote por ciertas cosas que considera malas. Como por definición no es santo, se olvidará de las enseñanzas de la Iglesia y con su actuación hará mucho daño a los fieles.
Pero, y ¿qué pasaría si el sacerdote fuera santo?. Pues que tal sacerdote rechazaría el puesto político. No se sentiría a gusto pasando las noches con los políticos, lejos del altar donde le corresponde estar.”
El libro refleja la vida en Alaska de otros muchos sacerdotes que inclusive precedieron al padre Llorente. Me ha llamado especialmente la atención el canadiense padre Lafortune que vivió durante años con los esquimales de Nome en pleno Estrecho de Bering : ”Eran estos esquimales bravos en todo extremo, criados como estaban entre peligros sin cuento, y por sus venas corría sangre de libertad e independencia, de la que gozaban a sus anchas merced a la soledad y aislamiento en que vivían”. También es digno de reseñar el padre Yetté quien realizó una recopilación de su lengua en el primer diccionario indígena. Desde este punto de vista las vivencias y recuerdos del padre Llorente son una inapreciable memoria de la historia de Alaska.
Sería engañoso tomar el libro como una especie de relato de tipo epistolar con aire de novela de Jack London. En realidad a lo que asistimos a través de sus páginas es al desarrollo de una vida plena, vivida con un valor, un amor y una alegría que nos hacen reflexionar sobre la enorme capacidad de transformación del entorno que tiene el ser humano cuando está movido por el amor y los ideales más altos. El libro entero es una contemplación de Dios, a través de los hombres y también del paisaje y su silencio.
“El misionero no sufre gran cosa si tiene vocación. Es un error imaginarse al misionero medio destrozado por las fatigas, triste, suspirando ayes continuamente y hecho una miseria”.
“El predicador, el misionero, el párroco, cualquiera que esté en contacto inmediato con las almas, tiene que quemar, y no quemará si él no está en ascuas. Ese fuego le viene del trato con Dios en la oración, y mientras más intimo sea ese trato, más fuego”.
Aun le quedaría el padre Llorente un último y penoso sacrificio que realizar después de cuarenta años en la tundra pola: el tener que abandonarla. Fue en 1975, atendiendo a la petición del padre provincial de Oregón ante la creciente población de habla hispana en el estado de Washington. No morir en la tierra por la que había luchado fue el sacrificio más grande de toda su vida. Moriría en 1989, siendo enterrado en el cementerio reservado para los indios nativos y para los misioneros que hubieran vivido por lo menos veinte años entre ellos. La placa dice igual para todos los jesuitas que allí descansan: “En vida y en muerte con aquellos que amamos”.
Hola, amigos. Es emocionante encontrarse de nuevo con la figura de este jesuita leonés, ejemplo de vocación y entrega. Y una nota especialmente interesante: la la alegría con que vivió su misión, que era resultado de su fe profunda y su amor a los esquilames de Alaska.
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