Así empieza esta novela que me pareció muy teatral en varios aspectos, y que me produjo un efecto similar al que suelo experimentar cuando leo ese género.
La obra está enmarcada en una sociedad futurista (se habla del siglo XXI en retrospectiva), en la cual la esperanza y la alegría se han perdido; los noticieros sólo hablan de catástrofes y el suicidio se ha convertido en una opción aceptada y a la orden del día. Entre tanta desgracia, viene al mundo un pequeño mesías que, con una amplia sonrisa, intenta transformar la vida y el quehacer de su lúgubre familia. Se trata de Alan, un chico inusitadamente jubiloso, que hace tambalear la desolación que envuelve a su hogar.
Los Tuvache se han dedicado por generaciones al negocio del suicidio; su establecimiento se encuentra bien abastecido de caramelos rellenos de arsénico, manzanas cubiertas de cianuro, venenos para inhalar, tocar o ingerir; bloques de cemento destinados a facilitar la muerte por ahogamiento o defenestración, y muchos artículos más. En la sección de productos frescos, Marilyn, complacida con su recién descubierta belleza, se dispone a ayudar a la clientela que así lo requiera, a través de la saliva de su letal Death Kiss.
Con los sugerentes nombres que recuerdan a algún personaje suicida, Mishima y Lucrèce (los padres), Vincent, Marilyn y Alan, se dedican a dar un buen servicio a los próximos difuntos. El único inconveniente radica en que Alan brinda una atención distinta, al tratar de infundir confianza y entusiasmo no sólo a sus parientes, sino también a los abatidos clientes que buscan una solución radical para solventar sus desdichas. El aire vivificante que lo envuelve se manifiesta de forma infranqueable al resto de la familia, desesperada ante la inminente ruina del establecimiento.
Mishima y Lucrèce se sienten defraudados por tener un hijo que no está sumido en la depresión, situación que se acentúa porque sus otros vástagos han dado a sus padres precisamente lo que se espera de ellos. Vincent incluso ha creado un interesante proyecto: se trata de su elaborado Parque temático suicida.
Mishima y Lucrèce se sienten defraudados por tener un hijo que no está sumido en la depresión, situación que se acentúa porque sus otros vástagos han dado a sus padres precisamente lo que se espera de ellos. Vincent incluso ha creado un interesante proyecto: se trata de su elaborado Parque temático suicida.
“Unos organillos reproducirían canciones tristes. Unos tiovivos propulsarían a la gente por encima de la ciudad como si fueran catapultas. Habría una empalizada altísima y también un precipicio desde donde se tirarían los enamorados cogidos de la mano.”
Pronto comenzarán a aflorar sentimientos y verdades subyacentes, evidenciados a través de pequeños y a la vez significativos detalles.
Es una obra de construcción sencilla pero ingeniosa; muy divertida e hilarante, cargada de humor negro y mordacidad. El final no dejará de sorprender al lector.
Teulé, Jean. La tienda de los suicidas. Barcelona: Bruguera, 2008.
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