El padre de Frankenstein, de Christopher Bram - Sebastián Fontana Soler (Arden)




Desde su nacimiento el cine se ha nutrido de la literatura siendo numerosas las adaptaciones al cine de novelas y obras de teatro, tantas que en los premios de las academias cinematográficas siempre hay uno al mejor guión adaptado. También el cine, con su éxito de masas, ha influido enormemente en la literatura, en la forma de escribir y concebir las novelas, e incluso se ha convertido en parte de aquella a través de libros cuyo argumento gira en torno al cine, los cineastas o los actores. El cine, además, ha convertido algunos personajes literarios en mitos contemporáneos, llevándolos más allá de sus orígenes literarios, hasta el punto de generar una impronta indeleble en el imaginario popular. Este es el caso del monstruo de Frankenstein, cuya silueta es tan característica y reconocible como la de Charlot, el vagabundo que encarnaba Charles Chaplin, y que, en ocasiones, ha pasado a representar al cine mismo, dando lugar a numerosas obras, tanto literarias como cinematográficas, entre las que se encuentra la novela El padre de Frankenstein de Christopher Bram, adaptada al cine por Bill Condon con el nombre de Dioses y monstruos (Gods and monsters, 1988), la cual fabula sobre los últimos días de James Whale, el director de dos películas míticas: El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931) y La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935).

Introducción: El monstruo de Frankenstein.

Dice un viejo proverbio chino que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo, es lo que conocemos como efecto mariposa, cuanto más si en vez del simple aleteo de una mariposa nos encontramos con la tremenda erupción de un volcán. Todo empezó hace ahora justo 200 años. El año 1816 es conocido como el año sin verano porque entre los días 5 y 10 de abril de 1815 un volcán situado en Sumbawa (Indonesia) entró repentinamente en erupción arrojando inmensas nubes de polvo y cenizas a la atmósfera, las cuales fueron diseminándose por todo el mundo a través de la atmósfera llevando el hambre y la miseria allá por donde se extendían, volviéndose el tiempo tremendamente frío y malogrando las cosechas.

 
En el mes de junio de 1816, el poeta romántico inglés Lord Byron pasaba el verano en la Villa Diodati, a orillas del lago Lemán en Ginebra (Suiza), junto a su médico personal, John William Polidori, su íntimo amigo el poeta Percy B. Shelley, y su encantadora esposa, la escritora y feminista Mary Shelley (de soltera Wolltonescraft). El tiempo era frío y húmedo no el propio del verano, y en la noche del 16 de junio de 1816, entre lluvias y cielos plomizos, decidieron que cada uno escribiría una historia de terror, y de ahí nacieron dos de los mitos de la literatura y del cine de terror, el vampiro de Polidori y el monstruo de Frankenstein de Mary Shelley. Dicha reunión ha dado lugar a diversas obras literarias, como El año del verano que nunca llegó de William Ospina, 2015, y también cinematográficas, como la película española Remando al viento de Gonzalo Suárez, 1987.

Dando un salto en el tiempo nos situamos en octubre de 1929 en los Estados Unidos, donde la población vivía en una burbuja de bienestar y crecimiento. La Bolsa de Nueva York subía espectacularmente, había dinero en los bolsillos, trabajo para todos, y una sociedad de consumo capitalista que llevaba la felicidad a todos los hogares norteamericanos. Hasta que llegó el 24 de octubre de 1929,  el llamado jueves negro, y sobre todo los lunes y martes negros, el 28 y 29 de octubre, con un desplome abismal de la bolsa y el pánico que ello generó, magistralmente analizado por el economista John Kenneth Galbraith en su libro El crash del 29 (The great crash, 1929, 1954), y que dio lugar a la Gran Depresión. Desempleo y miseria se extendieron por todo el mundo, sobre todo en los, hasta ese momento ricos, Estados Unidos. Sin embargo, esta circunstancia, en principio trágica, dio lugar a la mejor época del cine de terror, posiblemente porque las películas ofrecían una huida de la catastrófica realidad. El cine ofrecía un entretenimiento barato y accesible, en el cine se estaba caliente en invierno y fresco en verano, y las películas de terror enfrentaban al público a otra realidad aún más terrorífica que la que les aguardaba fuera de la sala de cine. Esta circunstancia no solamente ocurrió en los Estados Unidos, ya fue una constante después de la Primera Guerra Mundial en Alemania donde la terrible situación económica propició la creación de las grandes películas de terror expresionista (El gabinete del Doctor Caligari de Robert Wiene, 1919; El Golem de Paul Wegener y Carl Boese, 1920, o Nosferatu, el vampiro de F. W. Murnau, 1922).

Logo histórico de la productora Universal
En 1931, en Hollywood, la productora cinematográfica Universal, regida por el judío alemán Carl Laemmle, Jr., compró un lote de éxitos teatrales de Broadway, entre los que se encontraban Drácula y Frankenstein. En esa época regía el sistema de Estudios, un sistema de producción masiva de películas que dio lugar a las películas de género, con intérpretes, técnicos y directores al servicio de una productora en exclusiva, tal y como ocurre ahora con los equipos de fútbol, y el estreno de Drácula de Tod Browning, con Bela Lugosi como protagonista, con su inmenso éxito, dio paso a una nueva producción: Frankenstein.

Como cuenta Juan A. Pedrero Santos en su magnífica biografía James Whale, el padre de Frankenstein (2011), la película tiene como base, más que la obra de Mary Shelley, la adaptación que John L. Balderston hizo para el público americano de la obra de teatro de Peggy Webling Frankenstein: An adventure in the macabre (1927), que realmente está muy alejada de la obra original de Mary Shelley. Y realmente, lo que queda en el imaginario popular es la atmósfera que la dirección de James Whale consiguió darle con los ángulos y decorados expresionistas y sobre todo la encarnación que del monstruo hicieron dos genios de la época: el maquillador Jack Pierce, bajo indicaciones de Whale, y el actor Boris Karloff, los cuales crearon la imagen mítica del monstruo de Frankenstein, hasta el punto de que el público ha olvidado al científico que jugó a ser Dios y ha identificado al monstruo con su creador, pasando el monstruo a llamarse simplemente Frankenstein.

Cartel original de Frankenstein (1931)

La película empezaba con una advertencia al público, lo que iba a ver podía horrorizarlo. Un maestro de ceremonias preparaba al público sobre la película que se iba a proyectar, diciéndole que quien se quedara en la sala  lo hacía bajo su responsabilidad, y los títulos de crédito ayudaban a crear esa atmósfera de terror al poner un interrogante en el papel del monstruo en vez del nombre de un actor en el listado del casting de la película. Las primeras imágenes son las de un cementerio totalmente expresionista, con cielos plomizos, cruces torcidas y ángeles de piedra, que van a influir claramente en películas como El séptimo sello de Ingmar Bergman (1957). Vemos al doctor Frankenstein y a su ayudante jorobado robar cuerpos y un cerebro para conseguir insuflar vida a un cuerpo muerto en una torre medieval en la que se ha recluido, y en esos decorados se ve, más que nunca, la influencia expresionista, y se nos muestra la primera aparición del monstruo y como Víctor Frankenstein pronuncia una de las fases más famosas del cine: It's alive!! (¡¡Está vivo!!). Whale concibió al monstruo como un ser inocente, un gran bebé, enormemente fuerte, pero tan aterrador que va sembrando la destrucción allá por donde va. No obstante, los que mueren en sus manos son o personas malvadas, como el jorobado, que disfruta torturándolo con el fuego, algún aldeano que lo que pretende es cazarlo y matarle, o su más famosa víctima: la niña del lago. Esta escena fue censurada en muchos países porque en los pases previos de la película, había personas que caían desmayadas ante el horror de la muerte de la niña, pero en realidad dicha muerte es involuntaria, él juega con la niña a tirar flores al río, y cuando se acaban, tira a la niña que es la flor más bella, lo que no sabe es que la niña va a ahogarse, para él formaba parte del juego, y cuando ve el resultado huye de allí horrorizado. El pueblo arma varias partidas de aldeanos para dar caza al monstruo, el cual acaba perseguido por la turbamulta en una escena que influirá también en la excelente película de Fritz Lang, Furia (Fury, 1936), y se supone que acaba pereciendo quemado bajo los escombros del molino. La película tiene una moraleja reaccionaria, el doctor Frankenstein que se había salido de la norma y la sociedad al crear al monstruo y jugar a ser Dios, vuelve al redil para casarse y establecerse de forma burguesa con su prometida.

La famosa escena de la niña con el monstruo
Cartel de La novia de Frankenstein (1935)
Frankenstein fue un completo éxito, lo que llevó a la Universal a proponerle a Whale que dirigiera otras películas de terror. Y, así, filmó a continuación El caserón de las sombras (The old dark house, 1932), y El hombre invisible (The invisible man, 1933), para terminar instándole a que hiciera una continuación de Frankenstein, la que es considerada su obra maestra: La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935), donde Whale ya no está ante un encargo si no que se le da plena libertad creativa, contratando al equipo que quisiera, entre ellos a viejos amigos de su época inglesa, como Elsa Lanchester, en el papel de la novia, y Ernest Thesiger, como el siniestro y loco Dr. Pretorius. En esta película vemos no solo al mejor Whale sino al más libre, introduce mensajes subliminales, como algunos toques gays, de hecho pactó con Thesiger que su personaje fuera muy amanerado, e incluso en la famosa escena de Frankesntein con el ciego parece por el ángulo en que se filmó que está teniendo sexo oral con él. La homosexualidad estaba totalmente vetada en el cine, por lo que guionistas, directores y actores, la colaban de mil formas subliminales teniendo que leerse entre líneas, como cuenta el interesantísimo documental El celuloide oculto (The celluloid closet, 1995). También se incluyeron escenas que afectaban a la religión, como el derribo de la estatua de un obispo, o la más recordada, cuando atan a un palo a Frankenstein, que es claramente un remedo de la crucifixión de Cristo, hay que tener en cuenta que el monstruo es hijo de un Dios que le ha dado vida, su padre. En realidad, el monstruo es tratado por Whale como un inocente incomprendido, forma parte de los perseguidos y marginados, como los homosexuales (como Whale), los judíos (como Carl Laemmle), etc...Curiosamente, la censura no se dio cuenta de nada de todo esto.

La "crucifixión" del monstruo
Elsa Lanchester como la novia de Frankenstein
Versión Barbie Frankenstein y su novia, todo un icono del siglo XX
La novia de Frankenstein, también consiguió algunas de las imágenes icónicas del siglo XX, como la novia con su peinado a lo Nefertiti, y fue un tremendo éxito, el último de Whale, el cual por discrepancias con los estudios, fue apagando su estrella, con encargos cada vez peores, hasta retirarse cuando su película The road back, 1937, que iba a ser su obra maestra, fue masacrada por la productora, lo que la llevó a ser un absoluto fracaso. La película era una adaptación de la continuación de la novela de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente (All quiet on the Western Front, 1930). Trataba de la vuelta a casa de los soldados al terminar la guerra, una película totalmente antibelicista que molestó al régimen alemán nazi, el cual presionó a los estudios para que realizara cambios, bajo amenaza de no dejar estrenar ninguna película de la productora en Alemania, lo cual sería una catástrofe para el estudio. Asqueado por la falta de proyectos interesantes y de que se le culpara de un fracaso en el que no intervino, se retiró de Hollywood en 1940, aunque también se rumoreó sobre la teoría homófoba, ya que Whale convivía maritalmente con el productor David Lewis, lo cual era considerado un escándalo.

El padre de Frankenstein de Christopher Bram.


La novela empieza en 1957, 17 años después del retiro definitivo de Whale. Como Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (Sunset Boulevard, 1957), Whale vive retirado en su mansión de Santa Mónica, tiene 67 años y ha sufrido recientemente un derrame cerebral que le ha tenido hospitalizado, pero ya está en casa, aunque su mente no es la misma. Ha ido a visitarle su expareja, David Lewis, productor cinematográfico y diez años menor que él, del cual se separó amistosamente cuatro años antes, después de veinte años de convivencia. Su relación había sido un escándalo, en el Hollywood de los años 30, donde cada uno podía tener la sexualidad que quisiera siempre que no fuera público, y él, además del amaneramiento que le caracterizaba, vivía con David maritalmente en la misma casa. De hecho una sexualidad no normativa era la causa del hundimiento de muchas carreras, estuvo a punto de pasarles a Cary Grant y a Randolph Scott, que también vivieron juntos, y a muchos otros, como cuenta el cineasta underground Kenneth Anger en su libro Hollywood, Babilonia (1959), o Scotty Bowers en sus memorias, Servicio completo (Full service, 2012). 

Cary Grant y Randolph Scott en la piscina de su casa
Whale lo explica así en la novela:

“No hay que olvidar cómo era Hollywood hace veinte años. A la gente le importaba un bledo quién se acostaba con quién, regía para las estrellas. ¿Un actor secundario? ¿Un guionista? ¿Un director? Preocuparse por nuestra conducta habría sido como preocuparse por la moral de un fontanero antes de dejarlo que te arregle las cañerías. (…) ahora las cosas son diferentes, desde la guerra las actitudes han cambiado. Junto con McCarthy y el Peligro Rojo, hace unos años hubo también una especie de Peligro Lavanda.” (Lavanda era el color atribuido a los homosexuales).

La acción comienza con el encuentro entre Whale y su nuevo jardinero, Clayton Boone, un exmarine fracasado, el típico looser norteamericano, de familia desestructurada, que vive en una caravana, rodeado de otras igual a la suya, y cuya máxima aspiración es cortar el césped a alguna estrella que quiera tener sexo con él, con lo que fantasea, siendo sus relaciones desastrosas. Su máxima ilusión había sido ir a la Guerra de Corea, y ni siquiera eso había podido conseguirlo por culpa de una apendicitis. Eso sí, físicamente es una montaña de músculos, guapo y enorme.

El libro cuenta la relación de amistad que se entabla entre estas dos personas tan dispares: un viejo director gay del Hollywood clásico y de terror, completamente olvidado y con un pie en la tumba, y su guapo jardinero heterosexual fracasado, y, además, con la intervención de un tercer vértice en la historia, María, la criada, que en el libro es una vieja mexicana católica que lleva al servicio de Whale 15 años, y del que está secretamente enamorado.

La relación entre Whale y Boone empieza cuando aquel, más por intentar seducir a su jardinero que por un verdadero interés artístico, le propone posar para dibujarlo, concretamente la cabeza, a lo que Boone accede. Lo que no espera Whale es que esto dará pie a una sesiones freudianas donde los antiguos recuerdos se agolpan en el pobre cerebro de Whale y pugnan por salir dejando atrás la falsa historia de su vida creada por él mismo. 

En el capítulo 3, Whale recibe la visita de un joven amanerado entusiasta de las películas de Frankenstein que quiere entrevistarle. El autor aprovecha este capítulo para contarnos la falsa historia de la vida de la infancia y juventud de Whale en Inglaterra, un Whale de buena familia, que fue reclutado para la Primera Guerra Mundial ingresando allí en un club de teatro, y que al volver a Londres, se integró en la bohemia en contra de su familia, pasando a los EE.UU después. Todo mentira. Y cuando está con Boone, la inocencia de este y los recuerdos de su infancia y juventud que acuden a su mente por su enfermedad, hacen que le cuente la verdad: en realidad su familia era muy pobre, y él tenía talento pero lo sacaron de la escuela a los 14 años para ponerlo a trabajar en la fábrica, era como si su familia tuviera una jirafa y lo pusieran al frente del arado porque no sabían qué hacer con ella. La clasista sociedad inglesa te ponía en tu sitio en cuanto notaban tu acento. Esto solo cambia cuando consigue ser oficial en el frente francés durante la Primera Guerra Mundial, y adopta el nuevo acento debido a su contacto con gente de clase más alta. Hay una escena en el libro en el que él ya es un director de éxito en Hollywood y anima a Elsa Lanchester y a su esposo, nada menos que Charles Laughton, un matrimonio de conveniencia según cuenta, y les dice que uno se puede reinventar en Hollywood y ser quién quiera ser, que el pasado no existe.

El cerebro de Whale siempre perturbado solo puede sosegarse si toma Luminal, con lo que dormirá toda la noche y todo el día, pero será como si estuviera muerto, y si no lo toma, puede estar un rato lúcido pero después todo se vuelve un caos de recuerdos y dolor que creía dejado atrás hacía muchos años. La relación entre Whale y Boone va haciéndose cada vez más dependiente, por un lado Whale espera con impaciencia sus sesiones con su jardinero, es lo único que le mantiene distraído, y por otro Boone está fascinado por la figura de Whale, por sus historias, que le hacen ver más allá de su miserable vida, superando, incluso, sus prejuicios contra los homosexuales. En una de las sesiones de dibujo con Boone, Whale le cuenta que tuvo un amor en la Guerra, un chico que venía directo del colegio y que mataron en las trincheras quedándose durante mucho tiempo enganchado en las alambradas, es una escena tremenda y maravillosa que me recuerda a otra escena similar de la película Dublineses de John Huston (The dead, 1987), basada en el relato homónimo e incluido en el libro de relatos Dubliners de James Joyce (1914), una joya tanto el relato como la película.

A lo largo del libro sobrevuelan varios temas, el de la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial, el de la homosexualidad en los años 20 y 30, el de la sexualidad en Hollywood, el de la amistad, y todo ello con el monstruo de Frankenstein de fondo. Uno de los mejores capítulos de la novela es el de la fiesta de George Cukor con la Princesa Margarita de Inglaterra, en la que se reúnen, tantos años después, Boris Karloff, Elsa Lanchester y James Whale, es decir, el padre y sus monstruos, y Whale ve a Karloff, y de fondo ve a Boone, tan grande y con la cabeza tan cuadrada, y en su delirio Boone se superpone a Karloff y se convierte en Frankenstein. No voy a desverlar los planes que Whale tiene para Boone, pero los capítulos finales son un crescendo donde no sabemos qué va a pasar y donde todo es posible, aunque es obvio que, como en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1957), sabes que la novela y la película acaba con la muerte del protagonista.

El torturado pasado de Whale vuelve continuamente a su atribulada cabeza, por lo que le dice a Boone:

“Es tan doloroso recordar un pasado feliz como un pasado horrible, más doloroso incluso, porque el recuerdo no trae el alivio de saber que ya no volverá.”

Boone le dice:

- “¿No ha sido divertido? - dice – Volver a ver a sus monstruos.
-¿Monstruos? - dice Whale con desdén – Esos no son monstruos. Los únicos monstruos – dice cerrando los ojos – están aquí.”

Dioses y monstruos (Gods and monsters, Bill Condon, 1997).



La novela El padre de Frankenstein de James Whale, fue adaptada por el que, probablemente, es el mejor guionista y director gay de Hollywood, Bill Condon, en 1997, ganando entre otros premios el Oscar al mejor guión adaptado, y muchos otros para sus tres protagonistas, aunque Brendan Fraser, posiblemente en su mejor interpretación en el cine, fue el gran olvidado.

Bill Condon es un aclamado director y guionista, entre sus éxitos, además de Gods and monsters, encontramos el guión de Chicago (2002), por el que fue nominado al Oscar, Kinsey, el científico del sexo (2004), y fue el director de la aclamada Dreamgirls (2006) que fue nominada a 6 Oscars, ganando el Globo de oro a la mejor comedia o musical, y, últimamente, dirigió la crepuscular Mr. Holmes (2015), en la que volvió a dirigir a Ian McKellen, con cierto parecido a su personaje en Dioses y monstruos.

La adaptación de la novela El padre de Frankenstein es uno de los mejores ejemplos de cómo se puede realizar una adaptación cinematográfica respetando la esencia y el argumento del libro, y al mismo tiempo introduciendo matices y cambios que mejoran, incluso, la propuesta de la novela, por lo que la película no supone una mera traslación del libro a otro medio artístico sin personalidad alguna sino que, al contrario, aquella se convierte en una nueva obra, igual y al mismo tiempo diferente de la novela.

Lynn Redgrave como Hanna
La principal innovación en la película está en el personaje de la empleada del hogar, María, una mexicana en el libro, es transformada en una polaca católica ferviente, Hanna, en la película, interpretada por Lynn Redgrave, la cual fue nominada a la mejor actriz de reparto por este papel. Esta diferencia se produce no solo en el cambio de nacionalidad sino en el papel que tiene respecto a su relación con Whale, lo cual se observa en dos escenas principalmente: la primera, cuando Whale y Hanna están viendo La novia de Frankenstein en la TV, en ese momento son como un viejo matrimonio viendo una película antes de acostarse, y al final cuando encuentran a Whale en la piscina, Hanna besa a Whale repetidamente recriminándole lo que ha hecho, lo cual denota un enamoramiento de ella hacia él que no está en el original, por lo menos no de una forma tan rotunda.

Brendan Fraser como Boone
La segunda innovación está en el epílogo de la película, que no está en el libro. Han transcurrido unos años y se ha producido una transformación en Boone, ya no es un perdedor, sino un feliz padre de familia, con un hijo con el que está viendo La novia de Frankenstein, y al que le muestra el boceto del monstruo que Whale le regaló. Boone está orgulloso de haber conocido a Whale, se intuye que el contacto con él le hizo reflexionar y le cambió la vida, le hizo pensar y tomar las riendas de la misma. Antes de conocer a Whale Boone era un perdedor que probablemente viviría toda la vida en una caravana cortando el césped de los jardines de otros, y ahora lo vemos en un entorno completamente diferente y, en cierto modo, triunfante.

Ian McKellen como James Whale
Por lo demás, la película acumula aciertos: la interpretación de Ian McKellen, nominado al Oscar como mejor actor, con una mimetización incluso física respecto al Whale original, el acierto de la elección de Brendan Fraser como Boone, la ambientación en los años 50, con la culminación en la fiesta de la princesa, y sobre todo, las escenas oníricas y los recuerdos de la guerra de Whale, con las alambradas y la tierra de nadie en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y la asimilación de Boone como el monstruo en la mente de Whale.

Esta película refleja como pocas la interrelación entre cine y literatura, no solo por resultar una excelente adaptación al cine de una novela, sino por mostrar, además, el mundo del cine clásico de los años 30 del siglo XX, desde dentro. Con lo que pasen y lean, y vean también, y disfruten de este mundo de dioses y monstruos.

1 comentario:

  1. Apasionante artículo.

    La mariposa aleteó bien fuerte esta vez - he disfrutado a fondo el viaje desde el volcán indonesio que explotó en 1816 hasta una oscarizada película de 1997 que nos cuenta la relación entre un viejo director de Hollywood y su jardinero.

    Muchas gracias

    ResponderEliminar

No hay comentarios