Oso, de Marian Engel - M. Corleone



La soledad no elegida. La soledad dura, áspera. Ese mal que no eres capaz de autodiagnosticarte, pero ahí está, oxidándote la vida. Robándote las fuerzas necesarias para vivir con una media sonrisa, que no pedimos más que eso, mujer. ¿Cómo se sale de ahí, concienzuda bibliotecaria, profesión paradigma y estereotipo de las mujeres solteras y con un escaso círculo de relaciones?


En estos tiempos actuales, la respuesta la podríamos encontrar -para salir del paso- en una buena dosis de psicofármacos, el socorrido club de lectura, tómese un café con otras almas solitarias como usted, apúntese al gimnasio, buena mujer, que siempre es bueno sudar un poco y producir serotonina. Pero Canadá, probablemente el único país del mundo cuyos autores literarios más conocidos son autoras (Munro, Atwood, ya me puede perdonar, Sr. Davies), nos regala a esta Marian Engel, muerta en 1985 a los cincuenta y un años. Nos la regala para que podamos leer otra forma de mirar de cerca el aburrimiento, el hartazgo de la propia vida, la falta de asideros vitales.

Recopilemos: bibliotecaria soltera a la que envían a una curiosa casa de coronel excéntrico (y muerto) en una isla remota de Ontario a catalogar una biblioteca. La finca incluye un oso en un cobertizo. Con estas sencillas premisas, Stephen King te garantiza unas noches sin dormir. Pero no, a partir de estos cimientos, palabra a palabra, Engel va construyendo un sencillo pero sólido decorado, sin mojigatería, con mimo y delicadeza, todo mesura. Cuando toca hablar de mariposas, se habla, pero si hay que usar palabras llanas y soeces, se usan. Y con precisa mecánica de reloj suizo, ante nosotros transcurre un fluido río que inevitablemente desemboca en el oso. Ay, el oso. Les ahorraré el sesudo análisis que establece paralelismos entre el rol del hombre y el del oso, presunto símbolo de la masculinidad. Porque todo en la novela conjura contra ese análisis plano: está tan bien escrita, tan bien construida, que todo es natural y bello en la relación con el oso. No nos insinúa académicas metáforas, no carga las tintas. El oso podría no ser más que el catalizador de la soledad, el asidero que permite a la protagonista hacer cambios en su vida. Qué difícil es poner de nuestra parte para que lo que la vida nos ofrezca algo diferente, y qué difícil es escribir sobre ello sin impartir lecciones, consiguiendo que todo encaje.

La soledad de la protagonista nos llega escoltada por la casa (de curioso diseño octogonal, casi un personaje más) y el amor por los libros. Y casi puede sentirse la naturaleza limpia, el disfrute del contacto con el río, el huerto, el aire frío. Una naturaleza a medio camino entre realista y romántica, bien descrita pero no idealizada. Ahí está el olor a bosque, pero también los insidiosos mosquitos, las malas hierbas y las escasas comodidades. Y el oso, claro, abordado de una forma muy especial. Ésta es la gran idea genial que hace tan especial la novela, por lo que Engel contará con mi eterno respeto lector: que el oso no sea un oso de belleza incomparable, un oso de inteligencia humana, ni siquiera un oso joven e inquieto. Es un oso, sin más. Uno oso que huele mal. Un oso viejo y con los ojos inexpresivos. Un oso con mal aliento, un oso que no es un peluche. Un oso que no es más que un animal. Y aun así, la autora consigue que entendamos, huyendo de sermones ni grandes dramas, que la protagonista busque su contacto, entierre las manos en su pelaje. Y todo lo demás.

5 comentarios:

  1. No conocía a esta autora, pero es realmente original que entre tanto libro por catalogar encuentre en el oso su protagonista. Habrá que echarle un vistazo. Excelente artículo.

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  2. Me ha picado el gusanillo. Tampoco conocía a la escritora ni a la novela. Gracias por descubrirla. Magnifico artículo, Corleone.
    Eliena.

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  3. Lo anoto, creo que me va a encantar...

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  4. Fantástico artículo, Corleone. Me ha gustado un montón. Gracias. A ver si me animo a leer el libro...

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  5. Muchas gracias por los comentarios. M. Corleone

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