¿Escritor gracioso o escritor con gracia? - Carmen Ruiz (Elisel)





Es lo mismo, dirán algunos. No, no lo es, dirán otros. En cualquier caso, lo cierto es que el humor forma parte de nuestras vidas. Y la literatura no podía ser menos: el ingenio y la comicidad bullen por las páginas de incontables libros.



Todos conocemos a escritores que nos han hecho reír en mayor o menor medida o, simplemente, nos han arrancado una sonrisa, que no es poco. Un buen ejemplo de ello son Christopher Moore, David Safier o Terry Pratchett, entre otros. A decir verdad, se da el curioso caso de que los libros de humor no me terminan de gustar. No los encuentro especialmente divertidos. Pero no son ellos; soy yo. Seguro, además. Tiquismiquis que es una. Claro, que hay excepciones, y es que tuve que dejar de leer en el tren Forrest Gump, de Winston Groom porque no podía reprimir la carcajada y no era plan montar el numerito en el transporte público, que luego te miran raro y te hacen sentir incómoda. Y lloré literalmente de risa leyendo Magia de una noche de verano, de Maite Carranza.

Hay una variedad que brilla con luz propia dentro del género romántico: el chick-lit. Sí, sí, esos libros protagonizados por una moza de buen ver, moderna, independiente y liberal que para que veamos lo independiente y moderna que es se pasa todo el libro intentando pillar maridito. ¿En serio? ¿En pleno siglo XXI? Pues sí. En realidad, bien mirado, se trata de un dramón de dimensiones épicas cuando no una historia espeluznante que haría temblar al mismísimo Stephen King. En clave de humor, eso sí. Eso que no falte. Claro, que se dan situaciones que invitan a la risa. Suelen ser aquellas en las que la protagonista pasa algún que otro apuro o atraviesa un momento vergonzoso: va pensando en su galán y se choca contra un árbol, pisa una alcantarilla al lado de una balsa de agua con tan mala suerte que se rompe el tacón del zapato justo cuando pasa un coche y el charco se convierte por obra y gracia de los neumáticos en una ola que sería la envidia de cualquier campeonato de surf... Vamos, lo que viene siendo reírse de las desgracias ajenas, así de claro, pero ¿a que nos gusta reírnos de las desgracias ajenas –las literarias, malpensados– cuando las cuentan con cierto salero?

Otros autores tienen gracia para contar las cosas. No importan las calamidades o la tragedia de la que trate el libro. Tienen chispa. Y es que a veces el humor es un modo de superar la tristeza, una vía de escape para que la vida no nos resulte tan amarga, ese clavo ardiendo al que nos aferramos para no desesperar. Uno de estos escritores es Frank McCourt. En su primer libro, Las Cenizas de Ángela, nos habla de lo que vivió en su Irlanda natal, de las penurias que pasaron él y su familia con un padre que se bebía el sueldo. Sin embargo, nos lo hace ver desde el punto de vista del niño que fue y es inevitable sonreír ante la situación que plantea. Una sonrisa que conlleva cierto sentimiento de culpa porque sabes que lo que te hace gracia no tiene gracia ninguna y que fue un drama real. Asimismo, Juan Eslava Galán dota a sus libros de cierta ironía, comentarios jocosos y algún que otro chascarrillo, de modo que en La Primera Guerra Mundial contada para escépticos, por ejemplo, comenta la hilaridad que despertó entre las tropas etiquetar a los tanques con las siglas W.C. o el arrojo del sargento York disparando a los alemanes “como si fueran patos”, así como la falta de puntería de los aliados en La Matanza de los Inocentes al no acertar a Hitler. Sonrisas entre trincheras.

Pero mis favoritos son, sin duda alguna, los humoristas involuntarios, esos escritores que bien por torpeza, bien por poco tino o por ser directamente unos negados despiertan la hilaridad de sus lectores. Porque, venga, admitidlo: tras el primer instante de pasmo e incredulidad os tronchasteis de risa al leer el nombre que Bella Swan, heroína de la saga Crepúsculo, había perpetrado para su hija. Que hasta en su versión cinematográfica se pitorrearon del asunto. Aunque hay que reconocer que Stephenie Meyer tiene en su haber el triángulo amoroso mejor resuelto de la historia de la literatura. Y es que Jacob, el tercero en discordia, no se queda compuesto y sin novia, no, sino que se imprima (esto es lo que en el lenguaje crepuscular significa enamorarse por siempre jamás) de la hija de la chica por la que bebía los vientos, que ahora pasa a ser su suegra. ¡Ah, ya me imagino esas reuniones familiares con Edward rechinando sus colmillos vampíricos porque no se quita a Jacob de encima ni a cañonazos! Primero quiere quitarle a la churri y luego se queda con su hija. Vamos, que tiene que aguantar a Jacob toda la vida. Teniendo en cuenta que los vampiros son inmortales, eso significa una eternidad. Literalmente. Es mucho tiempo.


Luego tenemos a E.L. James y sus Cincuenta Sombras de Grey, ese libro que va sobre lo que ya sabéis. No, eso no, lo otro. Exacto: por qué a las mujeres les gustan dominantes, malotes, machistas y controladores siempre y cuando tengan pasta y por qué a ellos les gustan cuanto más tontas e incultas mejor. El misterio del asunto tendrá que tratarlo Iker Jiménez. Yo me voy a ceñir a la parte humorística. Porque tiene su gracia que una universitaria no sepa usar un ordenador y la depilación y un médico llamado “ginecólogo” le resulten tan extraños como el lenguaje binario de ese ordenador que no sabe ni encender. Cómo será la cosa que al emprender un viaje en helicóptero, la lumbrera pregunta al apolíneo varón que da nombre al libro por qué le pone el cinturón de seguridad. Todos sabemos para qué sirve, pero ella no, así que lo pregunta. Y él contesta que es para que no se escape. No me quiero ni imaginar el castañazo que te tienes que dar al escapar de un helicóptero en pleno vuelo sin paracaídas, pero Grey la conoce tan bien que sabe que es muy capaz de intentarlo, así que no está de más prevenir.


Y ya por último –pero no por ello menos importantes– tenemos a los hermanos pequeños de los libros que tanto nos gusta leer, si es que se les puede llamar pequeños porque también son grandes a su manera. Me refiero a los tebeos de toda la vida, los cómics, las tiras cómicas. Ellos están llenos de personajes que nos han hecho pasar muy buenos ratos y nos han hecho reír de lo lindo, así que no podía dejar de mencionarlos. Personajes como Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino, Mafalda... La lista es enorme. Puede parecer que los leemos cuando somos niños y que luego quedan relegados al recuerdo, casi al olvido, pero nada más lejos de la realidad. De vez en cuando los sacamos del trastero y volvemos a disfrutar de sus descacharrantes aventuras y de sus ocurrencias. O los seguimos comprando, ¿por qué no?

Dice un proverbio escocés que una sonrisa es más barata que la luz e ilumina más, así que si un libro hace que se nos ilumine el rostro con una de esas sonrisas, bienvenido sea.



3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu artículo, Elisel. Desde luego los humoristas involuntarios son los mejores. Ay y esos tebeos de zipi y zape, rompetechos siempre metiendo la pata, que recuerdos, me has levantado una sonrisa. Un abrazo, Eliena.

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    1. Muchas gracias, Eliena ^^

      Me alegra que te haya gustado mi artículo y que te haya sacado una sonrisa.

      Un abrazo.
      Carmen.

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  2. Elisel, muy bueno tu artículo. Es muy cierto lo de los humoristas involuntarios, es imposible no reirse ante las tonterías de Bella y Anastasia (que salió de un fanfic de la primera).
    Me ha encantado tu frase final. Saludos, Happykent

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