Perorata del Apestado, de Gesualdo Bufalino - Gorezsu




Una perorata es una exposición de ideas u opiniones larga y pesada pero, por fortuna, no es esto lo que encontramos en la novela de Gesualdo Bufalino titulada “Perorata del Apestado”. 

Parece, por tanto, que la traducción del título original Diceria dell´Untore no es muy afortunada, de manera que de haberme encontrado con ella en los estantes de una librería, sin una referencia previa, no creo que me hubiera atraído. Sé que no debemos fiarnos de las apariencias pero a menudo nos atraen las sugerencias de una imagen de portada o de las palabras que dan nombre a un libro. Y, sin embargo, esta Perorata del Apestado contiene una novela magnífica. Quizá no haya muchas posibilidades de una traducción sugerente, quizá no sea fácil traducir el título original, cuando el mismo Bufalino nos aclara su significado con palabras de otro: Diceria: De cualquier extenso parlamento, bien con excesivo artificio, bien con demasiado poco arte… (Tommaseo Bellini); Untore: Distribuidor y fabricante de los untos pestíferos, esparcidos por esta ciudad, para extinción del pueblo… (Actas del Proceso, 1630). Este título original nos habla del carácter del autor y, quizá, de sus intenciones. Porque no estaba en la mente de Bufalino publicar su novela, cosa que sólo ocurrió cuando tenía 60 años, a pesar de haberla escrito mucho antes. Esta Diceria, que recoge una experiencia vivida por el autor después de la Segunda Guerra Mundial, enfermo de tuberculosis y recluido en un sanatorio de Palermo, fue escrita más tarde, seguramente “para prestar testimonio, cuando no delación, de una retórica y de una piedad”, tal cual el mismo narrador nos dice al final del libro. Como un deber, pues, pero sin duda también, por una necesidad de escribir y de contar, la del escritor secreto que había en Bufalino, quien sólo escribe para sí mismo y para un reducido círculo de íntimos amigos. El mismo narrador de la novela, un trasunto claro del propio autor, nos lo dice: “Aunque ya supiera entonces que preferiría permanecer callado y llevar a lo largo de los años mi diceria al seguro debajo de la lengua, como un óbolo de reserva con el que pagar al barquero el día que me sintiera (…) a las puertas de la noche”


Así pues, Bufalino era una persona reservada, acaso humilde, y muy celoso de su intimidad y de su tiempo. El autor, cuando es descubierto por su compatriota Leonardo Sciascia, y acaba aceptando que su novela sea publicada, le refiere el presentimiento de que su destino de escritor contenía “las extrañas simientes de una siniestra aventura”, presentimiento que el propio Sciascia, quien ya había publicado muchos libros y alcanzado gran notoriedad, se apresura a confirmar. Supongo que don Gesualdo se refería a la servidumbre que conlleva publicar un libro, sin la cual difícilmente trasciende. Agradezcamos sin embargo que Bufalino se aviniese, aunque receloso, a entregarnos su magnífica obra a los lectores, quienes podemos así degustarla ahora. Una obra que no se limita a este libro que pretendo comentar, pues siguieron otros libros no menos gustosos y admirables, como Las Mentiras de la Noche, o Argos el Ciego.


Pero vayamos a ver qué contiene esta Perorata del Apestado, no sin antes aclarar (ya que he dicho al principio que considero el título en español poco afortunado) que la traducción de la novela, debida a Joaquín Jordá, me parece de un gran mérito, puesto que el estilo de Bufalino es complejo, tanto desde el punto de vista sintáctico como semántico, un estilo barroco, adornado, con referencias cultas y filosóficas, no idóneo para paladares sencillos. Sea como fuere, el disfrute de la lectura de esta novela, sólo es posible, y en gran parte debido, a esa magnífica traducción.


En Perorata del Apestado, el autor nos cuenta las vivencias de un joven que tras la Segunda Guerra Mundial, enfermo de tuberculosis, se recluye en el sanatorio de la Rocca, situado en la Conca d´Oro, la llanura donde asienta la ciudad de Palermo. Este joven, cuyo nombre no se cita en ningún momento, trasunto, como dije, del propio Bufalino, quien vivió una experiencia semejante, conoce en la Rocca a otros personajes, enfermos como él, y traba una relación amorosa con Marta, una joven tuberculosa. Atacados por la enfermedad, resignados a un final que presienten próximo, se mueven por la ternura, la nostalgia, la ironía, la desesperación…ante la cercanía de la muerte. 


Del resto de los personajes destaca sin duda el Gran Flaco, el médico de la Rocca: noble venido a menos, culto, sarcástico, irreverente, con quien el joven tísico departe, entre paseos y partidas de ajedrez, en un duelo dialéctico de agudezas, ironías y humor, con un fondo casi siempre amargo. “Salíamos a beber a la galería, yo espíritu, él condottiero y capitán de los diablos, entre tumbonas oscurecidas por cuerpos tendidos y susurrantes, frente al pinar que ya no murmuraba, casi, y ocultaba allá abajo, el filo del mar”, se nos dice en el segundo capítulo, en el que hace su entrada el Gran Flaco.

Conca d´Oro


La historia de amor no es una historia convencional, no lo puede ser, porque, enfermos los amantes y presintiendo que la muerte les ronda, no tiene futuro, no aspira a prolongarse en una familia, como sucede en la mayoría de las parejas. Un amor pues de un momento, de unos días, en el que esperanza y amargura, resignación y rebeldía, se enfrentan en una lucha tan vana como inevitable: el paso de ambos por la Rocca no puede ser sino una broma del destino o un espectáculo teatral ilusorio en el que se les ha asignado un papel que interpretan como buenamente pueden.

“-Pero, ¿es cierto por otra parte que debemos morir?-preguntó (ella), y me miraba como si un velillo de gasa se hubiera interpuesto entre nosotros-. Yo no siempre lo creo –se contestó a sí misma- especialmente de noche, antes de dormirme, cuando me reconcilio con el mundo y lo saludo.

Sonrió y yo sonreí, me sentí atrapado por un acceso de intrépido y fulminante amor hacia ella, tanto que poco faltó para que me arrodillara sobre la tarima del baile para darle las gracias por aquella belleza de arabesco y de falsete que ella, sin temor al ridículo, conseguía seguir dando, en el antepecho de la oscuridad, a las lamentaciones de su personaje.”

La muerte es el otro gran personaje de esta novela, un personaje sin rostro, que no se ve sino por signos indirectos o se presiente. Es una presencia constante en el ánimo de los afectados por la inexorable enfermedad, que condiciona sus actos, sus sentimientos. Para escapar a ella hay que vivir otras vidas, hay que imaginar, fingir, como hace a veces Marta, o el propio personaje narrador: “Era evidente que le gustaba compadecerse.”, dice este sobre Marta, y añade: “Sin que esto le impidiera intentar despistarme con sus divagaciones. Así que me puse en guardia, convencido de que seguiría inventando, pero sin que eso me disgustara, puesto que, al contrario, me iban enamorando cada vez más sus cantilenas, sus hipótesis de vidas inexistidas”.


No es este un libro escrito a vuelapluma, sin duda alguna, sino denso, profundo, que en apenas ciento cuarenta páginas nos habla de temas trascendentales de la vida, dudas filosóficas y miserias morales, pero lo hace desde la tierra, desde una experiencia de vida, sin grandes especulaciones, con una mirada tierna o amarga, pero siempre piadosa. En consonancia con ello, la lectura tampoco es fácil, pero quien se anime a acometerla encontrará en esta el disfrute de las obras excepcionales, esas que siempre andamos buscando entre tanta obra editada, de valor muchas veces dudoso.

2 comentarios:

  1. Aunque el autor me sonaba el libro era totalmente desconocido para mí. Gracias Goreszu por descubrirme esta obra y a este autor.

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    1. Pues me alegro, y espero que lo disfrutes, si no lo has hecho ya.

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