Dramatis Personae: Quevedo - Ana Espinosa

Retrato de Quevedo atribuido a Velázquez

Mucho se ha escrito sobre la obra de uno de los mejores poetas de nuestra lengua, creador de una de las más importantes corrientes poéticas del llamado Siglo de Oro de las letras, pero no menos tinta ha hecho correr el propio poeta. Con un ingenio ácido, según sus propios coetáneos, tras el que se parapetaba una de las mentes más lúcidas de su tiempo, a Quevedo le han atribuido numerosas anécdotas, tanto de su uso de la espada como de su no menos afilada lengua.


Una de las culpables de este halo de leyenda que envuelve a Quevedo es la primera biografía, compuesta por el abad don Pablo Antonio de Tarsia en 1663, donde se amalgaman hecho reales con las leyendas y episodios de capa y espada. Interesante es la opinión vertida por Felipe Pedraza, en su estudio preliminar de esta biografía, en la que opina que Quevedo “se proyectó hacia el exterior como personaje, se instaló en su doble máscara y a través de ella ha vivido durante siglos. Quevedo, hombre de Dios, filósofo estoico, y Quevedo, hombre del diablo, criatura desvergonzada, han aparecido en poemas líricos y narrativos, en comedias, en dramas históricos, en novelones de capa y espada… desde el siglo XVII a nuestros días. Los autores han llegado a él, como la mariposa del tópico petrarquista, atraídos por las luces y las sombras del personaje, por la máscara de Jano que él mismo forjó con su palabra.”

Cierto es que el poeta tuvo una vida agitada, siendo espía, cortesano, confidente,  que provocó que fuera encarcelado hasta en tres ocasiones, por lo que no es tan insólito que la figura del escritor se haya convertido “en señuelo de libelos y loas, fábulas y cuentos, donde la historia y la poesía se entrecruzan y confunden” según Alberto Sánchez en su trabajo Quevedo, figura literaria.


Gracias a esta leyenda, desde 1645, cuando se publicó El retraído de Juan de Jáuregui,  ha sido uno de los personajes favoritos de muchos novelistas y dramaturgos para sus obras ambientadas en el Siglo de Oro como El caballero de las espuelas de oro de Alejandro Casona o la saga de El Capitán Alatriste, de Arturo Perez Reverte.

Menendez Pelayo, tratando de descubrir al verdadero Quevedo, comentaba de las atribuciones de obras escatológicas e historias caballerescas en las que se ensalzaba su arrojo y excelente manejo de las armas “que producen el grave inconveniente de alterar la fisonomía de Quevedo conforme al sentir del vulgo, presentándole como un calavera espadachín y fanfarrón”

Precisamente esta faceta fue la que más atrajo a los dramaturgos románticos y no, la de poeta satírico y lenguaraz. En el siglo XIX hubo hasta nueve obras en las que aparece nuestro escritor, bien como protagonista o como secundario: ¿Quién es ella? de Bretón de los Herreros; La corte del Buen Retiro, También los muertos se vengan, ambas de Patricio de la Escosura; Don Francisco de Quevedo de Eulogio Florentino Sanz; Una broma de Quevedo, Cuando ahorcaron a Quevedo ambas de Luis de Eguilaz; Una noche y una aurora de Francisco Botella y Andrés y La boda de Quevedo de Narciso Serra. 

Por todas las obras que se han escrito sobre él es difícil delimitar la realidad de la leyenda literaria en la figura de Quevedo. Se entregó intensamente a la experiencia de la vida y a la creación literaria. Consiguió ser poeta, novelista, político, amante, amigo, vividor, espía, aventurero. En definitiva, representar la quintaesencia de nuestro Siglo de Oro.




Bibliografía:
Alberto Sánchez, Quevedo, figura literaria, en Homenaje a Luis Morales Oliver, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986.

Felipe B. Pedraza Jiménez, «Prólogo» a Pablo Antonio de Tarsia, Vida de don Francisco de Quevedo y Villegas

García Valdés, Con otra mirada: Quevedo personaje dramático

Mata Induráin, Quevedo, personaje de ficción

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por este artículo tan sencillo y directo sobre Francisco de Quevedo: un autor que estudié en el Bachillerato y que, desgraciadamente, no he vuelto a él.

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    1. Gracias por leerlo, Aben. Es un autor muy conocido y desconocido a la vez. Siento una morbosa fascinación por él

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