Colette, la mujer libre - Sue_Storm


La película de Stephen Frears “Chéri” (2009) devolvió a la actualidad la obra literaria de Sidonie Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en-Puisaye, 1873 – París, 1954), autora de la novela que sirvió de base a dicho film. Colette, como le gustaba firmar, una de las grandes de las letras francesas del siglo XX, fue una mujer inconformista, iconoclasta y rebelde, que a pesar del halo de escándalo que siempre la rodeó, supo ganarse el respeto de la sociedad sin renunciar a sus principios, ni recurrir a la hipocresía.


Años de infancia


Nace Colette en un pueblo de la Borgoña, Saint-Saveur-en-Puisaye, que si hoy todavía conserva un paisaje encantador, en 1873 debía ser algo así como un bucólico trozo de paraíso. Su padre es Jules-Joseph Colette, antiguo oficial de zuavos, que al perder una pierna como consecuencia de una herida de guerra, se retiró con el grado de capitán y desde entonces vive tranquilo y despreocupado, en el pueblo donde le han nombrado recaudador de impuestos. La madre, Sidonie Landoy, es una borgoñona de pura cepa, una mujer de sangre caliente que lleva las riendas de su casa en todos los sentidos; será ella quien inculque a su hija desde la cuna el amor por la libertad, la naturaleza y los animales, así como el capitán Colette le transmitirá el gusto por la lectura. Padre y madre serán reflejados casi literalmente en numerosas páginas de Colette: hay mucho del capitán en el distraído padre de Claudine, la heroína de su primer gran éxito literario; y el nombre familiar de la madre, “Sido”, dará título a una novela melancólica y entrañable que la hija publicará en 1930, además de aparecer en muchas de sus evocaciones de infancia.
Mimada por todos –es la menor de cuatro hermanos-, la futura escritora acude a la escuela local, confundida entre las hijas de los aldeanos. Algunas de sus compañeras aspiran a hacerse maestras, mientras las demás aceptan que pasarán su vida trabajando en el campo y pariendo hijos, como lo han hecho sus madres. La joven Gabrielle se siente igualmente lejos de unas y otras: su verdadera vida no es la de la escuela, sino la que vive entre los muros de su casa, rebuscando durante horas en la biblioteca de su padre, jugando con sus hermanos o recibiendo los mimos de su madre, que la llama “minet-chéri” y “mon joyau tout en or”.

Sido, la madre, era en efecto muy alegre y cariñosa, y estaba apasionadamente enamorada del capitán Colette, que había sido su amante antes de que la muerte del primer marido, padre de sus dos hijos mayores, les permitiera contraer matrimonio. Pero también era una mujer caprichosa y de gustos caros, que muchas veces rozaban la extravagancia. Cuando se casa su hija mayor, salen a la luz ciertas irregularidades cometidas por el matrimonio Colette en la administración de la herencia paterna de la recién casada. El yerno reclama formalmente la parte de su mujer, y los Colette se ven obligados a vender buena parte de sus muebles y de su biblioteca, y a dejar Saint-Sauveur para trasladarse a una casa más pequeña y modesta, en Châtillon-sur-Loing. Estamos en 1891: Gabrielle, a sus diecinueve años, lamenta profundamente tener que dejar Saint-Sauveur, que siempre recordará como un paraíso perdido.


Madame Willy


Henri Gauthier-Villars tenía por entonces treinta y dos años, y era un bon vivant muy conocido como crítico musical, periodista y autor de novelas populares. Solía firmar como “Willy”, aunque también hacía uso de otros seudónimos, según el género que cultivara. Corren diversas versiones acerca de cómo se conocieron él y la joven Gabrielle: unos afirman que fue en Châtillon-sur-Loing, con ocasión de las visitas de Willy a casa de la nodriza de su hijo (el hijo que había tenido con una mujer casada, la esposa del dibujante Émile Cohl); otros sostienen que fue en París, cuando Gabrielle acompañó al capitán Colette a la editorial que era propiedad del padre de Willy. En cualquier caso, Gabrielle quedó fascinada por él, que era un seductor nato y un hombre de mundo, completamente distinto de cuantos hubiera podido conocer hasta entonces. El 15 de mayo de 1893, se casaron en Châtillon-sur-Loing.

La pareja se instaló en el piso de soltero de Willy en París. Al principio Gabrielle leía mucho, durante todo el día, mientras su marido continuaba su agitada vida social. Pero más tarde, ella comenzó también a frecuentar los cenáculos literarios y artísticos, aunque en esos momentos carecía de aspiraciones: siempre había sido una gran lectora, pero, al contrario que a su padre, nunca la tentó la idea de escribir. Entre indiferente y divertida, se dio cuenta de que su marido no era el verdadero autor de todo lo que publicaba, pues tenía a su servicio un equipo de “colaboradores” a los que hacía trabajar a destajo, para luego estampar él su cotizada firma y embolsarse la parte del león de los beneficios. Ella hubiera preferido permanecer al margen de ese mundo, cuyas presiones y exigencias la repelían.

Sin embargo, Willy, zorro viejo siempre a la caza de novedades, intuyó que en aquella chiquilla podía haber un talento digno de ser aprovechado. Un día, como recordará Colette en su libro autobiográfico Mis aprendizajes (1936), Willy le sugirió que escribiera algo basado en sus recuerdos de la escuela primaria, allá en Saint-Sauveur, y añadió: “Procura añadir detalles picantes, cuantos más mejor. Yo te ayudaré. Necesitamos dinero y creo que eso puede venderse bien.”

Así nació Claudine en la escuela, que vio la luz en 1900, y que desde la primera edición consiguió un éxito fulgurante y sin precedentes. Durante años y años, este libro y sus secuelas (pues le siguieron tres títulos más) fueron los libros de los que todo el mundo hablaba. Gabrielle puso en el primero de ellos la evocación apasionada de sus años de adolescencia en el bucólico Saint-Sauveur, pero además construyó una historia cándida y perversa a la vez, donde alumnas y maestras resuelven la pulsión sexual en relaciones sáficas más o menos explícitas, que los  personajes masculinos contemplan fascinados. Y Claudine fue un fenómeno editorial, cultural y sociológico. El cuello camisero tipo colegiala se llama desde entonces “cuello Claudine”; había helados “Claudine”, sombreros “Claudine”, perfumes “Claudine”; se hicieron adaptaciones teatrales, y el público nunca parecía tener bastante de las lánguidas aventuras de aquella jovencita sensual, aguda y gamberra: la siguió en su traslado a París, en su matrimonio, en su posterior ménage à trois con su marido Renaud y la bella Rézi… Eso sí: todos creían que Claudine era una creación de Willy, pues era él quien aparecía como autor de los libros. Por entonces solía exhibir a su esposa disfrazada de Claudine, con un vestido de colegiala y un gran cuello blanco con lazo, y alimentaba así el convencimiento general de que el libro se basaba en vivencias reales de la joven, noveladas después por su marido, el escritor de éxito.


Hacia la liberación


Willy distaba mucho de ser un marido fiel. A Gabrielle en principio la atormentaban los celos, pero su situación empezó a cambiar cuando entró en la vida del matrimonio Georgie Raoul-Duval, una mujer de gran belleza, carismática, arrolladora: todo un personaje, en quien Jean Cocteau se inspiraría para crear a la protagonista de su obra teatral Los padres terribles. Georgie era una de las muchas amantes de Willy, y no tardó mucho en serlo también de Gabrielle. Ésta reflejará la experiencia en el tercero de los títulos de la serie, Claudine casada (1902), cuya publicación trató de impedir Georgie, sin conseguirlo.

Por otra parte Gabrielle empezó a sentirse asfixiada por su papel de corifeo del éxito del marido, que debería ser el suyo. Como cuenta en Mis aprendizajes: “Vagamente empecé a sentir que tenía un deber hacía mí misma: escribir algo que no fueran las Claudine. Y, gota a gota, exudé “Diálogos de animales”, en donde me di el gusto, no muy vivo pero sí honorable, de no hablar de amor”. Diálogos de animales apareció en 1905 firmado por Colette Willy, nombre literario que la autora conservará hasta 1913. El público recibió con tibieza las veleidades literarias de “la esposa de Willy”, a quien nadie reconocía como la verdadera autora de Claudine. Mucho más éxito tuvieron las aventuras de Minne, escritas también íntegramente por Gabrielle, pero firmadas por Willy, que se publicaron entre 1904 y 1905. Algo más tarde, en 1909, Colette las reunirá en un volumen bajo el título La ingenua libertina y las reeditará, ya como obras suyas.

En 1905 tiene lugar la separación de la pareja, si bien no se divorciarán oficialmente hasta 1910. Colette había ido, poco a poco, liberándose de la tutela física y espiritual de Willy. Éste, quizá en un acto de venganza, vendió los derechos de las Claudine, sin decírselo siquiera a su mujer. Ella nunca se lo perdonará, aunque sabrá guardar buenos recuerdos de este hombre que tanto le enseñó y que, a su manera, encaminó la vida de su mujer hacia la creación literaria. En una de sus evocaciones dirá de él: “Pienso que es alguien cuya talla, cuyo espíritu, verdaderamente inspiran curiosidad. Nunca deja de sorprender. Alguien debería escribir una novela sobre ese hombre.”


Empezando a ser Colette

Ya separada de Willy, Colette recibe clases de danza y de mimo, y se introduce en el mundo del cabaret, actuando en numerosos espectáculos en los que su belleza y su gracia causan sensación. Allí conoce a Mathilde de Morny, marquesa de Belbeuf, a quien sus amigos llaman “Missy”, una aristócrata lesbiana y bohemia que no vacila en vestir de hombre en público, desafiando así la prohibición de las autoridades. En 1907, Colette y Missy subieron juntas al escenario del Moulin Rouge, en la pantomima El sueño de Egipto, que incluía la simulación de una escena de amor entre ambas: Colette hacía el papel de una princesa egipcia que regresa del pasado, y Missy, travestida, interpretaba a un egiptólogo que sueña con ella. La obra fue prohibida por la policía, que se presentó en el teatro a interrumpir la segunda representación. El escándalo fue mayúsculo.

En busca de tranquilidad, las dos se refugiaron en Le Crotoy, junto al Canal de la Mancha. Allí, en la villa “Belle plage”, pasarán algunas semanas todos los veranos; allí escribirá Colette Los zarcillos de la viña (1907) y La vagabunda (1910), esta última basada en sus experiencias en el music-hall. Años después, Colette retratará a Missy en su ensayo novelado Lo puro y lo impuro (1941), donde se la reconoce sin esfuerzo en el personaje de la Amazona, que “con su sombrío traje masculino, desmentía toda idea de alegría y despreocupación. Viniendo de muy alto, sabía encanallarse como lo haría un príncipe.”

La relación con Missy es una constante de fondo en su vida, pero no va a impedir a Colette vivir otras aventuras, mientras sigue trabajando asiduamente en su obra literaria y en espectáculos de cabaret. En el invierno de 1909, a sus treinta y seis años de edad, conoce en Montecarlo al guapo Auguste-Olympe Hériot, toda una figura de la sociedad de la época, inmensamente rico, caprichoso, refinado y snob. Hériot, que tiene entonces veintitrés años, se enamora de ella, y empieza a cortejarla asiduamente y a cubrirla de regalos. En el verano del año siguiente, viajarán juntos por Italia: la escritora disfrutará muchísimo en Nápoles y en Capri, mientras que en Roma, en cambio, se aburrirá. Desde su retiro campestre, Sido, la madre, no deja de insistirle en que se case con ese hombre, que tanto la adora y que puede solucionar de una vez y para siempre sus problemas económicos; pero ella no termina de decidirse, y poco después, el romance llega a su fin. Colette no se sentía con fuerzas para unirse a un hombre siempre ocioso, que no sabía lo que era el trabajo, y en cuya alma ella adivinaba un fondo de amargura que le impediría siempre ser feliz. El guapo Hériot dejó en la vida de la escritora un recuerdo dulce y melancólico, que más tarde ella recuperaría para construir uno de los personajes que la han hecho pasar a la historia de la literatura: el protagonista de Chéri (1920).


Madame de Jouvenel


En diciembre de 1911 Colette, que sigue trabajando como actriz de cabaret, empieza a colaborar en el diario Le matin, con una sección que lleva por título Cuentos de las mil y una mañanas. El redactor jefe del diario es el barón Henri de Jouvenel, de treinta y cinco años, un hombre culto, elegante y de gran personalidad, divorciado como ella. En agosto de ese mismo año, Jouvenel la invita a pasar las vacaciones en su castillo de Castel-Novel; tan bien se entienden, que al regreso Colette se instala en la casa de Jouvenel en París. Tras un año de feliz convivencia, la pareja contrae matrimonio en diciembre de 1912. Colette está entonces embarazada de la que será su única hija, que nacerá en julio de 1913 y se llamará Colette de Jouvenel, aunque su madre la llamará siempre con el sobrenombre en provenzal que a ella misma, de niña, le daba el capitán Colette: Bel-Gazou.

En esos años felices Colette publicará La otra cara del music-hall (1913) y la novela El obstáculo, también de 1913, donde continúa la historia de los personajes de La vagabunda. Con el estallido de la Gran Guerra en 1914, Jouvenel es movilizado y enviado a Verdún; su esposa irá a visitarle allí varias veces, y también se desplazará a Italia para realizar crónicas de guerra, que publicará en Le matin y luego serán recopiladas en el libro Las largas horas (1917). Su actividad es constante: colabora en la adaptación cinematográfica que realiza Musidora de su novela La vagabunda; publica críticas de teatro en L’éclair, y la colección de artículos de actualidad Entre la multitud (1918). Ya en 1919, publica la novela corta Mitsou, que relata una aventura amorosa entre una actriz de cabaret y un joven al que ésta esconde una noche en su camerino: en la pareja protagonista, todo el mundo reconoce al cuñado de la autora, Robert de Jouvenel, y a Zou, la amante de éste.


Chéri

Quizá la separación forzosa durante los años de guerra dejó su huella en el matrimonio Jouvenel; o quizá las aspiraciones políticas del marido le habían absorbido demasiado y no le dejaban tiempo para su esposa y su hija, aunque sí para otras amantes, casi todas parte del círculo de amistades de la pareja. Lo cierto es que ya están muy distanciados cuando, en el verano de 1920, una Colette de cuarenta y siete años comienza a escribir la que será su novela más recordada: Chéri. Para trabajar en ella, se refugia en su casa de Rozven, en la costa bretona: es una hermosa mansión cercana a la playa, que fue comprada diez años atrás con el dinero de Missy, pero tuvo que ser escriturada a nombre de Colette, pues la vendedora se negaba a permitir que Missy, vestida de hombre, firmara como compradora. Allí, con la perspectiva que da el paso de los años, la escritora evocará con cariño y con cierta melancolía la figura de Auguste-Olympe Hériot, del que tomará muchas cosas para el personaje central de su novela: la juventud, la belleza, la pereza, la afición por el deporte (Chéri tiene un instructor de boxeo, como Auguste), la incapacidad para ganarse la vida, la obsesión amorosa por una mujer mucho mayor que él, y sobre todo la tendencia a la autodestrucción y la melancolía malsana, capaces de hacer estragos en un espíritu débil, nunca fortalecido por el sacrificio y las responsabilidades. El entorno femenino que rodea al protagonista, todas ellas viejas cabareteras o demi-mondaines retiradas, unas al borde mismo de la decadencia, otras ya machacadas por el tiempo y los vicios, transmite al lector una sensación de aguda angustia: la misma que Chéri trata de calmar refugiándose en los brazos de Léa, sin conseguirlo, porque no hay escapatoria ante el avance inexorable del tiempo cuando la propia existencia está vacía. La joven Edmée no será feliz con él, y todos lo saben –habría que decir “todas”, porque esta es una historia de mujeres, donde ellas toman las decisiones-, pero a nadie le importa. Y son inolvidables las líneas finales, donde la hermosa Léa, que acaba de dejar ir a Chéri pese a amarlo con todo su corazón, no se reconoce en “esa vieja loca” que la mira desde el espejo.

En ese verano de 1920, Henri de Jouvenel va a pasar unos días con su mujer en Rozven, pero pronto
debe regresar a París y deja allí a Colette en compañía de Bertrand, su hijo mayor, el que nació de su primer matrimonio, y a quien hasta entonces Colette no había tenido ocasión de conocer. Bertrand de Jouvenel no ha cumplido todavía los diecisiete años y es un chico espigado, tímido con los adultos como todos los de su edad. Le gusta correr por la gran playa desierta que se extiende frente a la casa, y Colette, día tras día, lo contempla desde lejos. Un día, como recuerda el propio Bertrand ya adulto en su ensayo La verdad sobre Chéri: “Colette tenía amigas jóvenes, como Hélène Picard y Germaine Beaumont, que solían venir a visitarla. Un día, Colette me llevó aparte y me preguntó cuál de ellas me gustaba más. Avergonzadísimo, me puse a balbucear… Colette, adivinando lo que yo sentía, me dijo algo así como “Habrá que hacer de ti un hombre”. Yo seguía sin entender nada. Y Colette se hizo cargo de mi educación sentimental.”

El romance durará cinco años, sin duda los más felices de la vida de Colette. Ella enseñará a Bertrand a amar, a estudiar, a escribir y a desenvolverse en el mundo; él le será fiel en cuerpo y alma hasta que, en 1925, las presiones familiares y sociales les obligan a pactar una separación. En una última entrevista, convienen que Bernard se casará con Marcelle Prat, una chica joven, inteligente y aficionada a las artes, y ella por su parte se unirá a Maurice Goudeket, pues su matrimonio con Henri de Jouvenel se ha disuelto ya oficialmente. Bertrand y Colette no volverán a verse más que en contadas ocasiones, pero siempre se recordarán el uno al otro con gran cariño.


Madurez

Maurice Goudeket, hombre de negocios y periodista, al que Colette siempre llamará “su mejor amigo”, resulta ser el compañero ideal para esta nueva etapa de la vida de la escritora. Su obra por fin comienza a recibir el reconocimiento que merece; se propone su ingreso en la Academia Goncourt; a finales de la década de los 20 es condecorada con la Legión de Honor. A partir de 1931 da conferencias por toda Francia, por Austria, por la zona francesa de Marruecos. Escribe diálogos para el cine. Publica El fin de Chéri (1926), El nacimiento del día (1928), Sido (1930), La gata (1933), Dúo (1934)… En 1935 se casa con su compañero Maurice Goudeket para así conseguir más fácilmente el visado para Estados Unidos, que visitan en el viaje inaugural del trasatlántico Normandie.

A pesar de que continuaba escribiendo y publicando, desde principios de los años 30 a Colette le parecía que ya no le quedaba demasiado por decir. Incapaz de permanecer ociosa, en 1932 se embarcó en la creación de una línea de cosméticos y abrió un instituto de belleza en París; con una publicidad muy eficaz consiguió atraer a numeroso público, y durante días se pasaba horas maquillando a sus clientas y sugiriéndoles los productos que más podían convenirles. El negocio no pudo sobrevivir durante demasiado tiempo, debido a la competencia de las grandes firmas americanas, pero como recuerda Goudeket, aquella empresa le sirvió a Colette para superar la aversión que había llegado a inspirarle su labor de escritora, pues al facilitarle el contacto con tanta gente nueva, le dio la oportunidad de poder renovar sus temas.


Los últimos años

A partir de 1939, la artritis va condenando a Colette a la inmovilidad. La declaración de guerra la sorprende en Niza, pero pronto consigue regresar a París. El 12 de diciembre de 1941, Maurice Goudeket, que es de origen judío, es detenido por la Gestapo e internado en el campo de concentración de Compiègne. Comienza así para Colette “la pesadilla de la ausencia”, que recreará en su obra La estrella vespertina (1945). Gracias a toda una serie de gestiones con el embajador de Alemania, Otto Abetz, cuya esposa es francesa y gran admiradora de Colette, Maurice será liberado en febrero de 1942 y permanecerá en la semi-clandestinidad hasta el final de la guerra.

Colette ya no sale de su apartamento del Palais-Royal más que en contadas ocasiones. Permanece casi todo el día en el lecho, al que llama “su cama-mundo”, leyendo, escribiendo y conversando con los amigos fieles que van a visitarla, entre ellos Jean Cocteau, y con la compañía fiel de Maurice. En 1944 escribirá la última de sus grandes novelas: Gigi, una historia encantadora, que respira ternura y sabiduría, pícara y dulce a la vez. Resulta emocionante pensar que un libro tan lleno de esperanza, que cuenta el triunfo de la inocencia sobre el vicio, salió de la pluma de una anciana que tanto, y tan controvertidamente, había vivido. Fue un gran éxito editorial en Europa y en América, y en 1951 se estrenó en Broadway su adaptación al musical, con Audrey Hepburn en el papel de Gigi. Colette se mostró encantada con la elección de la actriz, que para ella era “su Gigi”; Audrey la visitó varias veces y habló con ella largamente sobre el personaje, para asegurarse de que captaba todos los matices necesarios para interpretarlo. Más tarde, en 1958, la película dirigida por Vincent Minnelli adaptará el musical de Broadway; en ella la protagonista será Leslie Caron, que popularizará el personaje de Gigi en el mundo entero.

El 3 de agosto de 1954, a los ochenta y un años de edad, Colette dejó este mundo. Ella fue la única de todos los escritores franceses de la Historia por quien se celebró un funeral de Estado.


BIBLIOGRAFÍA

Colette: "Obras completas", traducciones de Ramón Hernández y E. Piñas. Editorial Plaza & Janés, Barcelona, 1967.

Fouchard, Flavie: "Actuar, maquillar, escribir: tres profesiones para una misma mujer". Artículo publicado en la Revista Internacional de Culturas & Literaturas, número 12, ISSN 1885-6325. Universidad de Sevilla, octubre 2012.

Thurman, Judith: "Secretos de la carne: vida de Colette". Traducción de Olivia de Miguel. Editorial Siruela, Madrid, 2000.


4 comentarios:

  1. Sue, gracias por este artículo tan bien documentado y escrito. Me he quedado prendado de la belleza -no hablo en sentido físico- de esta escritora.

    Desde luego, hay personajes tan desconocidos para nosotros que merece la pena ser rescatados del olvido.

    ¡Muchas gracias, de nuevo, Sue!

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  2. Gracias a ti por comentar; me alegro mucho de que te haya gustado. Es una de las grandes de la literatura francesa y es una escritora muy, muy especial.

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  3. Compre en Veracruz los cuatro tomos de Colette por 150 pesos, muy deteriorados por fuera. Los restaurare y los leeré, aunque más de 6300 páginas se me hacen una barbaridad, son muchas más que las de En busca del tiempo perdido... Gracias por la informacion...

    marglezmi@hotmail.com

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