De aquél al que le cortaron la cabeza y escribió Utopía - Miguel Ángel Maroto (topito)




«Llamóla Utopía, voz griega, cuyo significado es, no hay tal lugar», así lo escribe Francisco de Quevedo y Villegas en el prólogo de la primera edición en castellano de la obra De optimo reip. statv, deque noua insula Vtopia, libellus uere aureus, nec minus salutaris quam festiuus uere aureus, de Tomás Moro. Y yo me pregunto: ¿Qué necesidad existe de escribir sobre aquel lugar, si en realidad, no hay tal lugar?

Al masticar la palabra utopía uno cree que quedará saciado del hambre que siente de justicia social, de tal manera que uno termina creyendo que cambiará el mundo si se le ofrece a nuestra sociedad capitalista, pensando, ingenuamente, que será digerida de buen grado. Sin embargo, la razón nos dice que la utopía siempre será aquel lugar que no existe. Por lo tanto, si no existe, en realidad, estaremos alimentando a toda una sociedad con la nada. Entonces… ¿por qué merece la pena escribir sobre una sociedad utópica? Por una sencilla razón: la esperanza.

La esperanza es el motor que nos hace avanzar en la lucha por una sociedad mucho más justa, siendo la fe en un mundo mejor el combustible de este motor. Es decir: los escritos utópicos son el combustible que alimenta la esperanza de los autores en hacer reflexionar a sus lectores sobre los males de la sociedad en la que viven. Por esta razón, los más ingenuos, seguimos aferrados a las obras de aquellos primeros filósofos que se atrevieron a criticar abiertamente a sus gobernantes y sociedades a través de sus utópicas creaciones. Críticas que, a pesar del tiempo trascurrido, no se han convertido en ideales arcaicos, y que bien podemos retomar para alzar la voz, como buenos perros tocando la flauta que somos, ante nuestros gobernantes con falta de visión de Estado. Perros con formación universitaria que, mientras tocan la flauta, trabajan en empresas multinacionales. Perros que se convierten, al son de la flauta, en amos de casa al finalizar su jornada laboral. Perros rabiosos, que en definitiva, y a pesar de todo, aún sueñan con esa isla de Utopía que inventó Tomás Moro.

No debemos olvidar que el escritor y filósofo inglés fue el creador de este vocablo que muchos utilizamos en momentos de crisis. Un autor influenciado por la primera obra que ennobleció una sociedad, La República, de Platón. No obstante, Tomás Moro no se quedó simplemente en teorizar sobre una sociedad ideal, sino que añadió —con su tan conocido sentido del humor y sarcasmo— una crítica a los estamentos gubernamentales de la Inglaterra de 1516. Por este motivo, Utopía, consta de una primera parte de carácter crítico, contra punto a la visión del Estado ideal presentado en el libro segundo.




El libro primero será el hilo conductor que utilizará Tomás Moro para introducir con coherencia la descripción de una sociedad idealizada. El recurso utilizado para tal fin es un diálogo de tintes crítico y filosófico entre tres personajes: Tomás Moro, Pedro Egidio y el explorador portugués Rafael Hytlodeo.

La conversación comienza con un Pedro contrariado por la negativa de Rafael a entrar al servicio de algún rey como consejero real, puesto que, el explorador, «es idóneo para tales asuntos de Estado por su gran experiencia y conocimiento de los hombres y de los países». Pedro opina que, cualquier Rey, apreciaría dichas cualidades. Sin embargo, Rafael Hytlodeo, lo refuta:

«En primer lugar, porque los príncipes prefieren los asuntos militares, de los cuales no sé nada ni quiero saber, que de las artes bienhechoras de la paz, y están más interesados en conquistar, por buenas o malas artes, nuevos reinos que de gobernar de modo adecuado los que ya poseen. Además, los consejeros de los monarcas, o poseen tanto saber que no es preciso que sigan las opiniones de los demás, o piensan que poseen tanto saber que no las aceptan, sólo las tonterías que mencionan los privados del monarca, a los cuales dan su consentimiento, alabándoles y creyendo conseguir su afecto.»1 

Llama la atención que dichos argumentos sigan persistiendo en la mente de la inmensa mayoría de los dirigentes de nuestros días. El poder, como buen amante que es, ofusca la mente, hasta tal punto que el más fiel al Estado puede sucumbir a sus encantos. De tal modo que en momentos como los actuales, cuando los buenos consejeros debieran alzar la voz, callan, dando su consentimiento a aquellos gobernantes que sólo buscan la conquista del poder, siendo infieles al Estado, alabándoles y creyendo conseguir de esa manera su afecto. Por ello, el párrafo citado, se convierten en actualidad, a pesar de haber sido escrito cinco siglos atrás.  

No obstante, llegados a este punto, huelga decirles que las pretensiones en la redacción de este artículo es presentar el escrito de Tomás Moro de tal modo que promueva la inquietud del posible lector para que lo lea y reflexione sobre si ha cambiado el mundo en quinientos años.

Para tal misión, si me lo permiten, les propongo la realización de un ejercicio: actualizar algunas de las frases que aparecen en el escrito.

Lean esta trascripción de un párrafo del libro:

«Son muchos los nobles, que no se conforman con vivir cómodamente, beneficiándose del trabajo de los demás, sino que empobrecen a sus colonos para incrementar las rentas de sus tierras.» 2

Ahora bien, si leemos la misma trascripción sustituyendo las palabras más primitivas por otras más habituales de nuestro tiempo, nos quedaría de la siguiente manera:

«Son muchos los [empresarios y políticos], que no se conforman con vivir cómodamente, beneficiándose del trabajo de los demás, sino que empobrecen a sus [trabajadores y ciudadanos] para incrementar las rentas de sus [empresas y amigos].»

¿Qué les ha parecido?

Bien, continuemos. Ahora realizaremos el mismo ejercicio pero con una dificultad añadida. Les propongo leer el siguiente párrafo. Sin embargo, ésta vez, añadiremos las palabras más frecuentes en las portadas de los periódicos de nuestros días detrás de la palabra a sustituir:

«Así que, para que un devorador insaciable [banco], desgracia y ruina de su patria, pueda poseer gran abundancia de pastos [beneficios], muchos labriegos [deudor hipotecarios] se ven despojados de sus bienes, los unos estafados, otros expulsados con violencia, o bien, colmada ya su paciencia después de sufrir tantas vejaciones, se han visto obligados a vender lo que poseían.»3

Es sumamente curioso el resultado. ¿No lo creen así?

Con estos ejercicios no pretendo aleccionar, sino manifestar los argumentos expuestos al principio del artículo, mostrándoles que, con una buena estimulación, un texto escrito en el siglo XVI, puede hacernos reflexionar sobre acontecimientos actuales. Y, en cierta manera, recapacitar sobre si el mundo no estará retrocediendo quinientos años atrás por conveniencia y beneficio de unos pocos.
De todos modos, no se me despisten y efectúen su reflexión una vez finalizada la lectura del artículo, pues… debemos continuar.
Por otro lado, avanzando en la lectura del libro primero, nos topamos con una disertación sobre el aumento del hurto en Londres. Permítanme decirles que una vez terminé su lectura, a los pocos días, leí un artículo sobre el aumento del hurto en mi país y sus motivaciones. Inmediatamente releí esta frase:

«Abandonan sus casas y sus amigos y no saben dónde esconderse. Sus ajuares, por los que no podrían obtener mucho, aun cuando alguien se los comprase, se ven obligados a cederlos por un precio vil que no les sirve para sostenerse mucho tiempo. Así que no les queda otro remedio que hurtar, por donde llegarán a la cárcel, o se resignan a vivir de limosna.»4

Nos vuelve a llamar la atención que aunque la causa sea diferente, las motivaciones para el aumento de este tipo de delitos en 1516 en Londres sean las mismas que en la actualidad.

«Así por la avaricia irracional de unos pocos, lo que parecía motivo de la gran prosperidad de vuestra isla será su ruina.»5

No obstante, les recuerdo: la esperanza es lo último que se pierde. De tal modo que Rafael nos presenta como modelo a seguir la idílica civilización que descubrió en su viaje al Nuevo Mundo: Utopía.
El libro segundo es una extensa exposición de los diferentes estamentos políticos, sociológicos y religiosos de la isla de Utopía. Tomás Moro escribe en la carta a Pedro Egidio que las descripciones de todos los aspectos de la sociedad utopiana son una trascripción lo más fiel posible de la narración que escucho en boca del explorador portugués. El autor los agrupo en capítulos, comenzando por la descripción tanto física como administrativa de la isla.



Tomás Moro ensalzaba la razón sin olvidar su fe, creyendo firmemente que la conjunción entre ambas era posible. Dicha creencias se vislumbra ante todo en los capítulos referentes a la filosofía moral, religiones de los utopianos y en el de los estudios.

Si centramos nuestra atención en De las religiones de los utopianos, la cal y la arena la cubre por igual. Me explico:

Al relatar la evangelización en la fe católica por Rafael Hytlodeo de los utupianos, nos dice:

«todos van paulatinamente dejando atrás esta gran variedad de creencias, con el fin de reunirse en una única religión, que la razón indica como la que está situada por encima de todas las demás»6


Por un lado, nos cubren con arena, la razón, como pueden comprobar, es la causa por la que la los utopianos abrazan la fe católica, puesto que la sitúa por encima de todas las demás; por otro lado, nos cubren con cal cuando afirman que el rey Utopo, creador de la República, dictó leyes de tal manera que existiera libertad de culto y tolerancia hacia las religiones minoritarias:
«Al dictar esas leyes, Utopo no fijo  solamente su atención en conservar la paz, rota en épocas pasadas por continuas guerras y terribles venganzas, sino que lo creyó conveniente para la misma religión, sobre la que jamás osó tomar a la ligera ninguna decisión, por no conocer si fue el propio Dios el que, anhelando cultos diferentes y variados, proporcionó uno a cada pueblo.»6
En cualquier caso, entre una de cal y otra de arena, la premisa principal sobresale de ellas: la libertad de creencias y el mutuo respeto entre ellas conlleva la paz. Toda una proposición que, después de haber trascurrido quinientos años del escrito, continúa siendo toda una utopía.
Por no ser tedioso para el lector no disertaré más, por lo tanto, sólo cabe subrayar las ideas primordiales que regían en la República de Utopía: el carácter comunitario de los recursos alimenticios del Estado; la propiedad pública de las cosas; el derecho a la educación para todos los ciudadanos; las jornadas laborales de seis horas, que permiten tener tiempo libre para cultivar la mente; la distinción de los hombres virtuosos, en contra del castigo de los que delinquen; la eutanasia; la sanidad pública, derecho fundamental para todos los eutopianos; la libertad de divorcio, no así las relaciones prematrimoniales, ni del adulterio; la inexistencia de la pena de muerte; la elección democrática de líderes.


Por de pronto, si el lector desconoce la vida del autor, los vaivenes de la historia de la iglesia católica en el siglo XVI y lo que aconteció en el ámbito político y social de aquellos años, una vez finalizada la lectura del libro, pensaría que que el escritor era todo un hombre liberal o socialista o hasta comunista. Sin embargo, nada más allá de la realidad. Tomás Moro sólo fue un hombre defectuoso, como lo somos todos, con sus virtudes y sus defectos. Un autor que escribió un libro, Utopía, el más corto de sus escritos. Un libro que por las ideas que propugna fue inspirador de muchos otros hombres que si llegaron a ser liberales, socialistas y comunistas de renombre.
Tomás Moro gozó de virtudes; por ejemplo, ser fiel a la iglesia católica anteponiéndola a las conveniencias de su buen amigo Enrique VIII; al final le costó la cabeza. O la virtud de ser fiel esposo y amantísimo padre, no sólo con sus hijos varones, sino con sus hijas, a las cuales les instruyo en el saber, un raro hábito para la época. No obstante, las virtudes conllevan defectos, por lo que su fe católica le llevo a cometer actos fanáticos, y muy comunes de la época —mando a la hoguera hasta seis herejes por un crimen atroz: poseer en sus hogares biblias traducidas al inglés—, o la soberbia del sabio que le convirtió en un ser intolerante ante las demás religiones —increpó a Lutero con su latín más vulgar—. Entonces, ¿qué hay de verdad en su escrito Útopia?
Tomás Moro conjugó la razón con la fe católica que profesó a lo largo de vida. De tal modo que esta conjunción quedó reflejada en las ideas morales de los utopianos. No obstante, el mismo autor, nos indica que «aunque yo no pueda asentir a todo lo que expuso Rafael (…), confesaré sinceramente que hay en la República de Utopía muchas cosas que desearía ver en nuestras ciudades.»7
Así pues, ¿los ideales narrados en Utopía son un reflejo del pensamiento del autor? Hallaremos la respuesta retomando los ejercicios que les propuse. La verdadera esencia de la obra reside en los diversos estímulos que provocan durante su lectura, puesto que el autor no hace al escrito, sino que el escrito hace al lector.

Referencias:
1 Tomás Moro, Utopía, pág 26
2 Tomás Moro, Utopía, pág 29
3 Tomás Moro, Utopía, pág 31-32
4 Tomás Moro, Utopía, pág 33
5 Tomás Moro, Utopía, pág 34
6 Tomás Moro, Utopía, pág 139
7 Tomás Moro, Utopía, pág 141-142

Bibliografía:

Moro, Tomás. Utopía. Plutón ediciones X, 2010.
Anuario nº6, Fac. De Cs. Humanas, UNLPam (245-260)
More, Thomas. Responsio ad Lutherum. En The Yale Edition of the Complete Works of St. Thomas More, vol. 5, part 1. New Haven: Yale University Press, 1969.
Marius, Richard. Thomas More. London: Fount Paperbacks, 1986.

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