El guardavías. Charles Dickens - Tuto



Muerte y Arte

El 9 de junio de 1865, en torno a las tres y cuarto de la tarde, cientos de lectores sintieron un estremecimiento. A la altura de Staplehurst –en el sur de Inglaterra- los siete primeros vagones de un tren cayeron por un puente que en esos días estaba siendo reparado. En el octavo vagón viajaba Charles Dickens. Y llevaba entre sus manos el manuscrito de Nuestro Amigo Común. Con él estaban su madre y su amante, una compañía de lo más sugerente.

Hasta que pudieron ser rescatados, Charles Dickens tuvo que auxiliar a muchos heridos y contemplar a muchos muertos.

Pero, como tantas otras veces, de la muerte nació el arte. Cuentan que Dickens no volvió a ser el mismo, que se consagró a terminar la novela que tenía entre manos y que poco a poco se fue apagando. Sin embargo este acontecimiento –hoy lo llamaríamos “traumático”- será la fuente de la que brotará el relato que hoy, lector, tienes entre manos: El Guardavías.

Una vida, muchos amores

Si queremos ser fieles a la memoria de este escritor, tendremos que asumir que no podemos decir mucho de él. No porque esté poco documentado -es sencillo encontrar una biografía suya en cualquier librería- sino porque él mismo pidió que no se erigiera ninguna estatua en su honor. Y a mí me gusta respetar las últimas voluntades.

Sólo señalaremos que, como todo hombre, vivió una sola vida y tuvo muchos amores. Algunos románticos, otros muy mundanos. Es decir, que perteneció al común de los mortales. Una infancia complicada –cargada de deudas, trabajo y betún para zapatos- y, a cambio, un brillante manejo de las letras. Es mucho, teniendo en cuenta que la gran mayoría de las personas que tuvieron una infancia semejante -o peor- no recibieron ningún don a cambio.

Y aquí dejamos su vida, pues, sin quererlo, podemos acabar levantando la temida estatua.

Novelas sí, pero no sólo.

Es inevitable que, a la gran mayoría de los mortales (occidentales), lo primero que nos acuda a la mente cuando oímos hablar de Dickens sea una densa niebla en una sucia calle londinense y el nombre de alguna de sus novelas. Oliver Twist o Canción de Navidad suelen ser las primeras, aunque otros evocan David Copperfield, Casa Desolada, Historia de dos ciudades o Grandes Esperanzas. Estas obras fueron muy queridas en su tiempo –también hoy-, hasta el punto de que muchos de sus personajes dieron el salto al mundo real, se paseaban por los salones, daban nombre a objetos y, años más tarde, incluso a síndromes. Y cuando digo que fueron muy queridas es precisamente eso lo que quiero decir: las novelas por entregas penetraban en los hogares, se leían a la luz de las velas o del sol; familias enteras se congregaban para escuchar a un lector o se iban arrebatando los capítulos entre ellos. El autor formaba parte de la vida de muchas personas.

Pero Dickens, en su buceo por la literatura, también tuvo otras inquietudes. Entre ellas es conocida su afición por lo sobrenatural. Podemos encontrar elementos turbadores en Canción de Navidad o en Grandes Esperanzas -entre otras-, pero será en sus relatos de terror donde esta vena encuentre su mejor expresión.

El Guardavías

Así, de un accidente macabro que casi acabó con la salud mental de Dickens, nace este relato de terror, que mantiene los elementos clásicos de los cuentos de fantasmas e incorpora elementos propios de la modernidad. Fue publicado en el año 1866 en la revista All the Year Round, revista fundada por Dickens y que conoció obras de autores como Wilkie Collins o Elisabeth Gaskell.

El cuento narra la historia de un fantasma que se aparece, desde la profundidad y oscuridad de un túnel, a un asustado guardavías, para anunciarle la cercanía de una desgracia.

Para hacer el relato más creíble, Dickens empleó la primera persona, lo cual ya había hecho en otras obras, como David Copperfield. Nuestro autor sabe muy bien cómo crear esa sintonía con el lector, lograr que empatice y se haga cómplice de la acción. Y así, mientras avanzamos por el relato vamos descubriendo progresivamente, a la vez que el narrador, el horror que envuelve a la realidad.

Modernidad y Fantasmas

En el relato aparece un fantasma. Pero también un tren. Estamos en pleno siglo XIX, el siglo de las luces, de la razón, de la ciencia. Una locomotora es el mejor exponente del progreso, del poder del hombre. Atrás quedan necesariamente las supersticiones, las creencias irracionales. Y es en ese contexto en el que aparece un fantasma. Un espectro agorero. Es signo de muerte. Recuerda al guardavías la naturaleza mortal del hombre y le advierte de que el desastre, nuevamente, está cerca. Es un magnífico contraste que refleja el gusto que Dickens siempre guardó por lo macabro, por lo oculto.

Los últimos fantasmas

Los cuentos de fantasmas de Dickens respiran claramente una atmósfera gótica. Son fantasmas atormentados, hijos de una historia de culpa o de dolor. A veces son portadores de desgracias y otras suplican la liberación, el descanso eterno. Las historias siempre están rodeadas de un ambiente opresivo, melancólico.

Después de Dickens serán pocos los autores que profundizarán en este género. El fantasma de los Canterville de Wilde ya será otro tipo de espectro: atormentado, sí, pero enredado por los hombres del nuevo mundo, que no comprenden la melancolía de la vieja Europa y no saben respetar lo antiguo -lo que viene de lejos- porque acaban de nacer. Los fantasmas en Dickens son casi un reflejo de esa Europa a la que le pesa su historia.

El espectro de El Guardavías nos introduce en lo fantástico. Lo real, el mundo palpable, se encuentra con lo sobrenatural gracias a esta aparición. Lo sobrenatural deja al descubierto el horror. Un horror que gesticula.

Y, a pesar de todo, el verdadero terror de este relato es psicológico, pues enfrenta al lector con la muerte probable, con la muerte que llega desde un túnel oscuro, y con la posibilidad de que alguien nos la anuncie.

El estremecimiento

El Guardavías es un relato elegante, desde luego, pero sobre todo estremecedor. No es de esos cuentos que quitan el sueño por el sobresalto, sino de los que quedan en la memoria, de los que nos dejan preocupados. No te extrañes lector si, al finalizar el relato, cierras los ojos porque no quieres saber. En el fondo, nadie quiere saber.



Bibliografía:
- Dickens, Charles. El guardavías y otros cuentos de fantasmas. Traducción de Rafael Lassaletta. Ed. Valdemar, 1998.



Enlace a el cuento El guardavías de Charles Dickens

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