Viajes con Herodoto, Ryszard Kapuscinski: De la mano de dos grandes viajeros - Murke



Ryszard Kapuscinzki, nacido en 1932 en Pinsk, entonces Polonia, actualmente Bielorrusia, nos dejó hace tres años pero su extensa obra permanece como testimonio del periodista excepcional que fue: uno que no escribe sus reportajes desde el sofá, sino que viaja para poder contar después lo que ha vivido. No es casualidad que dedicase este libro a quien él considera primer gran reportero de la historia: Herodoto. Viajes con Herodoto, escrita tan solo tres años antes de su muerte, fue su último trabajo y constituye una mirada retrospectiva a su carrera profesional: sus comienzos como corresponsal de prensa y sus viajes, siempre acompañado por el viajero de la antigüedad por excelencia. Veinticinco siglos los separan, pero algo muy fuerte los une: la curiosidad por conocer el mundo en el que viven y el deseo de contárnoslo a los demás.


«Un viaje, al fin y al cabo, no comienza en el instante en que partimos, ni termina cuando regresamos. Empieza mucho antes y nunca acaba en realidad, porque la película de nuestra memoria continúa pasando en nuestro interior mucho después de que nos hayamos detenido. Ciertamente, existe algo así como un virus del viaje, y la enfermedad que este provoca es incurable.»

Acababa de terminar sus estudios de Historia y Arte en la Universidad de Varsovia y sentía una inexplicable y, en aquellos tiempos en su país, sospechosa necesidad por pasar la frontera, saber qué se siente cuando se está al otro lado. Cuál fuera ese otro lado era irrelevante: «Lo importante no era el destino, el objetivo, el fin, sino el acto casi místico y trascendental. Pasar la frontera.» Estas palabras, que a muchos les pueden parecer absurdas, provocarán seguro una sonrisa en aquellas personas que compartan con el autor esa misma necesidad: la fuerza invisible que empuja al trotamundos a viajar, sin importar realmente a dónde, el «virus del viaje».

El autor nos cuenta cómo reunió valor para hablar de este deseo con la redactora jefe del periódico para el que trabajaba. Un año más tarde, en 1956, su sueño se cumple, y de qué manera: lo envían como corresponsal de prensa a la India, haciendo unos días escala en Roma. Kapuscinski no se avergüenza de describir el pasmo que sintió al sobrevolar el mar de luces que era aquella ciudad por la noche, su asombro ante las innumerables terrazas, las tiendas rebosando mercancía, los dependientes ansiosos por complacer a sus clientes... Asistimos al contraste que marcó a Europa durante varias décadas, el oeste y el este enfrentados por los acontecimientos políticos que sacudieron el mundo a mitad del siglo pasado: «El enfrentamiento entre Este y Oeste no solo tenía lugar en el terreno militar, sino también en todas las otras esferas de la vida. No hacía falta llevar el pasaporte encima: se veía a distancia quién era de qué lado de la cortina de hierro.»

No es difícil imaginar el shock cultural que tuvo que ser la India para un ciudadano de la entonces Unión Soviética. La estricta jerarquía social de castas, la lista interminable de dioses, el colorido, la variedad hasta el infinito...: «India es una infinidad ―infinidad de dioses y mitos, creencias y lenguas, razas y culturas; en todo y allá donde se mire existe esta vertiginosa infinidad.» En este primer viaje Kapuscinski se vuelve consciente de la inmensidad del mundo y de la complejidad que encierra cada una de las culturas que lo constituyen: «La India fue mi primer encuentro con la otredad, el descubrimiento de un mundo nuevo. Fue al mismo tiempo una gran lección de humildad. Sí, el mundo te enseña a ser humilde. Regresé de este viaje avergonzado de mi propia ignorancia, de lo poco que sabía. Comprendí entonces lo que ahora parece obvio: una cultura no me revelaría sus secretos en cuanto yo se lo pidiese; es necesario prepararse larga y concienzudamente para tal encuentro.»

Este fue el primero de una innumerable lista de viajes que lo llevaron hasta las regiones más dispares del mundo. Pero no estaba solo. Desde el comienzo, y de forma casual, lo acompañaron Las historias de Herodoto, obra que marcaría su vida: «Incluso cuando había pasado años sin abrir Las historias, nunca olvidé a Herodoto. Había vivido una vez, después cayó en el olvido durante dos milenios, y ahora, varios siglos después, vivía de nuevo ―por lo menos para mí.» De esta forma, se ve embarcado en dos viajes: «Le conté que me habían dado el libro como un compañero de viaje y cómo, en el transcurso de la lectura, me había embarcado en dos viajes simultáneos ―el primero, el que yo realizaba mientras llevaba a cabo mis labores de reportero, y el segundo, siguiendo las expediciones del autor de Las historias

¿Por qué fascina tanto Herodoto a Kapuscinski? Leyendo Viajes con Herodoto, vamos conociendo tanto al uno como al otro y comprendemos que Kapuscinski ve en el historiador griego un ejemplo a seguir: Herodoto no es un simple viajero, sino un auténtico reportero, ya que «no se pasó el tiempo sentado en archivos, ni produjo un texto académico [...], sino que se esforzó por descubrir, aprender y describir cómo la historia se escribe cada día, cómo la escriben las personas, por qué a menudo su curso transcurre por el camino opuesto a sus empeños y esperanzas.» Kapuscinski considera Las historias «el primer gran reportaje de la literatura mundial», y llega a calificar a su autor como «el primer globalista», puesto que, con su obra, parece decir a sus compatriotas: «No estamos solos [....]. Tenemos vecinos, ellos, a su vez, tienen sus vecinos, y todos vivimos en un único planeta.»

Sin embargo, Herodoto no solo es consciente de esa multiplicidad de culturas, sino que demuestra una curiosidad y una tolerancia ejemplares hacia ellas: «Es el primero en descubrir la naturaleza multicultural del mundo. El primero en defender que cada cultura merece aceptación y comprensión y que para comprenderla, es necesario primero conocerla. [...] Sí, Herodoto nunca se muestra escandalizado ante la diferencia, nunca la condena; todo lo contrario, intenta aprender de ella, entenderla y describirla.» Bastan unas pocas líneas de la vasta obra literaria de Kapuscinski para comprender que estas palabras también describen su propio modo de actuar y de llevar a cabo su profesión periodística.

Según Kapuscinski, Herodoto va aún más lejos. No solo reconoce la otredad y la necesidad de aceptarla, sino que se da cuenta de que sin conocer a los otros es imposible conocerse realmente a sí mismo: «¿Su descubrimiento de mayor importancia? Que hay muchos mundos. Y que cada uno es diferente. Cada uno es importante. Y que es necesario conocerlos, porque esos otros mundos, esas otras culturas, son espejos en los que podemos vemos reflejados a nosotros mismos y, así, comprendernos mejor ―ya que no es posible definir la propia identidad sin haberla confrontado antes con la de los otros.»

Por si esto fuera poco, de la mano de Kapuscinski descubrimos que la obra de Herodoto esconde claves para comprender el mundo contemporáneo, como son la relación entre Este y Oeste, y entre África y Europa. En Las historias ya encontramos, por ejemplo, alusiones a las raíces africanas de Grecia y, por tanto, de Europa, una teoría que no se desarrolló hasta los años cincuenta del siglo pasado.

En resumen, esta obra constituye un homenaje a Herodoto, un homenaje en el que Kapuscinski no solo describe su fascinación por él, sino que consigue contagiarnos su entusiasmo, en un estilo sencillo, franco y no exento de sentido del humor. En la mejor de las compañías, nos embarcamos en un sinfín de viajes a lo largo de los cuales aprendemos a querer aprender más sobre el mundo, perdón, los mundos que nos rodean.


5 comentarios:

  1. Este autor es un genio, y este libro, de los tres que he leído, el mejor.

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  2. Murke, me encanta tu reseña. Tanto Herodoto como Kapuscinski son dos autores que tengo pendientes y, según lo que escribes, creo que será mejor que lea primero a Herodoto. Un abrazo.

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  3. Gracias, Babel :). Yo todavía no he leído a Herodoto, lo tengo pendiente. Pero estos viajes con él de la mano de Kapuscinski no son mal comienzo ;).

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