La infancia triste o de cómo los libros nos muestran que la niñez no siempre es una época feliz - Montse Gallardo



Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla.
Gilbert Keith Chesterton


Estamos habituados a las imágenes tiernas e inocentes de la infancia, retratada en muchas ocasiones como el momento más feliz de la vida, en el que el juego, los amigos y la familia son los ejes de unas vivencias plenas y felices.


Pero la literatura –infantil y adulta- nos aporta variados ejemplos de otras infancias más duras y desgraciadas, en las que el mundo y –en no pocas ocasiones- la propia familia son una amenaza para los niños y niñas que transitan por cuentos, poemas y novelas.


En este sentido, los referentes más claros los encontramos en los cuentos infantiles clásicos escritos y/o recopilados por Perrault, los hermanos Grimm, Madame d’Aulnoy y, años más tarde, por Hans Christian Andersen. Estos cuentos nos presentan un mundo duro para niños y niñas privados de las alegrías de su edad, del amor y cuidado de su familia y de la seguridad de un hogar.



Para quien esto escribe, un cuento paradigmático y estremecedor que refleja bien el planteamiento de la infancia infeliz es La vendedora de fósforos, de Hans Christian Andersen, en el que una pobre niña debe aguantar los rigores del frío invernal y del hambre para lograr vender unos fósforos y así llevar algo de dinero a casa. En este cuento, a diferencia de muchos otros, no hay final feliz; no aparece ningún hada madrina ni ninguna reina amable que salve a la pequeña vendedora. La crudeza de este cuento refleja bien la situación de tantos niños y niñas pobres, obligados a trabajar para a ayudar a su familia o para, simplemente, tener algo de comer en el día.



Al igual que en Oliver Twist, de Charles Dickens (otro paradigma del reflejo literario de la infancia explotada), se nos presenta una realidad sin adornos ni artificios, más habitual hoy en día de los reportajes periodísticos que de la literatura infantil y juvenil contemporánea. En el mundo real los niños huérfanos o trabajan o roban o se mueren de hambre. ¡Qué infancia tan feliz!



Tener una familia, por otra parte, no garantiza ni amor ni cuidados; y si no, que se lo pregunten a Pulgarcito o a Hansel y Gretel, abandonados todos ellos por sus padres para no verlos morir de hambre, conducta que en ambos cuentos pretende pasar como compasiva, pero que en palabras del estudioso de los cuentos Bruno Bettelheim, en su ya clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas, sólo refleja que



“la pobreza y las privaciones no mejoran el carácter del hombre, sino que lo hacen más egoísta, menos sensible a los sufrimientos de los demás y, así pues, inclinado a actuar de modo perverso” (1983, p. 225)



Los hermanos, que en los cuentos mencionados anteriormente son un apoyo, a veces son el enemigo por envidias o egoísmo, como en los cuentos de Fortunata de Madame D’Aulnoy o el más popular de La Cenicienta, cuya versión más conocida es la de los hermanos Grimm. En ambos casos, son los hermanos quienes se aprovechan del desvalimiento de la hermana para explotarla o maltratarla. Aunque aquí sí habrá recompensa para ambas, que son protegidas, la primera, por la Reina de los Bosques y, la segunda, por su Hada Madrina, quienes se ocupan de que sus pupilas conozcan la felicidad y la riqueza, sin dejar de ser buenas y generosas.



En la actualidad, podríamos considerar superados estos temas –pobreza, familias maltratadoras, peligros mágicos, etc.-, ya muy poco habituales en la literatura actual infantil y juvenil, la cual se hace eco de los grandes avances que ha habido en materia de protección a la infancia. Desde la promulgación de los Derechos de los Niños (ONU, 1959), pasando por las diferentes leyes protectoras de los menores, la universalización de la educación, la promoción del acogimiento y/o adopción de menores abandonados o huérfanos, y tantos y tantos avances… para las niñas y los niños del primer mundo…



¿Entonces, el mundo ha dejado de ser una amenaza para los niños? La literatura nos indica que no. Charlie Bucket (Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl), aunque es amado por su familia, es pobre y consciente de ello en un mundo de opulencia. ¿Pero son acaso más felices Augustus Gloop –niño obeso, cuya mayor satisfacción es comer y al que nadie reprende por hacerlo-, Veruca Salt –rica, mimada y a la que nada niegan sus padres-, Violet Beauregarde –competitiva y triunfadora, en un sentido muy "americano" del término-, o Mike Tevé –malcriado y sólo pendiente de sus programas preferidos de televisión-?



Dahl nos muestra con sutilidad e ironía cómo los medios de comunicación, la competitividad, el consumismo o tener todas las necesidades materiales cubiertas no dan la felicidad; más bien son una amenaza a la individualidad y a la dignidad humana, que se aliena ante tanto estímulo empobrecedor del alma. Así, en esta obra de 1964, se nos presentan los males de los niños y niñas de la actualidad, reflejados en la literatura a ellos dirigidos. Ya no son las madrastras, las brujas o la pobreza los peligros para la infancia. Ahora es la propia sociedad de consumo, el materialismo, la falta de afecto, lo que amenaza a los pequeños.



O el ser distinto, bien por ser el “gordito”, el “gafotas”, el “machupichu” o cualquier otro epíteto que nos pusieran (o pusimos) en el colegio o en la calle, convierte la niñez actual en un momento incómodo que hay que pasar lo más rápidamente posible y sin llamar demasiado la atención. Por ello Bastián Baltasar Bux (La historia interminable, Michel Ende) se refugia en los libros para huir de una mundo poco acogedor y bastante amenazador, de unos compañeros que le acosan, de un colegio en el que no encaja, de unos profesores que le tratan con condescendencia, de un padre que –en su dolor- es incapaz de ver el dolor de su hijo y consolarlo…



Ser niño, entonces, no es fácil. Para las niñas y los niños de la literatura actual el mundo amenazante es mucho más cotidiano y normal, muchas veces derivado de unos padres demasiado ocupados, sin tiempo para ocuparse de sus hijos. Es el caso, por ejemplo, de Coraline (Neil Gainman) quien se ve tentada –muy poco, es cierto, y sólo al principio- a quedarse con su “otra familia” porque recibe más atención y un desayuno más sabroso de su “otra madre”.



¿Un mundo de fantasía, el que reflejan las novelas infantiles y juveniles actuales? En los ejemplos citados, se nos muestra la infancia de una manera más real y cruda, más coherente con una etapa de crecimiento y conocimiento en la que el proceso de maduración e individualización es, a veces, doloroso. ¿Son una rareza los niños y niñas mencionados en este artículo? No, si aceptamos que todos ellos tienen su reflejo en carne y hueso y alma en miles de niños privados de la inocencia y la alegría de su infancia, lo que es una dura reflexión...



Por ello no podemos resistirnos a finalizar este artículo con una frase del gran Benedetti, lúcido como siempre:



"La infancia es a veces un paraíso perdido, pero otras veces es un infierno de mierda"



Dicho queda.

1 comentario:

  1. Wowwwww, Montse, excelente reflexión.
    Todavía se me pone la carne de gallina cuando recuerdo La vendedora de fósforos. En la actualidad, como bien dices, las cosas no han mejorado por más que se manejen otras perspectivas.

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