Losts Girls. Alan Moore y Melinda Gebbie. Otro porno es posible - Eduardo M.


El escritor Alan Moore y la ilustradora Melinda Gebbie tardaron más de quince años en finalizar Lost Girls, una sutil reflexión sobre el género pornográfico que los autores articulan a través de la revisión en clave sexual de algunos de los cuentos más populares de la literatura infantil.





La pornografía constituye un peculiar punto de encuentro entre los tabúes socialmente establecidos y determinados instintos muy arraigados en la naturaleza humana, una especie de válvula de escape cultural frente aquello que la propia cultura reprime y oculta. El porno, como el cine gore o la telebasura (aunque sin establecer comparaciones), dice mucho de la condición humana y de su relación con el modelo social, lo que lo convierte en apasionante objeto de análisis y reflexión. Ahora bien, la aproximación crítica a estos fenómenos es tarea bastante más sencilla que su redención como géneros. El porno es esencialmente rutinario, repetitivo y superficial en los contenidos. En la pornografía, lo argumental es siempre excusa para mostrar y el objetivo único de mostrar es excitar. Pretender supeditar el discurso pornográfico a otros propósitos, sean estos cuáles sean, es como mínimo una desnaturalización y, en la mayor parte de los casos, un disparate que suele oscilar entre lo fallido y lo pomposo.


Si hay algo que caracteriza a la obra del escritor británico Alan Moore en su conjunto es su incapacidad para atenerse a la pura literalidad. Hasta sus trabajos de vocación más popular suelen incorporar elementos para la reflexión, por más que en muchos casos aparezcan sutilmente camuflados. De ahí que cuando acomete un proyecto como Lost Girls, definido expresamente como un cómic pornográfico, resulte difícil de creer que sus pretensiones se vayan a limitar a las propias del género. Refuerza esta idea el hecho de contar como dibujante con Melinda Gebbie, artista de talento indiscutible pero alejada de la inmediatez lúbrica de Milo Manara, Giovanna Cassotto, Erich Von Gotha u otras figuras sobresalientes del tebeo porno. Por lo demás, el hecho de que las protagonistas de la historia sean Alicia, Wendy y Dorothy, personajes clásicos de la literatura infantil, permite la introducción de algunos de los lugares comunes de la obra de Moore: el diálogo metaliterario; la reflexión sobre la fuerza liberadora de la literatura y, más generalmente, de la imaginación; la reinterpretación de los mitos populares; los viajes oníricos, etc. Por tanto, en una aproximación previa, todo indica que en Lost Girls lo pornográfico será el envoltorio en el que se presentará un discurso más profundo, por lo que deberá superar la tenaz resistencia de la pornografía a ser vehículo de mensajes complejos.


Lost Girls puede considerarse, efectivamente, una obra de tesis, pero ésta se encuentra más implícita que explícita. Apenas dos capítulos, el 23 y el 30, contienen reflexiones expresas sobre el género pornográfico, su vinculación con la capacidad fabuladora del ser humano y la función que desempeña, así como un cuestionamiento acerca de sus límites coincidente con el que al respecto han escrito autores como Susan Sontag o J.M. Coetzee. El resto de la narración participa aparentemente de los rasgos propios del relato porno, por más que su lectura no pueda afrontarse de una manera perfectamente literal.


Así, la reformulación en clave sexualmente explícita de los cuentos para niños no es, de por sí, una premisa excesivamente original. Por el contrario, las versiones procaces de narraciones infantiles, personajes de ficción y relatos populares constituyen un subgénero sobreexplotado dentro del porno. Se asume hoy que el contenido moralizante de gran parte de estos cuentos incluye también patrones prescriptivos de conducta sexual, consignados de manera más o menos consciente. Autores como Angela Carter, Robert Coover o Anne Rice, así como un sinfín de producciones más toscas, han revelado estos contenidos implícitos de una manera semejante a como lo hace Moore en Lost Girls, que escoge para su obra relatos tan generosos en sobreentendidos sexuales como Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas y El mago de Oz. Por tanto, Moore se limita a liberar la potencialidad sexual de las obras mencionadas y lo hace con la agudeza que le caracteriza, aunque sin grandes hallazgos.


A partir de esta premisa, Moore entreteje los relatos de las protagonistas con una estructura tan propia de la narrativa posmoderna que él mismo practica como de la literatura erótica que imita. Como en él resulta habitual, el escritor juega al engaño intercalando relatos e ilustraciones apócrifos de autores de fama (Oscar Wilde y Pierre Löuys, Alphonse Mucha y Aubrey Beardsley), siendo la cuestión de la autoría objeto de debate en el propio texto. Y aunque, como adelantaba, el subtexto es más bien escaso y subsidiario a la literalidad de un relato repleto de ajetreo carnal (esto es, canónicamente pornográfico, por lo menos en apariencia), sigue resultando poco recomendable abandonarse a la lectura en busca de una simple satisfacción morbosa. Por el contrario, la obra exige, como suele ser habitual en Moore, una aproximación reflexiva y filtrada por el conocimiento previo de cada lector.


Si la versión infantil de las aventuras de Alicia, Dorothy y Wendy constituye el punto de partida que permite una comprensión mínima del relato, hay otras muchas referencias que lo vienen a enriquecer. Habiendo menciones explícitas a escritores e ilustradores y con influencias no menos evidentes, como la del ilustrador Arthur Rackham en los pasajes que se refieren a Peter Pan, el conjunto de la obra no deja de ser, de por sí, la réplica inexacta de una manera clásica de construir relatos pornográficos. No hay una reivindicación argumentada del género sino una invitación a la reflexión sobre el mismo a partir de un objeto, el libro, que no es original ni copia, sino imitación. Otro porno es posible, parece decir Moore. Un porno entendido no como bien de consumo, sino como objeto de lujo, complejo en su estructura, literariamente pretencioso y pulcro hasta la afectación en las formas, pero tan descarriado en los contenidos como reclaman los parámetros del género.


Como toda obra de revisión irónica, Lost Girls tiene un punto lúdico. La elección de un formato tan cuidado como aparatoso y caro (que los autores han exigido mantener en la edición internacional de la obra, como se confirma en el caso de nuestro país) forma parte, sin duda, del mensaje y supone una invitación al lector a que participe en la broma añadiendo a su resignación económica una pizca de sentido del humor.



Bibliografía:


Moore, Alan y Gebbie, Melinda (2008): Lost Girls 1. Norma Editorial. Barcelona.

Moore, Alan y Gebbie, Melinda (2008): Lost Girls 2. Norma Editorial. Barcelona.

Moore, Alan y Gebbie, Melinda (2008): Lost Girls 3. Norma Editorial. Barcelona.


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