El Ángel de Fuego. Valeri Briusov - Julia Duce Gimeno

Portada en ruso

Valeri Briusov es uno de los representantes más significativos del simbolismo ruso. Fue un escritor comprometido con su concepto de una literatura que trasciende la ficción para encarnarse en la vida misma. El Simbolismo fue una filosofía de concepción amplia que tuvo gran pujanza e importancia en la Rusia prerrevolucionaria de finales del XIX y principios del XX. 

Briusov fue traductor de Poe, Verlaine, Goethe, Byron y Wilde, entre otros, y un crítico literario con conceptos aún vigentes. Se centró sobre todo en la figura de Pushkin. Como ideólogo impulsó las nuevas tendencias literarias, algunas veces forzando con calzador la realidad para dar una mayor importancia a estas. Así entre 1894 y 1895 se publicaron tres libros poéticos Los simbolistas rusos. Más tarde, se supo que la mayoría de los poemas era del propio Briusov firmados con diferentes nombres para crear la ficción de una pujante corriente poética. La simulación tuvo el éxito de servir de inspiración para el surgimiento de una auténtica generación de poetas que rechazaban el utilitarismo y el realismo en el arte.

El simbolismo ruso fue más que un movimiento estético, era, como decimos, más una forma de concebir el mundo que una corriente literaria, en la que se mezclaban los ideales estéticos con corrientes filosóficas y una forma de vida semi comunal, de una forma que hoy definiríamos como sectaria, a la que se unía la atracción por el ocultismo. Nina Beberova cita Briusov y a Bely como pertenecientes a la secta masónica de los Luciferinos, pero es muy difícil  poder asegurarlo. Como novelista Briusov vuelve sus ojos al pasado y escribe novelas de corte histórico, en los que fija su atención en personajes cotidianos más que en grandes figuras para reflejar el ambiente de un periodo histórico meticulosamente documentado. Destacan entre sus novelas El altar de la Victoria y Júpiter derribado, además de El Ángel de fuego. Su concepción del mundo evoluciona hacia la aceptación de la teoría comunista como una religión universal y con una especial atención a la ciencia, llegando incluso a escribir novelas de cifi con temas centrados en viajes espaciales.

Pero El Ángel de Fuego pertenece a una época anterior y es en esta obra,  y en la concepción del mundo descrito en ella, en la que nos vamos a centrar.

Casi desconocida en occidente y más popular en la adaptación operística que de ella hizo Prokofiev, El Ángel de fuego es una novela con una catalogación extraña. Fue publicada en 1908 y se considera una de las novelas históricas más importantes en lengua rusa. Su componente esotérico hace ella una narración apasionante por sus planteamientos en torno a la ciencia, a la religión y la ambivalencia ética entre el bien y el mal. Desarrolla en su argumento temas como posesiones e invocaciones satánicas, aquelarres, la intolerancia de la Inquisición, los conflictos religiosos entre fe y razón, y sobre todo la presencia sobrenatural que resulta siempre ambigua. Se desarrolla en ella otro de los temas centrales de los simbolistas rusos: el erotismo, en sus dos vertientes: como instrumento para ascender a Dios y como bajada a los infiernos, la pasión devota y la pasión terrenal y fieramente carnal, pero incontrolable por la razón en los dos casos.

Si por un lado está considerada como una novela de rigurosa ambientación histórica, por otro la traductora en su introducción insiste en su componente autobiográfico. En ella los lectores afines al autor y a los círculos intelectuales en los que se movía,  reconocen a quienes aparecen de alguna forma encarnando a personajes.

Prokofiev con la base de la novela inició su transformación en opera ya en 1919 cuando la descubrió, pero fue un proceso largo que no llego a concluir el mismo aunque dejo como testimonio una adaptación en su Sinfonía n 3 y en su Opus 37b. La ópera fue finalmente estrenada en 1955 dos años después de su muerte.

Ambientado en la convulsa Alemania del siglo XVI y en sus conflictos sociales y religiosos, el argumento gira en torno a la fascinación que una extraña mujer de cabellos rojos, ejerce sobre un hombre que se ha hecho a sí mismo, Ruprecht soldado de fortuna, que participó en el saco de Roma y se enroló en las primeras expediciones al Nuevo Mundo. Un hombre culto que se rige por la razón, formado en los debates de la Reforma. Estamos ante un relato en primera persona que cuenta, con una mirada retrospectiva,  una aventura que se desarrolla en el margen temporal de un año.

El planteamiento inicial es el del manuscrito encontrado que el autor traduce y transcribe. Con una rigurosa documentación en la ambientación, que pasa desapercibida por lo bien integrada que está en la trama y de la que el autor deja constancia en las notas que cierran la novela, el mundo al que entra Ruprecht girará en torno a una pasión incontrolable por una Renata a la que desde el primer momento describe como un personaje ambiguo, esquizofrénico y bipolar. Nunca sabe a qué atenerse con ella. Renata busca de forma obsesiva a un extraño Ángel de fuego, un amor forjado desde la infancia, que evoluciona desde el compañero que la protege, la acompaña, de ser un compañero de juego hasta convertirse en una obsesión erótica. Es una evocación de aquellos amigos imaginarios de los niños solitarios que se transforma en una pasión cargada de sensualidad, a la que pierde por la aspiración de ella a la unión carnal. Este ser místico, aparece reencarnado en el conde Heinrich, al que busca desesperadamente y con el que convivió ejerciendo la misma atracción que sufrirá el protagonista, pero que supo alejarla y en el presente de la novela la contempla con el horror que provoca el haber sido la corruptora de la pureza a la que aspiraba.

Heinrich es el contrapunto racional del protagonista, aspira también a un conocimiento esotérico, pero de una forma ingenua y superficial, plasmándose esto en el enfrentamiento dialéctico con Ruprecht. En este triángulo sentimental, se reconocían al mismo Briusov en el protagonista, Andrei Bely en el conde Heinrich y a la escritora Nina Petrovskaia, que fuera amante de los dos escritores y con una personalidad paralela a la de la Renata de la novela en lo que a su desequilibrio emocional se refiere.


Briusov , Nina Petrovskaia y Andrei Bely



Ruprecht es consciente de su relación morbosa con la mujer, la racionaliza cuando no está en su presencia y es consciente de que no tiene futuro. Pese a todo, sigue atado a la pasión que le inspira, aunque sea evidente que es manipulado de una forma directa y sin disimulo y que solo le causa dolor. En el momento en que la magia negra entra en juego, la atracción por poseer los secretos del conocimiento que dominen las fuerzas diabólicas, se unen a la pasión amorosa.

Resulta apasionante ese desdoblamiento en el personaje, esa conciencia de que debe dejarla, porque no le aporta nada, pero la imposibilidad de hacerlo cuando llega el momento. Presenciamos la dualidad y acicate que ella supone en su ascenso al conocimiento de la magia negra, como destinataria de lo que quiere lograr y a la vez como maestra iniciada en la búsqueda del rito que ponga a su disposición los servicios de los demonios familiares a los que invocarán. No hay sentimiento amoroso, solo una especie de adicción enfermiza, remarcada cuando aparece el otro personaje femenino por el que se siente atraído, hermana de un antiguo compañero de universidad, que sí puede ofrecerle un amor real y equilibrado y que naturalmente deja perder. Esta tan atrapado en ese amor por Renata y por la atracción del mundo de lo ocultismo, que es incapaz de reaccionar.

El tratamiento de el  tema ocultista es muy original: la invocación a los demonios, que por otro lado poseen a Renata en brotes de ataques incontrolados, es planteada desde un punto de vista racional. La demonología responde a las reglas de la ciencia y el científico domina el resultado de esos experimentos, no al revés. Pese a los ambiguos episodios de misas negras, de conjuros fallidos, de posesiones, en un intento vano de invocar a un ser que les proporcionen respuestas sobre el misterioso conde Heindrich, en su dedicación al estudio de la magia, Ruprecht adopta la misma postura que un estudiante ante sus estudios universitarios. Es el conocimiento a lo que aspira, es más, se cree pionero en una nueva ciencia. Si el demonio y la magia son obras del mismo Dios que crea la realidad en la que existen, estos obedecerán a las mismas leyes y a la misma ciencia que gobierna esa realidad.

En esta búsqueda de los conocimientos perdidos unas veces, a descubrir otras, mientras es guiado por la fascinante mujer de humor voluble y personalidad contradictoria y en pago a la condenación de su alma y hasta de su vida, Renata, se le entrega en una espiral de erotismo en el que se alternan fases de pasión desbordada meramente físicas, con el arrepentimiento místico más exacerbado. Porque en todo momento ella va oscilando entre su tendencia a la manipulación a través de la brujería y los arranques y arrepentimientos guiados por la religiosidad convencional más exagerada para al final , acusándolo de corromperla, abandonarlo dejándolo sumido en la desesperación. Pero en definitiva, si para ella si hay un cierta diferencia moral en un lado y en otro de su personalidad, y por ello alterna fases de exasperantes tendencias hacia lo demoníaco y lo divino, para Ruprecht están en un mismo plano y no hay contradicciones en las dos aspiraciones, las mira con la óptica de un hombre culto del Renacimiento que solo aspira al conocimiento racional.

Ruprecht busca siempre llegar al corazón de Renata y a la sabiduría, la fórmula para dominar lo oculto, en un movimiento paralelo. Investiga en los libros que puede obtener, se entrevista con sabios de dudosa reputación de su época como Agrippa de Nettesheim y tropieza con otros de raíces legendarias y literarias como Doctor Faustus y su maligno acompañante Mefistófeles.

Cuando Renata lo abandona llena de remordimientos, culpándole de sus debilidades, y encuentra, en su deambular sin rumbo, al conde Von Wellen, una caricatura de un príncipe renacentista pero cargado con todos los prejuicios de su compartimentada sociedad, que lo toma como secretario, parece que estabiliza por fin su vida. Pero vuelve el reencuentro, esta vez bajo la sombra de la Inquisición. Renata esta refugiada en un convento acosada por sus demonios y por arranques de misticismo efectista. Continúa poseída y con ella las monjas que la acogen y que la ven unas como una santa y otras como una influencia perversa.

Renata es a la vez la mujer fatal y la virtuosa, el ángel y el demonio, desequilibrada e histérica. Es un personaje complejo y difícil de asir. Nunca de deja poseer del todo por Ruprecht, siempre entregada a la búsqueda de su Ángel de fuego cuya entidad no terminamos de entender, aunque está claro que lo que creyó ver en Heindrich no existe, y así lo reconoce, el Ángel al que solo ella puede ver le exige el arrepentimiento de su pasión erótica, de sus juegos malignos, le exige el martirio a manos de la Inquisición. Se describe con detalle el proceso inquisitorial y las bases legales para realizar el mismo, y ella se declara culpable de todos lo que se la acusa y pide una hoguera a la que no llegará porque morirá antes atormentada en su celda de debilidad.

Hay en esta parte una condena a la religión represora del libre pensamiento y al fanatismo, tanto en el papel que representan los inquisidores como en el mismo desequilibrio de la mujer. No hay una condena directa del satanismo que nos presenta porque es pese, a la descripción de la misa negra con su correspondiente orgia y que es justificada con argumentos racionales como una ficción de la imaginación, una forma benévola de controlar el tiempo y el espacio. Lo vemos en los trucos de malabarista de Mefistófeles y en su sumisión a la voluntad de Fausto. Los arranques místicos de Renata son igual de perturbadores que las posesiones demoniacas, igual de obsesivos.

Creo que el mayor interés de la novela gira en torno a la figura de Renata, a su personalidad desquiciada y desconcertante guiada siempre por sus arrebatos pasionales contradictorios. Ruprecht, fracasa en su vuelta a casa, en su búsqueda del conocimiento y se ve reducido a su faceta de hombre de acción. Es un relato transgresor, decadente en su planteamiento de sucumbir a la faceta pasional del ser humano y en su búsqueda de un conocimiento absurdo, al que ridiculiza tanto en la figura del mismo protagonista y en su fracaso, como en la de sus principales maestros Agripa y Fausto.

Me parece una novela apasionante en la plasmación de los valores y de la sensibilidad de la época y en la construcción de unos personajes que aparecen reducidos al final a un patético reflejo de lo que pretenden o creen ser: desde los orgullosos nobles, al burgués amigo de unas juergas, que queda fuera de su intimidad cuando cierra la puerta de su casa, los eruditos de pacotilla, que no creen o que no admiten sus creencias. La voz narrativa nos permite en su planteamiento autobiográfico, seguir el desconcierto mental del protagonista en su proceso de adicción a la mujer y en su búsqueda de un conocimiento que le resultará inútil, pero siempre dentro de una ambigüedad decadente.



Bibliografía

Al Ángel de fuego
, Valeri Briusov, Introducción Arturo Marián Llanos , Editorial Heptada
El Simbolismo ruso: el origen y la originalidad el movimento, Swetlana Maliavina
El origen del Simbolismo Ruso, Inma Sánchez

6 comentarios:

  1. Esta noche la veré en el Colón. Gracias por la claridad en la descripción.

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  2. mi reseña de la ópera que ofreció el Teatro Colón http://operadesdehoy.blogspot.com.ar/2015/11/una-impactante-opera-alucinada-es-el.html

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  3. Muchisimas gracias, muy interesante tu artículo también.

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